Cr¨ªticas a la cr¨ªtica
Truffaut dec¨ªa que todo el mundo tiene dos oficios: el suyo y el de cr¨ªtico de cine
Cuando Ang¨¦lica Liddell estren¨® D?mon, el funeral de Bergman en Avi?¨®n, todas las cr¨®nicas mencionaron una determinada escena: la lectura de fragmentos de las cr¨ªticas con m¨¢s ¨¢nimo aniquilador que ha recibido de medios franceses. Uno de los citados, St¨¦phane Capron, ha puesto una querella por injurias contra Liddell. En Avi?¨®n no aludi¨® a cr¨ªticos espa?oles y tampoco lo ha hecho ni en Madrid ni en Barcelona. O al menos el d¨ªa que vi el montaje se limit¨® a una acotaci¨®n aclaratoria que provoc¨® la risa del p¨²blico: no vale la pena ni citarlos.
Sin embargo, en su libro Caridad (La U?a Rota, 2024) da m¨¢s pistas. No da nombres, pero menciona el medio donde se publicaron. Una ¡°de las primeras hostias¡± le lleg¨® de un ¡°carcamal experto en senos femeninos¡± cuya cr¨ªtica, seg¨²n Liddell, no ahorraba venenos, burlas y vituperios. Cita a otros y a otras. Por ejemplo, una ¡°columnista al servicio de los por entonces chacales babeantes de la curia cultural, dips¨®manos del linchamiento (¡) sicarios del pez gordo, del amo¡±. El cap¨ªtulo alberga una literatura rabiosa, en el mejor sentido de la palabra. Para Liddell la gran aportaci¨®n de estos ¡°cerdos provocadores¡± al mundo de la cultura ser¨¢ dejar de existir. ¡°Desde el principio, en el siglo XX, usaron mis tetas y mi co?o como pretexto para humillarme (¡) Ya ven ustedes, son 30 a?os encajando la misma bofetada¡±. Pero Liddell no est¨¢ sola en este desprecio. Ella misma cita un texto de Bergman en el que augura que caminar¨¢ sobre la tumba de uno de sus cr¨ªticos m¨¢s biliosos ¡°Y le deseo muchas eternidades en el infierno, donde puede pasar el tiempo leyendo sus propias rese?as¡±. Un deseo que recuerda, al rev¨¦s, la escena que protagoniza Nanni Moretti en Caro diario, ley¨¦ndole a un cr¨ªtico sus propias rese?as, cosa que infringe al sujeto un gran dolor. El mismo Bergman tiene una comedieta, no es de las mejores, (?Esas mujeres!, 1964), en las que un cr¨ªtico adulador y chantajista prepara una biograf¨ªa del gran violonchelista F¨¦lix con la que intenta convencer al m¨²sico para que interprete una de sus composiciones. El filme da una definici¨®n de genio muy precisa: lo es quien logra hacer cambiar de opini¨®n a un cr¨ªtico.
Pero la cr¨ªtica a la cr¨ªtica no es una especialidad de la gente del teatro. Se da en otras disciplinas y otros g¨¦neros. Por citar unos pocos casos. Mois¨¦s Puente (Ch¨¢chara, 2020, Caniche) considera que en la arquitectura la cr¨ªtica ha desaparecido de las revistas especializadas, ocupadas en publicar textos autocomplacientes de promoci¨®n. Seg¨²n Puente, se imponen los lenguajes ensimismados, autorreferenciales e insufribles. Quentin Tarantino, en sus meditaciones sobre el cine, de 2023, trata los cr¨ªticos de ¡°idiotas sarc¨¢sticos¡± y afirma que han despreciado las pel¨ªculas que entreten¨ªan y a los cineastas que ten¨ªan una comprensi¨®n del p¨²blico de la que ellos carec¨ªan.
Incluso la ficci¨®n cobija excursiones punitivas contra el gremio de los cr¨ªticos. El protagonista de Septolog¨ªa (De Conatus), del premio Nobel Jon Fosse, no est¨¢ suscrito a ning¨²n diario porque est¨¢ en perpetuo desacuerdo con lo que publican sus cr¨ªticos de arte. En particular el del Heraldo de Bjorgvin que ¡°no tiene ni idea de lo que es el arte¡± y el jovenzuelo del Bjorgvin Tidende que ¨²nicamente ve conceptos y teor¨ªas en lugar de ver cuadros. En El purgatori del bibli¨°fil de Ramon Miquel y Planas, (Males Herbes), una divertida novelita de 1920, ahora reeditada, el escritor protagonista encuentra un ejemplar de una obra suya en los encantes, era el que regal¨® a un cr¨ªtico que hizo una muy positiva rese?a, pero las p¨¢ginas del libro estaban sin cortar¡nadie lo hab¨ªa abierto. La literatura de castigo tiene firmas notables. George Steiner reivindicaba la atenci¨®n al texto primario de la obra porque el sepulcro levantado por la cr¨ªtica es de yeso ef¨ªmero. ¡°La inflaci¨®n de lo parasitario se derrumba por su propio peso¡±.
En el cine no es extra?o que el cr¨ªtico, de cualquier especialidad, muera asesinado. En Matar o no matar, ¨¦ste es el problema (1973) el gran Vincent Price es un actor muy disgustado con el gremio de la cr¨ªtica londinense y organiza el asesinato de sus miembros, uno por uno, inspir¨¢ndose en Shakespeare. Cuando los cr¨ªticos advierten las intenciones del actor, se muestran totalmente dispuestos a cambiar de opini¨®n sobre sus m¨¦ritos.
Y hay en el cine dos grandes cr¨ªticos. Leland (Josep Cotten) de Ciudadano Kane (1941) y Addison DeWitt (George Sanders), en Eva al desnudo (1950). El primero, amigo de Kane, necesita estar bebido para escribir la cr¨ªtica sincera del debut l¨ªrico de la esposa del editor. No podr¨¢. Se duerme sobre la m¨¢quina y ser¨¢ el mism¨ªsimo Kane quien termine la tarea sin contemplaciones hacia su esposa. Addison era, escribi¨® en este diario Joan de Sagarra, un tipo c¨ªnico y brillante, una aut¨¦ntica v¨ªbora (Addison, adder, v¨ªbora en ingl¨¦s). De s¨ª mismo dec¨ªa que era tan esencial al teatro como las hormigas en una merienda de campo. Pero Sagarra admit¨ªa que la fama de DeWitt en el gremio era por otra cosa, porque iba a acompa?ado de una joven Marilyn Monroe.
Obviamente, en el armario de las teor¨ªas hay munici¨®n defensiva del cr¨ªtico. Lo dejamos para otro d¨ªa. Como escribi¨® Jean Michel Frodon (La critique de cin¨¦ma, Cahiers de Cinema, 2008), la cr¨ªtica no ha de fundarse obligatoriamente en la hostilidad, aunque la etimolog¨ªa de ¡°cr¨ªtica¡± lleva a la palabra ¡°crisis¡±. De hecho, hay medios que no son intimidantes, como el cine y la televisi¨®n. La gente habla sin miedo de la pel¨ªcula o del programa que ha visto. Truffaut dec¨ªa que todo el mundo tiene dos oficios: el suyo y el de cr¨ªtico de cine.