?Regreso al Medioevo?
La peste ha sido a lo largo de la historia una de las peores pesadillas de la humanidad. El coronavirus ser¨¢ una pandemia pasajera. Lo que no pasar¨¢ es el miedo a la muerte, que nos acompa?a como una sombra
El coronavirus comienza a hacer estragos en Espa?a. O, mejor dicho, el espanto que causa ese virus proveniente de China ocupa todos los noticiarios y radios y peri¨®dicos, se cierran colegios y universidades, bibliotecas y teatros, se paralizan las Fallas de Valencia, se cancelan los plenos de las Cortes, los eventos deportivos se celebrar¨¢n sin p¨²blico, pese a que los distribuidores dicen que habr¨¢ provisiones se ven semivac¨ªas las estanter¨ªas de los supermercados, lo que indica que la gente se carga de productos de primera necesidad para lo que entiende ser¨¢ un largo encierro, y, por supuesto, en las conversaciones privadas no se habla de otra cosa.
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Todo esto, en t¨¦rminos pr¨¢cticos, es muy exagerado, pero no hay nada que hacer: Espa?a tiene miedo y los Gobiernos, el nacional y los de las autonom¨ªas, salen al frente de la pavorosa enfermedad con medidas cada vez m¨¢s estrictas que, de una manera general, los espa?oles aprueban e, incluso, exigen que sean m¨¢s extensas e intensas. Es por gusto que las estad¨ªsticas oficiales digan que, hasta el 11 de marzo, hay apenas 47 muertes por culpa de la pandemia y que, por ejemplo, la simple gripe es m¨¢s asesina que ella, pues causa por lo menos seiscientas muertes anuales, y que son muchos m¨¢s los que se recuperan del coronavirus que los que perecen por culpa de ¨¦l, que Espa?a tiene uno de los sistemas de salud mejores en el mundo ¡ªpor encima de la media europea¡ª y que el trabajo que vienen realizando los m¨¦dicos y sanitarios en todo el pa¨ªs es eficiente y est¨¢ a la altura del desaf¨ªo, etc¨¦tera.
Jam¨¢s las estad¨ªsticas han sido capaces de tranquilizar a una sociedad ro¨ªda por el p¨¢nico y ¨¦sta es una buena ocasi¨®n de comprobarlo. En medio de la civilizaci¨®n ha reaparecido la Edad Media, lo que significa que muchas cosas han cambiado desde entonces, pero muchas otras no. Por ejemplo: el miedo a la peste. Y, a prop¨®sito, la literatura tiene un renacer inevitable en esos per¨ªodos de miedo colectivo: cuando no entiende lo que pasa, una sociedad va a los libros a ver si ellos se lo explican. La peor novela de Albert Camus, La peste, tiene un s¨²bito renacimiento y tanto en Francia como en Espa?a se hacen reediciones y ese libro mediocre se ha convertido en un best seller.
Nada de esto podr¨ªa estar ocurriendo si China Popular fuera un pa¨ªs democr¨¢tico y?no la dictadura que es
Nadie parece advertir que nada de esto podr¨ªa estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un pa¨ªs libre y democr¨¢tico y no la dictadura que es. Por lo menos un m¨¦dico prestigioso, y acaso fueran varios, detect¨® este virus con mucha anticipaci¨®n y, en vez de tomar las medidas correspondientes, el Gobierno intent¨® ocultar la noticia, y silenci¨® esa voz o esas voces sensatas y trat¨® de impedir que la noticia se difundiera, como hacen todas las dictaduras. As¨ª, como en Chern¨®bil, se perdi¨® mucho tiempo en encontrar una vacuna. S¨®lo se reconoci¨® la aparici¨®n de la plaga cuando ¨¦sta ya se expand¨ªa. Es bueno que ocurra esto ahora y el mundo se entere de que el verdadero progreso est¨¢ lisiado siempre que no vaya acompa?ado de la libertad. ?Lo entender¨¢n de una vez esos insensatos que creen que el ejemplo de China, es decir, el mercado libre con una dictadura pol¨ªtica, es un buen modelo para el tercer mundo? No hay tal cosa: lo ocurrido con el coronavirus deber¨ªa abrir los ojos de los ciegos.
La peste ha sido a lo largo de la historia una de las peores pesadillas de la humanidad. Sobre todo en la Edad Media. Era lo que desesperaba y enloquec¨ªa a nuestros viejos ancestros. Encerrados detr¨¢s de las recias murallas que hab¨ªan erigido para sus ciudades, defendidos por fosos llenos de aguas envenenadas y puentes levadizos, no tem¨ªan tanto a esos enemigos tangibles contra los que pod¨ªan defenderse de igual a igual, enfrentarlos con espadas, cuchillos y lanzas. Pero la peste no era humana, era obra de los demonios, un castigo de Dios que ca¨ªa sobre la masa ciudadana y golpeaba por igual a pecadores e inocentes, contra la que no hab¨ªa nada que hacer, salvo rezar y arrepentirse de los pecados cometidos. La muerte estaba all¨ª, todopoderosa, y despu¨¦s de ella las llamas eternas del infierno. La irracionalidad estallaba por doquier y hab¨ªa ciudades que trataban de aplacar a la plaga infernal ofreci¨¦ndole sacrificios humanos, de brujas, brujos, incr¨¦dulos, pecadores sin arrepentir, insumisos y rebeldes. Cuando Flaubert viaj¨® a Egipto, todav¨ªa vio leprosos que recorr¨ªan las calles tocando campanas para advertir a la gente que se apartara si no quer¨ªa ver (y contagiarse) de sus llagas purulentas.
Por eso casi no aparece la peste en las novelas de caballer¨ªas que son otro aspecto, m¨¢s positivo, del Medioevo: en ellas hay proezas f¨ªsicas extraordinarias, el Tirant lo Blanc derrota ¨¦l solo a gigantescos ej¨¦rcitos. Pero los adversarios de los caballeros andantes son seres humanos, no diablos, y lo que el hombre medieval teme son los diablos, esos demonios que escondidos en el coraz¨®n de las epidemias golpean y matan sin discriminar a culpables e inocentes.
El viejo terror no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilizaci¨®n
Ese viejo terror no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilizaci¨®n. Todo el mundo sabe que, como ocurri¨® con el SIDA o con el ?bola, el coronavirus ser¨¢ una pandemia pasajera, que los cient¨ªficos de los pa¨ªses m¨¢s avanzados encontrar¨¢n pronto una vacuna para defendernos contra ella y que todo esto terminar¨¢ y ser¨¢, dentro de alg¨²n tiempo, una noticia mustia que apenas recordar¨¢n las gentes.
Lo que no pasar¨¢ es el miedo a la muerte, al m¨¢s all¨¢, que es lo que anida en el coraz¨®n de estos terrores colectivos que son el temor a las pestes. La religi¨®n aplaca ese miedo, pero nunca lo extingue, siempre queda, en el fondo de los creyentes, ese malestar que se agiganta a veces y se convierte en miedo p¨¢nico, de qu¨¦ habr¨¢ una vez que se cruce aquel umbral que separa la vida de lo que hay m¨¢s all¨¢ de ella: ?la extinci¨®n total y para siempre?, ?esa fabulosa divisi¨®n entre el cielo para los buenos y el infierno para los malvados de un dios juguet¨®n que pronostican las religiones?, ?alguna otra forma de supervivencia que no han sido capaces de advertir los sabios, los fil¨®sofos, los te¨®logos, los cient¨ªficos? La peste saca de pronto a estas preguntas, que en la vida cotidiana normal est¨¢n confinadas en las profundidades de la personalidad humana, al momento presente, y hombres y mujeres deben responder a ellas, asumiendo su condici¨®n de seres pasajeros. Para todos nosotros es dif¨ªcil aceptar que todo lo hermoso que tiene la vida, la aventura permanente que ella es o podr¨ªa ser, es obra exclusiva de la muerte, de saber que en alg¨²n momento esta vida tendr¨¢ punto final. Que si la muerte no existiera la vida ser¨ªa infinitamente aburrida, sin aventura ni misterio, una repetici¨®n cacof¨®nica de experiencias hasta la saciedad m¨¢s truculenta y est¨²pida. Que es gracias a la muerte que existen el amor, el deseo, la fantas¨ªa, las artes, la ciencia, los libros, la cultura, es decir, todas aquellas cosas que hacen la vida llevadera, impredecible y excitante. La raz¨®n nos lo explica, pero la sinraz¨®n que tambi¨¦n nos habita nos impide aceptarlo. El terror a la peste es, simplemente, el miedo a la muerte que nos acompa?ar¨¢ siempre como una sombra.
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? Mario Vargas Llosa, 2020
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