Reflejos rojos a trav¨¦s de la puerta tres meses despu¨¦s de la dana
La cartera se ha tenido que pedir una baja por depresi¨®n. No pudo aguantar que muchos vecinos le dijeran que no volver¨ªan a abrir el negocio. Y que otros no le abrieran porque ya no est¨¢n
Salgo de casa y el coche sigue varado en la puerta. Como ayer, como la semana pasada, como hace ya tres meses. La puerta de casa da directamente a la calle y, a trav¨¦s del cristal transl¨²cido, llega la luz del exterior. El reflejo de la luz del sol sobre el coche rojo emite unos reflejos bermejos que inundan la casa dando un ambiente de colores c¨¢lidos que cada ma?ana nos recuerdan que el coche sigue ah¨ª y que parece que no avanzamos.
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Salgo de casa y el coche sigue varado en la puerta. Como ayer, como la semana pasada, como hace ya tres meses. La puerta de casa da directamente a la calle y, a trav¨¦s del cristal transl¨²cido, llega la luz del exterior. El reflejo de la luz del sol sobre el coche rojo emite unos reflejos bermejos que inundan la casa dando un ambiente de colores c¨¢lidos que cada ma?ana nos recuerdan que el coche sigue ah¨ª y que parece que no avanzamos.
El martes 29 de octubre, desde el altillo que tenemos en casa, pod¨ªa ver, al mismo tiempo, c¨®mo el agua llegaba al motor h¨ªbrido del coche, eliminando cualquier posibilidad de recuperarlo, y c¨®mo flotaban, por el comedor de casa, buena parte de la colecci¨®n de c¨®mics que ten¨ªa. Ver flotar por el comedor ejemplares de Maus o de Fun Home o de Ast¨¦rix es una imagen que preferir¨ªa olvidar. All¨ª arriba en el altillo, junto a la ventana, me produc¨ªa m¨¢s dolor la colecci¨®n de tebeos que el autom¨®vil. Yo no habr¨ªa sido uno de los que estuvieron con el agua al cuello por culpa de haber ido a salvar el coche.
Como todas las ma?anas, voy de casa al estudio que tenemos justo en la puerta de al lado. Me obligo a ir para abrir las ventanas en un intento de que se ventile un poco la estancia. Aunque despu¨¦s de varios intentos hemos conseguido, por fin, que vinieran una empresa de limpieza y los electricistas, cuando entras cada ma?ana el olor a humedad todav¨ªa te golpea en la cara. El martes, por fin y despu¨¦s de tres intentos, vendr¨¢n los encargados del pladur ¡ªoficio que ha cobrado una importancia desmesurada estos meses, pod¨¦is imaginar¡ª a arreglar las paredes. Al cuarto d¨ªa despu¨¦s de la riada, los tabiques empezaron a tener vida propia y tuvimos que arrancarlos. Aunque todav¨ªa no sabemos cu¨¢nto nos dar¨¢ finalmente el consorcio, hemos podido iniciar las reformas con las ayudas que hemos recibido tanto de los gobiernos como de las iniciativas privadas, muchas de ellas de la red familiar y de los compa?eros y compa?eras del oficio, a quienes les estaremos eternamente agradecidos. El coche sigue en la puerta ocupando la plaza azul que tenemos por nuestra hija con discapacidad, y que tanta falta nos hace, pero al menos ya hemos podido adquirir uno nuevo, aunque es complicado conseguir aparcar cada d¨ªa entre tanto veh¨ªculo esperando a¨²n la retirada.
Salir de casa e ir al estudio nace de una necesidad ¨ªntima de restablecer las rutinas, de intentar acercarme lo m¨¢ximo posible a una cierta normalidad. Normalidad que, por mucho que se empe?en en decir que ya ha vuelto, estamos muy lejos de conseguir. El coche rojo en la puerta es una clara muestra de lo lejos que estamos.
Nuestra calle es una calle peque?a que da a una plaza de pinos. Es una zona donde el impacto de la dana no fue tan tremendo en cuanto al arrastre del agua se refiere. Cuando salgo de casa no puedo evitar pensar en c¨®mo estar¨¢n las zonas, a cuatro o cinco calles de aqu¨ª, con mayor ¨ªndice de destrucci¨®n. Cuando me acerco a Alfafar, Paiporta, Sedav¨ª, Massanassa o Catarroja, pueblos que conozco muy bien, y veo los bajos con las cortinas fuera de sus ejes o directamente desgajadas, todav¨ªa me estremezco. Los primeros d¨ªas me cost¨® much¨ªsimo salir de mi calle o de mi barrio, en parte porque la casa y el estudio necesitaban todas las horas de luz del d¨ªa para ser limpiados, en parte porque no me quer¨ªa enfrentar a ver el pueblo destrozado. No quer¨ªa ver los lugares de mi infancia totalmente devastados.
El otro d¨ªa vino la cartera a casa y nos estuvo contando que se hab¨ªa tenido que pedir una baja por depresi¨®n. No hab¨ªa podido aguantar verlo todo arruinado; no hab¨ªa podido aguantar que cada vecina y vecino con un bajo, con un comercio, le fuera contando c¨®mo hab¨ªa vivido aquella noche. No hab¨ªa podido aguantar que muchos de ellos le dijeran que no iban a volver a abrir el negocio y algunos de ellos no abrieran la puerta porque ya no est¨¢n. Personas que hubieran podido salvar su vida y much¨ªsimas otras personas que no habr¨ªan quedado traumatizadas por lo vivido si el Gobierno valenciano no fuera negacionista de la crisis clim¨¢tica y si no hubiera ignorado las alertas que avisaban de la cat¨¢strofe.
Las tres o cuatro horas que dur¨® el viaje del agua sirvieron para que absolutamente toda nuestra vida cotidiana desapareciera. El horno, el bar donde vamos a almorzar, la tienda de ultramarinos, la librer¨ªa, todo. La piscina donde vamos a nadar o la fisioterapeuta donde vamos a que nos devuelva la espalda al sitio. Lugares que nos curaban los dolores de espalda y el dolor del alma, lugares que no sabemos cu¨¢ndo volver¨¢n. Al menos, poco a poco van reapareciendo algunos de ellos, como el ultramarinos de la esquina que el s¨¢bado pasado abri¨® de nuevo al barrio con una peque?a fiesta de apertura. Ver la cara de felicidad de la vecina tendera fue una buena dosis de alegr¨ªa. Esperamos no tardar mucho en poder volver a nuestro estudio y esperamos que nuestras amistades puedan ver en nuestros rostros esa misma cara de alegr¨ªa.