El rey y el mar
En soledad, acompa?ado por cuatro tripulantes m¨¢s, el rey em¨¦rito se sent¨® a la ca?a en su ¨²ltimo trono, un asiento acolchado para ¨¦l en un velero, el ¡®Brib¨®n¡¯, que no llega a los seis metros
Lo ¨²ltimo que escuch¨® este jueves el rey Juan Carlos I desde tierra firme fueron tres o cuatro gritos desgarradores de ¡°viva el Rey¡± y ¡°viva Espa?a¡±, gritos que partieron el silencio del d¨ªa nublado en Sanxenxo, seguidos por unos pocos aplausos desde el espig¨®n en el que se amontonaban periodistas y unos pocos vecinos, un acto casi des¨¦rtico teniendo en cuenta las dimensiones del puerto deportivo. Eran las 12 del mediod¨ªa y el Brib¨®n, el barco del rey em¨¦rito, era remolcado por un cabo para adentrarse en las aguas de la r¨ªa de Pontevedra. En soledad, acompa?ado por cuatro tripulantes m¨¢s que no eran los titulares con los que participar¨¢ en la regata, el rey em¨¦rito se sent¨® a la ca?a en su ¨²ltimo trono, un asiento acolchado para ¨¦l en un velero que no llega a los seis metros para patronear el barco y entrenar de cara al campeonato de Espa?a que se celebra el fin de semana en las R¨ªas Baixas.
23 a?os atr¨¢s, el rey de Espa?a visit¨® Sanxenxo y este puerto pontevedr¨¦s por primera vez. Lo recibi¨® el presidente de la Xunta, Manuel Fraga, y el alcalde (que era el mismo que ahora:, Telmo Mart¨ªn), y numerosos conselleiros, y centenares de vecinos agolp¨¢ndose en las vallas de seguridad con unas medidas de seguridad extraordinarias que ten¨ªan copado medio pueblo. Gritos, lipotimias por el calor, l¨¢grimas, v¨ªtores, regalos impresionantes de las autoridades al que entonces era intocable Su Majestad, como la embarcaci¨®n Giralda, que hab¨ªa pertenecido a su padre, Juan de Borb¨®n, estaba amarrada en las aguas de Sanxenxo para sorpresa y emoci¨®n del monarca. Tr¨¢fico cortado en el centro del pueblo, desembarco de alcaldes de la provincia, gritos de ¡°viva el Rey¡± y ¡°larga vida al Rey¡±. Este martes fue un chico de unos 20 a?os retransmitiendo en directo para un canal minoritario de Youtube la m¨¢xima expresi¨®n de amor que tuvo el viejo rey: ¡°Perd¨®n, se me ha escapado una l¨¢grima¡±, dijo cuando Juan Carlos I se sent¨® en el Brib¨®n. ¡°?Nadie aplaude!, ?nadie grita: ¡®Viva Espa?a¡¯!¡±, se quej¨® en otro momento. ¡°?Est¨¢ saludando!¡±, grit¨®, aunque lo que hac¨ªa el rey era izar una vela, si bien hab¨ªa saludado antes brevemente, desde el coche, sin bajar la ventanilla (la ventanilla es la estrella medi¨¢tica, si se baja o no) o desde el barco al subirse a ¨¦l.
Este jueves el coche que lo trajo a Sanxenxo desde la parroquia cercana de Nan¨ªn, conducido por su amigo Pedro Campos, no par¨® ni siquiera en el Real Club N¨¢utico y se fue hasta el final del espig¨®n, donde esperaba su embarcaci¨®n. Baj¨® las escaleras, ayudado por su bast¨®n y un acompa?ante, y se subi¨® al barco con cierta agilidad para sus 85 a?os. Ya estaba en el mar, lo ¨²nico que contin¨²a igual en Sanxenxo para ¨¦l. Sin el calor popular, entre la indiferencia de los vecinos y con la frialdad institucional ordenada veladamente desde su antigua casa y por orden de su hijo, Felipe VI, al viejo rey le queda el mar, el Atl¨¢ntico, ni siquiera el Mediterr¨¢neo de Mallorca, refugio natural de los Borbones. No hay otra cosa en su vida en Espa?a que el mar y su vieja tripulaci¨®n (Roi ?lvarez, I?aki Casta?er, Jane Abascal, Pedro Campos y Alberto Viejo), el ¨²ltimo reducto de una patria que domin¨® al punto de creerse intocable, con todos los vicios y delitos presuntos que eso supone.
El Brib¨®n se alej¨® mar adentro, remolcado por una embarcaci¨®n con motor y la figura del rey perfectamente reconocible desde tierra (chaleco, gorra, gafas de sol, mano a la ca?a). Una z¨®diac de seguridad detr¨¢s, dos helic¨®pteros sobrevolando y reconociendo el terreno, que no era otra cosa que el Atl¨¢ntico quieto como un plato. Hab¨ªa viento del norte 80/90, o sea, noroeste; intensidad de 7 a 9 nudos, direcci¨®n del viento entre 270 y 290 grados. El Brib¨®n fue remolcado hacia la zona de la isla de Ons, donde soplaba viento, y all¨ª estuvo haciendo pr¨¢cticas unas tres horas. Al regresar, el rey em¨¦rito volvi¨® a meterse en el coche que le llev¨® de nuevo a casa de Campos, donde permanece recluido entre mariscos y una mujer, la de Campos, que interpreta los signos del zodiaco.
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