La vida es juego
Aprendemos m¨¢s cuando el placer nos hace olvidar que estamos aprendiendo. Con suerte, conseguimos ser ni?os con los a?os
Empollona. Repelente. Lista. Todo, incluso los halagos, puede arrojarse como insulto. A la defensiva, te acostumbraste a ocultar cu¨¢nto te apasiona aprender. Era mejor esconderte, revestir tu inter¨¦s de un disfraz utilitario: si consigo sobresalientes me comprar¨¢n una bicicleta, me llevar¨¢n de viaje. Las negociaciones y los sobornos eran menos sospechosos que el entusiasmo. Imposible reconocer que saber era para ti el deporte m¨¢s intenso, la droga favorita, la embriaguez m¨¢s comple...
Empollona. Repelente. Lista. Todo, incluso los halagos, puede arrojarse como insulto. A la defensiva, te acostumbraste a ocultar cu¨¢nto te apasiona aprender. Era mejor esconderte, revestir tu inter¨¦s de un disfraz utilitario: si consigo sobresalientes me comprar¨¢n una bicicleta, me llevar¨¢n de viaje. Las negociaciones y los sobornos eran menos sospechosos que el entusiasmo. Imposible reconocer que saber era para ti el deporte m¨¢s intenso, la droga favorita, la embriaguez m¨¢s completa. Un placer inaplazable.
Con el tiempo averiguaste que la palabra ¡°escuela¡± procede del griego schol¨¦, que significa ¡°ocio, tiempo libre¡±. Nuestros antepasados pensaban que las horas de estudio son un recreo para uno mismo, frente al trabajo, que te pone al servicio de un amo o del dinero. En lat¨ªn, studium se traduce por ¡°afici¨®n, mimo¡±. Y la voz ludus, de la misma familia que la ilusi¨®n, serv¨ªa para nombrar a la vez el juego y la escuela. En la divisi¨®n entre descanso y tareas, aprender pertenec¨ªa al terreno de la libertad y la diversi¨®n. La escuela antigua no siempre supo estar a la altura de ese risue?o ideal, pero ya S¨®crates y los sofistas entendieron la ense?anza como disfrute y di¨¢logo. Con su afilada iron¨ªa, el fil¨®sofo ateniense se mofaba de la solemnidad de la educaci¨®n pomposa, y sus di¨¢logos interpelaban a la gente entre bromas, por las calles o en el ¨¢gora. Su m¨¦todo exclu¨ªa el miedo o la ansiedad.
Siglos m¨¢s tarde, Epicteto se interes¨® por las lecciones del juego. Que la vida iba en serio lo comprendi¨® muy pronto. Naci¨® esclavo de un amo cruel cuyas palizas le provocaron lesiones duraderas. Consigui¨® la libertad y se dedic¨® a ser maestro de pensamiento. Cuando en el a?o 93 el emperador Domiciano decidi¨® expulsar de Roma a los fil¨®sofos y matem¨¢ticos, se instal¨® en la ciudad griega de Nic¨®polis, donde subsisti¨® pobre y solo. Sin embargo, sus Disertaciones aconsejan afrontar cada tarea con la perfecci¨®n del m¨¢s h¨¢bil jugador y, al mismo tiempo, esa distancia que sentimos hacia el bal¨®n. ¡°A ninguno de los contendientes les importa la pelota como un bien o un mal, sino que les importa tirarla y recibirla. En eso reside la armon¨ªa, en eso reside el arte, la rapidez, la maestr¨ªa¡±. Epicteto se?al¨® una paradoja esencial: necesitas cierta ligereza para jugar con solidez. En los grandes campeonatos, quienes se muestran agobiados por el acontecimiento, obsesionados por la victoria, pierden brillo, gozo y alborozo. Aceptar con alegr¨ªa el riesgo del error permite explorar la mejor versi¨®n de cada persona. Nuestra obsesiva cultura del ¨¦xito detesta la derrota, cuando es la higiene b¨¢sica de la partida. Este empecinamiento a?ade una presi¨®n innecesaria que destruye la libertad de experimentar y arriesgar. El pensador estoico hubiera aborrecido como una forma de esclavitud mental esta obstinaci¨®n por los resultados acad¨¦micos y los implacables expedientes impecables.
En esta ¨¦poca de grandes desaf¨ªos, ansiedad creciente y medios menguantes, quienes se dedican a la ense?anza deben afrontar cada d¨ªa aut¨¦nticos ejercicios de equilibrismo y malabares. Para que su trabajo no se convierta en campo de batalla, sino de juego ¡ªcomo quer¨ªan los antiguos¡ª, necesitan apoyo y recursos. Hemos colocado sobre sus hombros una enorme responsabilidad, y nos corresponde ofrecerles deportivamente confianza, compa?erismo y cordialidad, sin olvidar que ¡°escuela¡± significa ¡°recreo¡±. El ensayo cl¨¢sico de Johan Huizinga, Homo ludens, explica que jugar no es lo contrario de la seriedad, como muestra la concentraci¨®n de los ajedrecistas. De hecho, implica un orden que ¡°lleva al mundo imperfecto y la vida confusa a una perfecci¨®n provisional. La m¨ªnima desviaci¨®n estropea todo el juego, le hace perder su sentido. Si se incumplen las reglas se deshace el mundo imaginario¡±. Desde tiempos inmemoriales, a todas las edades, buscamos pretextos l¨²dicos para poner a prueba nuestras habilidades en una atm¨®sfera de concentraci¨®n y reto, pero tambi¨¦n de alegr¨ªa y broma. Aprendemos m¨¢s cuando el puro placer nos hace olvidar que estamos aprendiendo. Con suerte, conseguimos ser ni?os con los a?os: tal vez solo deber¨ªamos tomar en serio lo que nos haga sonre¨ªr.