Malditas maletas
Para guardar lo ajeno es mejor olvidar. Lo de los dem¨¢s pesa, muchas veces en la conciencia, otras de manera m¨¢s literal, sobre todo cuando tienes que guardar maletas de desconocida procedencia y contenido
Confundo, a veces, recordar con guardar.
Creo que ten¨ªa 17 o 18 a?os. Era una ¨¦poca en el que pasaba muchas horas en una casa que hab¨ªa heredado mi mejor amigo, tambi¨¦n de nombre Juan, haciendo lo que mejor hac¨ªamos (muy probablemente lo ¨²nico): matar el presente a la espera de un futuro mejor. ¡°Si el alzh¨¦imer no me atrapa, voy a ser un viejo muy sabio¡±, le solt¨¦ sin ning¨²n tipo de rubor y, seguramente, ni de abuela. Normalmente se hubiera re¨ªdo. Ese d¨ªa no. Cogi¨® un boli, escribi¨® la frase en un papel, puso mi nombre...
Confundo, a veces, recordar con guardar.
Creo que ten¨ªa 17 o 18 a?os. Era una ¨¦poca en el que pasaba muchas horas en una casa que hab¨ªa heredado mi mejor amigo, tambi¨¦n de nombre Juan, haciendo lo que mejor hac¨ªamos (muy probablemente lo ¨²nico): matar el presente a la espera de un futuro mejor. ¡°Si el alzh¨¦imer no me atrapa, voy a ser un viejo muy sabio¡±, le solt¨¦ sin ning¨²n tipo de rubor y, seguramente, ni de abuela. Normalmente se hubiera re¨ªdo. Ese d¨ªa no. Cogi¨® un boli, escribi¨® la frase en un papel, puso mi nombre y el d¨ªa y lo peg¨® en la pared. ¡°A partir de ahora, todas las estupideces que se digan ac¨¢ van a quedar colgadas¡±, me dijo. Me pareci¨® genial. Una caja negra de estupidez, entonces a modo de adorno, en una casa semivac¨ªa.
A veces fantaseo con una caja negra de mi vida. Supongo que es porque me cuesta decir adi¨®s: guardar para no olvidar. Siempre que sea m¨ªo, claro. Para guardar lo ajeno es mejor olvidar. Lo de los dem¨¢s pesa, muchas veces en la conciencia, otras de manera m¨¢s literal, sobre todo cuando tienes que guardar maletas de desconocida procedencia y contenido.
En el momento m¨¢s duro de la pandemia, cuando solo hab¨ªa encierro e incertidumbre, me escribe mi hermano desde Argentina. ¡°Haceme un favor: anda a buscar unas valijas al aeropuerto de Barcelona¡±. El pedido, ya de por s¨ª, era de lo m¨¢s bizarro. El momento, ni hablar. Revisando el mensaje de WhatsApp de la conversaci¨®n, solo me limit¨¦ a decirle: ¡°?En serio?¡±. Me respondi¨® con un emoji. No me pude quejar porque suelo hacer lo mismo: cuando no s¨¦ qu¨¦ decir mando un emoticono. Encuentro pocas cosas tan ¨²tiles como la ambig¨¹edad virtual.
Unos minutos m¨¢s tarde me lleg¨® un audio, bastante extenso -rozaba el podcast- en el que una se?ora de nombre Mariana (ficticio) me explicaba m¨¢s o menos la situaci¨®n. En resumen, las maletas se hab¨ªan extraviado y hab¨ªan terminado en El Prat. ¡°Cuando se abra el aeropuerto de este pa¨ªs de mierda, al que espero que no tengas la intenci¨®n de volver, me voy a tomar un avi¨®n para ir a buscar las valijas¡±, concluy¨®. Parec¨ªa amable, pero por norma no me gusta que critiquen a Argentina. Prefiero pensarla como a la infancia, perfectamente imperfecta, casi inmaculada desde que soy padre y s¨¦ que ya es dif¨ªcil que pueda cantar Volver.
Esa noche, en el piti del final del d¨ªa en el balc¨®n de cara a una calle Muntaner vac¨ªa, le coment¨¦ a mi mujer la situaci¨®n. Me hizo varias preguntas: ¡°?Qui¨¦n ese esta se?ora?¡±, ¡°?Son grandes las maletas?¡±, ?Hasta cu¨¢ndo las vamos a tener?¡±. Mi respuesta era calcada: ¡°No s¨¦¡±. Su cara no traduc¨ªa precisamente simpat¨ªa. Al d¨ªa siguiente fui al aeropuerto. La sensaci¨®n era como la de un campo de f¨²tbol en el d¨ªa en el que no hay partido. No parece un campo de f¨²tbol. El Prat vac¨ªo no parec¨ªa El Prat.
Me encontr¨¦ con la primera respuesta: el tama?o. El peor de los pron¨®sticos era una realidad, dos bloques de 23 kilos (o m¨¢s). Los sub¨ª al trastero de mi casa y, cuando ya intentaba olvidar (esto s¨ª que era olvidable) el esfuerzo de lidiar con esas dos maletas en soledad (mi mujer estaba embarazada y no pod¨ªa ayudarme), mi pareja me asalt¨® con la pregunta inevitable: ¡°?Qu¨¦ hay dentro de las maletas?¡±.
Me acord¨¦ de un compa?ero del colegio primario. Su talento para jugar a la pelota era inversamente proporcional a su creatividad. Se presentaba a los partidos de f¨²tbol con una especie de malet¨ªn, de esos viejos y cuadrados, y se sentaba en el banquillo. Rara vez ped¨ªa jugar y jam¨¢s abr¨ªa su malet¨ªn. Eso s¨ª, se inventaba todo tipo de fabulas sobre lo que llevaba dentro. Y en los postpartido nos ten¨ªa a todos fascinados, especulando sobre el posible contenido. Me encantan ese tipo de personas, b¨¢sicamente porque me aburren las otras: esa gente a la que te cruzas despu¨¦s de mucho tiempo sin verlas y te cuentan su curr¨ªculo (para eso ya tengo LinkedIn, amigo) o las que se aferran al mundo de lo concreto (hablemos en abstracto, campe¨®n). Siempre he encontrado m¨¢s divertido hablar en guasa que hacerlo en serio. La broma no tiene l¨ªmites; lo literal, s¨ª.
Entonces, con mi mujer comenzamos una serie de debates sobre el posible contenido de las maletas de Mariana. Algunos lo descartamos r¨¢pidamente. ¡°Farlopa no puede tener, las recog¨ª de un aeropuerto¡±, le dije. La opci¨®n del dinero era tan tentadora como improbable.
El tiempo, en cualquier caso, borr¨® las maletas de Mariana de nuestras conversaciones. Pero empez¨® la nueva normalidad y cada vez que ten¨ªamos que subir a buscar nuestras maletas para irnos a alg¨²n sitio, aparec¨ªa la misma duda: ¡°?Cu¨¢ndo van a venir a buscar las maletas?¡±. Mi respuesta, la de siempre: ¡°No s¨¦¡±.
Este verano, dos a?os y 10 d¨ªas despu¨¦s del primer mensaje, apareci¨® un texto de WhatsApp desde un n¨²mero desconocido: ¡°Hola Juan, soy Mariana, la pesada que te dej¨® dos a?os unas valijas. ?Todav¨ªa las ten¨¦s?¡±. Me vi tentado a decirle que no. E, incluso, hasta a hacerle ghosting. Pero enseguida me escribi¨® mi hermano: ¡°Boludo, ten¨¦s las valijas, ?no?¡±. Sin ning¨²n tipo de buen rollo, resolv¨ª las dos conversaciones con un escueto s¨ª. Pero con la suerte de que estaba en el cumplea?os de un primo de mi mujer y la conversaci¨®n de las maletas y su eternizaci¨®n en nuestro trastero alegr¨® la tarde de los invitados. ¡°?Qu¨¦ morro tiene esa mujer!¡±, ¡°?qui¨¦n deja dos a?os unas maletas?¡±, ¡°?Nos rob¨® el espacio en el trastero¡±¡ Y, por supuesto: ¡°?Qu¨¦ hay en las maletas?¡±
Record¨¦ mis tiempos en el colegio primario en los que fantaseamos sobre el contenido de un malet¨ªn qu¨¦ jam¨¢s pude abrir (ahora ten¨ªa la posibilidad de hacerlo), pero sobre todo pens¨¦ en el valor que tendr¨ªa para Mariana lo que yo le estaba guardando (no ten¨ªa la posibilidad de saberlo). Entre todas las respuestas y yo, un m¨ªsero candado.
La semana pasada, Mariana se present¨® en mi casa con una caja de alfajores (t¨ªpico dulce de Argentina que disfrutamos con los compa?eros de EL PA?S y la CADENA SER), pidi¨® perd¨®n y se march¨®. No pregunt¨® nada. Yo tampoco.
Benditos recuerdos. Malditas maletas.
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