Mi vida en un pa¨ªs vacunado
Vivir en Israel es ahora mismo lo m¨¢s parecido a saborear un futuro que se asemeja a la antigua normalidad, previa a la pandemia. El corresponsal de EL PA?S visita los escenarios de ese nuevo encuentro social, solo accesibles con el salvoconducto que le da la vacuna. Un dilema ¨¦tico en el Estado m¨¢s avanzado del planeta en inmunizaci¨®n, donde la covid est¨¢ acorralada. De momento.
¡°No estar¨ªamos reunidos tantos millares de no haber sido por las vacunaciones¡±. Al pie del Muro de las Lamentaciones, Itay Peuli, de 35 a?os, celebra con esas palabras, como si fueran las de una oraci¨®n, un nuevo comienzo. De familia jud¨ªa de origen yemen¨ª, distinguido con una capa blanca entre las levitas negras askenaz¨ªes, sonr¨ªe complacido en el acto m¨¢s multitudinario celebrado en Jerusal¨¦n desde que estall¨® la pandemia. A m¨ª tambi¨¦n me sorprende la masiva bendici¨®n de los cohanim, los descendientes de los antiguos sacerdotes del templo. Devuelve la abigarrada estampa de las grandes ceremo...
¡°No estar¨ªamos reunidos tantos millares de no haber sido por las vacunaciones¡±. Al pie del Muro de las Lamentaciones, Itay Peuli, de 35 a?os, celebra con esas palabras, como si fueran las de una oraci¨®n, un nuevo comienzo. De familia jud¨ªa de origen yemen¨ª, distinguido con una capa blanca entre las levitas negras askenaz¨ªes, sonr¨ªe complacido en el acto m¨¢s multitudinario celebrado en Jerusal¨¦n desde que estall¨® la pandemia. A m¨ª tambi¨¦n me sorprende la masiva bendici¨®n de los cohanim, los descendientes de los antiguos sacerdotes del templo. Devuelve la abigarrada estampa de las grandes ceremonias al principal lugar de culto del ?juda¨ªsmo. Desde la Navidad de 2019 en Bel¨¦n, en mi trabajo como corresponsal no hab¨ªa observado semejante gent¨ªo en Tierra Santa.
¡°La Pascua significa liberaci¨®n y ahora salimos seguros de la peste¡±, razona el ortodoxo Peuli, due?o de una empresa textil de Tel Aviv. ¡°Puede que ya hayamos alcanzado el 80% de la normalidad del pasado¡±, sugiere, ¡°pero en realidad estamos estrenando una nueva vida¡±. La celebraci¨®n, que ha coincidido este a?o con la Semana Santa cristiana cat¨®lica, ha marcado el principio del fin de la pandemia para quienes vivimos en Israel. Las familias jud¨ªas han vuelto a reagruparse en clanes con miembros de todas las edades en la cena del s¨¦der, el ritual que rememora la emancipaci¨®n de la esclavitud en Egipto y el ¨¦xodo hacia la Tierra Prometida. Procesiones y viacrucis cristianos han regresado a las callejuelas de la Ciudad Vieja. Hace un a?o est¨¢bamos todos confinados por el miedo al virus, aislados en familias nucleares, bajo toque de queda y sometidos a controles policiales.
Con m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n completamente vacunada, ya hace tiempo que brilla la luz al final del t¨²nel. La retirada de la obligaci¨®n de llevar mascarilla en los espacios abiertos, vigente desde el 19 de abril, acerca m¨¢s la salida de la crisis sanitaria. ¡°Si no aumentan los contagios, todo estar¨¢ completamente reabierto en mayo¡±, ha anticipado tras las festividades de Pascua el coordinador nacional israel¨ª para la covid-19, el m¨¦dico especialista en salud p¨²blica Nachman Ash. Con menos de dos centenares de nuevos casos diarios a mediados de abril entre los 9,2 millones de israel¨ªes y una tasa de positividad que ronda el 0,5% de las pruebas de detecci¨®n, Israel ya parece estar a salvo del coronavirus, plaga que se ha cobrado m¨¢s de 6.200 muertes en este pa¨ªs. La obligaci¨®n de usar mascarillas en espacios abiertos puede suprimirse incluso antes, pronostica Ash.
El hotel Arthur se sit¨²a en el centro colonial de Jerusal¨¦n, trazado hace un siglo a cartab¨®n bajo el Mandato Brit¨¢nico. Sharon Revenik, de 50 a?os, acaba de llegar para registrarse en medio de la animaci¨®n pascual en la Ciudad Santa. ¡°Ha sido una sorpresa, venimos a celebrar mi cumplea?os¡±, dice rodeada de familiares y amigos, que la han llevado a Jerusal¨¦n sin decirle ad¨®nde acud¨ªan. Muestra orgullosa un documento que le ha permitido, asegura, recuperar la libertad de movimientos. Es el pase verde o certificado de vacunaci¨®n, un salvoconducto que permite acceder a hoteles y lugares como auditorios culturales, instalaciones deportivas o al interior de bares, restaurantes y salas de fiestas. Los extranjeros con residencia permanente tambi¨¦n lo hemos recibido tras ser inmunizados.
Se ha convertido en patente para navegar la nueva normalidad para los cerca de cinco millones de inocu?lados con las dos dosis de Pfizer-BioNTech, ¨²nica vacuna administrada hasta ahora en el Estado jud¨ªo. El Ministerio de Sanidad tambi¨¦n lo expide para los cientos de miles de pacientes que han superado la covid-19, que en general solo reciben una inyecci¨®n. En forma de aplicaci¨®n descargada en el m¨®vil o impresa en un documento blanco y verde que tambi¨¦n incluye el c¨®digo digital QR, abre las puertas de la vida de antes.
Ya permite viajar a Grecia y Chipre, entre otros destinos con acuerdos bilaterales de reconocimiento de certificados, sin necesidad de someterse a cuarentena al regreso de las vacaciones. Desde que comenz¨® a finales de febrero la desescalada del ¨²ltimo confinamiento, en el que se alcanzaron picos de m¨¢s de 10.000 contagiados diarios, las tasas de infecci¨®n se han desplomado. Para entonces, cerca de la mitad de la poblaci¨®n ya hab¨ªa recibido al menos una de las dosis de la vacuna.
Los contagios son cada vez m¨¢s infrecuentes en Israel, a pesar de que un 30% de la poblaci¨®n ¡ªlos menores de 16 a?os¡ª no puede estar protegida a¨²n por falta de constataci¨®n de la efectividad de las vacunas en ese tramo de edad. Despu¨¦s de que Pfizer haya solicitado luz verde en EE UU para inyectar su f¨®rmula a partir de los 12 a?os, el Ministerio de Sanidad israel¨ª conf¨ªa en poder inmunizarlos desde mayo.
El Menora Mivtachim Arena de Tel Aviv estrenaba tambi¨¦n en Pascua un ampliado aforo: 3.000 entradas entre sus socios repartidos por las 10.500 plazas del recinto deportivo para el partido estrella de la Euroliga de baloncesto en Israel: Maccabi-Barcelona. ¡°Es el mejor encuentro al que hemos podido asistir en mucho tiempo¡±, se?ala con el m¨®vil y el pase verde en la mano Noga Jablonsky, una aficionada de 18 a?os que se dispone a cumplir el servicio militar, obligatorio en el Estado hebreo.
En el edificio de las taquillas de la sede del Maccabi veo muchos ni?os. Tres centenares de menores de 16 a?os se someten a test de ant¨ªgenos en una experiencia piloto para poder presenciar el partido. Uno de los m¨¢s peque?os se resiste a que un enfermero enfundado en un traje protector le introduzca un palillo por la nariz. Sus padres han tenido que pagar 50 s¨¦queles (12,50 euros), que se suman a los entre 300 y 600 s¨¦queles (entre 75 y 150 euros) que vienen a costar las entradas para el choque ¡°de alto inter¨¦s¡± con el Bar?a, precisa Oren Afra, responsable comercial del club.
¡ª?No es peligroso para el chico entrar en un recinto cerrado con tanta gente? ¡ªle pregunto a Emmanuel ?Attar, de 70 a?os, que ha invitado a su nieto Itamar, de 12. Quienes estamos vacunados desde hace tiempo hemos perdido ya la percepci¨®n del riesgo.
¡ªNos hac¨ªa tanta ilusi¨®n volver a ver un partido juntos ¡ªconfiesa¡ª. Nos sentaremos en una zona aislada ¡ªpromete el abuelo.
La hinchada m¨¢s bulliciosa del Maccabi, bautizada Puerta 8 por ocupar ese sector del grader¨ªo, anima sin cesar el ambiente sin dejar huecos entre butacas. Edward Kaprov, el fot¨®grafo que me acompa?a, me retrata ante sus banderas amarillas. ¡°No son peligrosos, aunque han aprendido a desconcentrar a todos los rivales con insultos en su propio idioma. Ahora todo empieza a ser tan normal¡±, explica entre bromas y veras, enfundado en la camiseta del Barcelona, Mois¨¦s Levy, jud¨ªo valenciano de 23 a?os, que se halla a punto de completar los estudios de Administraci¨®n de Empresas en una universidad privada del ¨¢rea metropolitana de Tel Aviv. ¡°Es una pena que no haya podido venir Pau Gasol¡±, lamenta, como si estuviese asistiendo al primer partido de su vida.
Un mill¨®n de israel¨ªes, un 11% de la poblaci¨®n, se niegan a vacunarse a pesar de vivir en un pa¨ªs que cuenta con una gran reserva de dosis y en el que se puede obtener la cita para la inoculaci¨®n en menos de 24 horas. Los bulos difundidos en las redes sociales han calado entre las sectas ultraortodoxas y grupos de j¨®venes laicos, pero la cuota de negacionistas no parece desbordarse.
A las autoridades sanitarias les preocupa mucho m¨¢s la eventual aparici¨®n de nuevas variantes de coronavirus, m¨¢s infecciosas y letales o con mayor capacidad de propagaci¨®n. Por ello las puertas de entrada al pa¨ªs, con el aeropuerto David Ben Gurion a la cabeza, siguen cerradas para los extranjeros sin permiso de residencia. Israel se est¨¢ planteado aceptar solo a los visitantes que acrediten estar vacunados.
De puertas para adentro tambi¨¦n se empieza a aplicar el mismo rasero. Un tribunal laboral de Tel Aviv ha avalado la decisi¨®n de la Administraci¨®n de vetar el acceso a clase a una profesora que hab¨ªa decidido no inmunizarse. Aunque la justicia reconoce el derecho de los ciudadanos a no vacunarse, en el caso de los maestros lo supedita al deber de cuidar de la salud de los alumnos. El pase verde ha abierto un debate ¨¦tico. La ONG M¨¦dicos por los Derechos Humanos admite que el certificado vacunal favorece la reanudaci¨®n de la actividad econ¨®mica con garant¨ªas, pero alerta sobre su uso indiscriminado. Considera que puede erosionar libertades individuales y violar la confidencialidad de los datos sanitarios personales.
En la plaza de Sion, lugar emblem¨¢tico de las citas en la Ciudad Santa, Micaela Harari, de 58 a?os, directora de la academia de danza Flamenca Studio, ofrece una actuaci¨®n patrocinada por el Ayuntamiento con algunas de sus 15 alumnas. ¡°La vida se hab¨ªa parado y era casi imposible planificar el futuro¡±, recuerda tras un a?o que considera perdido. ¡°Algunos proyectos est¨¢n empezando a tener impulso¡±, revela ahora con un alegre gui?o: ¡°Estoy dando clase a j¨®venes palestinos en Jerusal¨¦n Este¡±.
Reconozco no haber echado mucho de menos el rezo en los santos lugares de la Ciudad Vieja, ni los partidos en la cancha del Maccabi, pero el regreso a las barras de los bares y las mesas de los restaurantes, que permanecieron clausuradas casi seis meses desde septiembre, nos ha alegrado a la mayor¨ªa. Como el retorno a las playas. O a los gimnasios. En los centros comerciales ultramodernos se hace caja como antes de la pandemia. Y los mercados callejeros tradicionales ¡ªcomo el Mahane Yehuda, en Jerusal¨¦n, o el Carmel de Tel Aviv¡ª vuelven a estar abarrotados.
Hace tiempo que ya nadie nos toma la temperatura a la entrada, en el sobreentendido de que casi todos estamos ya vacunados. Por encima de los 50 a?os eso es bastante cierto, con cerca de un 90% de tasa de inmunizaci¨®n con las dos inyecciones de Pfizer. Entre los mayores de 20 a?os, dos tercios de la poblaci¨®n est¨¢n ya protegidos. Pero solo la mitad se halla vacunada en el grupo de 16 a 19 a?os, que concentra ahora el 40% de las infecciones. El mensaje de las autoridades ha calado menos entre los m¨¢s j¨®venes.
Mientras en Israel ya se vive el d¨ªa de despu¨¦s, en Gaza (dos millones de habitantes) se han disparado las infecciones, con una morbilidad de hasta 6.000 casos diarios, seguida de cerca de Cisjordania (2,5 millones de habitantes). En la franja costera se han podido vacunar unas 40.000 personas. Otras 110.000 en Cisjordania, sin contar a un n¨²mero similar de trabajadores palestinos que han sido inoculados por la sanidad israel¨ª. Como potencia ocupante desde 1967, Israel debe hacerse cargo de la inmunizaci¨®n en Palestina, sostienen las ONG humanitarias internacionales. ¡°La vacunaci¨®n masiva en los pa¨ªses vecinos va en su inter¨¦s¡±, argumenta la Organizaci¨®n Mundial de la Salud.
En el escenario de la ?pera de Tel Aviv, el primer violinista Eckart Lorenzen, de 60 a?os, se cruza con el fagotista Rotem Nir, de 22, poco antes de que la Orquesta Sinf¨®nica de Israel ofrezca en su sede estable la Cuarta sinfon¨ªa de Beethoven. El primero ha visto el tiempo de la pandemia como una plaga sin conciertos en el extranjero. ¡°Ech¨¢bamos de menos al p¨²blico¡±, asegura mientras observa tras un tel¨®n la llegada de espectadores: un cupo de 300, entre los 2.100 abonados de la orquesta, que se distribuyen con calculada distancia por las 1.600 butacas de platea y anfiteatro.
Desde el vest¨ªbulo, Uri Shamir, de 85 a?os, profesor em¨¦rito de la Universidad Technion de Haifa, coincide en la misma a?oranza: ¡°?C¨®mo hemos podido vivir todo este tiempo sin la m¨²sica que amamos?¡±. Rotem, el m¨¢s joven miembro de la orquesta, ha vivido en cambio la pandemia como una oportunidad en su carrera por convertirse en director. ¡°Ahora me llaman de todas partes en Israel porque los maestros internacionales no pueden venir¡±, aclara.
¡ªLa entrada cuesta 80 s¨¦queles [20 euros] ¡ªdetalla Shaul Mizrahi, propietario del Barby, uno de los clubes musicales m¨¢s c¨¦lebres de Florentin, barrio de la noche en el mestizo sur de Tel Aviv.
¡ª?Y la cerveza? ¡ªle interrogan los reporteros.
¡ªVale 26 s¨¦queles, igual que la copa de arak ¡ªreplica, al referirse al licor anisado mezclado con agua y hielo que es compartido por los pueblos enemistados del Mediterr¨¢neo oriental.
¡°Aqu¨ª no entra nadie sin vacunar¡±, zanja el interrogatorio Mizrahi en las primeras horas de la noche del jueves, prefacio del fin de semana en Oriente Pr¨®ximo. Cientos de j¨®venes se agolpan para asistir al concierto del cantautor Atar Mainer, bautizado como ¡°profeta¡± del hip hop por la cr¨ªtica musical israel¨ª. Todos deslizan el m¨®vil dos veces por el lector de datos conectado al ordenador del due?o del Barby. La primera, para verificar el pago. La segunda, para registrar la validez del pase verde.
En la primavera del a?o pasado, mientras los dem¨¢s segu¨ªamos confinados, el due?o del club Barby se encontraba acampado en huelga de hambre ante la residencia del primer ministro en Jerusal¨¦n, en una protesta del sector del ocio nocturno por el prolongado cierre de los locales. La recuperaci¨®n de la econom¨ªa se presenta ahora m¨¢s espinosa que la salida de la pandemia. Israel ha pasado del pr¨¢ctico pleno empleo ¡ª4% de ¨ªndice de paro en febrero de 2020¡ª al 17% un a?o m¨¢s tarde.
En la antigua nave industrial reconvertida en escenario musical se ha completado de largo el aforo de 600 asistentes. ¡°Es el mismo que ten¨ªamos antes de la pandemia¡±, explica Mizrahi. En torno al escenario por el que se pasea Atar Mainer, muchos dan saltos. Entran ganas de perderse entre la masa.
Amit Bishap, arquitecto de 33 a?os, y su pareja, Resut Bassar, ingeniera electr¨®nica de 31 a?os, me cuentan que es su primer concierto en m¨¢s de un a?o. Coincidimos los tres. ¡°Cu¨¢nto ech¨¢bamos de menos volver a nuestra vida de antes¡±, admite ella. ¡°Ya nos sentimos seguros¡±, sostiene ¨¦l. ¡°Ahora que estamos vacunados¡±, pienso.
Desde las gradas que rodean la pista observamos c¨®mo cientos de j¨®venes entran en trance cuando Mainer canta: ¡°Nada es real. Todo es un videojuego¡±. Corean el estribillo machac¨®n y bailan entusiasmados como si no hubiese azotado al mundo la peor peste en un siglo.