Pel¨ªcanos y leones marinos en Per¨²
Recorrido en barco hasta las Islas Ballestas desde el peque?o pueblo de Paracas
A las siete de la ma?ana de un s¨¢bado sorprende el n¨²mero de madrugadores que hacen cola para subir a las embarcaciones. Paracas es un pueblo muy peque?o de la costa sur de Per¨², pero todas las ma?anas del a?o hay un gran n¨²mero de turistas, especialmente extranjeros, dispuestos a subirse a las lanchas capitaneadas por locales para ver aves y mam¨ªferos marinos.
El objetivo son las Islas Ballestas, situadas a media hora en barco de Paracas. M¨¢s de 160 especies de aves marinas, como pel¨ªcanos y piqueros, anidan en sus pe?ones y arcos, acompa?ados por leones marinos que parecen querer confundirse con las rocas, erguidos hacia el cielo tanto como su constituci¨®n permite. Seg¨²n la ¨¦poca del a?o, el visitante puede avistar incluso delfines y ballenas.
Tal vez fuera la belleza del lugar la que atrajo al general San Mart¨ªn cuando desembarc¨® con su ej¨¦rcito en 1820, la ¨²ltima parada antes de llegar al continente y declarar la independencia del Per¨². O tal vez fuera el gigantesco grabado en roca con forma de Candelabro que se puede ver desde el mar, en la costa de Paracas, una de las atracciones en el recorrido hacia las Islas Ballestas. Este geoglifo de 120 metros es la prueba de que otros pasaron por estas islas muchos siglos antes. Se cree que su funci¨®n era se?alar a los barcos el camino al puerto. Quiz¨¢ as¨ª lo crey¨® tambi¨¦n San Mart¨ªn, o quiz¨¢ fue una mera casualidad.
Quedan otras huellas del paso del hombre en las Ballestas. Los restos de una antigua f¨¢brica penden sobre los acantilados. En ella se recogi¨® durante el siglo XIX el guano, excremento de ave que todav¨ªa hoy es uno de los productos m¨¢s exportados del Per¨² a todo el mundo como fertilizante agr¨ªcola.
Hoy en d¨ªa ya no se puede desembarcar en estas islas. De vuelta a tierra firme, para estirar las piernas se puede ir a la Reserva Nacional de Paracas, un enorme desierto de amarillos y rojizos at¨ªpicos ba?ado por el mar. Est¨¢ a pocos kil¨®metros del pueblo y se puede llegar en coche particular o autob¨²s. Aqu¨ª no hay tr¨¢fico, ni ruido, ni turistas esperando. La Reserva es tan silenciosa como ruidosa es Lima. ?nicamente llega un goteo inconstante de turistas al acantilado donde antes se ve¨ªa la catedral, una formaci¨®n natural sobresaliente de las aguas que se asemejaba a la construcci¨®n que le da nombre hasta el terremoto de 2007. Literalmente, un paisaje en el que perderse, hecho que no es inusual si no se sigue con cuidado el mapa.
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