Todo lo que hacemos lentamente
En una ¨¦poca de satisfacciones instant¨¢neas no viene mal recordar el sabor de la paciencia
Ya puede uno ser Jos¨¦ Andr¨¦s o el padre ?ngel ¡ªpor citar dos santos laicos¡ª que sin embargo cualquiera apreciar¨¢ en su propia caligraf¨ªa la huella de la mano de Ca¨ªn. Quiz¨¢ la consideraci¨®n parezca exagerada, pero alguna incomodidad cierta tendremos con nuestra propia letra toda vez que ¡ªseg¨²n los expertos en paleograf¨ªa y diplom¨¢tica¡ª el af¨¢n por imitar las letras de imprenta alcanza rasgos de constante universal. Cuando, a mediados del...
Ya puede uno ser Jos¨¦ Andr¨¦s o el padre ?ngel ¡ªpor citar dos santos laicos¡ª que sin embargo cualquiera apreciar¨¢ en su propia caligraf¨ªa la huella de la mano de Ca¨ªn. Quiz¨¢ la consideraci¨®n parezca exagerada, pero alguna incomodidad cierta tendremos con nuestra propia letra toda vez que ¡ªseg¨²n los expertos en paleograf¨ªa y diplom¨¢tica¡ª el af¨¢n por imitar las letras de imprenta alcanza rasgos de constante universal. Cuando, a mediados del XIX, el Gobierno espa?ol impuso la ense?anza de la cursiva inglesa, se excus¨® el extranjerismo con la alusi¨®n a la ¡°letra imperfecta, confusa y muchas veces ininteligible¡± que por entonces se ense?aba y se escrib¨ªa. Imperfecta, confusa, ininteligible: no hace falta ser m¨¦dico para reconocerse ah¨ª.
Por contraste, una caligraf¨ªa limpia y suelta pod¨ªa favorecer una carrera, y era un requisito en el estamento mercantil. Eso aparece en los novelones del propio XIX, tiempo de tinteros, pendolistas y manguitos. Aquella vieja cursiva, emanada de la est¨¦tica dieciochesca en torno a la superioridad de la curva, parec¨ªa honrar la m¨¢xima de que s¨®lo se lee con placer aquello que fue escrito con esfuerzo. A modo de venganza, los espa?oles inventar¨ªan la palabra ¡°cursi¡±.
La ense?anza de la caligraf¨ªa lleg¨® a ser, en efecto, una norma capaz de causar no pocos sufrimientos entre los menos h¨¢biles. Arraigaba, en cambio, para toda la vida, y uno recuerda todav¨ªa a su abuelo escribiendo cartas con una letra miniada y ¡ªa la vez¡ª de pulso insuperable. Incluso aquellos que tuvimos que tomar dosis repetidas de los Cuadernos Rubio no dejaremos de reconocer con pasmo eso que toda la vida se llam¨® una buena letra. No digo que una caligraf¨ªa de espanto nos haga humildes. Pero s¨ª ten¨ªamos ante nosotros el ideal de una perfecci¨®n inasequible con el que ponderar lo exiguo de nuestros esfuerzos. Y, por mera comparaci¨®n, ¨ªbamos aprendiendo verdades no siempre c¨®modas: lo mucho que cuesta hacer las cosas bien, el cuidado y la atenci¨®n tan exacta que requieren; lo aleatorio de unos dones que no siempre nos tocaron a nosotros y las equivalencias un poco azarosas entre m¨¦rito y recompensa. Ah¨ª, rectificar el trazo de una pe era una escuela para tolerar eso que aparece de cuando en cuando en la vida y que se llama frustraci¨®n.
Tal vez aquella no fuera la peor de las lecciones. Alabamos la escritura a mano por la sensualidad, por el rasgueo del plum¨ªn, la belleza reciente de la tinta sobre el papel o la perfecci¨®n tan humana con que una estilogr¨¢fica se va haciendo a tu mano. Sin ning¨²n af¨¢n ludita, tambi¨¦n habr¨ªa que alabarla por encarnar tantas virtudes que el mundo hoy deplora, pero que siguen siendo necesarias para el mundo. En a?os del ¡°lo quiero todo y lo quiero ahora¡±, a¨²n hay cosas que merecen y llevan su tiempo. En una ¨¦poca de satisfacciones instant¨¢neas, con la pizza a 10 minutos de casa, el caf¨¦ a un capsulazo y el porno a chorro por la Red, no viene mal recordar el sabor de la paciencia. Y en tiempos de aceleraci¨®n en las comunicaciones, qui¨¦n sabe si no alcanza un valor m¨¢s hondo todo aquello que se rige por el esfuerzo sostenido y no por la inmediatez. Ni siquiera estar¨¢ de m¨¢s, rebosantes de autoestima como estamos, saber de nuestros l¨ªmites y nuestras impotencias. Pongamos a la nostalgia en su sitio: desde luego, es mejor mandar un whatsapp a tu novia que tener que mandarle una carta desde el frente. Y no nos libraremos de la paradoja de tener en la cocina una freidora de aire para luego asaltar los restaurantes que prometen cocina de casa. No se trata de volver a ning¨²n ayer. Pero hemos dedicado demasiada energ¨ªa a cantar las ¨¦picas del fracasar y demasiado poca a glosar la prosa diaria del intentarlo.
Ante todo, hemos roto el v¨ªnculo entre las cosas lentas y las cosas bien hechas. Ah¨ª estamos, en el estruendo de un gin-tonic frente a la contemplaci¨®n de un brandi, en el s¨¢ndwich de la oficina frente al m¨ªnimo ritual de la comida, en la compulsi¨®n del shopping ¡ªropa de comprar y tirar¡ª frente a esos c¨¢lculos y estrategias que merec¨ªa la ropa para durar. Desde luego, est¨¢ por hacer la cuenta sobre los beneficios y desventajas ¡ªen Finlandia se ha planteado¡ª de ense?ar a los ni?os la caligraf¨ªa de siempre. Sin embargo, frente a la ilusi¨®n de lo inmediato, el mundo todav¨ªa se empe?a en ense?arnos que cualquier cosa que vale la pena ¡ªun idioma, un libro, un amor, una vida hecha¡ª nos seguir¨¢ exigiendo todo nuestro esfuerzo y nuestro tiempo. Y precisamente porque toda vida tiende a ser ¡°imperfecta, confusa, ininteligible¡±, lo m¨¢s que podemos hacer, lo ¨²nico que se nos pide, es cuidar el redondeo de la o.