Saint-Tropez, el para¨ªso de Brigitte Bardot
La vida de la localidad francesa podr¨ªa dividirse en un antes y un despu¨¦s de que la actriz rodar¨¢ all¨ª ¡¯Y Dios cre¨® a la mujer¡±. La riqueza ostentosa de una parte de sus visitantes ha convertido este enclave en el destino favorito de la ¡®jet-set¡¯ y curiosos atra¨ªdos por su leyenda.
La vida de Saint-Tropez podr¨ªa dividirse en un antes y un despu¨¦s de que Brigitte Bardot rodara en esta poblaci¨®n costera francesa Y Dios cre¨® a la mujer. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir tambi¨¦n tuvieron casa aqu¨ª. Romy Schneider, Catherine Deneuve y Jos¨¦ Luis de Vilallonga fueron otros de los habituales del lugar. La riqueza ostentosa de una parte de sus visitantes ha convertido este enclave en el destino favorito de representantes de la jet-set y curiosos atra¨ªdos por su leyenda.
La vista desde la terraza de La Ponche, el hotelito en el barrio de pescadores de Saint-Tropez que frecuentaban las estrellas del cine y la literatura, ha cambiado poco. Las monta?as a la otra orilla del golfo, los veleros y, como dec¨ªa la escritora Fran?oise Sagan, ¡°el ¨²nico elemento estable del pueblo: el agua azul, el agua lisa¡±. S¨ª, ahora se ven m¨¢s construcciones en la costa que en las fotograf¨ªas de la ¨¦poca y alg¨²n yate interrumpe la calma del Mare Nostrum. Pero La Ponche ¡ªeste rinc¨®n del pueblo que ?Brigitte Bardot hizo c¨¦lebre cuando en 1956 protagoniz¨® Y Dios cre¨® a la mujer¡ª parece inmune al paso del tiempo.
¡°Mire, ah¨ª nac¨ª yo¡±, dice Simone Duckstein se?alando el edificio que en aquel a?o, 1943, todav¨ªa no era un hotel, sino un bar regentado por sus padres. Sentada en la terraza, ?Duckstein habla del Saint-Tropez de antes, del de ahora. Ella estuvo aqu¨ª desde el principio. A todos los vio pasar. A ?Picasso y a Boris Vian, el trompetista-poeta que convenci¨® a los padres de Simone para abrir una peque?a bo?te de jazz que tras la II Guerra Mundial se convertir¨ªa en una sucursal en la Costa Azul de Saint-Germain-des-Pr¨¦s, el barrio existencialista de Par¨ªs. A Simone de Beauvoir y a Jean-Paul Sartre. A sus amigas: Sagan, la autora de Buenos d¨ªas, tristeza, y Bardot o B. B., recluida desde hace a?os en sus casas, La Madrague y La Garrigue, cerca de aqu¨ª, pero indiscutible emperatriz de Saint-Tropez. Y a tantos otros: Romy Schneider, Catherine Deneuve, ?Jos¨¦ Luis de Vilallonga!¡ No cita tantos nombres por vanidad. Realmente fueron el paisaje de su vida. Pocas personas vieron tan de cerca y desde una atalaya como esta ¡ªla terraza de La Ponche¡ª los dramas y las alegr¨ªas, las transformaciones profundas y lo que nunca cambia en la vida de uno de los destinos veraniegos m¨¢s exclusivos.
¡°Es un pueblo de verdad, con sus tradiciones. Y a la vez todo el mundo est¨¢ aqu¨ª¡±, resume Simone Duckstein. ¡°Hay algo tel¨²rico en Saint-Tropez, hay algo en el suelo¡±, a?ade. Materia, magia¡ La historia de Saint-Tropez podr¨ªa dividirse, como la era cristiana, en un antes de Brigitte Bardot y un despu¨¦s de Brigitte Bardot (a. B. B. y d. B. B.). El a?o cero es el del estreno de Y Dios cre¨® a la mujer, la historia de una mujer libre y moderna que revoluciona un pueblo costero que se debat¨ªa entre mantener la tradici¨®n de la pesca o abrirse al turismo. Uno de los pretendientes de la protagonista quiere construir un casino. Otro se resiste a venderle los terrenos. No hubo un casino en Saint-Tropez ¡ªpara ello hay que desplazarse a Sainte-Maxime, en la otra orilla del golfo, o a Cannes, o a Niza¡ª, pero el ¨¦xito mundial de la pel¨ªcula, dirigida por el esposo de B. B. Roger Vadim, removi¨® los cimientos del pl¨¢cido puerto, hasta entonces un refugio de artistas, intelectuales, actores de Hollywood y burgueses parisienses. Como los Bardot, recuerda Duckstein, quienes, tras pasar la noche en el tren, sol¨ªan llegar con sus hijas, Brigitte y Mijanou, por la ma?ana y dirigirse a La Ponche para desayunar. Nada volvi¨® a ser igual en la era d. B. B. ¡°El mundo entero nos hab¨ªa descubierto, el pueblo ya no nos pertenec¨ªa, hab¨ªa que compartirlo¡±, explica Simone Duckstein. ¡°No se pod¨ªan dar dos pasos en la calle sin que alguien preguntase: ¡®?D¨®nde vive Brigitte Bardot?¡¯. Saint-Tropez hab¨ªa dejado de ser una joya secreta y era el lugar que atra¨ªa los focos mundiales, el pueblo que despertaba todo tipo de fantas¨ªas, el escenario de m¨¢s y m¨¢s pel¨ªculas ¡ª?la serie c¨®mica de El gendarme, de Louis de Fun¨¨s, y otras¡ª, y el im¨¢n de estrellas y ricos de todo pelaje.
¡°Ten¨ªamos muy mala reputaci¨®n en aquella ¨¦poca¡±, dice Duckstein cuando recuerda los a?os posteriores a Y Dios cre¨® a la mujer. ¡°Era el lugar de la fiesta y el bling-bling¡±, a?ade aludiendo a la onomatopeya que imita el ruido de las joyas y designa a la riqueza ostentosa de una parte del p¨²blico que empez¨® a visitar Saint-Tropez a partir de los a?os sesenta: una mezcla de jet-set y curiosos por el nombre del municipio. Ahora entrar en Saint-Tropez por carretera puede ser un calvario debido a un tr¨¢fico digno de una gran ciudad en hora punta. Y basta un paseo por el puerto para comprobar la hegemon¨ªa bling-bling: los peque?os barcos amarrados a la sombra gigantesca de los yates frente al famoso caf¨¦ S¨¦n¨¦quier, las callejuelas que son un centro comercial de firmas de lujo al aire libre, las mansiones protegidas y aisladas, una ONU de milmillonarios. ¡°Hoy hay que conocer a las personalidades de 20 pa¨ªses, y esto complica el trabajo¡±, declar¨® hace unos a?os el fot¨®grafo de celebridades Pierre Aslan a Le Monde. ¡°Se acab¨® la ¨¦poca en la que los habituales echaban ra¨ªces todo el verano. Ahora algunos llegan con barcos de 250 millones de euros y al d¨ªa siguiente se marchan¡±.
Nadie escribi¨® tan bien del viejo Saint-Tropez como Fran?oise Sagan, quien ten¨ªa habitaci¨®n en La Ponche. Por entonces ya hab¨ªa trasladado sus cuarteles a Normand¨ªa, pero le gustaba acudir a pasar unos d¨ªas fuera de temporada en la Costa Azul. Sol¨ªa sentarse en la terraza con vistas al mar, la misma donde ahora Simone Duckstein desgrana sus recuerdos. ¡°Ya no es la risa lo que reina en la noche, ni el placer, ni la curiosidad¡±, escribi¨® Sagan. ¡°Es una especie de exhibici¨®n permanente ¡ªy generalmente falsa¡ª de esta alegr¨ªa, de este placer, de esta curiosidad; una exhibici¨®n que oculta, de hecho, y poco a poco, una sociedad tan burguesa, tan regimentada, tan cotilla y provinciana que puede o podr¨ªa ser la de una ciudad cuyos h¨¦roes ya solo tuvieran derechos y ning¨²n deber¡±.
Duckstein, que ha escrito varios libros sobre el hotel y el pueblo, vendi¨® La Ponche el a?o pasado. No tiene hijos y quer¨ªa asegurarse de que el establecimiento le sobrevivir¨ªa.
Al contrario que Sagan, quien muri¨® en 2004, Bardot nunca desert¨® de Saint-Tropez, aunque hace a?os que no se la ve por las calles.
¡ª?Todav¨ªa preguntan los turistas por ella? ¡ªle decimos a Duckstein.
¡ªMenos, menos.
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