Los territorios de la pol¨ªtica
Esta exhibici¨®n del poder del Estado para cerrar territorios y encerrar ciudadanos coincide con la expansi¨®n del universo digital que no conoce fronteras y que puede haber sido el ganador de esta crisis
No hay Estado sin territorio, y disculpen la obviedad. De ah¨ª la enorme importancia de las fronteras que los delimitan. No hay Estado que aguante la p¨¦rdida de control de sus l¨ªmites, porque es sobre la base territorial que se funda su potencia: aqu¨ª, mando yo. Por eso, el cierre de fronteras es una sobreactuaci¨®n del Estado que siempre expresa alguna forma de inseguridad.
La pandemia del coronavirus ha dado una oportunidad a los Estados para demostrarnos su fuerza cerrando a cal y canto los pa¨ªses (y a sus ciudadanos en casa). Una reacci¨®n extrema con situaciones chocantes, como que Espa?a y Portugal, Estados construidos sobre la misma piel, hayan estado m¨¢s de tres meses sometidos al prohibido el paso. Como siempre que se cierran fronteras se han dado una amenaza ¡ªuna epidemia excepcional¡ª y una debilidad ¡ªlas dudas sobre la capacidad de los sistemas sanitarios para afrontar el envite.
La Uni¨®n Europea, que no consigue hacerse suficientemente atractiva para que los ciudadanos la consideren propia, y que navega sobre los recelos entre pa¨ªses cargados de historia y de resentimientos, ha retrocedido durante meses en una de las conquistas que reforzaban los sue?os de unidad: la abolici¨®n de las fronteras interiores. Cada cual cerr¨® c¨®mo y cu¨¢ndo quiso y a la hora de abrir las fronteras exteriores ni siquiera ha sido posible ponerse de acuerdo sobre a qui¨¦n se permite entrar y a qui¨¦n no.
Y sin embargo, los Estados salen reforzados de este cierre de fronteras porque han demostrado que todav¨ªa tienen capacidad para imponer determinados l¨ªmites, es decir, para marcar territorio. Y esto llega en un momento en que la desconfianza con los gobernantes est¨¢ en el orden del d¨ªa y da cauce a formas de radicalizaci¨®n neoautoritaria que canalizan el malestar y la inseguridad de muchos ciudadanos. ?Cambiar¨¢ algunas cosas esta exhibici¨®n? La historia no sabe de caminos rectos por mucho que algunos intenten explic¨¢rnosla como un imparable camino ascendente: ?hacia d¨®nde?
La historia no sabe de caminos rectos por mucho que intenten explic¨¢rnosla como un camino ascendente
Cada acontecimiento tiene su contrapunto. Esta exhibici¨®n del poder del Estado para cerrar territorios y encerrar a la ciudadan¨ªa ha coincidido con la expansi¨®n imparable del universo digital que no conoce fronteras y que como cultura y como ideolog¨ªa puede haber sido el ganador de esta crisis. Con lo cual, la pregunta es: ?hay en el horizonte una soberan¨ªa digital que pueda desbordar a la territorial? ?Estamos ya en este camino? Afortunadamente, si de algo hemos tomado conciencia estos d¨ªas es de que somos cuerpo ¡ªsusceptible de ser materialmente encerrados¡ª y que, por tanto, la dimensi¨®n corporal, territorial y espacial de nuestra existencia dif¨ªcilmente decaer¨¢. ?Vamos a un cruce de soberan¨ªas entre territorios marcados y controlados por los Estados y poderes digitales acechando nuestros cuerpos y actuando directamente sobre nuestros espacios privados? Hasta ahora la pol¨ªtica ha tenido una ineludible dimensi¨®n territorial y aquellos que han cre¨ªdo que todo se resolv¨ªa en el espacio de los medios de comunicaci¨®n acaban pag¨¢ndolo. Y tengo la sensaci¨®n de que todav¨ªa ser¨¢ as¨ª mucho tiempo: el territorio, la base material de nuestra experiencia como cuerpo que busca y se busca con los dem¨¢s (¡°Tocar es tocarse¡±, dec¨ªa el sabio Merleau-Ponty) sigue siendo ineludible en la experiencia com¨²n.
Tenemos algunos ejemplos de ello en la pol¨ªtica local, que pueden parecer prosaicos pero son ilustrativos. Estamos en vigilias de unas elecciones en el Pa¨ªs Vasco y en Galicia, en ambas hay dos partidos instalados en el poder que parecen inamovibles: el PNV y el PP. ?Por qu¨¦? Porque tienen una implantaci¨®n territorial ¡ªes decir, presencia y contacto en todas partes¡ª, largamente construida, con claros y con zonas oscuras ¡ªel clientelismo, garante fundamental de la servidumbre voluntaria, produce gangrena en las estructuras sociales, que los dem¨¢s partidos no han sabido replicar. El control del territorio est¨¢ en la base de la pol¨ªtica. Y es un factor clave tambi¨¦n en el conflicto interno de Junts per Catalunya. La principal fuerza de que dispone el PDeCAT para desafiar al liderazgo virtual de Puigdemont est¨¢ precisamente en el poder municipal, en el anclaje en pueblos y ciudades del sistema clientelar heredado del pujolismo.
Los electores son cuerpos humanos que se relacionan con los dem¨¢s, no simples sujetos an¨®nimos de mensajes virtuales. Y el contacto todav¨ªa cuenta. Y si no pregunten al presidente Macron: su partido, sin implantaci¨®n en la calle, apoyado estrictamente en el poder carism¨¢tico de su l¨ªder, ha quedado en clamoroso fuera de juego en las elecciones municipales.
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