Confinados en el para¨ªso: caba?as con ¡®jacuzzi¡¯
Sesenta familias solicitantes de asilo se encontraban sin alojamiento cuando lleg¨® la oferta del propietario de un hotel de la localidad madrile?a de Arganda del Rey
Llegaron con lo puesto a un pa¨ªs ajeno en el que construir una nueva vida. No tuvieron suerte. Nada m¨¢s aterrizar se encontraron con una sociedad en shock y encerrada en casa para evitar la propagaci¨®n de la pandemia. Desembarcaron en una naci¨®n fantasma. Sus solicitudes de asilo quedaron en un limbo burocr¨¢tico, y ellos, a la espera de que todo pase, viviendo en unos contenedores improvisados como hogares. Sin embargo, el due?o de un complejo de caba?as con jacuzzi en medio de la naturaleza, con lago y campo de golf, les ha abierto sus puertas durante el confinamiento. Sus vidas azarosas tienen un breve respiro en este peque?o para¨ªso.
La Cig¨¹e?a, el hotel de la localidad madrile?a de Arganda del Rey que los aloja, ha pasado de organizar recepciones y bodas a ocuparse de unos clientes que no han llegado a trav¨¦s de Booking, sino del Ayuntamiento de la capital. ¡°Mand¨¦ una carta a los servicios sociales ofreciendo mis caba?as y al d¨ªa siguiente ten¨ªa dos autobuses llenos de familias con ni?os en mi puerta¡±, cuenta el due?o, Miguel ?ngel Carnero, de 58 a?os. Las autoridades derivaron hasta este lugar a 20 minutos del centro a 60 familias con hijos para evitar el contagio.
El complejo tiene una gran extensi¨®n de jard¨ªn por el que corretean conejos y pavos reales. Los trabajadores del hotel, pese a estar dentro de un ERTE, vienen a trabajar como voluntarios para asistir a los solicitantes de asilo. Les ofrecen, en un sal¨®n y por turnos, desayuno, comida y cena. Durante los primeros d¨ªas comieron chuletones de buey y ensaladas de mariscos, a cuerpo de rey. Era el men¨² de las bodas que por el estado de alarma no llegaron a celebrarse. Ahora, la carta es m¨¢s discreta. La elabora el chef del hotel con productos que donan o que el propietario compra.
A la una en punto empieza el almuerzo en un sal¨®n acristalado frente al lago. Las barcas que no se usan descansan en la orilla. Carolina Viera, venezolana, pas¨® unos d¨ªas con un familiar hasta que le dijeron que ella, su marido y sus dos hijos no pod¨ªan quedarse m¨¢s en ese lugar. Literalmente estaban en la calle. Pidieron ayuda a las autoridades municipales.
Se quedaron unos d¨ªas en La caracola, como se conoce a uno de los albergues de Madrid que acoge a solicitantes de asilo. Al ser una familia los mandaron a estas hermosas caba?as decoradas con motivos japoneses. ¡°Es una bendici¨®n pasar la cuarentena aqu¨ª. Tenemos todas las comodidades¡±, afirma Viera.
Para dos amigas tambi¨¦n parecen unas vacaciones at¨ªpicas. Katherine Duarte y Aldrin Chaparro estudiaron juntas la carrera de Administraci¨®n de Empresas en Caracas, se embarazaron en la misma ¨¦poca y juntas emprendieron un viaje a Per¨². All¨ª trabajaron m¨¢s de un a?o hasta que no aguantaron m¨¢s el acoso continuo al que les somet¨ªan los hombres. Juntas tambi¨¦n viajaron a Espa?a a pedir asilo. Solas, sin los padres de sus dos hijos. Pasean por el camino de piedra, los ni?os revolotean en el c¨¦sped. Ellas hablan en el porche, sentadas en sillas de mimbre, contemplando las tardes de esta ciudad que todav¨ªa les resulta ajena. El encierro no parece una tortura en estas circunstancias.
En otra de las caba?as vive Joselyn Morales con sus cuatro hijas. Acaban de llegar de El Salvador con la ilusi¨®n de una nueva vida, pero la vida est¨¢ en suspenso. ¡°Cuando se hizo patente la crisis sanitaria, incrementamos la capacidad de la red, lo que hemos hecho en casi 1.000 plazas, un aumento sin precedentes. Adem¨¢s, reorganizamos los recursos para poder aislar adecuadamente a quienes presenten s¨ªntomas. Para ello, hemos contado con aportaciones desinteresadas como esta¡±, comenta el delegado del ?rea de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid, Jos¨¦ Aniorte.
El due?o del lugar entra y sale con bolsas y cajas de comida. Le apena ver los salones vac¨ªos, el parque de bolas para los ni?os precintado, el aparcamiento sin coches. Los hoteles abiertos son pura vida; cerrados, una expresi¨®n de decrepitud. Pero ¨¦l sigue activo, empe?ado en tratar de la mejor manera a sus hu¨¦spedes. Si no, est¨¢ devolviendo el dinero de todas las cancelaciones que le entran a diario. ¡°Doy por perdida toda la temporada. Hemos perdido mucho dinero. Pero ahora me centro en ayudar a la gente que de verdad lo necesita¡±, cuenta mientras pasea por la instalaci¨®n.
Juan Manuel L¨®pez, de 40 a?os, es el camarero encargado de servirle la comida a las familias. ¡°No tendr¨ªa que venir, pero prefiero echar una mano. Me siento ¨²til y no estoy todo el d¨ªa en casa¡±. El men¨² de hoy consta de garbanzos, pollo rebozado con patatas y ensalada.
Acabado el almuerzo, Wilfredo Maestre, colombiano de 38 a?os, toma el aire junto a un ¨¢rbol. Es de la Guajira, Colombia. ¡°Donde los gringos se llevan el carb¨®n en trenes y los ind¨ªgenas vuelan por los aires con dinamita las v¨ªas y entonces el carb¨®n se riega por todas partes¡±, cuenta. Su plan, cuando acabe el confinamiento, es salir a buscar trabajo. Uno bueno, donde le paguen bien. Si eso ocurre, o le toca la loter¨ªa, un aspecto azaroso que tambi¨¦n le vale, volver¨¢ a este sitio y le har¨¢ un regalo al due?o y a todos los trabajadores: ¡°En esta vida hay que ser agradecidos¡±.
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