Reencuentro en el muelle de Arguinegu¨ªn
Un marroqu¨ª viaja desde Italia en busca de su hermano, que ha llegado a Canarias en patera desde Dajla
Noche cerrada antes de ayer en Barranco Seco, el paraje rec¨®ndito donde se ha instalado el nuevo campamento para inmigrantes que llegan a Gran Canaria. Casi no hay estrellas y no se intuye ni el perfil de las cuatro palmeras desplumadas que salpican el paisaje. S¨ª se oye el ladrido de unos perros de presa a los que un grupo de hombres entrena con brazos acolchados en una explanada de tierra. Pero el resto es silencio y oscuridad.
Por el borde de l...
Noche cerrada antes de ayer en Barranco Seco, el paraje rec¨®ndito donde se ha instalado el nuevo campamento para inmigrantes que llegan a Gran Canaria. Casi no hay estrellas y no se intuye ni el perfil de las cuatro palmeras desplumadas que salpican el paisaje. S¨ª se oye el ladrido de unos perros de presa a los que un grupo de hombres entrena con brazos acolchados en una explanada de tierra. Pero el resto es silencio y oscuridad.
Por el borde de la carretera, con el andar torcido y cansado por el peso de una bolsa de viaje llena de ropa, aparece de repente Abdellah, un marroqu¨ª de 25 a?os, que busca un taxi en mitad de la nada. Vuelve andando del campamento donde intentaba localizar a Ahmed, el nombre ficticio que ha elegido para referirse a su hermano mayor. No est¨¢. El hermano, de 38 a?os, lleg¨® el pasado d¨ªa 17 en una patera y la familia no tiene noticias de ¨¦l desde entonces. Aquel d¨ªa llam¨®, dijo que estaba bien y el m¨®vil se qued¨® sin bater¨ªa. Seis d¨ªas de apag¨®n y una madre sin dormir y sin apenas comer.
Abdellah ya est¨¢ impaciente, no entiende por qu¨¦ es tan dif¨ªcil encontrarle. Ha volado desde B¨¦rgamo, al norte de Italia, ese mismo lunes y lleva toda la tarde dando tumbos por la isla. Solo le queda probar suerte en el muelle de Arguinegu¨ªn, a 45 kil¨®metros de all¨ª, donde a¨²n se hacinan casi 700 personas. No es el ¨²nico; estos d¨ªas la isla es un ir y venir de parientes en busca de alguien bajo una carpa, cruzando los dedos para que no se lo haya tragado el mar. En lo que va de a?o, casi 19.000 personas han llegado a Canarias y m¨¢s de 500 han muerto intent¨¢ndolo.
El joven tiene verg¨¹enza de aceptar el viaje, quiere pagar antes la gasolina, pero finalmente sube al coche. Habla en italiano y relata la historia de su familia, marcada por la patera a la que su padre subi¨® un d¨ªa de noviembre de hace 25 a?os, cuando ¨¦l era apenas un beb¨¦ de 40 d¨ªas. Aquella traves¨ªa de T¨¢nger a Algeciras dur¨® apenas unas horas, pero el padre tardar¨ªa casi 15 a?os en regularizarse en Italia y lograr reagrupar a su mujer y sus tres hijos m¨¢s peque?os en un pueblo cercano a Mil¨¢n. ¡°Fue bastante dura su ausencia. Me cri¨¦ sin ¨¦l hasta mi adolescencia¡±, recuerda Abdellah. El primog¨¦nito, Ahmed, entonces ya era mayor de edad y se qued¨® en Oued Zem, una ciudad a dos horas en coche al sureste de Casablanca.
El muelle de Arguinegu¨ªn parece tranquilo. Un par de reporteras de televisi¨®n preparan sus directos para el informativo de las 21.00, mientras aguardan la llegada del barco de Salvamento Mar¨ªtimo que est¨¢ al caer despu¨¦s de un nuevo rescate. Abdellah se acerca a un polic¨ªa, da el nombre de su hermano y entrega su pasaporte. Repite varias veces c¨®mo debe estar sufriendo sin haberse lavado en por lo menos 10 d¨ªas. ¡°?l, que se duchaba por lo menos dos veces al d¨ªa¡±, bromea. El polic¨ªa es amable. Cree que puede estar bajo alguna de esas carpas, pero hay demasiada gente y tarda en localizarlo.
Treinta minutos y dos cigarros y Abdellah ya consigue verlo a lo lejos. Es una figura diminuta con mascarilla, podr¨ªa ser cualquiera, pero tiene claro que es ¨¦l. ¡°Bueno, amigos, est¨¢ aqu¨ª¡±, comunica el polic¨ªa al mando. Los dos hermanos se dan un abrazo largo y delicado y se besan las mejillas. Llevaban sin verse desde que la familia viaj¨® por ¨²ltima vez a Marruecos, hace ya dos a?os. Les dejan marcharse. ¡°Vamos a buscar un hotel, debe de estar loco por descansar, comer y darse un ba?o¡±, pide Abdellah. No ser¨¢ tan r¨¢pido como les gustar¨ªa.
Los precios de los hoteles en Gran Canaria est¨¢n por los suelos y es f¨¢cil encontrar en Internet una habitaci¨®n doble por solo 40 euros en un complejo con piscina. Pero exigen un test negativo de coronavirus. El hermano peque?o lo tiene, era necesario para viajar; pero el mayor, aunque se lo hicieron, no tiene prueba de ello. Parece misi¨®n imposible que alguien localice su resultado entre los expedientes de 700 personas, pero algunos astros se han alineado esta noche. Una trabajadora de Cruz Roja lo hace y se lo imprime. Con una sonrisa.
Ahmed est¨¢ exhausto y a¨²n tiene la mirada perdida. Lleva casi una semana comiendo un bocadillo y un peque?o brick de zumo para desayunar, comer y cenar. Dorm¨ªa en el suelo, vali¨¦ndose de una almohada que improvis¨® con una botella de litro y medio de agua envuelta en una toalla. Esta noche se acuesta tarde llamando a su madre, a su hermana, a su padre, a su hermano, a la familia que le queda en Marruecos. Todos esperaban ansiosos sus noticias. Celebran y dan las gracias a Dios. ¡°A¨²n no me lo creo¡±, afirma.
Su viaje dur¨® cuatro d¨ªas. Pens¨® que iba a morir. Le hab¨ªan dicho que el pasaje ser¨ªa para 40 personas, pero cuando estaban en la playa aparecieron m¨¢s de 50. Cuenta que pasaron una zona donde se cruzan fort¨ªsimas corrientes y se vieron atrapados en medio de una especie de remolino. La barca no avanzaba. ¡°Despu¨¦s de tantos d¨ªas en el mar, la gente pierde la cabeza. Un hombre crey¨® ver p¨¢jaros y se lanz¨® al agua pensando que est¨¢bamos ya en tierra. Tuvimos que rescatarlo y atarle las manos para que parase¡±, recuerda. ¡°Quiero que escribas que le doy las gracias a Salvamento Mar¨ªtimo por habernos rescatado¡±, pide.
El padre nunca estuvo de acuerdo en que su primog¨¦nito repitiese sus pasos, pero Ahmed ya no ve¨ªa alternativa. Ex-jugador del equipo de f¨²tbol de su ciudad, no consegu¨ªa lograr su sue?o de entrenar a ni?os, y el mercado donde vend¨ªa ropa de segunda mano cerr¨® con la llegada de la pandemia. ¡°Intent¨¦ conseguir un visado y encontrar trabajo en Europa, pero es imposible y en Marruecos no hay nada. Si no fuese por el dinero que me enviaba mi familia no podr¨ªa comer¡±, asegura.
Su hermano peque?o, que trabaja en la construcci¨®n en Mil¨¢n, le prest¨® los 3.000 euros que tuvo que gastar para llegar y alojarse en Dajla, en el S¨¢hara Occidental, y pagar su plaza en la patera. Aquellos tres d¨ªas de traves¨ªa que tardaron en recorrer 470 kil¨®metros de oc¨¦ano, en la casa familiar no se apag¨® la luz. ¡°No dormimos hasta saber que estaba vivo¡±, asegura Abdellah. La madre, por fin, respira, y ya tiene la habitaci¨®n y la cama lista para recibir a su hijo. La emoci¨®n a¨²n est¨¢ contenida a la espera de que regresen a casa. Entonces, celebrar¨¢n que vuelven a ser una familia completa despu¨¦s de 25 a?os.