Via Dinarica: la ¨²ltima aventura europea es un sendero que vuelve a unir Yugoslavia
Una ¨²nica ruta de 1.300 kil¨®metros trata de juntar a trav¨¦s de la naturaleza los pa¨ªses que separaron guerras, religiones y algunas de las peores crueldades de la historia de Europa
Desde el punto m¨¢s alto de Bosnia-Herzegovina, el mariscal Tito a¨²n observa las tierras que un tiempo gobernaba. Su rostro preside un memorial, a 2.386 metros, dedicado a ¡°los combatientes¡± yugoslavos ca¨ªdos en una de las grandes batallas de la II Guerra Mundial. Para un partisano como ¨¦l, pocas cosas m¨¢s bellas que la eterna gloria militar. A la mayor¨ªa de caminantes, sin embargo, la cumbre del monte Magli? les ofrece otro recuerdo imborrable: el que se despliega alrededor. Monta?as. Bosques. Valles. Un lago. Prodigios all¨¢ donde la vista se pose. El expresidente fue el ¨²ltimo capaz de manten...
Desde el punto m¨¢s alto de Bosnia-Herzegovina, el mariscal Tito a¨²n observa las tierras que un tiempo gobernaba. Su rostro preside un memorial, a 2.386 metros, dedicado a ¡°los combatientes¡± yugoslavos ca¨ªdos en una de las grandes batallas de la II Guerra Mundial. Para un partisano como ¨¦l, pocas cosas m¨¢s bellas que la eterna gloria militar. A la mayor¨ªa de caminantes, sin embargo, la cumbre del monte Magli? les ofrece otro recuerdo imborrable: el que se despliega alrededor. Monta?as. Bosques. Valles. Un lago. Prodigios all¨¢ donde la vista se pose. El expresidente fue el ¨²ltimo capaz de mantener juntos a eslovenos, croatas, bosnios y serbios. Ahora, lo intenta la naturaleza.
Cuando muri¨® Tito, en mayo de 1980, solo exist¨ªa un pa¨ªs. Hoy, son siete. El propio Magli?, de hecho, junta y separa a dos: se sube desde Bosnia, se desciende por Montenegro. Pero, desde hace unos a?os, un sendero trata de reunir lo que pol¨ªtica, religi¨®n y algunas de las matanzas m¨¢s crueles de la historia dividieron. Una ¨²nica ruta de 1.300 kil¨®metros por los Balcanes: de Eslovenia hasta Albania, un paso tras otro. La llaman Via Dinarica. Y uno de sus esl¨®ganes sugiere que puede ser ¡°el secreto mejor guardado¡± de Europa. No le falta raz¨®n. Eso s¨ª, no solo en el sentido positivo.
No deben de quedar muchas aventuras parecidas en el Viejo Continente. Cimas solitarias, selvas silentes, lagos que en otros lares tendr¨ªan varios chiringuitos y aqu¨ª se entregan como patrimonio exclusivo al que los alcance. La cuenta de animales encontrados, tras cinco d¨ªas de camino ¡ªsolo por Bosnia-Herzegovina¡ª, arroja la victoria a los cervatillos, por delante de las vacas y una quincena de seres humanos. Si alg¨²n lobo u oso se molest¨® por la invasi¨®n de su hogar, por suerte, no fue a reclam¨¢rselo al intruso. Durante largos tramos, el sendero es la sola traza de la civilizaci¨®n. A ratos incluso se esconde, o desaparece, tal vez intimidado por ¨¢rboles y cordilleras. En una Europa invadida y revolucionada por el turismo, este rinc¨®n salvaje permanece intacto. Y regala al viajero la ilusi¨®n de pisar donde nunca antes hubo huellas.
Debe de hacer un tiempo desde que pasaran los propios cuidadores de la Via Dinarica. Puede que sea coherente con la historia de la zona: matices, grandes contrastes, en el pasado igual que hoy en su ruta estrella. Pero lo cierto es que el camino cruza una y otra vez la sutil l¨ªnea entre excitaci¨®n y frustraci¨®n. Los escasos caminantes se muestran un¨¢nimes en su principal queja: faltan se?alizaciones y, m¨¢s a¨²n, carteles. Cuando al fin se vislumbra uno, cerca de la cumbre del Velika Lelija, su flecha parece indicar hacia la direcci¨®n equivocada. Un ojo al GPS aclara la duda, pero lo que en una vi?eta de Ast¨¦rix enga?ar¨ªa a las tropas romanas aqu¨ª no tiene gracia: puede condenar a vueltas infinitas, horas extra de cansancio o, en el peor de los casos, a perderse. Internet tampoco puede acudir al rescate: la conexi¨®n es pr¨¢cticamente ausente. Wouter Beli?n, belga de 44 a?os, es el ejemplo de c¨®mo acercarse a esta caminata: mapas descargados en el m¨®vil e impresos, un amplio estudio previo y, sobre todo, una tienda. Ah¨ª duerme la mitad de las noches, ya que las alternativas con techo tampoco abundan y conviene reservarlas con tiempo.
Fascinante, quiz¨¢s, para quien busque la belleza de los Alpes, pero sin sus masas, su organizaci¨®n impecable y sus precios. Aterrador, sin embargo, para el que reh¨²ya el imprevisto. Entre ambos modelos, debe de haber un punto medio. Y en ello est¨¢n los responsables de la Via Dinarica. Aunque he aqu¨ª otra contradicci¨®n: en realidad, nadie est¨¢ al mando. ¡°Se podr¨ªa decir que es una cooperativa¡±, reflexiona Thierry Joubert, monta?ero holand¨¦s que vive en Bosnia-Herzegovina desde la guerra de principios de los noventa e impulsor de este proyecto desde su origen ¡ªtambi¨¦n prepar¨® el itinerario para este reportaje¡ª. Cuenta que los senderos siempre existieron, pero nunca fueron concebidos como un conjunto. Al parecer, en 2006 la idea empez¨® a circular online. A?os despu¨¦s, adquiri¨® su nombre actual. Y, desde entonces, empresarios y aventureros, agencias tur¨ªsticas, ONG y clubes de alpinistas se encargaron de tejer una red que mezcla negocio y trabajo voluntario, a lugare?os y extranjeros, para que la marca se acerque cada vez m¨¢s a una realidad.
¡°La primera fase consisti¨® sobre todo en limpiar y marcar los senderos, tanto f¨ªsicamente como por sat¨¦lite, fomentar la presencia de alojamientos y hacer que la gente local participase¡±, relata Bozena Bohm Kaltak, responsable del proyecto por parte del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, que se subi¨® a bordo, con dinero e implicaci¨®n, en 2014. Un segundo periodo, hasta 2021, se centr¨® en potenciar la infraestructura tur¨ªstica y la experiencia: un rafting aqu¨ª, un hotel con comedor all¨¢. Hasta acu?aron dos rutas nuevas. A la blanca, la que en tres meses y un mill¨®n de pasos atraviesa todos los Alpes din¨¢ricos, se sumaron la verde, destinada a familias en busca de naturaleza, y la azul, por la costa. Aunque, si la v¨ªa principal todav¨ªa ni camina sola, las otras dos inician su andadura y a¨²n se est¨¢ definiendo su recorrido.
¡°Las necesidades son mayores de lo que recibimos. Hay muchas cosas que deber¨ªan y podr¨ªan ser mejoradas. El mantenimiento tiene que hacerse constantemente: solo en Bosnia-Herzegovina la ruta pasa por 80 municipalidades y hasta ahora tenemos acuerdos con 18¡å, concede Bohm Kaltak. Su ¨²ltimo presupuesto, de 3,5 millones de euros para tres a?os, proced¨ªa de donaciones de los Gobiernos de Estados Unidos e Italia, adem¨¢s de las contribuciones de autoridades locales. Ella subraya que todas las fuerzas pol¨ªticas con las que habla abrazan la iniciativa, aunque admite: ¡°A veces no entienden por qu¨¦ realizar un proyecto regional si tienen el suyo propio¡±. Tanto Joubert como su amigo y empresario bosnio Velid Alibasic se muestran menos diplom¨¢ticos: ¡°Va todo muy lento. Tenemos poqu¨ªsimo apoyo de los gobiernos locales¡±.
El escepticismo explica una parte de los retrasos. Cuando Alibasic le plante¨® a un campesino si querr¨ªa remodelar su casa para acoger a turistas, recuerda una conversaci¨®n como esta:
¡ª?Pero pag¨¢is todo vosotros?
¡ªS¨ª.
¡ªEst¨¢is locos. ?Seguros que no quer¨¦is usar ese dinero para otra cosa?
El mismo hombre, por lo visto, le llam¨® entusiasta cuando aparecieron los primeros monta?eros. Imposible tener cifras oficiales, pero en 2021 la ONU registr¨® 199.035 viajeros que visitaron alg¨²n beneficiario del proyecto, casi 80.000 m¨¢s que el a?o anterior. Solo un 23% proced¨ªa de fuera de la extinta Yugoslavia. ¡°Checos, alemanes, belgas, holandeses. Espa?a, cero¡±, resume el serbio Dragoslav Lalovic, que a sus actividades de campesino y apicultor ha a?adido desde 2016 el bed and breakfast que ¨¦l y su familia regentan en su casa, en el pueblo de Jela?ca. Ah¨ª tambi¨¦n tienen un billar. Cuando Dragoslav gana ¡ªa menudo¡ª lo celebra compar¨¢ndose con su connacional m¨¢s famoso: ¡°?Djokovic!¡±.
Decenas de kil¨®metros m¨¢s al sur, en Prijevor, donde un pu?ado de caba?as marca el comienzo del ascenso al monte Magli?, Radovan tambi¨¦n ha empezado a recibir alg¨²n turista. As¨ª que ha incorporado un nuevo techo a su hogar, y alguna palabra en ingl¨¦s a su vocabulario. Suficientes para entender que tiene 50 a?os y su familia lleva cuatro generaciones en esta casa. Para lo dem¨¢s, traduce como puede Zoran, de 35 a?os, trabajador del parque nacional de Sutjeska que se pasa el verano en una choza unos metros m¨¢s all¨¢. Y que declara: ¡°La naturaleza no da miedo, la ciudad s¨ª¡±.
No hacen falta muchas m¨¢s palabras: los gestos son inequ¨ªvocos. Al desconocido se le abre de inmediato la puerta. Se le ofrece la cena, con el queso hecho, literalmente, en casa. Y se le llena el vaso de rakija, el licor local que calienta el alma en monta?a y en cualquier comida bosnia que se respete. ¡°No mamurluk [resaca]¡±, juran ambos. Eso s¨ª, unos cuantos brindis despu¨¦s, Radovan entona un canto suave y Zoran le acompa?a; mientras, la penumbra engulle las cuatro paredes y, de fondo, el tol¨®n-tol¨®n de las vacas nunca cesa. Podr¨ªa ser una pel¨ªcula de Emir Kusturica. Es la Via Dinarica.
Y, sin embargo, precisamente difidencia y viejos rencores, adem¨¢s de la burocracia, complican el camino del proyecto. Y, m¨¢s en general, de los pa¨ªses que atraviesa. Un chico bosnio de 36 a?os lo resume as¨ª: ¡°Es dif¨ªcil, los pol¨ªticos siguen siendo los mismos¡±. Y eso que, a priori, la pregunta indagaba en sus ganas de formar una familia. Lo cierto es que muchos de su edad est¨¢n dejando la capital bosnia, Sarajevo, en busca de m¨¢s suerte en el extranjero. Enseguida, agrega: ¡°La guerra sucedi¨® hace tres d¨¦cadas, pero algunos siguen en ello¡±.
Desde luego, el conflicto contin¨²a presente en muchas conversaciones. Apenas tarda en salir, a menudo acompa?ado de un bufido resignado. ¡°Est¨¢ bien hablar y recordar, pero no quiero que sea el primer asunto que se trate con los turistas¡±, afirma Alibasic, que de peque?o huy¨® a Alemania con su madre y hermana, mientras su padre debi¨® quedarse para combatir. ¡°La Via Dinarica busca la conexi¨®n a trav¨¦s de nuestra naturaleza, que siempre estuvo ah¨ª¡±, a?ade.
¡°El primer objetivo es fomentar el desarrollo de las ¨¢reas rurales. El otro es promover una marca tur¨ªstica que conecta a la gente de Yugoslavia a trav¨¦s de sus paisajes. Tambi¨¦n se puede ver como una dimensi¨®n pol¨ªtica¡±, sostiene la directiva de Naciones Unidas. Aunque cerca de 100.000 muertes, hace apenas 30 a?os, suponen una herida que todav¨ªa duele. Y m¨¢s porque se mataron vecinos, amigos.
Serbios contra croatas contra bosnios. Degollamientos, rogos, fosas comunes, hasta la c¨¦lebre masacre de Srebrenica. Y los 1.425 d¨ªas de asedio que sufri¨® Sarajevo, el m¨¢s largo de una ciudad europea en la historia contempor¨¢nea. El propio Museo de los Cr¨ªmenes contra la Humanidad y el Genocidio, en la capital, avisa de que sus salas contienen algunas de las peores crueldades jam¨¢s perpetradas por el ser humano. ¡°Bijeljina desapareci¨® por completo de la faz de la tierra¡±, escribe Velibor ?oli? en Los bosnios (Perif¨¦rica), una recopilaci¨®n de min¨²sculos relatos que son como l¨¢pidas de vidas truncadas.
¡°Nunca hubo una reconciliaci¨®n¡±, aporta Thierry Joubert mientras conduce el coche delante de la mezquita de Umoljani, lo ¨²nico que qued¨® en pie de una aldea reducida a cenizas. Hoy, sin embargo, ha sido reconstruida, y desde aqu¨ª empieza otro sendero de la Via Dinarica. Hay quien cree que un proyecto as¨ª solo pod¨ªa nacer de la iniciativa privada. Y que los pa¨ªses de la desaparecida Yugoslavia, o al menos sus gobiernos, todav¨ªa no est¨¢n listos para trabajar en algo que les una tanto. Aunque la propia ruta ofrece constantemente ejemplos de lo contrario. O de lo que podr¨ªa ser alg¨²n d¨ªa.
Se dice que humor y hospitalidad son rasgos t¨ªpicos del car¨¢cter bosnio. As¨ª lo confirma el periodista Marc Casals, tras 12 a?os por aqu¨ª, en La piedra permanece (Libros del K.O.). Buena prueba de la iron¨ªa innata es que, adem¨¢s de tanto dolor, la guerra ha dado tambi¨¦n material para decenas de chistes macabros. La en¨¦sima demostraci¨®n de los brazos abiertos, en cambio, llega ante el ¨²nico bar a orillas del lago Trnova?ko. La soledad del caminante dura lo que tarda un tr¨ªo de amigos en dirigirse a ¨¦l: ¡°Si¨¦ntate con nosotros, te invitamos a una cerveza¡±. Lo que levantan, m¨¢s bien, es un banquete. Darko saca su rakija casero ¡ª¡±limpio como las l¨¢grimas¡±¡ª, Vesko no para de cortar embutidos y Milo? insiste al reci¨¦n llegado: ¡°Come, hermano, come¡±. Dos horas despu¨¦s, alrededor de la mesa se ha montado una fiesta. La comida fluye, el alcohol tambi¨¦n, y las risas se contagian. Cualquiera que baja hasta aqu¨ª desde el monte Magli? es invitado a acercarse y probar un bocado.
¡ªPero, ?todos estos son amigos vuestros?
¡ªQu¨¦ va. Tanto como t¨², responde Milo?.
Pero la Via Dinarica tambi¨¦n sabe sublimar la soledad. En Donje Bare, por ejemplo, el viajero puede alquilar la ¨²nica caba?a de la meseta: nada de electricidad, ni agua caliente. El calor lo proporcionan mantas y una estufa de le?a. A cambio, se saborea algo de la vida de los ricos: ha costado horrores llegar, pero de golpe, aunque sea por unas horas, uno posee un chalet y un lago. Y puede sentirse como el mism¨ªsimo Tito, que ten¨ªa una residencia por aqu¨ª. Tres d¨ªas despu¨¦s, al rev¨¦s, tanto aislamiento ha hecho mella. Y entonces la ruta demuestra que tambi¨¦n sabe ofrecer confort. En el pueblo de Lukomir, uno de los pocos que se salv¨® de la carnicer¨ªa de los noventa del pasado siglo, se encuentran los primeros restaurantes de todo el viaje. Y el capitalismo ni siquiera necesita sacar toda su artiller¨ªa de seducci¨®n. Basta una nevera llena de refrescos congelados. Y una pregunta de Narsid Malse?a, el camarero:
¡ª ?Una bebida, se?or?
Contrastes. Mundos opuestos, reunidos. Aunque, quiz¨¢s, la mayor contradicci¨®n afecta al futuro de la Via Dinarica. Actualmente, lucha por hacerse conocida y acoger a m¨¢s turistas. Y, sin embargo, mientras no se afirme como destino viajero dif¨ªcilmente podr¨¢ consolidar su estructura y mejorar. Cerca del lago Orlova?ko, un cartel muestra un plan para crear en 10 a?os una zona de chalets privados. Resulta que el futuro que algunos quieren para estas tierras es el presente de buena parte de Europa. Frente a ello, Thierry Joubert tiene otra visi¨®n: para dentro de una d¨¦cada, imagina un itinerario senderista ya m¨¢s apuntalado, y apoyado por las administraciones locales. Aunque estima al menos 20 a?os para que el sue?o que tuvieron se convierta en realidad. Queda, pues, un sendero largo. Y lleno de aventuras.