El d¨ªa que los demonios tomaron la Inquisici¨®n
Un libro re¨²ne nueve estudios sobre el asalto popular al palacio del Tribunal del Santo Oficio de Barcelona en 1820, que sentenci¨® a la instituci¨®n
¡°Acabadas las elecciones, los revoltosos pasaron a la casa o Palacio de la Inquisici¨®n y encontr¨¢ndose la puerta cerrada subieron por los tejados y parec¨ªa que los Demonios les llevaban (...) tomaron los procesos y los esparcieron por toda Barcelona (...) Luego fueron a buscar mazos y martillos y empezaron a tirar el tribunal abajo, gritando y diciendo mil pestes y blasfemias contra el tribuna de la fe¡±, escribir¨ªa Joan Serrahima, prior de los carmelitas calzados de Barcelona, pocos a?os despu¨¦s de los hechos. ¡°Tiraron a la calle los instrumentos de tortura y los quemaron, todo junto a los muebles y los documentos archivados en la terrible mansi¨®n. De aquel acto hoy nadie se acuerda; pero entonces fue un gran trueno por lo que significaba¡±, le contar¨ªan al periodista Rossend Llates d¨¦cadas despu¨¦s sus bisabuelos, que lo vivieron desde la cercana calle del Bisbe.
Los dos retazos de memoria son del asalto al Palacio de la Inquisici¨®n de Barcelona hace ahora 200 a?os, el 10 de marzo de 1820, a los pocos d¨ªas del aparente acatamiento por parte de Fernando VII de la Constituci¨®n de C¨¢diz en el inicio del accidentado y breve Trienio Liberal (1820-1823). Fue un eslab¨®n de la cadena de explosiones populares anticlericales que han ido salpicando la historia de Barcelona, de sustrato parecido al que acab¨® generando la quema de conventos de 1835, la Setmana Tr¨¤gica de 1909 o, incluso, los incidentes contra la Iglesia en los inicios de la Guerra Civil en 1936.
Las relaciones de los catalanes con la Inquisici¨®n nunca fueron muy buenas, como se comprob¨® con la llegada del primer inquisidor, Fra Alonso de la Espina, el 5 de julio de 1487, impuesto por la Corona de Arag¨®n, lo que provoc¨® que no fuera recibido ni por los consejeros ni los diputados de Barcelona; escenificando su poder, adem¨¢s, entr¨® a caballo en la catedral dejando su espada a pies del sagrario. Lo recuerda con erudici¨®n el periodista Llu¨ªs Permanyer en el pr¨®logo de Un dia de f¨²ria, nueve estudios sobre el asalto y su contexto bajo la coordinaci¨®n de la doctora en filolog¨ªa Anglo-Germ¨¢nica Frances Luttikhuizen (Publicacions Abadia de Montserrat).
Los roces populares ya se daban con los familiares del Santo Oficio, miembros de menor nivel de la Inquisici¨®n que serv¨ªan de informantes. Temidos, sol¨ªan ser menestrales y comerciantes reci¨¦n llegados a las poblaciones que, para medrar socialmente ante las antiguas y poderosas familias de pueblos y ciudades, se alistaban a la sombra de la instituci¨®n. Buscaban privilegios de todo tipo: jur¨ªdicos (s¨®lo rend¨ªan cuentas a los tribunales del Santo Oficio y no a los p¨²blicos), econ¨®micos (gozaban de exenciones contributivas; no deb¨ªan alojar en sus casas a las tropas en las constantes guerras) y sociales (pod¨ªan llevar y usar armas y acceder a los tristes espect¨¢culos de los autos de fe). El rechazo y la envidia social era una clara consecuencia, como ocurr¨ªa en Canet de Mar e ilustra el estudioso local Sergi Alcalde.
El ¨²nico, t¨ªmido y epis¨®dico apoyo popular catal¨¢n a la Inquisici¨®n se manifestaba, c¨®mo no, por razones econ¨®micas y era cuando aquella ca¨ªa sobre franceses, v¨ªctimas propiciatorias del Santo Tribunal: fue de los colectivos m¨¢s perseguidos, con un 20% de los casos, seg¨²n la historiadora Alexandra Capdevila. El de Barcelona actuaba como una audiencia de frontera para Espa?a, evitando la entrada del pensamiento protestante: durante los siglos XVI y XVII, cuando llegaban franceses arrojados por una brutal crisis econ¨®mica y la guerra entre cat¨®licos y hugonotes (protestantes); en el XVIII, para que no fueran quintacolumnistas de las ideas de la Revoluci¨®n Francesa o de la masoner¨ªa, instituci¨®n que nunca pas¨® de ser el 5% de los casos de la Inquisici¨®n. Las tensiones geopol¨ªticas entre Madrid y Par¨ªs (que en Catalu?a se traduc¨ªan en constantes invasiones de tropas supuestamente amigas y de enemigas, con id¨¦nticos da?os econ¨®micos) y la pugna comercial entre los tejidos catalanes y los franceses explicar¨ªan los discretos aplausos al tribunal represor.
Abolida la Inquisici¨®n por Napole¨®n cuando su invasi¨®n en 1808, Fernando VII la restablecer¨ªa en 1814, pero s¨®lo aguant¨® seis a?os m¨¢s en Barcelona: la revoluci¨®n liberal se la llev¨® por delante en 1820. Indiferente la mayor¨ªa de la poblaci¨®n a la creciente oposici¨®n a la monarqu¨ªa absolutista que sosten¨ªan sociedades secretas de burgueses, clases medias y militares, la crisis econ¨®mica por la p¨¦rdida de las colonias de ultramar y el desgobierno hicieron el resto para acabar con el r¨¦gimen.
El sistema mon¨¢rquico se derrumb¨®. Fruto de la inestabilidad pol¨ªtica, f¨¢bricas de Barcelona empezaron a cerrar en febrero, con multitud de gente sin trabajo y viviendo de la caridad. En cuatro d¨ªas de marzo se precipit¨® todo: el d¨ªa 6, las autoridades absolutistas trasladaron los presos ¡°por asuntos de conspiraci¨®n¡± de la Ciutadella a Mallorca y Cartagena; el 9 se proclamaba la nueva constituci¨®n en Galicia, Zaragoza o Tarragona y el 10 ya no se pudo contener m¨¢s: paisanos y militares, con escarapelas, banderas y papeles tricolores (encarnado, amarillo, blanco) se concentraron en plazas p¨²blicas, especialmente en el Pla de Palau, donde el capit¨¢n general Casta?os no supo detener por m¨¢s tiempo la proclamaci¨®n.
Tres comisiones se conforman para ir a liberar presos: una, hacia la Ciutadella (para los constitucionalistas detenidos); otra, a la Real Audiencia (para los de contrabando de tabaco) y una al palacio de la Inquisici¨®n (¡°por si tienen presos¡±), relata el historiador Ramon Arnabat. Seg¨²n algunas fuentes, a la Inquisici¨®n la gente fue como suced¨¢neo de los fallidos asaltos al palacio del obispo y a algunos conventos, que el nuevo gobernador liberal habr¨ªa frenado apostando guardias de artilleros. Testimonios cifran en 20.000 personas las que acudieron al edificio en la hoy calle dels Comtes; otras, hablan de unas 3.000. Ante la actitud defensiva de los inquisidores, las puertas se derribaron a golpes, los moradores huyeron ¡°y los paisanos se entraron por todas partes llev¨¢ndose todo lo que encontraron, tanto de ropa como de muebles, sin respetar a nadie. Por la parte de la calle de la Tapinar¨ªa por las ventanas derribaron tantos libros y papeles como encontraron, esto dur¨® hasta entrada la noche¡±, relat¨® el menestral Mateu Cresp¨ª. Prisioneros, los demonios no hallaron m¨¢s que dos.
Habr¨ªa habido, al parecer, dos ataques al edificio: el 10 y el 11 de marzo. En el segundo, los asaltantes, seg¨²n la cr¨®nica de Cresp¨ª, se llevaron todos los libros de una espectacular secci¨®n de cirug¨ªa y se echaron por las ventanas papeles, entre ellos ¡°procesos de m¨¢s de 200 a?os¡±. Esto ¨²ltimo, en parte, por culpa de la inacci¨®n del Inquisidor Mayor, que ¡°ten¨ªa orden de Madrid de quemarlos¡±, seg¨²n lamentaba el carmelita Serrahima. Muchos acusados, as¨ª, pudieron hacerse con los legajos de sus juicios, si bien no cometieron actos de venganza. Y es que, seg¨²n los testimonios, la Constituci¨®n se proclam¨® pac¨ªficamente: ¡°Todo ha sido con orden menos en la Inquisici¨®n contra la cual se est¨¢ todav¨ªa desahogando el pueblo¡±, escrib¨ªa en una carta el comerciante Josep Brufau. La Inquisici¨®n qued¨® abolida definitivamente en Espa?a en 1834, pero en Barcelona, con aquel asalto demon¨ªaco, qued¨® ya tocada mucho antes.
Boston, el lejano y azaroso destino de 30 cajas de papeles
El asalto al palacio de la Inquisici¨®n del 10 de marzo de 1820 tuvo dos testimonios de excepci¨®n. Por un lado, Antoni Bergnes de las Casas (1801-1879), joven de familia afrancesada y muy vinculada al protestantismo, razones que igual expliquen la presencia ah¨ª de quien, entonces con casi 19 a?os, acabar¨ªa siendo capital editor, periodista, catedr¨¢tico de griego, rector de la Universidad de Barcelona y senador.
La segunda figura fue la de un norteamericano, Andrew Thorndike, que compart¨ªa negocio de importaci¨®n (pesca salada, algod¨®n, tabaco, trigo...) y exportaci¨®n (vino, sal, nueces, avellanas) con el c¨®nsul de su pa¨ªs en la capital catalana, Richard McCall. Frances Luttikhuizen no sabe si fue coincidencia azarosa de un viaje o si porque viv¨ªa en la ciudad, pero Thorndike estuvo ah¨ª y, junto a su socio, fue recogiendo material que lanzaban las masas por las ventanas hasta reunir 30 cajas, que envi¨® a Boston. Exc¨¦ntrico o no (ten¨ªa tambi¨¦n momias y piezas egipcias) o quiz¨¢ sensibilizado por un culto primo, logr¨® rescatar materiales datados entre 1532 y 1818, mayormente procesos contra el dogma cat¨®lico, genealog¨ªas de pureza de sangre¡ o contra quien hab¨ªa comido panceta en tiempo de guardar, hab¨ªa blasfemado, era protestante o practicaba supuestamente ocultismo. Pura Inquisici¨®n.
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