Biograf¨ªa de una mosca
Me trastorna la belleza de esta mosca, su laboriosidad, su tes¨®n biol¨®gico, su voluntad de existir, su perseverancia org¨¢nica. Me conmueve su modo de relacionarse con el macho, me hacen llorar sus enormes ojos (de un rojo bermell¨®n intens¨ªsimo), sus elegantes alas, sus patas exquisitamente articuladas, su trompa, su cabeza, su t¨®rax, sus tr¨¢queas, sus genitales... Tengo tanta admiraci¨®n por sus genes (id¨¦nticos, en gran medida, a los m¨ªos) que no dudo en afirmar que esta mosca hembra, de nombre Catalina, es un juguete biol¨®gico intrigante, una creaci¨®n org¨¢nica aguda, una manifestaci¨®n som¨¢tica sutil en cuya historia (como en la m¨ªa) aparecen mezclados todos los ingredientes de un cuento de hadas y de un relato de terror.
Mientras escribo estas l¨ªneas, Catalina permanece junto al ordenador, escuchando quiz¨¢ el tableteo de sus teclas. Tal vez perciba el calor y las radiaciones que emite mi port¨¢til. Vive en el interior de un peque?o cilindro de pl¨¢stico cuyo techo est¨¢ formado por una fin¨ªsima tela met¨¢lica, para que respire, y cuya base tiene la forma de un plato en el que hemos extendido una l¨¢mina de agar (sustancia gelatinosa, un poco azucarada, ideal para que deposite los huevos) y un pellizco de levadura, a modo de alimento. Hoy, a las 13.00, cumplir¨¢ 16 d¨ªas de vida. Podemos decir que, si todo va bien, Catalina se encuentra en la mitad de su existencia. Pero sigue ¨¢gil, copula con regularidad con Pruden, o Prudencio (el macho que le he dado de compa?¨ªa, no es bueno que la mosca est¨¦ sola), come bien y tiene el abdomen lleno de huevecillos que deposita, al ritmo de uno por hora (d¨ªa y noche), sobre la l¨¢mina de agar del recept¨¢culo. No ha abandonado sus h¨¢bitos higi¨¦nicos ni ha perdido curiosidad por el entorno, aunque est¨¢ algo m¨¢s oscura que cuando naci¨® y da menos saltos que los primeros d¨ªas. Vuela a veces de un lado a otro de su jaula, pero va a la mayor¨ªa de los sitios andando. Cuando se cruza con Pruden (o Prudencio), que naci¨® al mismo tiempo que ella (y de la misma madre), lo evita porque en este momento tiene la espermateca llena. No se dejar¨¢ montar de nuevo hasta que la vac¨ªe. ?l, no obstante, lo intenta siempre, no importan el d¨ªa ni la hora. Pero no es un acosador inc¨®modo, se limita a bailar un rato alrededor de Catalina, agitando las alas de un modo caracter¨ªstico. M¨¢s que agitarlas, las hace vibrar, produciendo una m¨²sica ultras¨®nica, sin duda enormemente seductora, que no nos es dado o¨ªr. Luego se coloca frente a ella y acerca su trompa a la de Catalina, como si la hablara o la besara. A continuaci¨®n se pone detr¨¢s y, tras tocar un poco el viol¨ªn (el ala) y oler los genitales de su compa?era, hace un intento de montarla que ella rechaza con las patas de atr¨¢s. Pese a que Prudencio est¨¢ dotado de unos ap¨¦ndices llamados peines sexuales, pensados para sujetarse en la c¨®pula al cuerpo de la hembra, ahora no le sirven de nada. Su envergadura es menor que la de Catalina. No podr¨ªa montarla sin su consentimiento. Prudencio es uno de esos maridos menudos, aunque fibrosos y ¨¢giles, que vemos pasear junto a algunas mujeres grandes. Todos los machos de su especie son m¨¢s peque?os que las hembras. Poseen tambi¨¦n un abdomen menos redondeado y m¨¢s oscuro. Su pene, retr¨¢ctil, permanece normalmente escondido en la genitalia. Se trata de una estructura fija (no crece, como en el caso de los mam¨ªferos) que saca fuera por medio de unos m¨²sculos.
Catalina es una Drosophila melanogaster, expresi¨®n de origen griego que literalmente significa "amante del roc¨ªo de vientre negro". Tambi¨¦n es conocida como "mosca del vinagre" o "mosca de la fruta", porque suele depositar sus huevos en manzanas, uvas, naranjas, etc¨¦tera, en proceso de fermentaci¨®n. Debido a sus caracter¨ªsticas resulta ideal para la investigaci¨®n gen¨¦tica. Los genes que ensamblan el cuerpo de una Drosophila son los mismos que ensamblan el cuerpo humano. El ojo de Ingrid Bergman y el de Catalina son producto de estrategias id¨¦nticas. Es m¨¢s, si coloc¨¢ramos un gen de los ojos de Ingrid Bergman en Catalina, saldr¨ªa un ojo de mosca, porque el gen sabe que en ese contexto corporal no puede desarrollarse un ojo humano.
Debo la comparaci¨®n entre el ojo de Ingrid Bergman y el de Catalina a Gin¨¦s Morata, premio Pr¨ªncipe de Asturias 2007 por su dedicaci¨®n a la mosca del vinagre, y responsable de uno de los 10 grupos de trabajo que se dedican, en el Centro de Biolog¨ªa Molecular (instituci¨®n mixta, dependiente de la Universidad Aut¨®noma de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas), al estudio de la biolog¨ªa del desarrollo de las moscas. Morata lleva 38 a?os entregado a estos insectos. Ha publicado numerosos trabajos y ha alcanzado descubrimientos de enorme trascendencia para la comprensi¨®n del dise?o gen¨¦tico de los animales. Llegu¨¦ a Gin¨¦s Morata a trav¨¦s de un amigo com¨²n, porque estaba empe?ado en escribir la biograf¨ªa de una mosca, aunque ignoraba c¨®mo. No sab¨ªa cu¨¢nto tiempo viv¨ªan, por ejemplo. Fue lo primero que le pregunt¨¦ cuando nos conocimos.
- No tengo ni idea -respondi¨®-. Te puedo decir lo que viven en el laboratorio, unos treinta d¨ªas, pero no s¨¦ cu¨¢nto duran en la naturaleza.
- Me llama la atenci¨®n -le dije.
- A veces -a?adi¨® ¨¦l-, de los seres que menos sabemos es de los que est¨¢n m¨¢s cerca de nosotros. Ignoramos, por ejemplo, d¨®nde pasan el invierno las moscas.
?D¨®nde pasan el invierno las moscas? Precisamente era una de las cuestiones que me inquietaban. Desde hace algunos a?os, en pleno mes de enero, me visita una mosca que busca el calor o la luminosidad de la pantalla de mi ordenador. A veces, al tiempo que escribo, recorre la pantalla de izquierda a derecha, como siguiendo los movimientos del cursor (las letras parecen el resultado de sus deposiciones). S¨¦ que no puede tratarse todos los a?os de la misma mosca (tendr¨ªa que ser una mosca b¨ªblica, y no parece el caso), pero puede que una estirpe de ellas (quiz¨¢ una no clasificada "mosca de ordenador") se haya instalado en el disco duro de mi port¨¢til.
La conversaci¨®n con Morata result¨® fascinante. Le gusta escalar y pescar, adem¨¢s de disfrutar de su nieta, cuya foto, junto al resto de la familia, ocupa el salvapantallas de su ordenador. Tiene un sentido del humor afilado (muy ¨²til para hacerse entender por ignorantes como yo) y es ingenioso, r¨¢pido y perspicaz. Logr¨® explicarme en muy pocas palabras por qu¨¦ gran parte de los conocimientos adquiridos en los ¨²ltimos a?os sobre la mosca del vinagre ser¨¢n extrapolables en no mucho tiempo al ser humano. Los mecanismos gen¨¦ticos del envejecimiento en la Drosophila y en nosotros, por ejemplo, son muy parecidos. Si aprendemos a modificar los genes del envejecimiento de las moscas, alg¨²n d¨ªa ser¨¢ posible modificar los nuestros, pues son los mismos.
- Esto -a?ade- implica un cambio de paradigma. Si tenemos en cuenta que la tecnolog¨ªa que nos ha permitido crear moscas transg¨¦nicas es muy reciente (apenas 25 a?os), el futuro biol¨®gico del hombre resulta impredecible. La posibilidad de modificaci¨®n es incre¨ªble.
En el Centro de Biolog¨ªa Molecular fabrican desde hace tiempo moscas a la carta. Las hay con dos t¨®rax, con cuatro alas, con siete patas, con ojos en los lugares m¨¢s inveros¨ªmiles del cuerpo (el ano o el abdomen, por ejemplo). Pueden hacer moscas en las que todos los ¨®rganos sean anteriores o todos posteriores, aunque ¨¦stas mueren todav¨ªa en la fase larvaria. Por supuesto, producen cada d¨ªa miles de Drosophilas con tumores de lo m¨¢s variado en los que estudian los mecanismos del c¨¢ncer.
-Si me dijeran que formulara un deseo -a?ade Morata-, pedir¨ªa despertarme durante cinco minutos dentro de mil a?os, para ver la forma o las formas que tiene el hombre de esa ¨¦poca. No s¨¦ c¨®mo seremos, pero te aseguro que nuestro aspecto, desde el punto de vista morfol¨®gico, no tendr¨¢ nada que ver con el actual.
Me acuerdo del mercado de ojos de Blade Runner o de las escenas de mutantes de La guerra de las galaxias. Es tan evidente lo que dice Morata que te pone los pelos de punta. Imagino a un joven de dentro de mil a?os pidiendo al experto en modificaciones gen¨¦ticas que le ponga un ojo en la frente como el que ahora pide que le coloquen un piercing en la ceja. Dentro de mil a?os, todos seremos inevitablemente transg¨¦nicos, mutantes. Los investigadores como Morata est¨¢n metiendo el dedo en lo fundamental, en lo que realmente importa, en lo que decidir¨¢ nuestro futuro. Constituyen la vanguardia de la ciencia y de la literatura y de la filosof¨ªa y del arte.
- Muchos de los genes responsables de la formaci¨®n de tumores en las moscas -dice- est¨¢n presentes tambi¨¦n en el ser humano, por lo que es de suponer que su estudio nos ayudar¨¢ a combatirlos. Un asunto interesant¨ªsimo, y en cuyo conocimiento estamos poniendo ahora muchas energ¨ªas, es el de la colonizaci¨®n de c¨¦lulas sanas por c¨¦lulas tumorales. Hemos comprobado que las c¨¦lulas tumorales inducen al suicidio de las buenas y luego se las comen.
- ?C¨®mo es posible -pregunto- que siendo tan distintos a las moscas nos parezcamos tanto?
- Yo -dice- he ido sorprendi¨¦ndome progresivamente al comprobar que estoy hecho del mismo mecanismo de la mosca. Pese a los millones de especies que hay en la naturaleza, y al caos aparente que eso representa, hay de fondo una gran unidad. El dise?o b¨¢sico es el mismo en un rat¨®n y en un elefante. Todos los seres vivos estamos caracterizados por la bilateralidad (somos dos mitades pegadas) y por la disposici¨®n dorsoventral. Adem¨¢s, todos tenemos una parte anterior y otra posterior y desarrollamos las mismas funciones fisiol¨®gicas. El dise?o gen¨¦tico, pues, es muy parecido en unos y otros. Por eso los genes son hasta cierto punto intercambiables. Pero para descubrir la unidad en la diversidad hemos tenido que modificar nuestra mirada, luchar contra lo que se?alaba nuestra percepci¨®n. Tradicionalmente se dec¨ªa que la mosca estaba compuesta por cabeza, t¨®rax y abdomen, pero eso es como decir que la mano est¨¢ compuesta por dedos y por u?as, etc¨¦tera. Eso es la descripci¨®n de un guante. Lo que importa es el dise?o gen¨¦tico interno de esa mano.
Todo aquello era muy interesante (y tambi¨¦n muy terror¨ªfico), sobre todo desde el punto de vista de la literatura. Despu¨¦s de todo, con las letras del alfabeto se puede construir, indistintamente, el Quijote o una circular del Ministerio del Interior. De modo que metes un n¨²mero equis de genes en un sombrero de prestidigitador, lo agitas y sale un conejo. Los vuelves a meter, lo agitas y sale un elefante. As¨ª trabaja la naturaleza. Pero yo hab¨ªa acudido al Centro de Biolog¨ªa Molecular para que me ayudaran a escribir la biograf¨ªa de una mosca, as¨ª que pregunt¨¦ a Morata si pod¨ªa echarme una mano.
-Es que a nosotros -me dijo- una mosca concreta no nos interesa. No trabajamos con individuos, sino con estirpes de moscas cuyas modificaciones gen¨¦ticas se transmiten a trav¨¦s de las generaciones.
Como insistiera en mis prop¨®sitos y Morata tuviera durante aquellos d¨ªas numerosos viajes, me encomend¨® a Manolo Calleja, un investigador muy bondadoso de su laboratorio, que recibi¨® mi demanda con paciencia y humor. Manolo Calleja me asomar¨ªa durante los d¨ªas siguientes a una especie de maqueta de la vida. Vi a la mosca previamente elegida poner los huevos de los que saldr¨ªan Catalina y Pruden. Observ¨¦ atentamente el huevo, del que Calleja me explic¨® que estaba preparado por la madre para sobrevivir en las circunstancias m¨¢s adversas. Se trataba de un ¨®valo blanco con dos espir¨¢culos que, situados a modo de periscopios en uno de sus extremos, tomaban el ox¨ªgeno del aire. La c¨¢scara del huevo de la mosca es tan s¨®lida que en el laboratorio han de deshacerla con lej¨ªa pura. Tras ella aparece una membrana que los investigadores atraviesan con agujas fin¨ªsimas, manejadas con unos aparatos de asombrosa precisi¨®n, para introducir en el embri¨®n la informaci¨®n gen¨¦tica que interese.
En el laboratorio de Morata hay m¨¢s de un mill¨®n de moscas, la mayor¨ªa mutantes. Est¨¢n distribuidas por estirpes: las moscas de ojos blancos, por ejemplo, o de alas curvadas, o de alas en forma de sierra, adem¨¢s de las amarillas. Manolo Calleja utiliz¨® las amarillas para crear un m¨¦todo muy ingenioso que le permite ver la situaci¨®n de las c¨¦lulas mutantes en el cuerpo del animal, ya que sobre el amarillo destacan de manera especial los marcadores que indican la situaci¨®n de estas c¨¦lulas. El asunto de los marcadores es interesant¨ªsimo. A muchas de estas moscas se les ha introducido el gen de un alga marina fluorescente al objeto de que las c¨¦lulas enfermas brillen y se distingan al microscopio con una claridad sorprendente. Esta t¨¦cnica est¨¢ resultando enormemente ¨²til para observar el modo en que una c¨¦lula patol¨®gica se separa del conjunto al que pertenece y se interna en la zona sana del organismo para colonizarlo.
Tambi¨¦n hay moscas llamadas "salvajes", aunque viven desde hace miles de generaciones en cautividad. Los ancestros de algunas de estas moscas llevan 80 a?os en distintos laboratorios del mundo (los cient¨ªficos se las intercambian). A 25 grados cent¨ªgrados, la Drosophila produce una generaci¨®n cada 10 d¨ªas, por lo que, aunque se denominen de ese modo, ninguna es estrictamente salvaje.
Catalina y Pruden proceden de la estirpe de las salvajes. Ya hemos explicado c¨®mo eran sus huevos. Entre las 0.00 y las 22.00, desde la puesta, se produce el desarrollo embrionario, cuyo proceso, observado al microscopio, resulta espectacular por la velocidad a la que se divide el n¨²cleo. A las 22.00 sale una larva de primer estadio que dura 24 horas. La larva, semitransparente, es bell¨ªsima, parece una l¨¢grima viva. Como no tiene otra funci¨®n que la de comer, posee dos mand¨ªbulas muy desarrolladas que devoran sin descanso el paisaje. Por lo dem¨¢s, y dado su destino, s¨®lo posee aparato digestivo y respiratorio. Su crecimiento es tan r¨¢pido que a las 24 horas de salir del huevo tiene que cambiar de camisa. Aparece entonces la larva de segundo estadio, que dura 24 horas m¨¢s y da lugar a la de tercer estadio, que vive otro tanto. Llegado ese momento, la larva busca un lugar seco (se retira a meditar, como el que dice), donde su camisa se endurece, convirti¨¦ndose en una suerte de capullo de color caramelo, semitransparente. A partir de este instante los tejidos larvarios se degradan y la mosca, tras cuatro d¨ªas de meditaci¨®n, se convierte en un insecto adulto. Observado al microscopio, el capullo deja ver en su interior las distintas partes del animal: sus llamativos ojos (enormes y de un rojo bermell¨®n intens¨ªsimo), su t¨®rax, su abdomen, sus alas plegadas. Gracias a la paciencia y a los cuidados de Manolo Calleja, pude observar a Catalina (y a Pruden) en cada uno de esos estadios, todos ellos admirables, aunque ninguno tan extraordinario como el del alumbramiento. Si la naturaleza fuese sabia de verdad, sonar¨ªa una m¨²sica de violines cada vez que sucede. Y es que, llegada que fue la hora, Catalina humedeci¨® con una sustancia procedente de su trompa los bordes de una especie de op¨¦rculo situado en uno de los extremos del pupario, de modo que la puerta se abri¨® y ella asom¨® la cabeza, luego el t¨®rax, con sus tres pares de patas que se agitaban en el aire con la elegancia de otras tantas batutas de un director de orquesta. Y tras sacar el t¨®rax, ayud¨¢ndose de esas hermosas extremidades, se desprendi¨® finalmente del capullo (muy ce?ido al abdomen) con los movimientos con los que Kate Moss se habr¨ªa quitado una combinaci¨®n de nailon pegada al cuerpo. Fue un momento glorioso.
Pero hay en todo este proceso brevemente descrito una historia de terror de la que conviene dar cuenta, y es que la mosca no es, como cabr¨ªa suponer, el resultado del desarrollo de la larva. La larva y la mosca son dos seres distintos. La mosca, podr¨ªamos decir, es un alien incrustado en el cuerpo de la larva, a cuyas expensas crece. La larva muere cuando la mosca ha alcanzado el desarrollo adecuado. Y otra cosa: las diferentes partes de la mosca aparecen en el cuerpo de la larva separadas, como las piezas de un mecano. Vemos por un lado la cabeza; por otro, el t¨®rax (dividido en dos mitades sim¨¦tricas); por otro, el abdomen, y as¨ª de forma sucesiva. Cuando todas estas partes han madurado separadas entre s¨ª, se unen de forma misteriosa, se pegan, se articulan y aparece el conjunto fabuloso llamado mosca, en el que no es posible sin embargo hallar se?ales de las costuras. Cada una de esas piezas recibe el hermoso nombre de "disco imaginal". Cada disco imaginal es un saco de c¨¦lulas que en su momento dar¨¢n lugar a los ojos, a las antenas, a las alas, etc¨¦tera. La especificidad de estos discos es tal que si tom¨¢ramos el disco imaginal del ojo de una larva y lo trasplant¨¢ramos a la regi¨®n org¨¢nica de otra correspondiente al abdomen, la mosca resultante tendr¨ªa un ojo en el vientre. Hay en todos los laboratorios del mundo muchas moscas con ojos en el vientre. Lo estremecedor es que ese ojo es capaz de fabricar terminaciones nerviosas que llegan al cerebro. Los cient¨ªficos creen que esos ojos desubicados ven, aunque ignoran c¨®mo organiza el cerebro la informaci¨®n correspondiente.
Pero yo no permit¨ª que hicieran ning¨²n experimento con Catalina (ni con Pruden). Los separamos del conjunto y los pusimos en dos recept¨¢culos distintos donde permanecieron solos hasta el cuarto d¨ªa de vida. Entonces los unimos y asist¨ª a la primera de sus c¨®pulas, muy ardiente si pensamos que normalmente sienten la necesidad de copular al poco de abandonar el capullo. Cuatro d¨ªas en la vida de una mosca (y si tenemos en cuenta que viven un mes) son muchos a?os en la vida de un hombre. Yo iba cada poco al laboratorio, para ver c¨®mo se desarrollaba Catalina. Si no me era posible ir, telefoneaba a Manolo Calleja, que me pon¨ªa al tanto de los progresos existenciales de Catalina y Pruden. Las moscas estaban bien, siempre estaban bien, pero yo las echaba de menos (a Catalina especialmente), de modo que cuando cumplieron 10 d¨ªas de vida decid¨ª llev¨¢rmelas a casa. Me compr¨¦ una lupa de gran potencia y me pasaba las horas muertas observ¨¢ndolas ir de un sitio a otro en el interior del recipiente, cuya comida cambiaba de forma regular. Dos d¨ªas m¨¢s tarde tuve que volver con ellas al laboratorio para que Daniel S¨¢nchez-Alonso, el fot¨®grafo, obtuviera unas im¨¢genes, lo que no me gust¨® nada porque hubo que dormirlas y luego llev¨® lo suyo despertarlas (cre¨ª que las hab¨ªamos matado). Luego me tuve que ir a Barcelona un par de d¨ªas. Al principio decid¨ª llev¨¢rmelas, pero me dio miedo que me las requisaran en la T-4 y me acusaran de terrorista bacteriol¨®gico o algo semejante. Las dej¨¦ en casa, pues, con todo preparado, y a la vuelta segu¨ªan bien.
Pasaba el tiempo, y en esa vida peque?a, como hecha a escala, reconoc¨ªa yo los diferentes tramos de la m¨ªa: cuando era un embri¨®n, cuando era una especie de gusano, cuando era ni?o, cuando fui joven... Llevaba una especie de diario de Catalina (hoy ha hecho esto, hoy ha hecho lo otro), de modo que al contar su vida relataba inevitablemente, y en lo que tengo de mosca (un 60%, dicen), parte de la m¨ªa. Record¨¦ cuando yo mismo era capaz de correr incansablemente todo el d¨ªa, cuando me sub¨ªa a los ¨¢rboles, cuando volaba con la imaginaci¨®n, cuando descubr¨ª el sexo, cuando lo redescubr¨ª, cuando fui aceptado, cuando fui rechazado, cuando llegaron los primeros dolores de espalda, las primeras goteras? El empe?o de Catalina en poner huevos, en reproducirse fuera de s¨ª id¨¦ntica a s¨ª misma, era el mismo que pon¨ªa yo en colocar una palabra detr¨¢s de la otra sobre la hoja en blanco. Cada palabra era un huevecillo. Catalina ten¨ªa una vida mucho m¨¢s creativa que la de Pruden. Fabricaba los huevos en dos grandes ovarios situados en el interior del abdomen (de ah¨ª su tama?o), los hac¨ªa descender por el conducto vaginal, los fecundaba antes de que salieran con una porci¨®n del esperma cedido por Pruden y almacenado en su espermateca, buscaba el lugar adecuado para depositarlos, de forma que las larvas nadaran al salir en la abundancia... Prudencio, en cambio, se limitaba a ser un mero proveedor de esperma. Si no estaba comiendo, cortejando o copulando (y copulaba poco por las razones se?aladas), permanec¨ªa ocioso. Pens¨¦ entonces que el hecho de escribir o de pintar o de hacer esculturas nos convierte a los hombres, en cierto modo, en hembras. Tal vez, pens¨¦, creamos para escapar de la condici¨®n accesoria del macho, de su funci¨®n subordinada, de su existencia gris.
Por cierto, que la visi¨®n de una vida tan breve, pero que en el fondo era una r¨¦plica de la m¨ªa, me hizo comprender por qu¨¦ a Gin¨¦s Morata no le interesaban las moscas concretas: porque una mosca concreta (y quiz¨¢ un hombre concreto) no es nada. "Un hombre solo, una mujer, as¨ª, contados de uno, son como polvo, no son nada, no son nada", dice Paco Ib¨¢?ez en una hermosa canci¨®n cuya letra debemos a Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo. En la biolog¨ªa cl¨¢sica, me explic¨®, a la hora de estudiar una especie se distinguen dos l¨ªneas: la som¨¢tica y la germinal. La som¨¢tica, identificada con el cuerpo, con el individuo concreto, no sirve para otra cosa que para transmitir la informaci¨®n germinal, que es lo que interesa a la ciencia. El ¨²nico objeto del soma, del cuerpo, es dar continuidad a la l¨ªnea germinal. Una vez agotada su funci¨®n, perece, convirti¨¦ndose en una c¨¢scara vac¨ªa. Me pareci¨® que se trataba de una divisi¨®n semejante a la del alma y el cuerpo, pero con fundamento.
He aqu¨ª algunos fragmentos de mi diario:
D¨ªa 20 de junio. Catalina y Pruden han cumplido ocho d¨ªas. Pasan mucho tiempo en la base del habit¨¢culo, alrededor del pellizco de levadura. La base de agar est¨¢ llena de huevecillos y de larvas
D¨ªa 24 de junio. Pruden ha cortejado a Catalina durante horas sin resultado alguno. Cada vez que intentaba montarla, ella se deshac¨ªa de ¨¦l con golpes enormemente eficaces de las patas traseras.
D¨ªa 25 de junio. Decido cambiarles la alimentaci¨®n. Sustituyo la levadura que me han proporcionado en el laboratorio por un pedazo de manzana que se empieza a descomponer enseguida. Catalina y Pruden, como si reconocieran sus or¨ªgenes biol¨®gicos, se pasan el d¨ªa sobre la manzana. Es evidente que disfrutan con ella m¨¢s que con la levadura. Llamo al laboratorio y me dicen que es normal. Antiguamente les preparaban una papilla de manzana y pl¨¢tano. Pero la levadura result¨® m¨¢s higi¨¦nica.
D¨ªa 26 de junio. El trozo de manzana est¨¢ lleno de larvas que hacen t¨²neles en su interior. Decido cambiarlo por razones de higiene (de mi higiene), tirando a la basura todo ese proyecto biol¨®gico en marcha.
D¨ªa 30 de junio. Catalina y Pruden cumplen hoy 18 d¨ªas de vida. Son dos insectos ancianos. El abdomen de Pruden se ha vuelto pr¨¢cticamente negro y el de Catalina se ha oscurecido mucho. Apenas vuelan o saltan, s¨®lo caminan, aunque con mucho nervio. El vientre de Catalina contin¨²a hinchado y su producci¨®n de huevos sigue siendo muy alta. Pruden la corteja con menos virulencia, quiz¨¢ con m¨¢s escepticismo y sin muchos resultados. Comprendo que he hecho una cosa atroz: he hecho un matrimonio de moscas, lo que en la naturaleza jam¨¢s habr¨ªa sucedido. Las moscas no son insectos sociales (al modo de las abejas o las hormigas), pero est¨¢n condenadas a encontrarse en los mismos lugares (donde hay una fruta en descomposici¨®n, por ejemplo). Telefoneo al Centro de Biolog¨ªa Molecular, hablo con Manolo Calleja. Le pregunto si las moscas duermen y me dice que no, pero que tienen un ciclo circadiano, de manera que su actividad disminuye en funci¨®n de la luz. Le pregunto tambi¨¦n por qu¨¦ la realidad no est¨¢ llena de moscas, pese a que se reproducen en una progresi¨®n geom¨¦trica, casi exponencial, y me explica que viven en un medio muy peligroso. Les gusta el vinagre, por ejemplo, que es simult¨¢neamente un alimento fant¨¢stico y una trampa mortal, a la que con frecuencia quedan pegadas por las patas y las alas. A menos que sean muy j¨®venes, no logran despegarse y mueren. Les encanta el vino tambi¨¦n, pero se ahogan en ¨¦l. La selecci¨®n natural, en el caso de la Drosophila, y dado que su h¨¢bitat deviene con frecuencia en su tumba, es atroz. Las frutas en descomposici¨®n son como pantanos de los que resulta dif¨ªcil salir si te hundes, sobre todo a partir de cierta edad. A todo esto hay que a?adir la cantidad ingente de depredadores (lagartijas, p¨¢jaros, ara?as, etc¨¦tera) en cuyos est¨®magos pueden caer. Cuando una especie pone muchos huevos, a?ade Calleja, es porque las posibilidades de ¨¦xito son pocas. Compensan a base de cantidad las altas tasas de mortalidad. La parte maldita, me digo, recordando el c¨¦lebre t¨ªtulo de Bataille, es decir, la cantidad de individuos que han de sacrificarse para que unos pocos salgan adelante. El ¨¦xito, en todos los ¨®rdenes de la vida, debe su existencia al fracaso, as¨ª que menos humos.
Continuamos hablando. Le digo que Catalina y Pruden han envejecido. Le enumero los s¨ªntomas y le parecen normales. "A partir de ahora", me dice, "perder¨¢n motilidad y observar¨¢s un deterioro claro. Quiz¨¢ se les quiebren las alas". Manolo Calleja habla sin darse cuenta del da?o que me hace. Yo he visto salir a esta hembra del huevo, la he observado en su fase de alien, astutamente incrustada en el cuerpo de una larva; la he visto emerger como una reina del capullo. He visto c¨®mo desplegaba sus alas. La he visto copular, volar, saltar, poner huevos. Es una crueldad que hablemos de su vejez apenas a los 20 d¨ªas de su nacimiento. Me dice tambi¨¦n "y esto me rompe el coraz¨®n" que al hacerse viejas se abandonan, se vuelven sucias, prescinden de sus h¨¢bitos higi¨¦nicos.
D¨ªa 1 de julio. Ha muerto Pruden. Lo descubr¨ª por la ma?ana en la base de la jaula, boca arriba. Me pareci¨® que mov¨ªa un poco las patas. Tom¨¦ la lupa, lo observ¨¦ durante un rato y asist¨ª a su agon¨ªa. Pereci¨® con naturalidad, sin muchos aspavientos. Advert¨ª entonces que la levadura estaba un poco seca, por lo que la moj¨¦ con una gota de agua. Luego introduje un pedazo de manzana en el cilindro. La manzana, pens¨¦, podr¨ªa restituir los niveles de humedad al tiempo de animar a Catalina, que en apariencia se encuentra bien. Todav¨ªa es capaz de trepar hasta el techo por las paredes del recept¨¢culo. Su vientre sigue perdiendo color, pero contin¨²a lleno de vida. He telefoneado a Manolo Calleja y me ha dado el p¨¦same (por Pruden).
D¨ªa 2 de julio. He observado durante horas a Catalina y apenas se limpia ya con ese gesto tan caracter¨ªstico de las moscas (pas¨¢ndose las patitas por la cabeza). Espero que no tenga ¨¢caros. El ¨¢caro de la mosca del vinagre mide 0,1 mil¨ªmetros (el 10% aproximadamente del tama?o de ella). Cabr¨ªa pensar que se trata de un individuo simple, pero nada m¨¢s lejos. Lo he visto al microscopio y se trata de un ar¨¢cnido absolutamente complejo, como usted o como yo. Cumple una funci¨®n esencial en la eliminaci¨®n de desechos, pero personalmente preferir¨ªa no tenerlos en casa.
D¨ªa 3 de julio. Hoy, a la cuatro de la madrugada, me despert¨¦ sudando, v¨ªctima de una premonici¨®n, como cuando le ocurre una desgracia a un ser querido. Mi familia estaba bien, por lo que fui corriendo a mi cuarto de trabajo. Catalina continuaba viva, aunque muy envejecida. A veces, v¨ªctima de la fuerza de la gravedad, se precipita desde las paredes del cilindro al fondo del recept¨¢culo. Entonces efect¨²a un vuelo muy corto, pero desesperado, y vuelve a caer. Pasa mucho tiempo sobre el pedazo de manzana, donde no ha dejado de poner huevos. Por la ma?ana, al observarla atentamente, comprob¨¦ que hab¨ªa perdido parte de la pigmentaci¨®n de los ojos. Me sobrecoge la idea de que cada d¨ªa de su vida equivalga a varios a?os de la m¨ªa. No he sacado el cad¨¢ver de Prudencio para no alterar el ecosistema. Tampoco parece molestarle.
D¨ªa 4 de julio. ?Horror! Me ha parecido advertir que a Catalina le faltaba la pata delantera izquierda. ?Se les caer¨¢n las patas a las moscas como a nosotros el pelo? Por fortuna, en una segunda revisi¨®n se la he encontrado, pero estaba escondida entre su t¨®rax y su cabeza de tal modo que parec¨ªa faltar. Tengo en todo caso la impresi¨®n de que no la utiliza. En cuanto al resto de las patas, funcionan con escasa coordinaci¨®n, como las de un tr¨ªpode con las articulaciones rotas. ?Re¨²ma? ?Artritis? No tengo ni idea. Lo cierto es que la pobre se sostiene a duras penas sobre la pared del cilindro de pl¨¢stico, que recorre de forma err¨¢tica. Su abdomen contin¨²a sin embargo hinchado, como si sus ovarios continuaran fabricando huevos a un ritmo industrial.
D¨ªa 5 de julio. Catalina ha muerto esta noche. Al despertarme descubr¨ª su cad¨¢ver en el fondo del cilindro de pl¨¢stico, cerca del de Pruden. Un matrimonio peque?o y difunto, muy oscuro. Entre los dos reun¨ªan 12 patas, 4 alas, dos pares de ojos, dos t¨®rax, dos abd¨®menes? No tuvieron otras pertenencias que las som¨¢ticas. Han dejado sin embargo una herencia germinal fabulosa. Y es que a las dos horas de descubrir el cad¨¢ver de Catalina, el habit¨¢culo comenz¨® a poblarse de nuevas moscas, procedentes de las larvas descendientes de ella misma. Me pareci¨® un milagro, una coincidencia asombrosa. Cont¨¦ 12 moscas nuevas, ¨¢giles, vitales, id¨¦nticas a sus padres, que en 24 horas comenzar¨ªan a poner sus propios huevos. Creced y multiplicaos, tal es el ¨²nico mandato con el que venimos al mundo, aunque ignoramos de qui¨¦n procede. ?Por qu¨¦ esta necesidad, este empuje que no cesa ni en las condiciones m¨¢s adversas que quepa imaginar? Viendo pasar las generaciones de moscas a esta velocidad, se relativiza mucho la propia vida. Bien podr¨ªamos decir que la vida de las moscas es un mapa, una representaci¨®n a escala de la de los hombres.
La desaparici¨®n de Catalina ha provocado en m¨ª, si no tristeza, cierta perplejidad. Ten¨ªa que fallecer, desde luego, y por estas fechas, pero la vida sin ella est¨¢ m¨¢s vac¨ªa. Sin exagerar, claro, pues no hay dolor, no hay duelo, no hay sufrimiento. De hecho, he tratado de imaginar qu¨¦ efecto habr¨ªa producido esta muerte en m¨ª si Catalina hubiera tenido el tama?o de un perro, incluso de un perro peque?o. Hay una relaci¨®n incre¨ªble entre la masa som¨¢tica y la energ¨ªa sentimental. Una masa peque?a produce sentimientos peque?os. ?D¨®nde se encuentra la frontera en la que desaparece la empat¨ªa? La mosca, sin duda, es una de esas fronteras. La mosca es una vida llevada al l¨ªmite. La mosca es Marte. ?Seremos Marte nosotros para alguien?
He salido al jard¨ªn con el cilindro de pl¨¢stico y lo he abierto. El d¨ªa era excepcionalmente luminoso, dorado. El c¨¦sped y las hojas de la hiedra, as¨ª como las uvas de la parra, emit¨ªan, desde tonalidades diferentes, un resplandor ins¨®lito. En el aire se agitaban multitud de insectos. Las abejas y las avispas libaban. Las ara?as tej¨ªan sus telas. Los peces, en el estanque, buscaban las larvas de los mosquitos. La tortuga absorb¨ªa los rayos del sol como un agujero negro. Los seres humanos le¨ªan el peri¨®dico. Era hermoso vivir, aunque la vida fuera absurda, quiz¨¢ por eso. Pens¨¦ que para estas pobres moscas m¨ªas que viv¨ªan desde hac¨ªa miles de generaciones en un laboratorio, la experiencia de la naturaleza podr¨ªa resultar semejante a la de la ingesti¨®n de un ¨¢cido. Y as¨ª debi¨® de ser, porque se resist¨ªan a abandonar los bordes del recipiente, como si se encontraran aturdidas o asombradas por el espect¨¢culo de la naturaleza. Tuve que sacudir el frasco para que cayeran. Con las moscas vivas desaparecieron tambi¨¦n los cad¨¢veres de Catalina y Pruden. Dos cad¨¢veres diminutos, como los de ustedes o el m¨ªo cuando llegue el momento. Todo depende de la escala.
Ha sido ¨¦sta una de las experiencias m¨¢s luminosas de mi vida. Gracias, moscas.
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