El campamento de ni?os ucranios atrapados en un pueblo de ?vila
El Tiemblo se vuelca con unos j¨®venes que vinieron a Espa?a para una estancia temporal y no pueden volver a su pa¨ªs en guerra
A Yelyzaveta Myroshnychenko no le pesan sus 15 a?os para proclamar que si estuviera en su Ucrania natal se dedicar¨ªa a preparar c¨®cteles molotov. Luce la bandera azul y amarilla de su pa¨ªs en un ch¨¢ndal rojo. Como ella, tres monitores y 11 menores ucranios miran con sufrimiento la invasi¨®n rusa desde un territorio lejano y pac¨ªfico: El Tiemblo (?vila, 4.000 habitantes). Todos ellos acudieron a esta zona monta?osa para disfrutar de un campamento de orientaci¨®n y, tras el estallido del conflicto, se encontraron con que no pod¨ªan regresar a casa. Sus familias duermen en b¨²nkeres a 4.000 kil¨®metros y ellos en el albergue municipal. El pueblo se ha volcado en su cuidado y les llenan de comida, ropa y cari?o. Solo les falta la paz.
La joven se erige en portavoz de un grupito de chavales que pasea bajo el sol abulense. En un fluido ingl¨¦s explica la frustraci¨®n e impotencia con la que viven el no poder regresar a Ucrania: ¡°Quiero ayudar a mi familia y a mi pa¨ªs, pero s¨¦ que al menos aqu¨ª estoy a salvo¡±. Reside en una ciudad cercana a la frontera con Rusia y ha de contentarse con hablar con sus parientes por Telegram, siempre que la conexi¨®n ucrania funcione, y conocer si los disparos y explosiones cayeron en su casa. A su amiga Anastasiia Kovtun, un a?o menor, los ojos empa?ados le traicionan el rictus serio. Su compa?ero Yehor Reolka niega con la cabeza cuando escucha el relato de unos acontecimientos que ve¨ªan venir desde hace a?os: ¡°?ramos ni?os, somos ni?os, pero entend¨ªamos que la guerra estaba cerca¡±. Myroshnychenko abre mucho sus ojos azules cuando evoca lo que sinti¨® al confirmarse sus temores: ¡°No me lo pod¨ªa creer¡±.
Los menores han recibido una oleada de solidaridad en El Tiemblo, donde una familia ucrania asentada all¨ª desde hace 15 a?os difundi¨® la situaci¨®n del campamento. Entonces comenz¨® un torrente de apoyo traducido en un volquete de sacos de patatas, cajas de macarrones, bolsas con fruta y todo tipo de alimentos que se acumulan en la casa de Rustan Luzinska, de 30 a?os y conocido en el municipio como David, y su madre, Tetiana, de 53. La mujer prepara apetitosas comidas y cenas para sus compatriotas, que mantienen sus rutinas y siguen entrenando tanto para aprovechar el tiempo como para cansar al cuerpo y distraer a la mente. Los j¨®venes se lanzan como lobos sobre los platos de ensalada de alubias, carne guisada y huevos rellenos que les ha preparado esta madre improvisada, que cuenta que los muchachos se quedaron ¡°destrozados¡± cuando conocieron la invasi¨®n rusa. Antes de comer rezan en ucranio un Padre nuestro para bendecir los alimentos y, con suerte, la situaci¨®n en su naci¨®n.
La red altruista se ha extendido por las localidades pr¨®ximas a El Tiemblo, donde crece el n¨²mero de voluntarios que se ofrecen para acoger a los cientos de mujeres y ni?os ucranios que viajan a Espa?a en autob¨²s. En el listado aparece Ra¨²l Herranz, de 45 a?os, que abarrot¨® su furgoneta de verduras para llenar la despensa del cuartel general instalado en la casa de Luzinska. Su hermana Ana, de 38, carga cajas de manzanas y peras que, en cuanto la fruter¨ªa supo para qui¨¦n iban destinadas, les regal¨® para complementar la compra. Esta madre cuida de sus ni?os peque?os, que corretean por unos prados mientras, al fondo, la comitiva ucrania se pinta en las manos letras en azul para pedir paz en su pa¨ªs. A la mujer se le pone la piel de gallina cuando habla: ¡°Es horrible la crueldad y frialdad solo por el poder, ?C¨®mo estar¨ªamos si pasara aqu¨ª?¡±. Al rato, sentada sobre un bordillo, llora cuando el grupo canta su himno nacional.
Nazar Tomashevskyi, de 15 a?os, act¨²a como traductor de ingl¨¦s cuando alguno de sus colegas intenta expresar esas emociones que viven desde El Tiemblo. Esta realidad impacta a los chavales locales, incr¨¦dulos ante este episodio hist¨®rico. Paris y Lucas Jim¨¦nez, Marcos D¨ªez y Cristofer Rufo, de entre 11 y 17 a?os, muestran empat¨ªa hacia quien sabe que se ha salvado de la guerra solo por nacer en un lugar tranquilo. ¡°Estamos intentando ayudar, no es justo que un pa¨ªs tan fuerte como Rusia ataque a uno d¨¦bil como Ucrania¡±, reflexiona Rufo, a quien Lucas Jim¨¦nez respalda: ¡°?De qu¨¦ les ha servido a tantas personas trabajar durante tantos a?os? Una persona no puede tener tanto poder¡±. Ellos lo poco que sab¨ªan de guerras lo hab¨ªan visto en pel¨ªculas o en videojuegos. Ahora intentan apoyar a esos ni?os que vinieron a ?vila a un campamento de orientaci¨®n y que jam¨¢s se hab¨ªan sentido tan perdidos.
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