La marihuana impone su ley en el distrito norte de Granada
El poder abrasivo del narco devora barrios como La Paz, Cartuja o Almanj¨¢yar, donde miles de vecinos conviven con cortes el¨¦ctricos causados por las plantaciones de interior
La hija de Vero desciende con su uniforme de colegio concertado las escaleras del Hotel Luz. Un ruinoso edificio de nueve alturas en el pol¨ªgono de Cartuja, distrito norte de Granada, donde familias ajenas al narcotr¨¢fico como la suya conviven con plantaciones interior de marihuana. El ascensor dej¨® de funcionar hace lustros y la peque?a de 11 a?os baja desde un s¨¦ptimo piso pelda?o a pelda?o, tanteando la pared desconchada. La ¨²ltima redada en el inmueble donde vive se produjo a finales de noviembre a esta misma hora, la de ir...
La hija de Vero desciende con su uniforme de colegio concertado las escaleras del Hotel Luz. Un ruinoso edificio de nueve alturas en el pol¨ªgono de Cartuja, distrito norte de Granada, donde familias ajenas al narcotr¨¢fico como la suya conviven con plantaciones interior de marihuana. El ascensor dej¨® de funcionar hace lustros y la peque?a de 11 a?os baja desde un s¨¦ptimo piso pelda?o a pelda?o, tanteando la pared desconchada. La ¨²ltima redada en el inmueble donde vive se produjo a finales de noviembre a esta misma hora, la de ir a clase. La polic¨ªa se incaut¨® de 1.500 plantas, mientras dos t¨¦cnicos de Endesa arrancaban los enganches ilegales de la caja general del suministro. Ver¨®nica Fern¨¢ndez, una limpiadora de 38 a?os en paro, sus dos hijos y su pareja vivieron tras aquella batida un apag¨®n de tres d¨ªas.
Cartuja, La Paz, Almanj¨¢yar, Nueva Granada y Rey Badis (22.000 residentes en total) son barrios donde se producen cortes el¨¦ctricos intermitentes. Una herida en la ciudad de la Alhambra que nadie ha logrado suturar en una d¨¦cada. La empresa suministradora sostiene que las plantaciones escondidas en las casas gastan tanta energ¨ªa que llegan a tumbar la red. Por su parte, el Ayuntamiento pide a la firma que renueve su infraestructura y ¡°redistribuya las cargas de potencia con el objetivo de acotar las zonas dedicadas a fines delictivos¡±, en palabras de Jacobo Calvo (PSOE), concejal de Medio Ambiente y Mantenimiento. Cuatro entidades sociales ¡ªdos de ellas religiosas¡ª denunciaron hace dos a?os a Endesa por violaci¨®n de derechos fundamentales. El Juzgado de Primera Instancia n¨²mero 15 de Granada ha dejado visto para sentencia el primer proceso contra la firma por este motivo. Durante la instrucci¨®n, la jueza Marta Benavides solicit¨® un informe al centro de salud del distrito que determina ¡°graves limitaciones en el norte para la higiene diaria, la alimentaci¨®n o el estudio¡±.
Lo cierto es que tres de cada cuatro suministros de estos barrios son regulares y est¨¢n al corriente de pago, de acuerdo con una inspecci¨®n municipal encargada a la certificadora Applus. Solo un 2% pincha la luz para cultivar marihuana. El resto lo hace por supervivencia, como Fern¨¢ndez. ¡°?Mis ni?os tienen que pasar fatigas por lo que otros hagan en sus casas?¡±, se pregunta ella. ¡°No puedo usar el congelador, todo se echa a perder¡±, lamenta. Plantaciones de interior como las confiscadas en su edificio abarrotan ba?os, cocinas y dormitorios. Demandan la misma energ¨ªa que 80 viviendas, seg¨²n c¨¢lculos de Endesa. Los enganches ilegales dedicados al cultivo alteran las protecciones el¨¦ctricas del edificio, por lo que el salto de potencia pasa directamente a un centro de transformaci¨®n de la compa?¨ªa. Estos pueden soportar subidas puntuales, pero los fusibles se funden cuando el pico se prolonga, generando incendios y cortando el servicio a los inmuebles abastecidos. La inseguridad es total.
El a?o pasado se produjeron 23 fallos de este tipo al d¨ªa en la zona norte de Granada. Cada uno de ellos dur¨® un promedio de hora y media, seg¨²n la empresa, y afect¨® a mil residentes. Es el caso de Naima Mrbaret, de 43 a?os que, tras la jornada laboral, baja del autob¨²s en Cartuja con la misma duda de siempre acechando: ¡°?Podr¨¦ hacer la comida?¡±. Esta tunecina con dos hijos preadolescentes se pasa media ma?ana trajinando para otros en la cocina del restaurante donde trabaja. Los suyos se ven obligados a pedir un plato a la vecina, que usa gas butano, cada vez que se funden los plomos. Cuando el apag¨®n interrumpe el guiso, Mrabet se asoma a la escalera olla en mano y pregunta qui¨¦n tiene luz para rematarlo. ¡°Pagamos la factura todos los meses, pero hay cortes a todas horas. As¨ª vivimos. Menos mal que somos solidarios¡±, relata antes de comprobar que se encienden sus interruptores.
La ¨²ltima memoria de la Fiscal¨ªa de Andaluc¨ªa indica que, a lo largo de un a?o, la Polic¨ªa Nacional confisc¨® en el distrito 32.000 plantas de c¨¢nnabis. ¡°Pero al d¨ªa siguiente se vuelven a instalar en el Hotel Luz¡±, admite un agente conocedor de las operaciones. Poco efecto tienen las incursiones del helic¨®ptero policial. Este epicentro de la mar¨ªa con denominaci¨®n de origen granadina se yergue sobre una extensi¨®n de casas bajas. En el descampado que est¨¢ detr¨¢s abundan las bolsas de basura con maceteros, envases vac¨ªos de fertilizante y sustrato vegetal. Arriba, desde el balc¨®n de Fern¨¢ndez, se aprecia con nitidez a los jugadores del Granada entrenando en su ciudad deportiva. ¡°Ya podr¨ªan motivar a los chavales del barrio con actividades de f¨²tbol¡±, ruge ella. El Hotel Luz se construy¨® en los ochenta para realojar al poblado chabolista de La Virgencica. Viviendas sociales con opci¨®n a compra que debieron deslumbrar a sus primeros inquilinos, a juzgar por el nombre que se le acab¨® dando.
De la degradaci¨®n posterior da cuenta una pintada que reza en el interior del inmueble: ¡°Hotel Sombra¡±. Esa que proyectan los 16 clanes asentados en el territorio, seg¨²n un recuento fiscal. Son conocidos como Los Gordos, Los Mararas, Los Mindolos, Los Pitufos, el matriarcado de Las Capotas o Los Mocos. Viven, comen y duermen junto a las plantas que siembran y custodian. Sus econom¨ªas de escala invaden el mercado europeo con alijos a un precio muy competitivo. Lo producido en esta zona se distribuye hasta Asia, como detalla un hombre vinculado a los clanes que cambi¨® de vida fuera de la ciudad. ¡°El peligro son las armas. Hoy en d¨ªa cualquier chavea tiene una en la mesilla de noche. A las familias de este negocio les interesa la paz. El plomo y las pu?aladas meten la rarra [mala suerte] en casa¡±, relata. Aunque los tiros al aire a modo de aviso est¨¢n a la orden del d¨ªa. El ¨²ltimo vuelco conocido, uno de esos fugaces y violentos robos de material entre traficantes, se sald¨® en 2017 con la muerte de un joven marroqu¨ª.
El poder abrasivo del narco devora unas calles con las que tambi¨¦n se ceba la pobreza. Los residentes de la zona norte viven de media ocho a?os menos que un vecino del centro de la ciudad. Padecen el doble de enfermedades graves que la poblaci¨®n general. Tres de cada cuatro personas activas est¨¢n desempleadas. Todo seg¨²n el dosier del Plan Local de Inclusi¨®n promovido por el Ayuntamiento, que dibuja un inquietante lienzo del ¨²ltimo distrito granadino anclado en el siglo XX. Estas condiciones ¡°se ven agravadas por las interrupciones del suministro¡±, sostiene la m¨¦dica de familia Marta Garc¨ªa, coautora del informe que solicit¨® la jueza en el proceso contra Endesa, en su consulta del centro de salud de Cartuja. De la entrada cuelga una pancarta contra el apag¨®n el¨¦ctrico. ¡°Hablamos de cortes repetidos, impredecibles y prolongados que determinan la forma de vida. Desde la climatizaci¨®n de unas casas ya de por s¨ª mal aisladas hasta las dificultades de los electrodependientes¡±, remacha.
Ese ¨²ltimo es el perfil que m¨¢s preocupa. Pacientes que necesitan ox¨ªgeno, un nebulizador para inhalar medicaci¨®n, compresores de aire (los llamados CPAP, indicados en la apnea del sue?o) o una silla de ruedas el¨¦ctrica. Recientemente, un hombre telefone¨® al centro de salud porque se encontraba muy mareado. Tanto, que fue incapaz de levantarse de la cama para abrir su domicilio a los m¨¦dicos. Estos tuvieron que forzar la puerta y, una vez dentro de la vivienda, advirtieron una complicaci¨®n muy grave de la diabetes que solo pudo revertirse en las urgencias hospitalarias. La doctora Maribel Valiente, que tambi¨¦n firma el informe, trae a la memoria aquel instante: ¡°Debido a un problema de visi¨®n, el se?or no era capaz de distinguir en mitad del apag¨®n la cantidad de insulina que deb¨ªa pincharse. Prefiri¨® posponer la inyecci¨®n ante la duda, pero el az¨²car empez¨® a subir y a subir. Nunca me olvidar¨¦ de aquello¡±.
En la Delegaci¨®n del Gobierno se incide en que hay m¨¢s incautaciones de marihuana que nunca, pero el problema de las plantaciones sigue clavado al territorio. Igual que prosiguen los cortes de luz intermitentes, aunque la empresa suministradora haya invertido ocho millones de euros a lo largo del ¨²ltimo trienio en mejorar su infraestructura. ¡°La zona norte es muy bonica, pero tambi¨¦n muy hija de puta¡±, anota Jean Baptiste Mangini, de 35 a?os, alias Xio. Este productor audiovisual ha regresado de Luxemburgo ¡ªdonde vive la mayor parte del a?o¡ª y se pasea con la cabeza bien alta por las calles de La Paz como un hijo pr¨®digo. Dos ni?os que iban en patinete frenan de golpe para preguntarle por su pr¨®ximo v¨ªdeo. Quieren lucir ante la c¨¢mara su ¨²ltimo ch¨¢ndal y ese degradado que producen en serie los peluqueros del barrio. De madre granadina y padre italiano residentes en los Pa¨ªses Bajos, Xio recalaba en la zona para ver a sus t¨ªos durante las vacaciones de verano.
¡°Entonces, los nenes como estos vend¨ªan papelas, yo flipaba¡±, rememora. Cumpli¨® condena en las c¨¢rceles belgas, levant¨® despu¨¦s una firma de moda y, m¨¢s tarde, se embarc¨® en la industria musical. Vuelve al barrio de sus ra¨ªces con el objetivo de impulsar la creatividad, de descubrir el talento invisible, como en su d¨ªa ocurri¨® con el cantante Maka, que sali¨® de estas calles y ahora llena el Wizink Center de Madrid. La idea es que los chavales encuentren oportunidades fuera. As¨ª es como Xio busca purgar sus culpas. El productor ha tenido que situar su estudio en un municipio del cintur¨®n granadino. ¡°Si no, es imposible trabajar, saltan los plomos en mitad de una producci¨®n y te lo cargas todo¡±, afirma con cierta rabia. ¡°Nada ha cambiado estos a?os. Quien puede se larga a cualquier otra parte. ?Qu¨¦ futuro hay aqu¨ª?¡±. La marihuana impone su ley. ?l, como otros miles en la zona norte, contin¨²a esperando la luz.