Jabal¨ªes
Se ha fantaseado tanto con la vida de pueblo, que en la ciudad algunos han acabado por alimentar a los jabal¨ªes como si formaran parte de un paisaje so?ado
Acabo de ver pasar el zorro por delante de mi casa de Perafita, pasada la una de la madrugada, y aguardo expectante a ma?ana temprano para ver desayunar a los cazadores, siempre dispuestos a abatir jabal¨ªes, que son animales depredadores, sobre todo de cereales y hortalizas, igual de temibles en la carretera que en el bosque, sobre todo desde que no quedan lobos, al menos en el Llu?an¨¨s. Nunca se me ocurri¨® dar de comer a un jabal¨ª en mis paseos por Collserola de vuelta a Barcelona ni huyo de las ratas de plaza de Catalunya desde que supe c¨®mo las trataba el T¨ªo Ratero en el libro de Miguel Delibes.
Aunque a veces sucediera con la escopeta de nuestro padre de por medio, los de pueblo aprendimos a distinguir entre animales dom¨¦sticos y no dom¨¦sticos o entre los que facilitaban la vida y los que no, sin que se dudara de nuestra condici¨®n animalista, en mi caso familiarmente reprobada porque me escond¨ªa la madrugada que degollaban en la puerta de casa a aquel cerdo que yo ayud¨¦ a engordar desde gorrino e igual de cobarde que cuando me escaqueaba para no tener que ayudar a mi madre a matar un pollo o un pato para la comida dominical y a veces para la fiesta mayor, el 29 de junio, Sant Pere.
Todav¨ªa recuerdo -y revivo- la fiesta mayor por el entoldado alrededor del que durante cuatro d¨ªas giraba la vida y la expectativa de encontrar una novia casadera al comp¨¢s de orquestas como la Rosaleda, la Maravella, Janio Mart¨ª o incluso Jorge Sep¨²lveda. Hab¨ªa que saber bailar y tambi¨¦n jugar muy bien al f¨²tbol para llegar a disputar el partido que se anunciaba y no llegaba contra los veteranos del Bar?a. El punto de encuentro familiar, sin embargo, era la comida que se celebraba el d¨ªa del patr¨®n y en la que el anfitri¨®n ofrec¨ªa sus mejores viandas a los muchos parientes que llegaban de Vic y Barcelona.
Nada mejor que un par de buenas ocas para alimentar aquel gent¨ªo que prefer¨ªa el espumoso Delapierre al Rondel y no perdonaba los canelones ni la crema catalana y, en el caso de los hombres, la faria o el R?ssli. Me entusiasmaba m¨¢s la fiesta que la carne, hasta el punto de que nunca logr¨¦ saber la medida de mi plato: mi madre me recuerda que de peque?o me costaba comer y de mayor mi mujer me quita la comida en Perafita y en Barcelona. No recuerdo en cualquier caso que alguna vez haya disfrutado de una manduca de fiesta mayor en la ciudad parecida a la del pueblo y menos haber identificado la solemnidad con un plato en la capital de Catalu?a.
No siento aprecio por la fiesta mayor de Barcelona, y no es que prefiera como patrona a Santa Eul¨¤lia a la Merc¨¨, sino porque asocio el 24 de septiembre a la lesi¨®n de Maradona que conmocion¨® el f¨²tbol en 1983. La memoria retiene aquella entrada de Andoni Goikoetxea fuera de tiempo y de lugar que parti¨® el mal¨¦olo del 10 despu¨¦s de salir de su cancha como si fuera un esquiador con la fuerza de Alberto Tomba. As¨ª que no tengo nada que festejar aquel d¨ªa en la cancha ni en la mesa y si no paro en casa durante la semana prefiero comer en sitios que me resultan familiares como el Kiosko Universal de La Boqueria o Can Vilar¨®.
All¨ª soy tan querido y bien servido como en el Caf¨¨ del Mig o de Cal Pensir¨®. No siento nostalgia de Perafita sino que abrazo con gratitud los lugares amables de Barcelona. Tengo tanto recelo de los que idealizan la vida de pueblo, como de los payeses tan desagradecidos como aprovechados de la ciudad y me reconforta por tanto vivir en ruta por Catalu?a. No es lo mismo pasar un fin de semana, las vacaciones o vivir en un pueblo sin ser pay¨¦s, que ser pay¨¦s y engordar cerdos, orde?ar vacas, pastorear ovejas y cabras, alimentar pollos, conejos, patos y ocas o cuidar de los caballos de los jeques de Dubai y Emiratos ?rabes.
Laura Serra, periodista del Ara que escribe en la contraportada de El 9 Nou de forma alterna con Eloi Vila, lo describi¨® muy bien en el art¨ªculo titulado La vida d¡¯antes: ¡°?s divertit imaginar-te, per un moment, agafant els trastos i anant a viure en un paratge bonic com si fossis un vedell i la vida es tract¨¦s d¡¯arrancar brins d¡¯herba del marge. Per¨° ni tu ets una vaca, ni viure a pag¨¨s ¨¦s un retir de igoa kundal¨ª. Aquesta romantitzaci¨® de la vida de poble, id¨ªl.ica, se l¡¯han inventat els de ciutat. Els de poble mai a la vida ens hav¨ªem aturat a pensar en els arbres, els enciams, el quil¨°metre zero i l¡¯aire pur. Senzillament, hi eren¡±, public¨® Serra.
La pandemia cambi¨® muchos h¨¢bitos y la convivencia no siempre es llevadera en los pueblos despu¨¦s de la llegada desde las ciudades de profesionales adictos al teletrabajo o j¨®venes en busca de una mejor vida ante la sorpresa de aquellos nuestros abuelos que se desvivieron para que sus hijos pudieran pagar los estudios a los nietos que hoy ejercen de veterinarios o ingenieros agr¨®nomos como signo de la prosperidad y apego a la familia arraigada a localidades como Perafita.
Ocurre que se ha fantaseado tanto con la vida de pueblo que en la ciudad algunos han acabado por alimentar a los jabal¨ªes como si formaran parte de un paisaje so?ado en el que los animales son de dibujos animados, igual de divertidos que los protagonistas de los v¨ªdeos con los que muchos padres entretienen a los hijos para comer tranquilos en un buen restaurante. Yo, pendiente como estoy de c¨®mo se miran unos y otros porque voy y vengo, prefiero comer jabal¨ª a darle de comer, siempre que los cazadores no est¨¦n de huelga como ahora, cuando empieza la temporada, por desacuerdo con la Generalitat y el departamento de Acci¨®n Clim¨¢tica: hay un problema de seguridad y convivencia entre cazadores y excursionistas. ?Que venga Obelix!
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