En la guardia de Do?a Carmen: ¡°Que el detenido se baje la mascarilla, no se le entiende¡±
Una jornada en los juzgados de guardia de Barcelona revela los problemas t¨¦cnicos y las dudas jur¨ªdicas de las videoconferencias para tomar declaraci¨®n a los detenidos
La magistrada Carmen Garc¨ªa mira hacia la pantalla del televisor, anclada al techo de la sala de vistas, con cara de no entender lo que le dicen.
¡ªA ver si se puede bajar un poco la mascarilla¡ª, pide al hombre al que interroga por videoconferencia. Est¨¢ acusado de pegar a su expareja (otro hombre) cuando iba a recoger sus pertenencias.
¡ªEs que aqu¨ª hay mucha gente¡¡ª, replica el presunto agresor, que declara desde una sala de la comisar¨ªa central de los Mossos d¡¯Esquadra en Barcelona.
¡ªYa veo que no se la quiere quitar, pero si puede ahuecarla un poco...¡ª, insiste Carmen, que ahora no lleva puesta la protecci¨®n (la m¨¢scara le empa?a las gafas), pero s¨ª guantes de color negro.
¡ª¡°Mejor me acerco un poco m¨¢s¡±.
Garc¨ªa tiene una foto de la r¨ªa de Cedeira, el pueblo coru?¨¦s donde naci¨® hace 57 a?os, en su despacho de la planta 9. La estanter¨ªa es un altar donde acumula los objetos que la acompa?an en su d¨ªa a d¨ªa: cuadros, una fotograf¨ªa en la que Felipe VI le sonr¨ªe, condecoraciones policiales (la ¨²ltima, por desmontar una trama de corrupci¨®n en el puerto) y diplomas que la acreditan como ganadora del premio Naranja del colegio de abogados, que distingue a los jueces de buen trato y se?ala a los ¨¢speros con su reverso, el premio Lim¨®n.
¡°?A ver si se puede bajar un poco la mascarilla, que no le entendemos¡±¡°?A ver si se puede bajar un poco la mascarilla, que no le entendemos¡±
Es 1 de mayo, D¨ªa del Trabajador, y Do?a Carmen ¡ªas¨ª la llaman sus funcionarios, pero tambi¨¦n abogados y polic¨ªas¡ª est¨¢ de guardia de detenidos. Dirige el juzgado de instrucci¨®n 18 de Barcelona desde el d¨ªa de 1991 en que ¡°empez¨® la Guerra del Golfo¡±, rememora. Ha llegado caminando a la Ciudad de la Justicia de Barcelona, una mole de cemento con ventanas que son colmenas y en cuyo inmenso vest¨ªbulo, as¨¦ptico como un tanatorio, reina el silencio. El juzgado de guardia est¨¢ en la planta baja. All¨ª hay unos pocos trabajadores protegidos por una mampara de pl¨¢stico. Pero la mayor¨ªa est¨¢n en su h¨¢bitat natural, la planta 9. ¡°Abajo es m¨¢s angustioso, estamos m¨¢s pegados. Los primeros d¨ªas fueron duros, ahora estamos m¨¢s tranquilos¡±, cuenta Asun, la funcionaria que hoy dirige la guardia. En los ascensores, el aforo est¨¢ limitado a dos personas y un operario ha pegado en el suelo una tira amarilla para delimitar espacios.
¡°Cada ma?ana nos reparten mascarillas, guantes y gel a los 11 funcionarios del juzgado¡±, explica Carmen, que sorbe a ratos una lata de Coca-Cola zero. Las guardias son de los pocos servicios que la justicia mantiene activos durante el estado de alarma por el coronavirus. ¡°Somos la trinchera¡±. En Barcelona funcionan ahora dos juzgados de detenidos, cuando lo normal es que haya tres. Y aun as¨ª, la actividad ha ca¨ªdo a m¨¢s de la mitad. Sobre la mesa de Carmen apenas hay cinco atestados. El primero es el de violencia dom¨¦stica. El resto son robos.
La juez conduce por la trastienda del edificio hasta la sala de vistas 118, que seg¨²n un cartel de la empresa de limpieza, acaba de ser desinfectada. Est¨¢ reservada, en condiciones normales, a los juicios por delitos leves (las antiguas faltas). Pero ahora se emplea para los interrogatorios: son m¨¢s amplias y permiten la conexi¨®n por videoconferencia, principal v¨ªa en la toma de declaraciones. A Carmen no le gusta el sistema. No solo porque la calidad del sonido deja mucho que desear (¡°a veces parece un di¨¢logo de Gila¡±), sino porque se ven mermadas las garant¨ªas del proceso penal. ¡°Yo as¨ª no me siento juez, es una ficci¨®n. El detenido no deja de estar en un calabozo, custodiado por polic¨ªas, y no ante un juez. Adem¨¢s, al ver al acusado, el juez se percata de si tiene miedo, est¨¢ ansioso¡ o miente¡±.
El equipo del 18 se pone en marcha para recibir virtualmente al primer detenido. ¡°?Es un robo o dos?¡±, pregunta la juez. ¡°No me lo he le¨ªdo, do?a Carmen¡±, contesta Asun. Conectan con la comisar¨ªa. La wifi del juzgado no funciona: hay que encender el ordenador de mesa. La fiscal, Irene Calle, de 37 a?os, toma asiento. Llega el abogado, pero este no es. L¨ªo de papeles. Lo arreglan. El letrado (ahora s¨ª) accede a la sala. Lleva mascarilla con filtro, pero no toga. Recibe una llamada. ¡°Es que estoy en otras diligencias con el mismo detenido¡±. Resulta que su cliente, A. A., fue detenido ayer por un robo, aunque ahora, ante la juez, responde por otro anterior. El abogado quiere entrevistarse a solas con ¨¦l para decirle que no declare. Un funcionario le advierte de que esa conversaci¨®n, a su pesar, va a grabarse. ¡°Es que de otra manera el programa no funciona¡±, lamenta.
Son las 11.20. A. A., acusado de forzar la puerta del restaurante El Gauchito de Barcelona, dice que no entiende nada. Pero no por el sonido. ¡°No hablo espa?ol¡±. Con su abogado, en cambio, s¨ª lo hablaba. Carmen le anuncia que quedar¨¢ en libertad. ¡°Veo que eso s¨ª lo ha entendido¡±, ironiza la juez. ¡°La palabra m¨¢gica¡±, tercia la fiscal. Atiende el juzgado otros dos casos de robo con fuerza. Ninguno declara, una tendencia al alza durante la pandemia. Todos quedan en libertad. El ambiente es distendido en la sala. La juez comenta con los abogados lo complicado que es trabajar as¨ª. Uno de ellos, al salir, replica casi en un susurro: ¡°Complicado no, m¨¢s bien es inconstitucional¡±.
Un breve descanso. En la pared marr¨®n apenas se distingue el mango de una puerta que parece un acceso secreto a un estrecho pasillo, donde saludan a un juez de violencia de g¨¦nero. ¡°Con el confinamiento tenemos alg¨²n caso m¨¢s, pero sobre todo problemas con hijos adolescentes. Y acosos. La gente tiene mucho tiempo libre¡±, reflexiona. La juez repasa los papeles del pr¨®ximo caso, m¨¢s grave: un robo con violencia. Dos hombres est¨¢n detenidos por atacar a un chico y quitarle una cadena de oro. L. y Y. lo niegan todo y aseguran que sal¨ªan de una mezquita del Raval barcelon¨¦s de ¡°recoger la comida del Ramad¨¢n¡± cuando fueron arrestados sin motivo.
¡°Le juro que yo no lo he hecho¡±, dice el primero. Otras cosas que dice no se entienden. La juez mira el televisor y se dirige al mosso que le acompa?a: ¡°B¨¢jele un poco la mascarilla porque no le escuchamos¡±. Otra vez, no tiene ¨¦xito. ¡°Es que es por la seguridad de todos¡±. ¡°Vale, vale¡±, contesta la magistrada, que a ratos lleva puesta la mascarilla y a ratos no. Resopla. ¡°En condiciones normales, habr¨ªamos acabado hace dos horas¡±. Les deja en libertad y sale al pasillo. Su compa?era de guardia, la del juzgado 19, lo lleva peor: solo hay audio, pero no imagen, y as¨ª no se puede tomar declaraci¨®n a nadie. Y eso que tiene alg¨²n caso m¨¢s goloso: un detenido por quemar un contenedor en una at¨ªpica jornada del 1 de mayo.
Asun comunica que ha llegado hay una segunda ronda de detenidos. Dos chicos. Por tr¨¢fico de drogas. Mientras llegan, la juez desciende a la garganta m¨¢s profunda e inaccesible de la Ciudad de la Justicia: los calabozos. Pueden acoger hasta a 80 detenidos. Ahora no hay nadie: los pocos que hay est¨¢n en Les corts. Tambi¨¦n est¨¢ vac¨ªa la sobrecogedora sala para las ruedas de reconocimiento de sospechosos. A Do?a Carmen le entusiasma esa materia y, mientras se?ala los n¨²meros del 1 al 6 pintados en la pared, piensa en c¨®mo ser¨¢n las ruedas en las pr¨®ximas semanas: ¡°Habr¨¢ que poner unas fundas de pl¨¢stico o algo para separarlos¡±.
¡°Ahora nos toca a nosotros. Somos un privilegiado, tenemos un trabajo¡±¡°Ahora nos toca a nosotros. Somos unos privilegiados, tenemos un trabajo¡±
Sube a sala para atender los dos ¨²ltimos casos. A un chaval le han pillado con 100 gramos de hach¨ªs: por la cantidad, podr¨ªa ser venta, no consumo. El joven dice que era para un grupo de amigos. La juez le conduce h¨¢bilmente por un interrogatorio infernal:
¡ªLo compr¨¦ en la calle.
¡ªEn la calle no hay nadie, ?qued¨® con alguien?
¡ªS¨ª.
¡ª?C¨®mo se llama?
¡ªDavid.
¡ª?Me puede dar el tel¨¦fono?
¡ªNo lo tengo.
¡ªVaya, qu¨¦ casualidad.
¡ª?Y d¨®nde vive?
¡ªTanto no s¨¦.
Tras la ¨²ltima libertad del d¨ªa (tiene fama de dura; no le tiembla el pulso para dictar prisiones provisionales), concluye el trabajo. Son las tres de la tarde. Si hay nuevos detenidos, tomar¨¢ las riendas el juzgado de incidencias. Carmen sabe que volver¨¢ a sentirse plenamente juez de nuevo, pero que vienen tiempos movidos. ¡°Si la delincuencia sigue baja, no seremos los que peor lo pasaremos. Los juzgados sociales y de familia lo tendr¨¢n m¨¢s complicado. El problema ser¨¢ reprogramar todo¡±, dice mientras se?ala en un calendario de pared puntos verdes (declaraciones) y naranjas (juicios) suspendidos por el virus. Tambi¨¦n habr¨¢ que replantearse la forma de hacer las cosas: limitar el aforo en los juzgados, organizar el uso de los espacios y trabajar en turnos de ma?ana y tarde, hasta hora una excepci¨®n en el ¨¢mbito de la justicia. ¡°Nos gusta tener un cajero o una enfermera a cualquier hora, ?no? Pues ahora nos toca a nosotros. Somos unos privilegiados, mantenemos nuestro puesto de trabajo¡±.
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