Despertar despu¨¦s de la guerra
Uno tras otro, los mandatarios terminan por tocar los tambores de guerra y convocarnos a esta batalla colosal contra el coronavirus
En Voces de Chern¨®bil, Svetlana Alexi¨¦vich revela las consecuencias humanas del desastre nuclear ocurrido el 26 de abril de 1986. La explosi¨®n que destruy¨® el reactor de aquella central el¨¦ctrica, oblig¨® a miles de bielorrusos a abandonar sus casas y animales. Marchaban como si estuvieran huyendo de una guerra. Pero no hab¨ªa tal. Los testimonios recogidos por Alexi¨¦vich ahondan en el desconcierto de un pueblo que se hab¨ªa pasado la vida prepar¨¢ndose para una guerra convencional y de pronto se encontraba con un enemigo al que no pod¨ªan ver, escuchar, ni disparar sus armas.
De un d¨ªa a otro, la radiaci¨®n hab¨ªa cambiado la relaci¨®n de esa terra incognita con su entorno. No era f¨¢cil asimilarlo; afuera brillaba un sol primaveral, el r¨ªo corr¨ªa cristalino y en el bosque se asomaban las manzanas de siempre. Her¨ªa sentir tanto pavor hacia aquel mundo familiar y cotidiano, en el que todo parec¨ªa estar en su lugar. Alexi¨¦vich llega a confesar que seguramente se hubieran adaptado mejor a una situaci¨®n de guerra at¨®mica, como hab¨ªa sucedido en Hiroshima. Esto, que a primera vista podr¨ªa parecer c¨ªnico, resulta esclarecedor. No solo permite comprender que para eso se alistaba el homo sovieticus durante la guerra fr¨ªa, sino reconocer junto a ella que en tiempos de emergencia ¡°todo lo que conocemos de los horrores y temores tiene m¨¢s que ver con la guerra.¡±
No se equivoca Alexi¨¦vich; si se confunden los conceptos de guerra y cat¨¢strofe es porque la historia se ha construido a partir de un relato interminable de combates y caudillos. Ayer, como hoy, la guerra se constituye como par¨¢metro del horror. Las part¨ªculas que actualmente se dispersan y atemorizan al planeta son otras, pero la informaci¨®n que se publica en torno a la crisis del coronavirus tambi¨¦n est¨¢ infestada de t¨¦rminos y par¨¢bolas b¨¦licas. Se reporta en ¡°la l¨ªnea de combate¡± o desde una ¡°ciudad sitiada¡±. Se cuentan obsesivamente las bajas y se habla de ¡°explosi¨®n¡±, ¡°enemigo com¨²n¡± o ¡°frente de batalla¡±. Tendemos a etiquetar como ¡°h¨¦roes¡± a los m¨¦dicos ¡ªempezando por el oftalm¨®logo de Wuhan que trat¨® de alertar sobre este nuevo virus que termin¨® mat¨¢ndolo¡ª que afrontan una realidad que exige narrarse como tragedia.
Nadie ha abonado y pretendido sacar m¨¢s redito del relato ¨¦pico que los mandatarios. Uno tras otro, terminan por tocar los tambores de guerra y convocarnos a esta batalla colosal. Ah¨ª est¨¢n las siete veces que Emmanuel Macron repiti¨® ¡°estamos en guerra¡± durante un discurso televisado en Francia o la salida de tono del presidente salvadore?o Nayib Bukele en su cuenta de Twitter: ¡°algunos a¨²n no se han dado cuenta, pero ya inici¨® la Tercera Guerra Mundial¡±.
Pienso, imposible evitarlo, en Trump. En c¨®mo el 18 de marzo pasado ¡ªdespu¨¦s de haber menospreciado p¨²blicamente el peligro de la epidemia desde su brote¡ª se puso al frente del gabinete de crisis para declarar con su histri¨®nica grandilocuencia: ¡°Soy un presidente en tiempo de guerra¡±, ¡°esto es una guerra, con un enemigo invisible¡±. En a?o electoral, dudo que esta nueva amenaza termine por desplazar a los migrantes de la mira etnonacionalista. La apolog¨ªa del muro se ajustar¨¢ para enfrentar un ¡°virus extranjero¡±. Poco deber¨ªa sorprendernos que el cuerpo del migrante, en tanto veh¨ªculo, recupere el protagonismo de un discurso xen¨®fobo que gira en torno a la defensa y contenci¨®n de un agente externo que contamina y desequilibra la salud del cuerpo social. Los cient¨ªficos no tienen la certeza de que los virus son seres vivos, Trump s¨ª.
Pero si algo ha terminado de revelar esta pandemia es la tozuda voluntad de frontera de m¨²ltiples Estados nacionales que pretenden encarar un problema eminentemente global, con medidas y estrategias locales. No deja de sorprender c¨®mo, ante la propagaci¨®n del Covid-19, pa¨ªses vecinos han puesto en marcha pol¨ªticas sanitarias a distintas velocidades o diametralmente opuestas. Indigna la mezquindad mostrada al acaparar y arrebatarse los respiradores, mascarillas y dem¨¢s insumos m¨¦dicos. La l¨®gica de arrasar con el papel de ba?o en madurez: que cada qui¨¦n calcule y se haga cargo de su propia mierda. Ya se sabe, cuando el neoliberalismo tirita apela a la soberan¨ªa de un estado fuerte y amurallado.
A los ciudadanos tambi¨¦n nos ha costado reconocer la interdependencia global. Reaccionamos tarde al dolor y necesidades ajenas. Tuvo que llegar el virus a Espa?a o Italia, pa¨ªses que nos resultan m¨¢s pr¨®ximos o familiares, para comenzar a afectarnos. No es solo que la sopa de murci¨¦lago nos quedara lejos, sino que invitaba a la ficci¨®n. Todo empez¨® como un cuento chino. Han pasado pocas semanas desde entonces. Lo suficientemente largas para reconocer que nuestra vida ha quedado entre par¨¦ntesis y el mundo de ayer ¡ªStefan Zweig dixit¡ª nos ha sido expropiado.
En Necropol¨ªtica, Achille Mbembe se?ala que cada vez es m¨¢s infrecuente que la guerra tenga lugar entre dos Estados soberanos. Los soldados no son movilizados para enfrentar a otros soldados, sino para oponerse a civiles. Entender este desplazamiento resulta clave en tiempos del coronavirus: las guerras han cambiado y los civiles se han convertido en el objetivo mayoritario. Las met¨¢foras no son inocentes. Al declarar la guerra a un agresor microsc¨®pico se infunde a la poblaci¨®n un p¨¢nico que conmociona y paraliza.
Como cualquier emoci¨®n, el miedo no es intr¨ªnsecamente malo. Se trata al final de cuentas de un mecanismo que nos pone en alerta frente a un peligro potencial. El problema es su instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica. En pleno resguardo, habr¨ªa que preguntarse: ?qu¨¦ precedente puede sentar nuestra privaci¨®n, aislamiento y desmovilizaci¨®n en el espacio de la pol¨ªtica?
Ante la pandemia, se ha extendido y replicado a lo largo del globo el confinamiento que fue decretado en Wuhan para frenar el contagio. Se toma como ejemplo una gesti¨®n autoritaria que, entre otras cosas, ocult¨® la verdad. Giorgio Agamben ha advertido durante a?os c¨®mo en las sociedades contempor¨¢neas el estado de excepci¨®n se ha convertido en norma. Hoy ese modelo que suspende y carcome libertades civiles b¨¢sicas se presenta abiertamente. Ante nuestros ojos, los estados democr¨¢ticos han apelado a mecanismos legales que amenazan su propia naturaleza y principios al instaurar ¡ªnos aseguran transitoriamente¡ª el aislamiento forzado, vigilar cualquier movimiento y militarizar el espacio p¨²blico.
El silencio con el que hemos acatado el confinamiento parece dar la raz¨®n a Agamben. La forma de someter nuestra libertad al deseo de seguridad va m¨¢s all¨¢ de la supervivencia y el comportamiento c¨ªvico. La excepci¨®n ha dejado de ser excepcional y se ha instalado en nuestra cabeza. En la era del algoritmo se van sumando voces que, so pretexto del contagio, exigen emular a¨²n m¨¢s el modelo chino o coreano. Se disponen a convencernos de las ventajas de entregar nuestros datos personales para un control tecnol¨®gico y digital m¨¢s eficiente. Total. Uno se pregunta qu¨¦ pensar¨ªa Foucault de estos cuerpos d¨®ciles, de estas ciudades observatorios, de este gran encierro provocado por una nueva peste que proyecta una serie de dispositivos disciplinarios en los que la vida queda reducida a su dimensi¨®n m¨¢s simple.
Esta especie de s¨ªndrome de Estocolmo empieza a llegar a M¨¦xico. Algunos preguntan p¨²blicamente cu¨¢ndo se declarar¨¢ el estado de excepci¨®n para nuestra propia seguridad. Como si la militarizaci¨®n no estuviera presente en buena parte del territorio nacional desde que Felipe Calder¨®n declar¨® la guerra al narcotr¨¢fico. Como si las denuncias por la violaci¨®n de los derechos humanos no hubieran crecido exponencialmente desde que los militares realizan funciones policiales para los que no est¨¢n preparados. Como si no hubiera zonas en las que ya existe de facto un toque de queda, no declarado sino autoimpuesto, por millones de mujeres y hombres que evitan salir de casa al entrar la noche.
Evidentemente, no apelo al darwinismo social, ni pretendo ignorar las prescripciones de la OMS. Escucho a los vir¨®logos con terca fe ilustrada ¡ªcomo tantos otros llevo semanas en casa sin visitar a mis padres y har¨¦ cola por esa vacuna¡ª y el discurso anticient¨ªfico de sujetos como Bolsonaro me enerva por irresponsable. Lo que creo es que necesitamos pensar cr¨ªticamente las consecuencias que tendr¨¢ la pol¨ªtica de la distancia y el mayor control de los cuerpos en la vida p¨²blica. Como toda crisis, esta tambi¨¦n pasar¨¢, pero la forma en que nos relacionamos, el espacio en el que aparecemos e inscribimos nuestra historia junto a otros ser¨¢ degradado a m¨ªnimos insoportables sin acci¨®n e imaginaci¨®n pol¨ªtica.
Por qu¨¦ no pensar que la profunda vulnerabilidad que sentimos estos d¨ªas ante un virus que no discrimina ¡ªfinalmente nos sabemos expuestos, vinculados y condicionados por otros cuerpos¡ª puede revolucionar afectos que nos aproximen al otro. El desasosiego, duelo o indignaci¨®n pueden conducir tambi¨¦n a nuevas formas de solidaridad y sensibilidad pol¨ªtica. Necesitaremos narrativas que, como la de Svetlana Alexi¨¦vich, des-velen la historia omitida y recojan el dolor de la gente com¨²n ante la enfermedad y la p¨¦rdida. Quiz¨¢ entonces no permitiremos m¨¢s un modelo econ¨®mico que mercantiliza la salud, alienta la desigualdad y recorta recursos a la investigaci¨®n cient¨ªfica. Quiz¨¢ entonces defenderemos el derecho de contar con sistemas de salud universales, robustos y eficaces.
Enrique D¨ªaz ?lvarez es escritor y profesor de la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas de la UNAM.
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