Puigdemont, a contrapi¨¦
El hombre de Waterloo consideraba que la ¨²ltima decisi¨®n del Tribunal General de la Uni¨®n Europea supon¨ªa al menos la congelaci¨®n de la orden de captura internacional dictada contra ¨¦l
La detenci¨®n del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont a su entrada en la isla italiana de Cerde?a ha cogido a contrapi¨¦ al pol¨ªtico catal¨¢n fugado de la justicia. Como muchos, el hombre de Waterloo consideraba que la ¨²ltima decisi¨®n del Tribunal General de la Uni¨®n Europea supon¨ªa al menos la congelaci¨®n de la orden de captura internacional dictada contra ¨¦l por el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena. Pero no era esa la interpretaci¨®n que hac¨ªan el jueves por la noche f...
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La detenci¨®n del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont a su entrada en la isla italiana de Cerde?a ha cogido a contrapi¨¦ al pol¨ªtico catal¨¢n fugado de la justicia. Como muchos, el hombre de Waterloo consideraba que la ¨²ltima decisi¨®n del Tribunal General de la Uni¨®n Europea supon¨ªa al menos la congelaci¨®n de la orden de captura internacional dictada contra ¨¦l por el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena. Pero no era esa la interpretaci¨®n que hac¨ªan el jueves por la noche fuentes del alto tribunal espa?ol, para las que esa orden segu¨ªa plenamente vigente.
Ese detalle jur¨ªdico tiene por supuesto toda la importancia. Porque de la conclusi¨®n a la que llegue en las pr¨®ximas horas el tribunal sardo de S¨¢ssari acerca del dilema depender¨¢ de si se ha tratado de una retenci¨®n ef¨ªmera, m¨¢s o menos administrativa, a la espera de aclarar la viscosa situaci¨®n; o bien de una detenci¨®n en toda regla previa a la inminente entrega del pr¨®fugo al Estado espa?ol.
De modo que habr¨¢ que poner en sordina la contundencia de las reacciones pol¨ªticas internas a la interceptaci¨®n policial del expresident. No parece haber lugar definitivo a los aplausos procedentes de la derecha y el centroderecha. Ni tampoco las airadas protestas de Junts per Catalunya (el movimiento exconvergente que formalmente preside Puigdemont), contra la ¡°indignidad¡± del Estado tienen muchos visos de perdurabilidad: si la retenci¨®n decae, habr¨¢ sido responsabilidad italiana; si se convierte en firme, y por tanto se traduce en entrega del detenido, ay, entonces, habr¨¢ capotado ante el poder del Estado (que cre¨ªan decr¨¦pito), toda la literatura heroica previa.
Menos trascendencia apuntan de momento las quejas de tr¨¢mite vehiculadas por Esquerra: parecen entonarse m¨¢s como una letan¨ªa ritual imprescindible, recuelo de a?os de aparente solidaridad indepe, que como contundente adscripci¨®n repentina a la ¡°confrontaci¨®n¡± con el Estado que pregonaba Junts y que despreciaba el republicanismo convertido a la v¨ªa pragm¨¢tica y dialogante. Es m¨¢s, probablemente algunos de sus dirigentes habr¨¢n sonre¨ªdo en privado como secreto desquite a las burlas recibidas de sus colegas/rivales de Junts, seg¨²n las cuales Puigdemont ser¨ªa el m¨¢s listo porque se escap¨® triunfante de las rejas, mientras que Oriol Junqueras pas¨® tres a?os en prisi¨®n.
M¨¢s all¨¢ de estos avatares dom¨¦sticos entre los protagonistas de lo que un d¨ªa fue el proc¨¦s, algunos apostaban que el episodio sardo de Puigdemont reavivar¨ªa los rescoldos de la protesta radical; convocar¨ªa nuevos des¨®rdenes p¨²blicos; y cercenar¨ªa las v¨ªas negociadoras entreabiertas por la mesa de di¨¢logo reinaugurada por los presidentes Pere Aragon¨¨s y Pedro S¨¢nchez.
No es tan seguro que los cansinos profetas de las cat¨¢strofes continuas acierten, tampoco esta vez. Porque aunque desde luego un Puigdemont esposado agitar¨ªa sentimientos y enturbiar¨ªa las aguas en trance de alcanzar la calma, el episodio se produce en medio de un intenso reflujo de la radicalidad. Lo baliz¨® la menguante concurrencia a la manifestaci¨®n de la Diada. Lo agrav¨® la defecci¨®n de los consejeros de Junts a la convocatoria de la mesa: nunca nada como ese incidente ha evidenciado de forma tan clara que el conflicto m¨¢s sonoro se produce actualmente no tanto en la dial¨¦ctica Catalu?a-Espa?a, sino entre catalanes; y a¨²n m¨¢s, entre independentistas catalanes, que aprendieron a repartirse poltronas, pero no logran compartir una verdadera estrategia de gobernabilidad y negociaci¨®n. Casi todo es posible en pol¨ªtica, pero en la Catalu?a del posproc¨¦s apenas caben ya las astracanadas.