La Guardia del Rey pisa la calle
Los 1.500 efectivos que escoltan a Felipe VI desinfectan residencias y patrullan a caballo en el operativo contra la pandemia
El sol entra de lleno en el recibidor a trav¨¦s de unas amplias cristaleras con vistas al jard¨ªn. Las monjas, en el interior, hacen papiroflexia y manualidades alrededor de una mesa de madera. De repente, comienzan a desfilar desde la entrada principal unas camionetas blancas con un distintivo estampado en los laterales. Se trata del escudo de Espa?a, envuelto en un collar del que cuelga un carnero dorado. El vellocino de oro, la leyenda de Jason en la nave Argo. Las religiosas dejan caer el papel y las tijeras, y saludan con la mano a los reci¨¦n llegados.
Se les puede leer los labios de...
El sol entra de lleno en el recibidor a trav¨¦s de unas amplias cristaleras con vistas al jard¨ªn. Las monjas, en el interior, hacen papiroflexia y manualidades alrededor de una mesa de madera. De repente, comienzan a desfilar desde la entrada principal unas camionetas blancas con un distintivo estampado en los laterales. Se trata del escudo de Espa?a, envuelto en un collar del que cuelga un carnero dorado. El vellocino de oro, la leyenda de Jason en la nave Argo. Las religiosas dejan caer el papel y las tijeras, y saludan con la mano a los reci¨¦n llegados.
Se les puede leer los labios desde fuera: ¡°?Bienvenidos!¡±.
La Guardia Real, una unidad militar al servicio del rey Felipe VI, se ha echado a la calle para unirse al operativo que coordina el Ministerio de Defensa en la lucha contra la pandemia. Encargada de escoltar a la Familia Real y jefes de Estado extranjeros, estos d¨ªas patrulla por la ciudad a pie y a caballo para apercibir a los ciudadanos que incumplan el confinamiento. Adem¨¢s, como en este d¨ªa soleado y de cielo abierto regalo de la primavera, desinfecta residencias de ancianos.
El de hoy es un centro en el que unas monjas mayores cuidan de otras a¨²n m¨¢s mayores. Las cincuenta hermanas que conviven en el edificio entran en lo que se conoce como grupo de riesgo. Por ahora, ninguna de ellas ha padecido el virus. La residencia la gestiona la m¨¢s joven de ellas, In¨¦s L¨®pez, de 68 a?os. La madre superiora. Con ¨¢nimo resuelto ha salido a recibir al capit¨¢n Escobar, al mando de la operaci¨®n. Ahora hay dos jefes cara a cara, cada uno en su disciplina. El complejo consta de dos edificios de buen tama?o. El capit¨¢n ha dado un rodeo y ha decidido entrar por el lateral trasero del bloque principal. Las monjas, curiosas y divertidas, observan desde las ventanas c¨®mo los guardias descargan los aparatos de desinfecci¨®n.
El d¨ªa ser¨¢ largo. El proceso completo puede durar m¨¢s de seis o siete horas. Los guardias esparcir¨¢n un agente qu¨ªmico de acci¨®n r¨¢pida que aniquila el virus en ocho segundos. La soluci¨®n es de la marca Bayer. Utilizan un termonebulizador, una especie de ca?¨®n que genera una nube descontaminante. En pomos, pasamanos, ba?os, lo que se conoce como zonas calientes, aplican el producto con pulverizador. El capit¨¢n Escobar, un veterinario reconocido en la profesi¨®n por su pericia como cirujano de perros, le ha pedido a las monjas que guarden sus cepillos de dientes y sus enseres personales para que no reciban una dosis de desinfectante.
¡°Es un honor servir al Rey¡±, dice Escobar, a punto de ponerse el traje especial para ingresar en el edificio. La parte de veterinaria de la Guardia Real est¨¢ en el cuartel de la Reina. Felipe VI ha visitado las instalaciones varias veces desde que accedi¨® al trono. ?Entiende de animales? ¡°Mucho. Le encantan¡±. ?Conoce a la gente por su nombre? ¡°S¨ª, por supuesto¡±. Escobar est¨¢ entrenado para no tener dudas.
La madre In¨¦s explica que desde el d¨ªa 5, antes del estado de alarma, las hermanas hospitalarias del Sagrado Coraz¨®n de Jes¨²s se encerraron a cal y canto. Es una orden dedicada a cuidar a enfermos mentales. La bunkerizaci¨®n y el confinamiento a rajatabla las ha aislado del mundo, y por tanto del virus. ¡°Adem¨¢s, actu¨® la fe¡±. ?Y tambi¨¦n se ampara en actividades terrenales como esta que se lleva a cabo ahora? ¡°Tambi¨¦n. A Dios rogando y con el mazo dando. Que quiere decir que no podemos quedarnos inactivos y ociosos¡±. Revelado el car¨¢cter pr¨¢ctico de las monjas, los militares, bien equipados, entran por fin al interior. Guardia Real, se lee en los chalecos amarillos que se han colocado sobre los trajes especiales blancos.
Estad unidad (1.500 efectivos, el 90% hombres, el 10% mujeres) se ha hecho visible y presente para los ciudadanos de a pie en medio de una de las mayores crisis que ha vivido Espa?a. El inicio de la pandemia coincidi¨® con la revelaci¨®n de que el Rey em¨¦rito, Juan Carlos I, pose¨ªa una cuenta en Suiza. Una parte de la ciudadan¨ªa mostr¨® su descontento con una cacerolada en los balcones. Felipe VI, con la naci¨®n ya confinada, anunci¨® que renunciaba a la herencia econ¨®mica de su padre. El Jemad, Miguel ?ngel Villarroya, lo dijo en rueda de prensa el 23 de marzo: ¡°El Rey demuestra ser el primer soldado de Espa?a¡±. El 26 visit¨® el hospital de Ifema. Desplegar a los guardias tambi¨¦n env¨ªa el mensaje de que la Monarqu¨ªa resulta ¨²til en un momento complicado.
Que te pare por la calle la polic¨ªa incomoda. Que lo haga la Guardia Civil incomoda un poco m¨¢s. Que sea la Guardia Real la que te d¨¦ el alto tiene otras reminiscencias como si de pronto sonaran trompetas imperiales. A pie, el capit¨¢n Antonio Carvajal, de 45 a?os, vigila la zona de Oporto, en el barrio de Carabanchel. Le acompa?an dos guardias. ¡°Se trata de hacer presencia. Que nos vean hace que la gente se tome el confinamiento m¨¢s en serio. No est¨¢n muy acostumbrados a ver este tipo de uniforme¡±, afirma, mientras aprieta el paso. Se cruza con un hombre triste y despeinado. Carvajal le pregunta con educaci¨®n ad¨®nde va. El se?or explica que vive una ¨¦poca dif¨ªcil de su vida, sin trabajo, sin techo, y que se dirige a casa de un amigo a pedirle algo de comida. El capit¨¢n le dice que lo entiende, pero que trate de dar los menos paseos posibles y que, si se hace con una mascarilla, mejor que mejor. Desde que patrulla se ha dado cuenta de la cantidad de gente que vive en la calle. Y no le gusta.
En el parque del Oeste contin¨²a la vigilancia de los guardias reales a caballo. Aunque no hay mucho que vigilar. Es Viernes Santo. No hay ni un alma. El teniente Crist¨®bal Villarreal, de 29 a?os, est¨¢ al mando de los ¡°binomios¡± que pasean por los caminitos de los jardines. Los guardias montan hermosos ejemplares de m¨¢s de 1,70 de alzada. Raza aut¨®ctona. Ven en lontananza a un par de vecinos paseando sus perros.
¡°Tuve la oportunidad de venir a la Guardia Real, al grupo de escoltas. Es un privilegio servir al Rey tan de cerca¡±, cuenta Villarreal. En una ocasi¨®n particip¨® en la recepci¨®n a Xi Jinping, el presidente chino. ?C¨®mo es de cerca? ¡°Igual que en fotos¡±. El teniente ha estado delante de un hombre que gobierna el destino de una naci¨®n de 1.300 millones de habitantes, pero estos d¨ªas ha tratado con los mortales m¨¢s comunes. Una ma?ana se encontr¨® a un anciano desorientado en la calle. Hab¨ªa olvidado c¨®mo volver a casa. Recordaba la direcci¨®n pero no se situaba. El joven Villarreal lo acompa?¨® hasta el portal, donde el anciano entr¨® con una vuelta de llave. Arriba le esperaba su mujer. Ayudar a ese hombre perdido tambi¨¦n fue un privilegio para el teniente Villarreal.
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