Amigos con derecho a roce, un¨¢monos
Es urgente que nos neguemos a la separaci¨®n forzosa del sexo y las emociones e inventemos nuevas maneras de conectar. Levantar la cabeza del tel¨¦fono m¨®vil es levantar la cabeza, sin m¨¢s
Cuando recibo un mensaje en el m¨®vil, parpadea una luz azul. El resto del tiempo, la luz es verde. Esta noche, estoy con unos amigos en un caf¨¦ debajo de mi casa. Hablo, r¨ªo, pido una cerveza, salgo a fumar un cigarrillo. Por fuera, parece que estoy presente. Pero, en realidad, estoy obsesionada con esa luz. Esa luz verde, otra vez verde, siempre verde. ?Por qu¨¦ no me escribe ¨¦l? ?l, un hombre al que he conocido a trav¨¦s de Tinder y que me gusta. Me dijo que me ¡°tendr¨ªa al corriente¡± de lo que iba a hacer esta noche. ¡°Escr¨ªbele t¨² y ya est¨¢¡±, me indica una amiga. Me parece imposible. Ileg¨ªtimo. Porque estoy en el lado de las llamadas ¡°amigas con derecho a roce¡±. S¨ª, es una expresi¨®n violenta. Vulgar. Deshumanizante, casi. Lo s¨¦, y lo siento por la gente a la que sorprende. Pero lo uso a prop¨®sito. Para mostrar lo violento que es. Y para volver esa violencia contra la sociedad y no contra los que la padecen.
Como periodista especializada en el amor y las redes sociales, en L¡¯amour sous algorithme investigu¨¦ el funcionamiento de Tinder y su repercusi¨®n en nuestras vidas, incluso las de quienes no usan la aplicaci¨®n. Una de las principales consecuencias observadas por los expertos es que se ha agudizado la separaci¨®n entre vida emocional y sexual. Se ha agudizado la l¨ªnea de fractura entre la pareja propiamente dicha y los amigos con derecho a roce. El compa?ero oficial frente a aquel al que no debemos nada. Casi como si fuera una nueva lucha de clases: la burgues¨ªa contra el proletariado emocional. Porque el problema de la relaci¨®n de amigos con derecho a roce no es que sea sexo sin obligaciones, no; es que es sexo sin palabras. Sin derecho a hablar. El amigo con derecho a roce no est¨¢ autorizado a expresarse, debe mantenerse confuso, sin que la claridad pueda tranquilizarle; solo est¨¢ autorizado a esperar, mientras finge que no espera nada; no est¨¢ autorizado a escribir mensajes. ?Les parece anecd¨®tico? Me parece todo lo contrario. Nunca me cansar¨¦ de repetirlo: nuestra vida digital es nuestra verdadera vida. No tener derecho a escribir un mensaje es no tener derecho a hablar.
Uno de los mecanismos psicol¨®gicos m¨¢s fuertes de la adicci¨®n es el principio de la recompensa aleatoria
He pasado tres a?os enganchada a Tinder porque fing¨ªa no esperar. Tinder, con su sistema de deslizar y coincidir, est¨¢ pensado para engancharnos; es lo que los especialistas como la profesora estadounidense Natasha Dow Sch¨¹ll llaman el dise?o de la adicci¨®n. Uno de los mecanismos psicol¨®gicos m¨¢s poderosos de la adicci¨®n es el principio de la recompensa aleatoria y variable. Todo se reduce al hecho de no saber si vamos a recibir una recompensa y de qu¨¦ naturaleza. ?Un mensaje? ?Una coincidencia? ?Pero de qui¨¦n? Con cada notificaci¨®n, se produce una nueva descarga de serotonina en nuestro cerebro, como cuando ganamos al Candy Crush. Es el mismo mecanismo que nos engancha a Instagram o Facebook. Si el mecanismo se ha apoderado tanto de m¨ª es porque, para fingir que no esperaba, me dedicaba a conversar con otros hombres. Prefer¨ªa volver a empezar de cero con otro antes que mostrarme vulnerable, atreverme a reconocer que estaba pendiente de la luz verde.
No creo que, en mi caso, fuera cuesti¨®n de orgullo, sino m¨¢s bien de un profundo sentimiento de ilegitimidad. Como no estaba en una pareja tradicional, no ten¨ªa voz en el asunto. No me di cuenta enseguida, Fue cuando ped¨ª mis datos personales a la aplicaci¨®n y le¨ª la totalidad de mis mensajes, unos detr¨¢s de otros, cuando comprend¨ª que me hab¨ªa quedado estancada. Estaba atrapada en un bucle.
No se trata de escribir un alegato en defensa de que todas las relaciones sexuales desemboquen en el matrimonio, con peladillas y vestido de novia, salvo para quienes as¨ª lo deseen. Sin duda, es maravilloso poder hacer el amor sin formar necesariamente una pareja. ?Pero por qu¨¦ separar el sexo de las emociones? ?Por qu¨¦ convertirlo en un producto de consumo inmediato, que se desliza y se olvida a continuaci¨®n? Por otra parte, ?es humanamente posible separar el sexo de las emociones? ¡°Como si pudi¨¦ramos verdaderamente acariciar la piel de un/a desconocido/a sin emocionarnos un poco¡±, escribe Victoire Tuaillon en Les couilles sur la table.
De hecho, ?existe el sexo por el sexo? Durante mi investigaci¨®n me he encontrado con decenas, centenares de personas que desplegaban enormes energ¨ªas para obligarse a no sentir nada. Como si no sentir nada fuera un logro. ?Por qu¨¦? ?Para qu¨¦ hacer el amor si no es para ser visto/a, tocado/a, sostenido/a, abrazado/a por ser esa persona, precisamente esa persona y no otra? La periodista estadounidense Moira Weigel afirma en The Labor of Love que el capitalismo nos ha robado la revoluci¨®n sexual. Convertir el sexo en un objeto de consumo como cualquier otro beneficia, por ejemplo, a aplicaciones como Tinder. Mientras deslizamos kil¨®metros y kil¨®metros de vac¨ªo, la aplicaci¨®n saca provecho a nuestros datos y se transforma en la aplicaci¨®n m¨¢s rentable de la App Store.
?Para qu¨¦ hacer el amor si no es para ser visto/a, tocado/a, sostenido/a, abrazado/a por ser esa persona, precisamente esa persona y no otra?
Viv¨ª dos a?os en Berl¨ªn, considerada la capital europea de la diversi¨®n y la liberaci¨®n sexual. La ciudad acoge unas veladas locas, magn¨ªficas y liberadas, con todos los excesos que eso entra?a. Sin embargo, me pareci¨® que era tambi¨¦n la capital de la soledad. Particip¨¦ en grupos de apoyo dedicados a Divertirse en Berl¨ªn, a los que acud¨ªan j¨®venes llenos de angustia. Porque, en nuestra sociedad, optar por la libertad y rechazar la pareja tradicional es incorporarse al proletariado emocional. Si la expresi¨®n de las necesidades afectivas solo se considera leg¨ªtima en el marco de la pareja, ?c¨®mo construir una vida segura cuando todas nuestras relaciones ¨ªntimas deben ser ¡°ligeras¡±, ¡°divertidas¡±, ¡°desenfadadas¡±? Por supuesto, y afortunadamente, tenemos en nuestras vidas otras fuentes de felicidad y afecto: amigos, familias, incluso animales.
Pero es urgente que nos neguemos a la separaci¨®n forzosa del sexo y las emociones, que inventemos nuevas maneras de conectar, aparte de, por un lado, el amigo con derecho a roce que solo puede callarse y, por otro, el v¨ªnculo oficial que tiene todos los derechos, a veces incluso demasiados (a aislarnos del mundo, vigilarnos, leer nuestra correspondencia). Rechazar esta divisi¨®n entre la sexualidad y las emociones, que rebaja las experiencias humanas plenas y las transforma en semiexperiencias, que empa?a los amores de vacaciones, los besos a medianoche y las pasiones m¨¢s deliciosas, y los convierte autom¨¢ticamente en suced¨¢neos de relaci¨®n. Este combate se libra en todas partes, en las palabras que empleamos para hablar de nuestras experiencias sexuales, en las pel¨ªculas, los libros y los relatos que se construyen. Pero creo que empieza en cada uno de nosotros. Cuando escrib¨ªa L¡¯amour sous algorithme me di cuenta de que el combate deb¨ªa comenzar en lo m¨¢s profundo de mi ser. Para empezar, frente a la intromisi¨®n de las voces dentro de mi cabeza: lo que Bourdieu llama la violencia simb¨®lica, la interiorizacion de la dominaci¨®n. Unas voces que me repet¨ªan que nunca ser¨ªa suficientemente guapa, suficientemente divertida, suficientemente nada para poderme expresar con plenitud. Todos tenemos esas voces, hombres y mujeres, porque todos hemos crecido en una sociedad que nos llama al orden de forma brutal desde ni?os siempre que no respondemos por completo a las normas de la feminidad o la masculinidad y, m¨¢s tarde, de la pareja. ¡°Me han hecho falta muchos a?os para vomitar todas las porquer¨ªas que me hab¨ªan ense?ado sobre m¨ª mismo¡±, escribi¨® James Baldwin, el poeta afroamericano, en relaci¨®n con lo que hab¨ªa sufrido por ser negro en Estados Unidos en los a?os cuarenta.
Sin poder imaginarme los horrores que sufri¨® ¨¦l, creo que podemos inspirarnos en su lucha. Aprender a no despreciar nuestras emociones cuando se salen de la norma. Decir nuestra verdad. Escribir esos mensajes. Levantar la cabeza del m¨®vil, dejar de obsesionarnos con las luces verdes, los ¡°visto¡±, las V azules de WhatsApp. ?Les parece anecd¨®tico? Nunca me cansar¨¦ de repetirlo: nuestra vida digital es nuestra verdadera vida. Levantar la cabeza del tel¨¦fono es levantar la cabeza, sin m¨¢s.
Judith Duportail es periodista y escritora. Su ¨²ltimo libro es El algoritmo del amor: Un viaje a las entra?as de Tinder (Contra).
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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