Y en cambio t¨²...
Los mitos ense?an que todas las comparaciones ¡ªincluso entre diosas¡ª terminan por resultar odiosas |?Columna de Irene Vallejo
Todav¨ªa duele aquel recuerdo de infancia, el escozor de las voces adultas: tu prima es m¨¢s obediente, mira a ese ni?o que no llora, ojal¨¢ aprendas a comportarte como tu amiga o tu hermano, f¨ªjate qu¨¦ notas saca, es el mejor del equipo, la m¨¢s simp¨¢tica; en cambio t¨²¡ El alud de reproches te arrastraba a una competici¨®n sigilosa y hac¨ªa aflorar tus inseguridades, tu miedo, tu timidez. Lo peor de las comparaciones es que da?an por igual al perjudicado y al ensalzado: crean cu?as de aversi¨®n, enrarecen amistades, presionan a unos y menosprecian a otros.
Ya en la mitolog¨ªa griega las comparaciones causaban terribles cat¨¢strofes colectivas. Tetis y Peleo, futuros padres de Aquiles, celebraron en el Olimpo la boda m¨¢s sonada de la temporada pagana. Sin embargo, olvidaron invitar a Eris y, en venganza, esta divinidad de la discordia arroj¨® en medio del baile una manzana de oro ¡°para la m¨¢s bella¡±. Las tres celebridades de la fiesta, Hera, Atenea y Afrodita, codiciaban el premio del primer concurso de belleza conocido. Las candidatas exhibieron sus encantos ante el juez Paris y, a escondidas, le ofrecieron regalos a cambio de su voto ¡ªla corrupci¨®n es tan antigua como los dioses¡ª. Gan¨® Afrodita, que lo soborn¨® con la promesa de conquistar a Helena, la mortal m¨¢s hermosa del mundo, casada con el rey de Esparta. As¨ª naci¨® la largu¨ªsima guerra de Troya, que no se origin¨® ¡ªcomo suele decirse¡ª con la historia de amor, fuga y adulterio de Paris y Helena, sino con el juego sucio en las cloacas del certamen de Miss Olimpo.
Este pasatiempo envenenado se practica a¨²n en las galas medi¨¢ticas donde los famosos se exhiben posando en alfombras rojas, otro invento de los griegos. La primera menci¨®n escrita de su uso como s¨ªmbolo de poder aparece ya en Agamen¨®n, de Esquilo. En esta tragedia, Clitemnestra ordena que su marido el rey sea recibido con una alfombra carmes¨ª para guiarlo a casa, donde trama asesinarlo. Todav¨ªa hoy, en la mejor tradici¨®n, se hacen comentarios sangrantes al elaborar las listas de los mejores o peores cuerpos que desfilan por el tapete p¨²rpura.
Nos inculcan las comparaciones desde la m¨¢s tierna infancia. En tu ni?ez los adultos sol¨ªan preguntar, sonrientes, traviesos, ligeramente p¨¦rfidos, como jugando: ?a qui¨¦n quieres m¨¢s, a mam¨¢ o a pap¨¢? As¨ª aprend¨ªamos a mirar midi¨¦ndonos con el pr¨®jimo. La serie Mad Men retrata a un equipo de prestigiosos creativos publicitarios que trabajan juntos, pero rivalizan ferozmente por los ¨¦xitos, el salario, los ascensos, los premios, el carisma. Como la madrastra de Blancanieves, tratan de anular a sus colegas con manzanas inyectadas de envidia. Exhiben ostentosamente el bot¨ªn de sus coches y unas flamantes viviendas neoyorquinas, e incluso sus mujeres aceptan formar parte del torneo en lucha por eclipsarse unas a otras. Estos comportamientos funcionan como met¨¢fora de los anuncios que dise?a la agencia: fabrican un mundo idealizado, un espejo donde los dem¨¢s siempre son m¨¢s felices, m¨¢s atractivos, m¨¢s triunfadores que nosotros. Un juicio de Paris donde siempre perdemos. Solo la posesi¨®n del producto promete calmar la ansiedad y colmar el deseo de ser otros.
El fil¨®sofo Zygmunt Bauman escribi¨® en Amor l¨ªquido que esta mentalidad erosiona nuestros afectos. En la ¨¦poca consumista, nos emparejamos mirando alrededor por si encontramos algo mejor, temerosos de perder quiz¨¢ en otro lugar un premio m¨¢s valioso: ¡°Una relaci¨®n, le dir¨¢n los expertos, es una adquisici¨®n como cualquier otra. Si no est¨¢ completamente satisfecho, devuelva el producto¡±. Pero el miedo a ser abandonados por otra mercanc¨ªa m¨¢s prometedora ¡ªm¨¢s joven, m¨¢s bella¡ª acrecienta nuestra inseguridad, nuestro sentirnos menos. Los antiguos nos advirtieron frente a las manzanas de la discordia y los espejitos m¨¢gicos. Entre las cosas que hacen que valga la pena vivir, el poeta romano Marcial enumeraba: ¡°Querer ser lo que eres y no preferir nada m¨¢s¡±. Cuando intentamos imitar a otros, descubrimos la imposibilidad de la impostura, siembra de envidias y divisiones, enga?os y da?os. Los mitos ense?an que todas las comparaciones ¡ªincluso entre diosas¡ª terminan por resultar odiosas.
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