Ciudades hambrientas, urbanismo caduco
Lo que comemos y c¨®mo vivimos en el espacio p¨²blico, dos claves de la crisis clim¨¢tica y de los cambios urgentes que exige
M¨¢s de acuerdo no podr¨ªa estar con la cita que abre el primer libro que me dispongo a recomendar en estas l¨ªneas: ¡°Si no somos capaces de proteger las tierras de cultivo tampoco podremos proteger las tierras salvajes¡ Seg¨²n esa misma l¨®gica, tampoco lo conseguiremos si no somos capaces de proteger las ciudades¡±. Quien habla es Wendell Berry, campesino, poeta, novelista y fil¨®sofo estadounidense, activista medioambiental, en El fuego del fin del mundo (Errata Naturae, traducci¨®n de David Mu?oz Mateos), colecci¨®n de ensayos de prosa po¨¦tica y anal¨ªtica que Berry encabeza con versos de Ezra Pound: ¡°Humilla tu vanidad, no fue el hombre / el que hizo el valor, o el orden, o la gracia, / humilla tu vanidad, digo, hum¨ªllala. / Aprende de la naturaleza el lugar / que te puede corresponder¡±.
Quien nos recuerda sus palabras es otro escritor, Gabi Mart¨ªnez, narrador de audaces capacidades po¨¦ticas e imaginativas, creador de una suerte de atlas de lugares y cuestiones que a lo ancho del planeta parec¨ªan poco novelescos, alguien as¨ª como nuestro Werner Herzog, por trazar un paralelo creativo que no lo reduzca a autor de literatura de viajes primero y ahora de literatura, de literatura de la naturaleza. Mart¨ªnez es tan poli¨¦drico en sus libros como Herzog lo es en su cine y en sus aspiraciones de lograr poner la c¨¢mara donde nunca estuvo, algo que empez¨® con Flaherty entre los esquimales, Bu?uel en las Hurdes y, despu¨¦s de la guerra, Huston en El tesoro de Sierra Madre. Vaya, que hace un siglo cuanto menos que se hacen ciertas cosas en la narrativa escrita y en la visual. Y as¨ª es como el breve y sustancioso volumen de Gabi Mart¨ªnez acabado de salir del horno no desdice en nada su trayectoria literaria sino que la insufla y la mantiene en su vuelo. Hay que leerlo, porque Gabi Mart¨ªnez siempre narra y cuenta una historia, no hay temas ¨¢ridos para ¨¦l que no puedan contarse como un cuento, todo en esta vida tiene protagonistas y sus vicisitudes trazan el relato. Y, as¨ª, leer este libro para empezar a terminar de una vez por todas con las suspicacias que el urbanismo en reforma y remodelaci¨®n de las ciudades contin¨²a despertando en la opini¨®n p¨²blica vehiculada por los medios y las redes sociales, no as¨ª en las vecindades, no de manera furibunda. El libro es Naturalmente urbano, y de subt¨ªtulo, Supermanzana: la revoluci¨®n de la nueva ciudad verde (Destino).
Como el autor, tambi¨¦n soy sorda de una oreja. Con su sordera empieza el libro, dotando al sonido, el ruido y el silencio de valor urban¨ªstico, lo que puedo afirmar que es noci¨®n precisa de lo que es vivir en una ciudad ruidosa como Barcelona (ponga el lector la suya si es el caso, que a buen seguro lo es). Lo s¨¦ tras d¨¦cadas de habitar un piso silencioso. No lo sab¨ªa cuando de joven empec¨¦ a buscar piso y viv¨ª en ocho hasta llegar al definitivo: en todos hab¨ªa silencio, un valor que sin saber que lo era, mi cuerpo me dec¨ªa que era el valor clave para m¨ª, m¨¢s incluso que la luz.
Hablemos de las ciudades en serio, de los modelos urbanos caducos que, sobre todo ahora, en esta pandemia y en lo que va a seguir, en la postpandemia, es urgente cambiar. Si el teletrabajo es el futuro que estamos implantando en este presente (para quien tiene trabajo), las casas y las calles deber¨¢n ser distintas. Y de cuestiones urbanas m¨¢s han de cambiar. Sin olvidar el urbanismo rural, que todo va ligado y ya no es posible decir m¨¢s que una cosa es la ciudad y la otra es el campo. Hay que volver a la idea del gran reformador del urbanismo barcelon¨¦s Cerd¨¤: ¡°Ruralizad lo urbano, urbanizad lo rural¡±.
Y as¨ª llegamos al segundo libro, Ciudades hambrientas. C¨®mo el alimento moldea nuestras vidas, de Carolyn Steel (Capit¨¢n Swing, traducci¨®n de Ricardo Garc¨ªa P¨¦rez). La autora es una arquitecta de formaci¨®n que como tantos de sus colegas se interes¨® pronto no por las formas arquitect¨®nicas en abstracto, sino por c¨®mo nos relacionamos con ellas. Pero ella indag¨® en un terreno in¨¦dito y puso en marcha este estudio de luminosa verdad: la comida es lo que ha dado forma a las ciudades y lo que ha moldeado el campo que las abastece. Lo que comemos, c¨®mo se produce y c¨®mo llega desde el agricultor al urbanita ¡ªhay que entender como urbanita aqu¨ª tambi¨¦n la vecindad rural, que ya come muy poco de lo que ella misma produce¡ª tiene un impacto sobre nosotros y el planeta mucho mayor que cualquier otra actividad humana. La tierra no es solo la agr¨ªcola, es el planeta.
As¨ª se cruzan la crisis clim¨¢tica y el urbanismo reformador, ya mismo, no hay tiempo para cambiar todo esto. Si queremos seguir comiendo, viviendo.
Merc¨¨ Ibarz es escritora y cr¨ªtica cultural
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