?bano vivo
El sistema esclavista nutri¨® las entra?as mismas de una sociedad que se jactaba de ser la flor y nata civilizada
Deseamos ¡ªc¨®mo deseamos¡ª pertenecer, ser aceptados. Queremos que nos acojan, pero en cuanto nos sentimos integrados empezamos a excluir a otros. La argamasa de las alianzas es, demasiadas veces, la enemistad compartida. Las identidades nacen con una opini¨®n muy favorable de s¨ª mismas, pero crecen con una mirada hostil hacia los diferentes. T¨² conociste muy temprano ese desprecio: en el patio de ni?os como en el redil de adultos, marginar al fr¨¢gil refuerza la solidez del clan.
Nuestra historia refleja esta paradoja del humanitarismo selectivo: colaboraci¨®n dentro de la tribu, salvajismo...
Deseamos ¡ªc¨®mo deseamos¡ª pertenecer, ser aceptados. Queremos que nos acojan, pero en cuanto nos sentimos integrados empezamos a excluir a otros. La argamasa de las alianzas es, demasiadas veces, la enemistad compartida. Las identidades nacen con una opini¨®n muy favorable de s¨ª mismas, pero crecen con una mirada hostil hacia los diferentes. T¨² conociste muy temprano ese desprecio: en el patio de ni?os como en el redil de adultos, marginar al fr¨¢gil refuerza la solidez del clan.
Nuestra historia refleja esta paradoja del humanitarismo selectivo: colaboraci¨®n dentro de la tribu, salvajismo fuera. En su trilog¨ªa El mar, P¨ªo Baroja retrat¨® una de sus formas extremas: la trata. Recurri¨® a recuerdos familiares, ciertas dosis de ficci¨®n y abundantes documentos ver¨ªdicos. Escogi¨® el g¨¦nero en apariencia ligero de la novela de aventuras para mirar all¨ª donde la literatura no quer¨ªa asomarse, constatando lo rentable que fue para Europa deshumanizar a millones de africanos raptados para el tr¨¢fico. Las inquietudes de Shanti And¨ªa nos lleva a bordo de El Drag¨®n, barco negrero ¡ªas¨ª lo llaman ellos mismos, sin tapujos¡ª propiedad de una sociedad francoholandesa, al mando de un vasco llamado Zaldumbide. ¡°En el fondo, el capit¨¢n era m¨¢s avaro que cruel. Su ¨²nica preocupaci¨®n era reunir dinero¡±. Repet¨ªa su frase favorita: m¨¢s all¨¢ de la l¨ªnea, todos son enemigos. Compraba hombres y mujeres a cambio de fusiles, p¨®lvora, aguardiente y baratijas. A bordo, los nombraba como mercanc¨ªa inanimada. Bultos de ¨¦bano. Fardos. Surtido. G¨¦nero. Al llegar a destino, m¨¢s de la mitad hab¨ªa servido de pasto a los tiburones. Aun as¨ª, el negocio era rentable. Ante todo ¡ªsol¨ªa decir Zaldumbide¡ª, seriedad comercial. La indagaci¨®n sobre esta barbarie contin¨²a en otra novela, protagonizada por el capit¨¢n Chimista y el joven Embid, semblanza de Los pilotos de altura y sus bajezas.
En la misma ¨¦poca que describe Baroja, narr¨® su vida Juan Francisco Manzano, cubano nacido en la esclavitud durante el periodo colonial. Se atrevi¨® a firmar como poeta en una sociedad que le prohib¨ªa no solo publicar, sino incluso leer y escribir. ¡°El esclavo es un ser muerto¡±, clam¨® Manzano. Su Autobiograf¨ªa es el primer testimonio en espa?ol de esta muerte en vida, redactado a petici¨®n de un grupo de ilustrados que en 1836 organiz¨® una colecta para comprar su libertad.
Seg¨²n el historiador Hugh Thomas en su Historia del tr¨¢fico de seres humanos de 1440 a 1870, el movimiento abolicionista decimon¨®nico centr¨® su denuncia en la atrocidad de las rutas comerciales. Nadie pod¨ªa defender las expediciones que viajaban a ?frica con la misi¨®n de secuestrar a gentes libres, matar a gran parte en el proceso y vender a las supervivientes. El hacinamiento despiadado de los pasajes se us¨® para sacudir conciencias. En opini¨®n de Thomas, la esclavitud se aboli¨® gracias al empe?o de individuos concretos, como Montesquieu o el turolense Isidoro de Antill¨®n, asesinado quiz¨¢ por manifestarse contra los traficantes. El sistema esclavista nutri¨® las entra?as mismas de una sociedad que se jactaba de ser la flor y nata civilizada, pero ejerc¨ªa su humanismo con ciertas personas m¨¢s que con otras. Y esa mentalidad no muri¨® con la prohibici¨®n.
Ahora, cuando oleadas de exiliados y migrantes llaman a las puertas, olvidamos convenientemente aquel pasado de explotaci¨®n. Los mares que nos ba?an vuelven a te?irse de trata y muerte. En Apuntes para un naufragio, el italiano Davide Enia desvela el Mediterr¨¢neo que no queremos mirar. Lo que todos saben y fingen no saber. Los reglamentos que obstaculizan rescates. La externalizaci¨®n de la brutalidad fronteriza en manos de autocracias sobornadas. ¡°Cuando sucede una gran cat¨¢strofe, la costa se ve invadida de f¨¦retros y televisiones. Despu¨¦s, todo prosigue como de costumbre. Naufragios de lanchas atestadas y desatendidas. En Lampedusa, las manos callosas de los pescadores, los relatos de cad¨¢veres encontrados sistem¨¢ticamente al izar las redes¡±. Hoy como ayer, humanitarismo selectivo. La palabra ¡°humano¡± proviene del lat¨ªn humus ¡ªtierra¡ª, ra¨ªz de ¡°humildad¡±. Sin embargo, siempre negamos nuestro territorio y deshumanizamos precisamente a los m¨¢s humildes.