Hablemos de la regla
Basta ya de tener que hacernos pasar por hombrecitos para conseguir un puesto secundario en el cielo del trabajo |?Columna de Rosa Montero
Hace poco, en el transcurso de una cena, una mujer encantadora de unos 40 a?os, inteligente y sin duda feminista, coment¨® jocosamente que una alumna suya, al entregar un trabajo retrasado, se hab¨ªa justificado diciendo que le dol¨ªa la regla, un argumento que me parece que mi vecina de mesa juzgaba inapropiado y demasiado expl¨ªcito. Fue una menci¨®n pasajera, la conversaci¨®n cambi¨® y yo no dije nada, pero me qued¨¦ pensando en la fuerza del tab¨² de la menstruaci¨®n. En c¨®mo esa sangre secreta a¨²n es considerada sucia y humillante en el inconsciente colectivo. De eso no se habla, que no se te note,...
Hace poco, en el transcurso de una cena, una mujer encantadora de unos 40 a?os, inteligente y sin duda feminista, coment¨® jocosamente que una alumna suya, al entregar un trabajo retrasado, se hab¨ªa justificado diciendo que le dol¨ªa la regla, un argumento que me parece que mi vecina de mesa juzgaba inapropiado y demasiado expl¨ªcito. Fue una menci¨®n pasajera, la conversaci¨®n cambi¨® y yo no dije nada, pero me qued¨¦ pensando en la fuerza del tab¨² de la menstruaci¨®n. En c¨®mo esa sangre secreta a¨²n es considerada sucia y humillante en el inconsciente colectivo. De eso no se habla, que no se te note, eso se disimula. Es posible que todas las mujeres, incluso las m¨¢s avanzadas y peleonas, sigan (sigamos) manteniendo un grumo de verg¨¹enza menstrual anclado en alg¨²n remoto rinc¨®n del cerebelo.
Por eso la nueva normativa del Ministerio de Igualdad sobre las reglas dolorosas levanta semejante polvareda: porque nos obliga a tocar el tema, a discutir hasta los m¨¢s m¨ªnimos detalles, a quebrar por fin uno de los silencios m¨¢s colosales y aberrantes de nuestra cultura. Las mujeres sangramos varios d¨ªas al mes durante un periodo importante de nuestras vidas, tres o cuatro d¨¦cadas. A veces lo hacemos hemorr¨¢gicamente y vamos perdiendo hierro y manchando asientos (qu¨¦ bochorno sientes); y a veces duele mucho. Pero mucho. Duele hasta marearse, hasta vomitar, hasta no poder ponerte erguida. Y hasta padecer migra?as insoportables. Yo lo he pasado fatal durante muchos a?os y, cuando ten¨ªa trabajo que hacer, me drogaba de manera tan desaforada, mezclando f¨¢rmacos y bebiendo ampollas de Nolotil como si fueran agua, que llegu¨¦ a entender lo f¨¢cil que debe de ser morir de sobredosis por accidente cuando el dolor te desquicia tanto. Es un sufrimiento repetitivo y relativamente com¨²n que hemos aguantado, callado y ocultado con tanto ¨¦xito que nadie le ha prestado nunca la menor atenci¨®n. Un reciente reportaje publicado en EL PA?S explica que en el mundo s¨®lo hay un centro para la investigaci¨®n del ciclo menstrual y la ovulaci¨®n (est¨¢ en Vancouver); su directora, Jerilynn Prior, dice que de este tema se conoce tan poco que ni siquiera se sabe qu¨¦ es una ¡°regla normal¡±. Son esas cosas ¡°t¨ªpicas de mujeres¡± que no le interesan a nadie.
Y eso que tenemos la suerte de vivir en Europa. Porque en otras zonas del planeta es infinitamente peor. Cada d¨ªa tienen la regla 800 millones de mujeres y muchas carecen de dinero para comprar tampones o compresas desechables. Hay 2.200 millones de individuos que no tienen un acceso seguro al agua potable, y una de cada diez personas vive en la pobreza m¨¢s extrema. Imagina a todas esas mujeres intentando mantenerse aseadas y sufriendo la angustia de que se les note la menstruaci¨®n, porque en sus sociedades el tab¨² es a¨²n peor. En 2019 se public¨® en Espa?a un ensayo magn¨ªfico de la sueca Anna Dahlqvist, Es solo sangre (Navona), que refleja de forma escalofriante ese suplicio. Entrevist¨® a mujeres de Uganda, Kenia, Banglad¨¦s y la India. El libro se lee como un relato de terror.
De modo que hablemos de la regla. Aplaudo a las alumnas que explican a sus profesores que no pudieron terminar el trabajo porque estaban dobladas por el dolor de ovarios. ?Bienvenida sea la baja que visibiliza eso! Hay que atender las necesidades de la menstruaci¨®n como parte del derecho a la salud de las mujeres. Leo que Cristina Anto?anzas, vicesecretaria general de UGT, opina que la baja ¡°vuelve a poner el foco sobre las mujeres en una cuesti¨®n que nos diferencia de los hombres¡±, y que podr¨ªa suponer ¡°un nuevo freno¡± para obtener un empleo. Entiendo lo que dice, pero disiento; dudo mucho que, frente a una flagrante desventaja laboral que afectara a los varones, aconsejara ocultarla para no desincentivar el empleo. Y s¨ª, nosotras menstruamos y ellos no; pero basta ya de tener que hacernos pasar por hombrecitos para conseguir un puesto secundario en el cielo del trabajo. Reconozcamos la existencia del poderoso y turbulento r¨ªo menstrual. De esa sangre c¨ªclica que nos recuerda nuestra capacidad de gestaci¨®n. ?Qu¨¦ formidable s¨ªmbolo de vida! Siempre he dicho que, si los hombres menstruaran, la literatura estar¨ªa llena de met¨¢foras de la sangre. Pues bien, ya va siendo hora de que las mujeres pongamos las palabras.