Lealtad, fidelidad y cortes¨ªa para con las instituciones
Laura Borr¨¤s, presidenta del Parlament, tiende a rechazar la lealtad institucional cuando afirma que este es soberano y que no se debe a ninguna otra instituci¨®n, ni al Govern, ni a los jueces ni a los tribunales

La ambici¨®n de la clase pol¨ªtica es conseguir o conservar el poder, ambici¨®n que persigue con m¨¢s o menos lealtad, fidelidad y educaci¨®n. Mi modesta ambici¨®n aqu¨ª y ahora ¡ªen este texto¡ª es que nuestros pol¨ªticos sean, por lo menos, corteses, educados los unos con los otros. Casi todos lo son, pero pueden mejorar.
Luego est¨¢n la lealtad, que se basa en la raz¨®n, y la fidelidad, que lo hace en el coraz¨®n. La lealtad exige estar a las reglas, a las leyes o a la palabra dada, aunque uno ya no las aprecie. La fidelidad requiere firmeza y constancia en los afectos. Uno puede ser leal a aquello a lo que se opone ¡ªhablamos de leal oposici¨®n¡ª si acata las reglas del juego, pero no se es fiel a quien se enga?a o traiciona.
As¨ª. cuando, hace ya bastantes a?os, algunos juristas preparamos los anteproyectos de la regulaci¨®n catalana del matrimonio, propusimos una definici¨®n del matrimonio m¨¢s amplia y abierta que la tradicional del C¨®digo Civil espa?ol: el c¨®digo catal¨¢n dice ahora que los c¨®nyuges deben guardarse lealtad (231.2), mientras que el espa?ol sigue exigiendo fidelidad (art. 68). No son lo mismo.
Desde luego, me gustar¨ªa pedir a los partidos presentes en el Parlament de Catalunya lealtad institucional, algo que la se?ora Laura Borr¨¤s, su estrenada presidenta y militante de Junts per Catalunya, tiende a rechazar cuando afirma que el Parlament es soberano, que no se debe a ninguna otra instituci¨®n ¡ªni al govern, ni a los jueces y tribunales¡ª. Con las leyes en la mano, lo anterior no es cierto, pero entiendo que la presidenta de una instituci¨®n quiera que esta prevalezca sobre todas las dem¨¢s, es cabalmente humano.
As¨ª est¨¢n las cosas y, por esto, exigir adem¨¢s a gran parte de la clase pol¨ªtica local aprecio efectivo a las instituciones ser¨ªa ingenuidad grande
As¨ª est¨¢n las cosas y, por esto, exigir adem¨¢s a gran parte de la clase pol¨ªtica local aprecio efectivo a las instituciones ser¨ªa ingenuidad grande: no solo Junts, sino que algunas otras formaciones pol¨ªticas catalanas muy importantes se definen a s¨ª mismas por querer suprimir instituciones b¨¢sicas en Espa?a y Catalu?a. Por ejemplo, Esquerra Republicana de Catalunya no quiere la Monarqu¨ªa, sino una Rep¨²blica catalana (pero nadie sabe en qu¨¦ consistir¨ªa). O Candidatura d?Unitat Popular, CUP, quiere una Catalunya independiente que no sea un Estado miembro de la Uni¨®n Europea (UE), ni que lo sea de la Organizaci¨®n del Tratado del Atl¨¢ntico Norte (OTAN), ni tampoco que haya entidades financieras privadas. M¨¢s generalmente, la CUP suele definirse como un partido pol¨ªtico anticapitalista. Sin embargo, resulta complicado saber, despu¨¦s del fracaso hist¨®rico de todos los reg¨ªmenes comunistas hist¨®ricos, qu¨¦ rayos de anticapitalismo les resultar¨ªa congenial. Otras formaciones pol¨ªticas, igualmente respetables y representativas, manifiestan actitudes tambi¨¦n distintas y contrapuestas en su grado de lealtad y fidelidad hacia las instituciones.
Como acaso la mayor parte de los juristas de este pa¨ªs, no soy partidario de la revoluci¨®n catalana por lo que tendr¨ªa de desleal (y, sobre todo, de irresponsable).
Naturalmente, se puede ir a¨²n m¨¢s lejos: adem¨¢s de ser republicano, contrario a la UE o adversario de los bancos privados, una persona, un grupo o un partido pol¨ªtico pueden ser revolucionarios, es decir, partidarios de un cambio radical, normalmente violento, del r¨¦gimen pol¨ªtico b¨¢sico del pa¨ªs, de nuevas lealtades a nuevas instituciones que sustituyan a las derrocadas por la revoluci¨®n. Revoluciones las ha habido siempre y va a seguir habi¨¦ndolas. Pero el problema entonces es que si algunas revoluciones hist¨®ricas triunfan ¡ª-como lo hicieron la americana (1775-83), la francesa (1789), la rusa (1917) o la cubana (1953-59)¡ª, otras fracasan ¡ªcomo la de los helotes en Esparta (464 aC), la revuelta de los campesinos ingleses (1381), o, para los confederados, la Guerra Civil Americana (1861-65)¡ª.
En todo caso, los candidatos a revolucionarios han de ser conscientes de que si vas a ser desleal con las instituciones a las cuales te opones y adem¨¢s te revuelves en serio contra ellas para derribarlas, aseg¨²rate antes de que tienes m¨¢s probabilidades de ganar que de perder. Porque al final, rebelde es quien pierde: tras la Guerra Civil espa?ola, sus vencedores juzgaban sumariamente y condenaban a los perdedores por auxilio o adhesi¨®n a la rebeli¨®n, cuando quienes lo hab¨ªan hecho eran ellos. Pero hab¨ªan ganado.
Como acaso la mayor parte de los juristas de este pa¨ªs, no soy partidario de la revoluci¨®n catalana por lo que tendr¨ªa de desleal (y, sobre todo, de irresponsable). Como persona, intento ser fiel y leal a las instituciones. Y como ciudadano, exijo al menos educaci¨®n, que los pol¨ªticos catalanes de todas clases no se digan barbaridades los unos a los otros, esto es, que sean corteses. No es tanto pedir. ?Imaginan si el mundo nos reconociera por esto?
Pablo Salvador Coderch es Catedr¨¢tico em¨¦rito de derecho civil de la Universitat Pompeu Fabra.
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