El (maldito) lado bueno de la dana
Carmina observa sentada en un banco del pueblo como la riada ha unido a la gente para salir adelante: ¡°Todo el mundo se ha volcado¡±
Carmina se ha sentado en el banco de la plaza del pueblo porque no puede m¨¢s. Carga la t¨ªpica bolsa de rafia del Mercadona, y pesa mucho. Necesita coger fuerzas y fumarse un cigarrillo antes de encarar los cinco pisos que tendr¨¢ que subir, un pie detr¨¢s de otro, con la compra colgada en el hombro, porque no funciona el ascensor. La ha llenado de comida que han llevado los voluntarios a Aldaia (Valencia), destrozado por la riada.
La situaci¨®n mejorar¨ªa un poco si pudiese ducharse. Desde el martes, hace ya una semana, no tiene agua. Suerte que en el pueblo de al lado, al que ha podido acercarse andando, le han lavado el mo?o, como dicen en Valencia. Y encima nadie le ha querido cobrar. Lo que son las cosas cuando llega la desgracia, le cuenta a una joven que ha parado a saludarla. ¡°Es que vive ah¨ª¡±, explica, se?alando el otro lado de la plaza de un pueblo en el que parece que todos y cada uno de sus 30.000 habitantes se conocen.
Desde que el martes la crecida del r¨ªo hiciese que el barranco ¡ªla riera¡ª desbordase y anegase todo a su paso, Carmina Serra no ha podido volver al trabajo, en el Ayuntamiento de Paterna, donde ejerce como coordinadora de atenci¨®n al ciudadano. Se ha tomado tres d¨ªas de permiso. Y si con suerte, en alg¨²n momento vuelve la electricidad, internet¡ quiz¨¢ pueda ir tirando con el teletrabajo.
Lo malo de los cinco pisos es que son muchos pisos. Pero lo bueno de los cinco pisos es que son tambi¨¦n muchos pisos, y ah¨ª no hay crecida de r¨ªo que alcance. ¡°A m¨ª no se me inund¨® nada¡±, celebra, sobre todas las s¨¢banas secas que siguen en los cajones, de una casa en su sitio, sin un ¨¢pice de barro. Aunque ahora no puede ducharse, no puede cocinar, no puede encender la televisi¨®n, ni cargar el m¨®vil, ni abrir una luz para no andar cuando se pone el sol.
¡°?C¨®mo va, Carmina?¡±, le pregunta otra vecina, que pasa por delante de ella, mientras se acaba el cigarro. Pues ah¨ª vamos, viene a decir, sin decir mucho. Apenas se queja, solo faltaba. M¨¢s cuando la saluda la madre de Lupe, que ha perdido su casa en la dana. ¡°El agua le ha destrozado todo¡±, le cuenta la mujer, a la salida del m¨¦dico, que se ha instalado en la plaza del pueblo. Porque el agua tambi¨¦n ha arrasado con el ambulatorio, pero han improvisado un centro de salud en la sede de la parroquia. Mejor eso que nada.
¡°Et necessitem¡±, se le acerca otra joven conocida en la plaza. ¡°?Me guardas la comida? Si te la llevas, te pego¡±, bromea Carmina, que se levanta para encontrar lo que le piden: una mesa, donde seguir colocando todo lo que llevan al municipio los voluntarios. En Aldaia no hay supermercado, ni nada que se le asemeje ahora mismo. Tampoco coches con los que moverse y salir a comprar fuera, se los ha llevado la riada, qui¨¦n sabe a d¨®nde. Y a los pocos que quedan, si se animan a superar el barrizal de ida y vuelta, les espera el atasco: varias horas de ansiedad al volante.
Carmina regresa enseguida a su banco privilegiado. Desde ah¨ª, tiene buenas vistas. A la derecha los voluntarios forman una cola delante del Ayuntamiento: unos necesitan saber a d¨®nde ir, palas y rastrillos en mano; otros piden unas botas de agua para no romperse la crisma en cualquier esquina o no destrozarse los pies. Un polic¨ªa local les va indicando a unos y a otros d¨®nde resultan m¨¢s ¨²tiles. A la izquierda, el hormigueo constante de gente joven que va y viene, como Javier Galindo, de 22 a?os, y Abel Crespo, de 24, que han viajado desde Zaragoza a ayudar. ¡°Hemos bajado con el coche, lleno de cosas y aqu¨ª seguiremos¡±. Desde el lunes, solo se dedican a limpiar.
Y delante, Carmina tiene vistas a la cocina improvisada, como todo lo dem¨¢s, por unos voluntarios. Son unas mesas de pl¨¢stico, con una olla grande que contiene caf¨¦ soluble, con leche y az¨²car. ¡°Es una maravilla, calentito. Te levanta el ¨¢nimo¡±, dice. Y al lado, con un paellero de gas butano, Pepe S¨¢ez prepara un arroz blanco con cebolla. ¡°Soy cocinero, y me he bajado a ayudar¡±, cuenta. Mientras habla, intenta no levantar mucho la vista, para que no se note que est¨¢ llorando. ¡°Lo he perdido todo¡±, confiesa, conteni¨¦ndose tanto como puede. Al final, la maldita parte positiva es que ¨¦l y su mujer est¨¢n bien.
La parte negativa es todo lo dem¨¢s. ¡°Siempre hay alg¨²n amigo o alg¨²n familiar que ha fallecido¡±, resume Susi Jim¨¦nez, con la mascarilla un poco bajada, para hacerse entender, entre el ruido de excavadoras, chorros de agua a presi¨®n, y rastrillos arriba y abajo. Ella ha viajado desde Aspe, en Alicante, para echarle una mano a una amiga. Una voluntaria m¨¢s para lograr que el asfalto pueda resurgir de debajo del lodo.
Buscando las fuerzas que quedan no se sabe muy bien d¨®nde, Carmina se levanta del banco, dispuesta a irse. Es un lugar codiciado. Antes que ella, ah¨ª descansaba Salvador. A sus 74 a?os, vive en una residencia para gente mayor de Aldaia, a pesar de que es de Torrent. ¡°Vengo aqu¨ª cuando nos dejan salir de la residencia¡±, cuenta. Por suerte, est¨¢n todos bien. Pero la parte de abajo, donde ten¨ªan la cocina y el resto de servicios, ha quedado destruida.
¡°Esto es muy dif¨ªcil¡±, resume Carmina, sobre la devastaci¨®n que ha provocado la dana. No cree que tampoco se pueda se?alar a ning¨²n culpable concreto, ahora mismo, de todo esa descoordinaci¨®n y descontrol. Y pide mirar a otra (maldita) parte buena, la solidaridad. ¡°Al final, todo el mundo se ha volcado¡±, dice antes de emprender el camino de regreso a su quinto piso a pie, un escal¨®n detr¨¢s de otro.
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