Antes de ¡®La sociedad de la nieve¡¯ en Los Andes otro avi¨®n con deportistas a bordo se estrell¨® en Sierra Nevada
Un aeroplano de la armada estadounidense cay¨® en estas monta?as en 1960 con 24 militares a bordo jugadores de baloncesto, que fueron rescatados en mula y camillas transportadas a pie
Antes de que el vuelo 571 de la Fuerza A¨¦rea Uruguaya cayera en los Andes aquel 13 de octubre de 1972 y ocurriera todo lo que La sociedad de la nieve cuenta, un avi¨®n de las fuerzas armadas estadounidenses de nombre Ciudad de Madrid, en ruta desde la base naval de N¨¢poles a la de Rota, en C¨¢diz, escribi¨® la precuela de la pel¨ªcula de Juan Antonio Bayona. Aquel avi¨®n, un DC4 ¨Dllamado C54 en su versi¨®n ...
Antes de que el vuelo 571 de la Fuerza A¨¦rea Uruguaya cayera en los Andes aquel 13 de octubre de 1972 y ocurriera todo lo que La sociedad de la nieve cuenta, un avi¨®n de las fuerzas armadas estadounidenses de nombre Ciudad de Madrid, en ruta desde la base naval de N¨¢poles a la de Rota, en C¨¢diz, escribi¨® la precuela de la pel¨ªcula de Juan Antonio Bayona. Aquel avi¨®n, un DC4 ¨Dllamado C54 en su versi¨®n militar¨D, se accident¨® con 24 pasajeros a bordo en una cadena monta?osa, sobre una capa de varios metros de nieve y temperaturas bajo cero. Fue el 8 de marzo de 1969, en la Sierra Nevada granadina, a poco m¨¢s de 13 kil¨®metros en l¨ªnea recta de donde ahora Bayona ha grabado su pel¨ªcula.
Las circunstancias no llegaron tan lejos como en la cinta porque, entre otras cosas, la cercan¨ªa del primer pueblo, alrededor de 12 kil¨®metros, aceler¨® el rescate. Una operaci¨®n que hubo que hacer en mulos, bajando las camillas a pulso durante kil¨®metros y con los pocos medios del momento y el lugar. Y que hubiera sido imposible sin la solidaridad y el todos a una de la gente de pueblos de J¨¦rez del Marquesado, Alquife y Lanteira, en el Marquesado del Cenete granadino, cerca de Guadix.
Algunos paisanos de J¨¦rez del Marquesado recuerdan haber visto un avi¨®n demasiado bajo aquel mediod¨ªa, pero nadie le dio m¨¢s importancia. Antonio Castillo L¨®pez, un ni?o de apenas cinco a?os aquel 8 de marzo, viv¨ªa en la casa cuartel de la Guardia Civil de J¨¦rez del Marquesado (983 habitantes) porque su padre era uno de los cinco guardias del puesto. Castillo rememora el l¨ªo que se organiz¨® aquella noche en el cuartel cuando, sobre las diez de la noche, ¡°el cabo Rodr¨ªguez, que hac¨ªa de comandante de puesto, recibi¨® a dos hombres gigantescos, de blanco, que se ten¨ªan que agachar por las puertas. Ven¨ªan acompa?ados por un capataz de los equipos de reforestaci¨®n de la zona, que los hab¨ªa acercado al cuartel¡±. Antonio Castillo se recuerda viendo desde lejos un panorama que no acababa de comprender. En realidad, nadie entend¨ªa nada en los primeros minutos porque nadie hablaba ingl¨¦s en aquella Espa?a de interior y rural.
El avi¨®n hab¨ªa salido de N¨¢poles a media ma?ana de aquel martes. El gigantismo percibido por los ni?os en aquellos americanos ten¨ªa sentido. El avi¨®n transportaba a un equipo de jugadores de baloncesto que, seg¨²n Castillo, ven¨ªa de un campeonato en la base italiana, cuartel general de la Sexta Flota. ¡°Aparecieron varios balones de baloncesto en el avi¨®n¡±, dice Castillo, que rememora tambi¨¦n que aquel DC4 ten¨ªa su base en Kenitra (Marruecos) y dos meses antes del accidente hab¨ªa participado en los trabajos de rescate del terremoto de Agadir, que hab¨ªa dejado 15.000 v¨ªctimas mortales.
Carlos Jaldo Jim¨¦nez era un poco mayor que Antonio Castillo. Ten¨ªa en aquel momento seis a?os y viv¨ªa, como ¨¦l, en J¨¦rez del Marquesado. Su padre era el practicante del pueblo y, por ello, fue el primer sanitario que subi¨® a la zona del accidente a auxiliar a los heridos. Jaldo es, junto a Antonio Castillo L¨®pez, autor de Las bengalas de Chorreras Negras, el ¨²nico libro que narra lo ocurrido aquellos dos o tres d¨ªas en la parte norte de Sierra Nevada. Jaldo, que ha investigado a fondo el accidente, explica que ¡°el viaje iba tranquilo hasta que entr¨® en Espa?a. Lo hicieron por la costa alicantina y poco despu¨¦s, la cosa empez¨® a torcerse. No debieron esperarse las malas condiciones atmosf¨¦ricas que hab¨ªa, ni tendr¨ªan los datos oportunos de un macizo como el de Sierra Nevada, de 3.000 metros¡±.
Seg¨²n su investigaci¨®n, sobre las tres de la tarde, los pilotos perdieron el control del avi¨®n y, ¡°viendo que se enfrentaban a un choque frontal, lo quisieron evitar y pusieron el avi¨®n al m¨¢ximo para intentar elevarlo lo m¨¢s r¨¢pido posible¡±. En la maniobra, un ala roz¨® un saliente, describe recordando un esquema que dibuj¨® el piloto tiempo despu¨¦s. ¡°Ah¨ª ya perdieron el control¡±, contin¨²a, aunque les qued¨® tiempo o suerte para buscar un lugar libre de obst¨¢culos. Esa pericia y un colch¨®n de nieve de unos ocho metros les salv¨® la vida. A 2.450 metros de altura, en mitad de una sierra desconocida, en la que se conoce como paratas de las Chorreras Negras, bajo el Pic¨®n de J¨¦rez (3.090 metros), dej¨® el avi¨®n sobre la nieve.
El recuento de v¨ªctimas sumaba numerosos heridos, pero ning¨²n muerto, algo que Jaldo considera un hito. ¡°He estudiado todos los accidentes a¨¦reos a esa altura y este es el ¨²nico en el que no muri¨® nadie¡±, comenta. Y a?ade: ¡°Solo uno de los viajeros qued¨® con secuelas graves, uno que se fractur¨® la duod¨¦cima v¨¦rtebra dorsal y qued¨® parapl¨¦jico¡±.
Hab¨ªa que buscar ayuda de fuera y los pilotos dispararon varias bengalas ¨Dque alg¨²n vecino luego record¨® ver¨D y se pusieron en marcha en busca de auxilio. En unas horas dieron con las casas del Posterillo, un peque?o n¨²cleo con la casa del guarda forestal y un par de ellas o tres m¨¢s de pastores. Al toque de puerta, contestaron la mujer del guarda y su hija. Con el idioma de barrera, un pizarr¨ªn de la ni?a y el dibujo de un avi¨®n hicieron la magia y el problema qued¨® claro. Uno de los pastores acompa?¨® a los dos militares, marines como los dem¨¢s, a J¨¦rez del Marquesado. Con ¨¦l llegaron al cuartel, en una caminata ¡°en la que iba muerto de miedo por su pinta y porque llevaban dos pistolas, que luego resultaron ser de bengalas¡±.
En el cuartel, de nuevo al problema del ingl¨¦s. Pero la colonizaci¨®n tiene sus ventajas: las minas del pueblo cercano de Alquife estaban en manos de una empresa inglesa y otra francesa. Un avi¨®n de papel hecho por esos americanos que se agachaban al pasar las puertas del cuartel dio la primera pista. El cabo convoc¨® entonces, explica Jaldo, al cura, al alcalde y al practicante, su padre. Ya ten¨ªan un gabinete de crisis.
La primera medida, y dadas las circunstancias la m¨¢s sensata posible, fue llamar al gerente de las minas, que s¨ª hablaba ingl¨¦s. Con ¨¦l, ya cerca de la medianoche, se acab¨® de entender el problema en toda su dimensi¨®n. A pesar del fr¨ªo, la oscuridad y las dificultades del camino, una primera expedici¨®n de seis personas se puso en marcha hacia el avi¨®n sin demora. El practicante quer¨ªa subir, pero le insistieron en que se quedara. El grupo evaluar¨ªa la situaci¨®n y la ayuda material ya ir¨ªa despu¨¦s.
A partir de ah¨ª comenzaron 48 horas de un rescate que tuvo sus complicaciones, muchas subidas y bajadas y mucha solidaridad. La primera expedici¨®n alcanz¨® el avi¨®n con la luz del mi¨¦rcoles ya a punto de aparecer. Uno de ellos le cont¨® a Jaldo que pens¨® que en el ascenso iban a morir, de una ca¨ªda o del fr¨ªo. A falta de registros, este calcula que la temperatura era de tres o cuatro grados bajo cero y su equipaci¨®n, al fin y al cabo, no era otra que ¡°botas altas de goma de regar, mantas y pellizas¡±.
Al llegar al avi¨®n, contin¨²a, ¡°todos han recordado despu¨¦s los gritos de dolor de los heridos y el fr¨ªo¡±. Una vez reconocido el lugar del accidente y c¨®mo estaba la situaci¨®n, uno de los locales se qued¨® en el avi¨®n y el resto comenz¨® la bajada de nuevo en busca de ayuda. Francisco Jaldo, el padre de Carlos, ya pudo subir y ¡°con lo que llevaba y con los restos que encontr¨® en el avi¨®n, entablill¨® y redujo todas las facturas que pudo¡±, dice su hijo.
¡°Tambi¨¦n me dijo que jam¨¢s hab¨ªa puesto tanta morfina de una vez¡±. Ese era entonces el alivio para el dolor que ten¨ªa el practicante a mano. A partir de ah¨ª, en dos tandas, todos los heridos fueron bajados al pueblo, al que tambi¨¦n llegaron esos d¨ªas los mismos militares de la base de Cartagena, el gobernador civil de la provincia, un helic¨®ptero de la base de Rota o gente de los pueblos de alrededor. Antonio Castillo recuerda aquellos d¨ªas como de una gran excitaci¨®n. ¡°Est¨¢bamos en la Espa?a de blanco y negro, autosuficiente, sin carretera asfaltada, con un fr¨ªo terrible. Sin televisi¨®n¡±. Lo ¨²nico que los sacaba de su rutina era el cine de los lunes, recuerda. ¡°Aquello fue un acontecimiento¡±, concluye.
Y en esa Espa?a peculiar, surge el acontecimiento del segundo herido grave, relacionado solo tangencialmente con el avi¨®n. Jaldo recuerda que, en los primeros momentos, hab¨ªa un poco de l¨ªo. A un sargento de la Guardia Civil se le ocurri¨® que unos disparos al aire servir¨ªan para, en aquel n¨²cleo de casas del Posterillo, reunir a la gente antes de seguir al ¨²ltimo tramo de camino. As¨ª lo hizo y cuando iba a guardar el arma, quiz¨¢ por el fr¨ªo, se le escap¨® un ¨²ltimo tiro que le entr¨® por la cadera derecha, atraves¨® la vejiga urinaria y sali¨® por el muslo izquierdo de Benito Burgos, uno de los voluntarios. Tard¨® tiempo en curarse.
Los militares heridos fueron despachados al hospital militar de Granada y desaparecieron del mapa. Dos de ellos volvieron a los 50 a?os, en 2010. En junio de aquel 1960, el revuelo de marzo tuvo su segunda parte. El embajador americano visit¨® el pueblo y, a modo de Mr. Marshall, se subi¨® al balc¨®n del Ayuntamiento, salud¨®, pase¨® por las calles de J¨¦rez y anunci¨® que regalaban el avi¨®n a la localidad. Antes, claro, los militares americanos lo hab¨ªan desplumado de todo lo que les interesaba. El pueblo recibi¨®, en definitiva, chatarra por valor de 1,4 millones de euros que, por otro lado, supieron emplear muy bien.
Ese dinero lo dedicaron, por este orden, a arreglar el tejado de la iglesia, a comprar instrumentos para la banda municipal, a arreglar algunas calles y, finalmente, a construir la distribuci¨®n de agua potable del pueblo. Con el avi¨®n lleg¨® el agua potable. Luego, durante a?os, la embajada envi¨® anualmente leche en polvo y queso, que se repart¨ªa en el colegio. Con el tiempo, este plan Marshall tan particular se acab¨®. Lo que queda hoy en el pueblo es el recuerdo de aquello y una ruta de senderismo, la llamada ruta solidaria El avi¨®n, que transcurre por el camino de ida y vuelta del avi¨®n al pueblo.