La mosca del a?o
Pese a los cambios clim¨¢ticos, cuando llega el fr¨ªo estos insectos se refugian en los hogares, hasta la muerte de la ¨²ltima
Cuando ¨¦ramos peque?os, la ¨¦poca del fr¨ªo empezaba a mediados de septiembre. Me explico: julio y agosto dejaban el pa¨ªs al ba?o mar¨ªa, la vegetaci¨®n marchita y las caras ablandadas ¡ªy cuando digo pa¨ªs digo el Empordanet, pero me imagino que en todas partes pasaba lo mismo¡ª. A mediados de septiembre sent¨ªamos un escalofr¨ªo, una noche cualquiera, el aviso de que la ¨¦poca del calor ten¨ªa los d¨ªas contados y ...
Cuando ¨¦ramos peque?os, la ¨¦poca del fr¨ªo empezaba a mediados de septiembre. Me explico: julio y agosto dejaban el pa¨ªs al ba?o mar¨ªa, la vegetaci¨®n marchita y las caras ablandadas ¡ªy cuando digo pa¨ªs digo el Empordanet, pero me imagino que en todas partes pasaba lo mismo¡ª. A mediados de septiembre sent¨ªamos un escalofr¨ªo, una noche cualquiera, el aviso de que la ¨¦poca del calor ten¨ªa los d¨ªas contados y que la ¨¦poca del fr¨ªo llamaba a la puerta. Sufr¨ªamos el primer temporal de levante, a la manera de un punto y aparte definitivo. Pas¨¢bamos de darnos el ¨²ltimo chapuz¨®n, un d¨ªa, a sacar la ropa de invierno al d¨ªa siguiente. Y en los hogares se encend¨ªa el fuego inaugural, llenando los pueblos de olor a le?a quemada.
Parece que hable de un tiempo y de un pa¨ªs remotos, pero esto ocurr¨ªa hace solo veinte, treinta a?os. Hoy, lo que los cursis llaman la ¨¦poca de los ba?os suele empezar a mediados de abril y encuentras gente en remojo, en las playas, hasta principios de noviembre. El cambio clim¨¢tico ha desbaratado la climatolog¨ªa que aprendimos de peque?os. El cuerpo y la cabeza, herederos y memoria de un tiempo equilibrado (ordenado en cuatro estaciones o, para nosotros, en dos ¨¦pocas) hace unos a?os que van de capa ca¨ªda con la nueva situaci¨®n.
La ¨¦poca del fr¨ªo: el oto?o remojaba el pa¨ªs y encerraba la gente en las casas, y el invierno vivificaba el aborigen y congelaba el mundo. No hay nada m¨¢s placentero que tomar el sol de mediod¨ªa durante las mermas de enero. Despu¨¦s, la primavera volv¨ªa loca toda cosa viva y el verano, casi por oposici¨®n, remataba su madurez y la enterraba al comp¨¢s de las cigarras, de d¨ªa, y de los grillos, de noche. Por ahora, aunque todav¨ªa se produce esta graduaci¨®n ¡ªeste tipo de reloj que sincroniza los cuerpos y los cerebros con la Tierra¡ª, la realidad es que el tiempo se presenta como un catacaldos impertinente.
Sin embargo, a pesar de la evidencia de que vamos de mal en peor, hay aspectos que todav¨ªa no han cambiado. Quiero decir aspectos relacionados con el movimiento pendular del clima. Uno de ellos, que yo uso para no perder la esperanza, es la presencia de la ¨²ltima mosca. Llegado el fr¨ªo, las moscas se refugiaban en las casas. Aquellas moscas negras, algo torpes, que chocaban contra los cristales y que parec¨ªa que, de tan gordas, les costaba volar. Formaban parte de una tropa que se iba muriendo. Qui¨¦n no ha barrido del suelo sus cad¨¢veres panza arriba, cerca de las ventanas. Y al fin solo quedaba una. La ¨²ltima mosca. Exhausta, la m¨¢s grande, sol¨ªa zumbar en el marco del ventanal del comedor, sin poder levantar el vuelo.
En casa, cada a?o le pon¨ªamos nombre. Ramona, Paquita. Desaparecida la ¨²ltima mosca, de muerte natural, quer¨ªa decir que el fr¨ªo hab¨ªa llegado en serio. Y nosotros guard¨¢bamos el recuerdo. En el a?o x, Conchita hab¨ªa durado mucho y, en cambio, en el a?o z, Reparada hab¨ªa flaqueado enseguida. Punte¨¢bamos la memoria con esta peque?a continuidad obstinada.
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