La ¨ªnsula barata
Creta, la ¨ªnsula Barataria del escritor colombiano H¨¦ctor Abad Faciolince, queda muy lejos de Medell¨ªn, donde vive, pero muy cerca de su alma. Es donde quiere una y otra vez regresar. La ha sentido muy pr¨®xima en su encierro pand¨¦mico
Son muchos los motivos por los que Sancho sigue a Don Quijote. Uno de ellos es la ilusi¨®n de que el caballero gane ¡°en qu¨ªtame all¨¢ esas pajas, alguna ¨ªnsula¡± y deje a su escudero ¡°por gobernador della¡±. Esta ilusi¨®n se enciende en el primer cap¨ªtulo de la primera parte de la novela. En la literatura espa?ola, cuando las islas no son islas reales, sino imaginarias, dejan de ser islas y se convierten en ¨ªnsulas. Tal vez los latinismos, como los cultismos en griego, siempre, nos lleven a un territorio en el que parece que entendemos la lengua, sin acabar de entenderla, porque nos es familiar, si...
Son muchos los motivos por los que Sancho sigue a Don Quijote. Uno de ellos es la ilusi¨®n de que el caballero gane ¡°en qu¨ªtame all¨¢ esas pajas, alguna ¨ªnsula¡± y deje a su escudero ¡°por gobernador della¡±. Esta ilusi¨®n se enciende en el primer cap¨ªtulo de la primera parte de la novela. En la literatura espa?ola, cuando las islas no son islas reales, sino imaginarias, dejan de ser islas y se convierten en ¨ªnsulas. Tal vez los latinismos, como los cultismos en griego, siempre, nos lleven a un territorio en el que parece que entendemos la lengua, sin acabar de entenderla, porque nos es familiar, sin ser la nuestra. Nuestras lenguas muertas son como las fotos de los bisabuelos que no conocimos: extra?amente familiares. Imaginarias son las muchas ¨ªnsulas de las novelas de caballer¨ªa e imaginaria la ¡°¨ªnsula Barataria¡± que al fin, con mano firme, gobierna Sancho Panza, siguiendo los salom¨®nicos consejos de su se?or, cuando su sue?o se cumple en los cap¨ªtulos centrales de la segunda parte del Quijote.
Cuando uno sue?a con estar en otra parte, con irse al fin de la casa por c¨¢rcel que nos ha dado la plaga del murci¨¦lago, con salir del confinamiento, del miedo y del encierro, esas ansias de lejan¨ªa se parecen al lugar donde al fin el Amado y la Amada se juntan y se encuentran en el C¨¢ntico espiritual de San Juan de la Cruz: ¡°Mi Amado, las monta?as, / los valles solitarios nemorosos, / las ¨ªnsulas extra?as, / los r¨ªos sonorosos, / el silbo de los aires amorosos¡±. Esas ¨ªnsulas extra?as, nos explica el poeta, ¡°est¨¢n ce?idas con la mar y allende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicaci¨®n de los hombres¡±.
Quiz¨¢ sea por todo esto que cuando yo pienso en irme de Colombia, en alejarme del virus, de la peste, de la violencia y de todo lo que tanto me duele y me afecta en mi pa¨ªs, mi a?oranza consiste en una ¨ªnsula griega, y m¨¢s concretamente en una isla real, con monta?as, con valles solitarios nemorosos (otro latinismo; quiere decir boscosos), con las aguas m¨¢s di¨¢fanas que existen, y con un altiplano en donde el silbo de los aires te mima y te acaricia tanto que de verdad parece que fueran amorosos. Podr¨ªa ser otra, de las much¨ªsimas islas que hay en Grecia, pero en mi caso particular hablo de una, la que mejor conozco y a la que siempre quiero regresar: Creta.
La gran ventaja de Creta es que no es una ¨ªnsula que yo tenga que gobernar. Su pol¨ªtica, cuando estoy all¨ª, no me puede importar menos. No me entero de si gobierna la izquierda o la derecha. Si alguien me quiere dar informaciones al respecto, lo detengo con un ruego de silencio. No es una ¨ªnsula Barataria, sino barata, y me gusta recorrerla a pie, en autom¨®vil, en bicicleta, por sus caminos y playas y monta?as, por arenas y acantilados, por pueblos y valles y bosques apartados, bebiendo mucho de su lefk¨® kras¨ª, que en castellano se llama vino blanco, devorando ensaladas m¨¢s frescas que los aires amorosos, nadando por horas sin cansarme, yendo de un cabo a otro de bah¨ªas cuyo nombre puede ser cualquiera, y extendi¨¦ndome al sol hasta que toda mi melanina amerindia de mestizo del tr¨®pico me convierta, casi, en marinero del mar Mediterr¨¢neo.
Lo bueno del griego (y de la lengua griega de la isla de Creta) es que te suena familiar, y por momentos crees que lo entiendes, pero en realidad no se entiende casi nada, o se entienden algunas cosas sin terminar de entenderlas. Es fascinante que ¡°salida¡± se diga ¡°¨¦xodos¡±; es muy raro que ¡°mudanza¡± se diga ¡°met¨¢fora¡± (pues s¨ª: llevar de un lado a otro las palabras); que una plaza importante se llame ¡°Syntagma¡±; que la cuenta de la cena sea una especie de logaritmo: lojariasm¨®s, y que en la casa del novelista m¨¢s famoso de la isla, Nikos Kazantzakis, en Myrtia, te topes con cartas de Neruda y de alg¨²n poeta comunista colombiano que ya no lee casi nadie, Jorge Zalamea, en alfabeto griego.
Mis caminos de Creta no son los tur¨ªsticos. Solo en el primer viaje visit¨¦ el palacio de Cnosos, el laberinto de D¨¦dalo, el improbable lugar donde sangr¨® el Minotauro, y los restos del huso y la madeja que quedaron del hilo que hil¨® y urdi¨® Ariadna. Ya una vez fui, y no vuelvo, a la Caverna de Zeus, en Lasithi, arriba en el altiplano, a 2.000 metros de altitud. Mi viaje, el nuevo viaje que ahora hago en mi mente, no es a los sitios de la mitolog¨ªa, ni al encuentro con el pasado y el origen del pensamiento occidental. Es un viaje distinto, un viaje al para¨ªso que no existe (otro mito), pero que en Creta se parece al imaginado cuando uno al fin se extiende al sol sobre la arena, y vuelve a ser un animal que palpita sin pensar, o que nada con la mente perfectamente en blanco, que nada sin pensar en nada, como el pez que fuimos hace cientos de millones de a?os.
En un poema menos antiguo que los mitos griegos, menos viejo que los de San Juan, mucho m¨¢s reciente que la ¨ªnsula Barataria de Cervantes, el gran poeta cretense, de Herakli¨®n, Odysseas Elytis, nos habla de una isla desierta que, una vez que la conoces, ya lo ¨²nico que quieres es volver siempre a ella. Es posible que la isla de Elytis no sea Creta, sino Lesbos, porque el sue?o del viaje no suele ser endog¨¢mico (hacia lo nuestro), sino exog¨¢mico (hacia lo ajeno). Lo propio es tan doloroso que solo en otraparte, y no en el propio pa¨ªs, puede uno vivir alejado de todo aquello que nos ofende y duele y enfurece.
En alem¨¢n existe una palabra que equivale a la nostalgia (repasemos: n¨®stos es casa en griego, y algia, dolor, por lo que nostalgia es el dolor de la propia casa). Esto en alem¨¢n es Heimweh, literalmente, el dolor de hogar. Pero en alem¨¢n existe una especie de ant¨®nimo de la nostalgia, que equivale a las ansias de lejan¨ªa: Fernweh, o dolor de lo lejano, ganas de estar muy lejos, ansias de visitar tierras extra?as.
Vuelvo entonces al poema de Odysseas Elytis, que no le hace honor a su nombre, Odiseo, Ulises, el que despu¨¦s de 20 a?os, enfermo de nostalgia, volvi¨® a ?taca y los brazos de Pen¨¦lope, que hilaba y deshilaba m¨¢s telas que Ariadna. Esa isla de Elytis es muy probable que no sea Creta, la isla real, sino otra, como ya les dije, que podr¨ªa ser Lesbos. Pero para m¨ª, que no nac¨ª all¨¢, sino muy muy lejos, en un pueblo sin mar, en las monta?as de Antioquia, en el coraz¨®n de los Andes, para m¨ª, repito, s¨ª es Creta. Creta es mi ¨ªnsula barata, mi ¨ªnsula irreal y fant¨¢stica como el sue?o placentero de Elytis:
Pongo proa pongo ruta,
voy en busca de una isla que en el mapa no figura¡
En aquel lugar no sabes
de ladrones ni asesinos¡
Son sus costas sombreadas,
de ¨¢rboles en sus bordes,
cangrejos que se encaraman¡
Adi¨®s odio,
adi¨®s inquinas,
terquedad de cada uno.
Si ves la desierta isla
todo lo dem¨¢s es humo.
Basta una vez en la vida.
Me bast¨® ver a Creta una sola vez en la vida, ya casi en la vejez, para saber que siempre querr¨ªa volver a ella como a lo m¨¢s lejano y ajeno a mi experiencia, como a lo m¨¢s ¡°otro¡±, pero al mismo tiempo lo m¨¢s ¨ªntimo. Porque en estas ¨ªnsulas irreales, que parecen Fernweh, ans¨ªas de lejan¨ªa y no nostalgia, quiz¨¢ lo que sentimos sea una nostalgia m¨¢s profunda: la que aspira a devolvernos a la naturaleza, a nuestro ser animal, casi sin mente, casi sin pensamiento, sin preocupaciones, sin pol¨ªtica, sin religi¨®n, sin ideolog¨ªa, sin nada. Un pez que nada, un lagarto al sol, una cabra que huele hierbas y camina ¨¢gil entre las rocas ¨¢ridas¡ M¨¢s unas pocas cosas de la cultura ?humana: un cuarto fresco, el sabor del cordero y del tomate, la dulzura de las frutas, el hondo aroma del aceite de oliva, la sed del agua y la embriaguez del vino.
El escritor colombiano Abad Faciolince (Medell¨ªn, 1958) ha publicado siete novelas. Fernando Trueba ha llevado al cine su libro ¡®El olvido que seremos¡¯, acerca de la orfandad y el asesinato en 1987 de su padre, el activista por los derechos humanos H¨¦ctor Abad G¨®mez.