Me preguntas
Me responde que en el 41, cuando ella naci¨®, lo que empezaba era la guerra de verdad. Entonces enciende el brasero, feli? any nou, tia, y se pone a contar
La mesa camilla. Le pregunto por la posguerra. Me responde que en el 41, cuando ella naci¨®, lo que empezaba era la guerra de verdad. Entonces enciende el brasero, feli? any nou, tia, y se pone a contar.
Primero cuenta del hambre. En casa solo coc¨ªan pan el fin de semana. El resto de d¨ªas hab¨ªa rollo y cocas sin trigo. Ella las arrojaba a los perros flacos que rondaban la escuela. Pero a la abuela, que era velleta y viv¨ªa en casa, los otros hijos le tra¨ªan pan. Y se lo escond¨ªa.
La ni?a iba loca de hambre. Sab¨ªa que en alg¨²n sitio estar¨ªa el pan. Buscaba. Rebuscaba. Y un d¨ªa, en la c¨®moda de la habitaci¨®n, tras abrir todos los cajones, cay¨® el secreter. Envuelto por una servilleta se ocultaba el pan. Le dio varios pellizcos. Y lo guard¨®. Al poco oy¨® a su abuela decir que deb¨ªa de haber alguna rata en su cuarto, porque hab¨ªan ro¨ªdo su pan. Ella se hizo blanca. Nunca m¨¢s hubo pellizcos.
Luego cuenta de la escuela. La maestra ven¨ªa de la Ribera. Un d¨ªa, como tantos, le golpe¨® fuerte en las manos con ese palo gordo de madera. La t¨ªa Aliblanc. As¨ª la maldijo despu¨¦s, por su pelo blanco alica¨ªdo. Una amiga le dijo que iba a chivarse. Ella se asust¨®. Se fue a casa y le dijo a su madre que estaba muy enferma; que no pod¨ªa ir a la escuela. Se acost¨® muerta de miedo. Al d¨ªa siguiente no tuvo m¨¢s remedio: fue a la escuela. El miedo en las piernas. El rollo. Los perros flacos cerca. La ni?a no se hab¨ªa chivado. La Aliblanc no le zurr¨®. Eso s¨ª: le pidi¨® que ella y otra alumna cargaran sus maletas hasta el apeadero de la estaci¨®n. Regresaba en tren a la Ribera a pasar el fin de semana. Y el lunes, a la hora, no falt¨¦is.
Madres. Vicent Camps recita como nadie. En la primera fila est¨¢ Serrat. Suenan versos de Ovidi dedicados a su madre. Em preguntes si me¡¯n recorde de vost¨¨, del pare, dels germans, de la fam¨ªlia, dels d¡¯Alcoi. Em preguntes: Ets dels nostres? No ens oblidar¨¤s als pobres?
Despu¨¦s suenan los versos de Serrat dedicados a su madre, la se?ora ?ngeles, filla del vent sec, y a Belchite, una eixuta terra. Por la ma?ana roc¨ªo, al mediod¨ªa calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador.
Esas preguntas los persiguieron a ambos. Tambi¨¦n a Raimon. Ser fiel al origen. Recordar. Cinema Paradiso. El peligro disfrazado de pasado almibarado. El fantasma de la melancol¨ªa.
Lacayo. Dec¨ªa Strindberg que el teatro es una escuela para aquellos que a¨²n conservan la capacidad de enga?arse a s¨ª mismos y dejarse enga?ar. En el Teatre Micalet acaban de representar Senyoreta J¨²lia. En la obra, el lacayo ¡ªque en esta excelente versi¨®n de Eva Mir procede de los suburbios de una ciudad actual¡ª besa el zapato de su se?ora. El lacayo abomina de su olor a pobre. El lacayo sue?a con ser rico. El lacayo descubre que ha sido v¨ªctima de una ilusi¨®n. El lacayo oye a su compa?era de trabajo decirle que ya est¨¢ bien de quejarse tanto, de hablar tanto de autoexplotaci¨®n y de discursos victimistas.
?Por qu¨¦ os quej¨¢is tanto?, le pregunta.
?T¨² sabes lo que han trabajado nuestros padres y nuestros abuelos?, le pregunta.
?Puedes creer en alguna cosa m¨¢s all¨¢ de tu puto ombligo?, le pregunta.
El lacayo lo oye. El lacayo calla. El lacayo siente que aquello que anhelaba era algo vac¨ªo. Que ¨¦l, seguramente, est¨¢ vac¨ªo. Y que la lucha de clases, a veces, adopta formas siniestras.
PD: Tu paquete ha sido entregado. (La capacidad de enga?arse a uno mismo) ?C¨®mo fue tu experiencia de entrega? Ets dels nostres?
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