C¨®mo amamantar a la hija mientras se soluciona una urgencia en el trabajo
Garazi Olaziregi, ingeniera inform¨¢tica y madre soltera, tuvo que hacer malabares durante el confinamiento para poder conciliar su profesi¨®n con el cuidado de su hija
Se cay¨® la plataforma. El instrumento a trav¨¦s del cual m¨¢s de 3,5 millones de usuarios (alumnos, profesores, familias¡) segu¨ªan las clases desde casa en la segunda semana del confinamiento se qued¨® in albis. Garazi Olaziregi es una de las tres ¨²nicas personas que pod¨ªa arreglarlo. Ingeniera inform¨¢tica, ¨²nica desarrolladora de su empresa (con 20 desarrolladores varones), jefa de equipo y tambi¨¦n madre soltera. Aquel d¨ªa, m¨¢s que nunca, fue todas esas cosas a la vez. Estaba de pie en mitad de la cocina de su casa, en el centro de Madrid. Con una mano atend¨ªa el chat Guardias en e...
Se cay¨® la plataforma. El instrumento a trav¨¦s del cual m¨¢s de 3,5 millones de usuarios (alumnos, profesores, familias¡) segu¨ªan las clases desde casa en la segunda semana del confinamiento se qued¨® in albis. Garazi Olaziregi es una de las tres ¨²nicas personas que pod¨ªa arreglarlo. Ingeniera inform¨¢tica, ¨²nica desarrolladora de su empresa (con 20 desarrolladores varones), jefa de equipo y tambi¨¦n madre soltera. Aquel d¨ªa, m¨¢s que nunca, fue todas esas cosas a la vez. Estaba de pie en mitad de la cocina de su casa, en el centro de Madrid. Con una mano atend¨ªa el chat Guardias en el que se comunican para las urgencias del trabajo. Con la otra sujetaba la cabecita de su hija, Ada, mientras la amamantaba. Garazi se mov¨ªa dando saltitos, meci¨¦ndola. Una mano iba del rat¨®n al chat, la otra del teclado a la cabeza de la ni?a. Lo solucionaron en solo unos minutos. Ada se durmi¨®. Ella sigui¨® un buen rato dando saltitos de forma casi mec¨¢nica.
¡°Voy a atender a lo que m¨¢s se caiga, a mi hija o a la plataforma¡±, bromeaba Garazi (San Sebasti¨¢n, 36 a?os) con su jefe en esos primeros d¨ªas de estado de alarma, a finales de marzo de 2020. Su hija, que entonces ten¨ªa un a?o y tres meses, estaba aprendiendo a andar y se mov¨ªa por toda la casa. Su empresa y su puesto de responsable de soporte t¨¦cnico y sistemas se convirtieron en fundamentales para que los colegios ?funcionaran en la distancia. Recuerda aquellos d¨ªas como un continuo. ¡°No hab¨ªa horarios, todo me daba igual. Si Ada dorm¨ªa, me pon¨ªa a trabajar. Me duchaba cuando pod¨ªa, estaba agotada¡±. Y entonces tom¨® la mejor decisi¨®n posible: irse a casa de su madre.
Lo recuerda sentada en el sof¨¢ de su sal¨®n casi un a?o despu¨¦s. La ?peque?a Ada le pasa por encima y le hace caranto?as. ¡°Teta¡ favor¡ tar ni llorar¡±, dice la ni?a. ¡°Teta, por ?favor, sin gritar ni llorar¡±, traduce su ?madre.
La conciliaci¨®n o corresponsabilidad es una asignatura pendiente desde mucho antes de esta crisis y est¨¢ en el centro de las demandas feministas. El cuidado de hijos y mayores lo asumen de forma abrumadora las mujeres. Por cada europeo que deja su trabajo para cuidar hay 17 mujeres que abandonan su puesto para hacerse cargo de alg¨²n familiar (Eurostat, 2019). Durante la pandemia, una de cada cinco trabajadoras ha renunciado a todo o a parte de su trabajo para cuidar, seg¨²n una encuesta de la organizaci¨®n Malas Madres con 7.500 respuestas. Usaron sus vacaciones (74%), excedencias (21%) o una reducci¨®n de jornada (11%), como Garazi.
A finales de marzo se mud¨® a casa de su madre, Piedad G¨®mez, de 68 a?os. Vive en el barrio de al lado, pero trasladarse en aquellos d¨ªas de p¨¢nico era el equivalente a pasear por Marte. Mand¨® una maleta con lo b¨¢sico por correo. Llev¨® a la ni?a envuelta en pl¨¢stico, con el miedo de contagiar a la abuela. Para evitar que Piedad se expusiera, Garazi trabajaba, hac¨ªa la compra y paseaba al perro. La abuela se encargaba de la ni?a durante sus siete horas de trabajo. ¡°Ada consume mucha energ¨ªa y se le hac¨ªa muy largo¡±, recuerda Garazi. Mientras trabajaba, apenas pod¨ªa apartar los ojos del ordenador. ¡°A mi madre le parec¨ªa que las ten¨ªa un poco abandonadas y a m¨ª que hab¨ªamos invadido su casa¡±. Durante el confinamiento su madre la salv¨®.
No hab¨ªa horarios, todo me daba igual. Si mi hija dorm¨ªa, me pon¨ªa a trabajar. Me duchaba cuando pod¨ªa, estaba agotada
Ahora Garazi trabaja presencialmente. Y todo es milim¨¦trico en su vida. Se levanta a las 6.30, se ducha y se viste. A las 7.20 despierta a Ada. Al filo de las ocho de la ma?ana cogen el autob¨²s hacia la escuela infantil. Ada se queda all¨ª hasta las cinco de la tarde. Ella va a su empresa, trabaja siete horas y come a toda prisa antes de salir a por su hija. ¡°Voy corriendo a todas partes y siento que nunca llego a tiempo¡±, dice. A ratos le puede la culpa: ¡°Siento que no soy buena madre ni buena hija¡±.
Cree que la pandemia ha dejado lecciones para compatibilizar la vida en familia y el trabajo. En julio pudo trasladarse con su madre y su hija a Galicia, donde Piedad tiene una casa, y disfrutar de ellas y del mar cuando acababa de trabajar. Pero quedan otras lecciones pendientes: ¡°Hemos aprendido a aceptar restricciones, pero a¨²n no se ha articulado la forma de que el justificante de tu hijo enfermo valga para que puedas quedar exenta del trabajo. Deber¨ªa ser una norma que no quedara a la decisi¨®n de cada compa?¨ªa, y no solo en pandemia. Si el toque de queda es una distop¨ªa, la conciliaci¨®n sigue siendo ciencia ficci¨®n¡±.