La vida por un c¨¦ntimo
Contar las monedas peque?as me ha servido para saber cu¨¢nto vale un diario o el precio que reclaman por sus melocotones los payeses de ¡®Alcarr¨¤s¡¯
Todav¨ªa queda alg¨²n quiosco que vende diarios y pone la atenci¨®n en los clientes a los que les gusta leer las noticias en papel, quiz¨¢ porque est¨¢n convencidos de que su impresi¨®n supone necesariamente que son ver¨ªdicas, incluso en asuntos tan dif¨ªciles de clasificar como la separaci¨®n de Piqu¨¦ y Shakira. Algunos redactores hemos tenido dudas sobre qui¨¦n se deb¨ªa ocupar del acuerdo de separaci¨®n de la pareja, y m¨¢s en un momento en que los peri¨®dicos abrazan secciones tan gen¨¦ricas como Vida y Artes, Tendencias, Estilo o Gente. ¡°Yo lo pondr¨ªa en la portada¡±, responde el quiosquero al que acudo ¨²ltimamente.
Hace unos d¨ªas que cambi¨¦ de quiosco por un incidente hasta cierto punto previsible porque su propietario variaba cada dos por tres de vendedor y en su mayor¨ªa estaban m¨¢s ocupados en poner caf¨¦s e infusiones a los j¨®venes que van y vienen a pie o en bicicleta que en atender a un p¨²blico an¨®nimo que acude en busca de un diario que no tiene reservado, nada extra?o de todas maneras en un quiosco-caf¨¦. Uno de los ¨²ltimos compradores que conoc¨ª lleg¨® con la lengua fuera, pill¨® un peri¨®dico, solt¨® una tarjeta y ante el pasmo de los que guard¨¢bamos cola se dirigi¨® al vendedor: ¡°?C¨®brame que tengo el coche mal aparcado y no quiero sorpresas!¡±. No pidi¨® siquiera perd¨®n y se larg¨® en direcci¨®n a la calle Balmes.
Aquel d¨ªa entend¨ª c¨®mo funcionaba el negocio y me arm¨¦ de paciencia hasta que poco despu¨¦s, en una jornada en la que volv¨ªa a guardar turno, quien atend¨ªa el puesto solt¨® un mon¨®logo mientras preparaba un t¨¦: ¡°No me explico c¨®mo hay gente que sigue comprando el diario; les lavan el cerebro¡±. Ya no me pude aguantar y me fui a por un nuevo quiosco mientras un cliente asent¨ªa y retiraba los ejemplares encargados por una empresa. A los quioscos-caf¨¦ les convienen compradores fijos que retiran los peri¨®dicos sin mediar el vendedor, habitualmente convertido en un barman.
Tampoco fue f¨¢cil mi debut en el nuevo quiosco que eleg¨ª despu¨¦s de comprobar que en su oferta no figuraban las bebidas porque una se?ora se empe?¨® en que pagar los dos diarios retirados con monedas y no par¨® de contar c¨¦ntimos hasta que reuni¨® 3,20 euros. ¡°La vida nos ir¨ªa mejor si valor¨¢ramos los c¨¦ntimos¡±, se excus¨® ante mi sorpresa, poseedor como soy de un monedero de goma ovalada ¡ªsilicona¡ª, que me regal¨® mi querido amigo Oriol Puigdemont. No tardamos en congeniar, vecinos de pueblo e hijos de agricultores como somos, despu¨¦s de admitir que mis gastos se han disparado desde que utilizo la tarjeta de cr¨¦dito para cualquier compra, tambi¨¦n para la T-Casual: 11,35 c¨¦ntimos.
La supervivencia de muchos se ha convertido en una cuesti¨®n de c¨¦ntimos, y muy especialmente en los payeses, como se ha visto con las manifestaciones por el precio de la leche de vaca y el de los melocotones, protagonistas de la pel¨ªcula Alcarr¨¤s. Quince c¨¦ntimos es el importe que une al padre y al hijo en su reivindicaci¨®n antes de tener que abandonar su tierra por la amenaza de la gr¨²a que abre v¨ªa a las placas solares en el Segri¨¤. Hay agricultores que pelean tambi¨¦n contra los molinos de viento que se levantan en Lleida y Tarragona. El equilibrio es tan dif¨ªcil como est¨¦ril resulta luchar con tantas plagas como las que se visualizan en Alcarr¨¤s.
La pel¨ªcula me parece magn¨ªfica porque explica de forma realista la vida de una familia de pay¨¦s: los abuelos, que regentan la finca con un contrato verbal que siempre depende de la voluntad de los amos, tal que hubiera sido una concesi¨®n por la gracia de Dios ¡ª¡±sort en v¨¤rem tenir aleshores dels senyors¡±, se excusan los masoveros¡ª; los padres, a los que cambian las reglas de juego a diario y cuya resistencia a claudicar se convierte en un drama emocional y f¨ªsico que a veces suena a chantaje, porque volen i dolen ¡ªs¨ª pero no¡ª con sus descendientes; y los propios hijos, que se saben el punto y final de la historia, unas veces obedientes y otras indomables, solo comprendidos por la Dolors.
Las madres de pay¨¦s se desviven por los hijos, por los maridos y por los abuelos, y por los hermanos y por los cu?ados, incluso cuando desertan; trabajan, ayudan y callan; y sus bofetadas suenan a m¨²sica celestial en Alcarr¨¢s. La pel¨ªcula de Carla Sim¨®n se ve bien y se siente mejor porque su lenguaje es preciso ¡ªimposible superar la expresi¨®n ¡°la canalla de D¨¦u¡±¡ª. Hay quien se queja de que es demasiado lenta, como si la vida en el campo fuera r¨¢pida y tuviera que ir acompasada al ritmo del consumidor depredador, aquel que come melocotones de enero a diciembre sin atender a las estaciones, igual de contento con la fruta de Lleida que la de Turqu¨ªa.
Los productos de proximidad exigen muchas horas, al igual que los peri¨®dicos que llegan a los quioscos. Nada me resulta m¨¢s reparador que ir a por el diario y tratar con los payeses que reniegan con o sin subvenci¨®n porque el grano dif¨ªcilmente llega a la hora, tan pr¨®ximo e igual de lejano ¡ªinsisto¡ª que los peri¨®dicos, tambi¨¦n en el Llu?an¨¨s. Apenas quedan cajeros autom¨¢ticos en muchos pueblos, la mayor¨ªa de las sedes bancarias fueron suprimidas y la tarjeta no es una garant¨ªa para la compra, de manera que se impone llevar monedero por si hay que pagar al contado, c¨¦ntimo a c¨¦ntimo, como aquella se?ora en el quiosco de Barcelona.
Aunque ya entiendo que no es una soluci¨®n, contar los c¨¦ntimos, y m¨¢s los que no acompa?an al euro sino que se valen por si solos ¡ªnada de redondear¡ª me ha servido para saber cu¨¢nto vale un diario, a cu¨¢nto pagan el litro de leche de vaca, el precio que reclaman por sus melocotones los payeses de Alcarr¨¤s y descubrir tambi¨¦n que algunos de los que piden limosna ponen mala cara a los c¨¦ntimos.
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