Los dos infiernos que quemaron la piel de la sierra de la Culebra
El segundo incendio fat¨ªdico en un mes en esta zona de Zamora provoca dos muertes y el corte de carreteras y el tren
Son las cuatro de la tarde, pero es de noche. Hay tormentas, pero no hay agua. Solo hay viento, humo, fuego y miedo. T¨¢bara (Zamora, 750 habitantes) tiembla y corre, corre de ac¨¢ para all¨¢ siguiendo los caprichos del incendio que arrasa, de nuevo, la sierra de la Culebra. Unos huyen de ¨¦l y otros lo encaran como buenamente pueden: mangueras pinchadas, trapos en los ojos y una osad¨ªa que se convierte en l¨¢grimas de tensi¨®n y horror al salir del frente. La ola ...
Son las cuatro de la tarde, pero es de noche. Hay tormentas, pero no hay agua. Solo hay viento, humo, fuego y miedo. T¨¢bara (Zamora, 750 habitantes) tiembla y corre, corre de ac¨¢ para all¨¢ siguiendo los caprichos del incendio que arrasa, de nuevo, la sierra de la Culebra. Unos huyen de ¨¦l y otros lo encaran como buenamente pueden: mangueras pinchadas, trapos en los ojos y una osad¨ªa que se convierte en l¨¢grimas de tensi¨®n y horror al salir del frente. La ola naranja que lo quema todo, y ya se ha llevado la vida de un bombero y de un pastor, amenaza las casas y reaviva la herida a¨²n latente en esta comarca desde que hace un mes otro incendio quem¨® 25.000 hect¨¢reas. Ahora les toca arder a estos parajes ante la impotencia de quienes quieren protegerlos.
La historia no se repite, pero rima demasiado en Zamora. Aquella primera cat¨¢strofe se debi¨® a un rayo y se agrav¨® por la sequ¨ªa, el calor y los vientos; como ahora. Entonces no se cobr¨® vidas. La primera v¨ªctima de este segundo incendio ha sido Daniel Gull¨®n, un bombero forestal de 62 a?os al que envolvieron las llamas tras un golpe de viento el domingo por la tarde. Muri¨® combatiendo al enemigo al que se hab¨ªa enfrentado durante a?os de servicio. Su hermano es el jefe de este operativo. Gull¨®n deja dos hijos y un gremio roto que llora cuando habla de ¨¦l y de esas pobres condiciones que tanto les suenan: ¡°Era buen compa?ero y persona, con trabajos precarios en los que la gente con vocaci¨®n lo da todo. Ten¨ªa contrato de seis meses por campa?a, el resto a buscarse la vida¡±. Hasta que la perdi¨®. Como Victoriano Ant¨®n, de 70 a?os, a quien los focos sorprendieron cuando trataba de rescatar a sus ovejas en Escober de T¨¢bara. Su cad¨¢ver apareci¨®, carbonizado, como los de sus reses y sus perros.
S¨ª lo han contado los vecinos de 25 municipios, con 5.000 habitantes, evacuados por el peligro del incendio y del humo. Algunos escapaban en procesi¨®n la noche del domingo, dejando atr¨¢s una inclemente muralla rojiza. Otros, como Manuel y Unai Garc¨ªa, de 50 y 18 a?os, se escabull¨ªan del control de la Guardia Civil para proteger sus naves con animales y observar boquiabiertos ese frente que horas despu¨¦s estar¨ªa cerca, demasiado cerca de ese ganado que nutre la carnicer¨ªa que los mantiene. ¡°Esto viene, esto viene, mira c¨®mo viene el viento¡±, vaticinaba el padre. Vaya si acert¨®. Solo 12 horas despu¨¦s, el fuego hab¨ªa cortado la carretera principal que vertebra la zona y la conexi¨®n ferroviaria de Madrid a Galicia, causando indignaci¨®n en algunos usuarios. A¨²n no hay c¨¢lculos oficiales sobre el terreno da?ado, pero guardias civiles, vecinos locales y bomberos estiman que al menos 10.000 hect¨¢reas pueden haber ca¨ªdo. En menos de 24 horas.
La cat¨¢strofe ni siquiera ha respetado el centro de control donde la Unidad Militar de Emergencias y los bomberos desplegados coordinaban sus planes y que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, visit¨® a mediod¨ªa. Un par de horas despu¨¦s, eso era una ruina. El viento azotaba y las llamas saltaban de copa en copa, con un sonido que se mete en la cabeza como un zumbido. La siguiente parada del fuego fueron unas viviendas cercanas a la carretera, protegidas caseramente con cortafuegos, mangueras algo desvencijadas y una cosechadora que retiraba cereal mientras el enemigo ardiente avanzaba. El viento empuja contra la piel ceniza y espigas que se quedan impregnadas hasta que el refuerzo de los hidroaviones ofrece una ducha fugaz que alivia cuerpos y tierras. Mariyer Vara, de 29 a?os, huye despavorida mientras un vecino encara los focos con una humilde manguera. ¡°Esta es mi casa, desde ayer sab¨ªamos que el fuego acabar¨ªa viniendo¡±, comenta emocionada mientras reparte trapos para proteger las v¨ªas respiratorias de quienes ayudan en la voluntariosa comitiva.
Uno de ellos se llama V¨ªctor Ballestero, que viste de bombero pese a ser civil: el traje lo conserva de cuando fue brigadista hace tiempo. El joven, de 28 a?os, va apurado cargando mangueras:
¡ª?Necesitas ayuda?
¡ª?Llevo desde las siete de la ma?ana trabajando, he dormido dos horas y no s¨¦ ni lo que necesito! ¡ªexclama, entre agotado y entregado.
Un bombero que sale de la envolvente masa negra que inunda esta zona del pueblo camina mareado y lo achaca a un golpe de calor, mal que ha castigado tambi¨¦n a varios brigadistas que acabaron hospitalizados la noche del domingo. El operario agradece que se lo agarre de la cintura y se lo acompa?e a la vivienda de una vecina, donde sumerge la cabeza en un cubo de agua. Solo as¨ª se le rebaja el color del semblante, se le refresca el cuerpo y vuelve a la guerra. Pronto ese sector queda despejado, pero de nada sirve celebrar. Alzar la mirada congela el jolgorio: hay frentes por todas partes. Al este y al oeste, al norte y al sur de T¨¢bara. En pueblos peque?os, en cruces de caminos, en merenderos de piedra, en bosques reducidos a ascuas y humo. Solo queda tomar aire e ir a por la siguiente guerrilla de una batalla que nadie sabe cu¨¢ndo va a terminar ante un fuego que no entiende de trincheras.