La noche desde el balc¨®n
El insomnio permite otras formas de ver la ciudad, cuando otros duermen o festejan
Hay cosas de Madrid que no tienen precio. Por ejemplo, asomarte al balc¨®n y ver un pene. Me pas¨® el otro d¨ªa, cuando a medianoche me asom¨¦ a tomar el fresco y hab¨ªa all¨ª abajo un joven adulto sac¨¢ndose el miembro para miccionar en el alcorque del olmo siberiano. La situaci¨®n fue curiosa: ¨¦l miraba hacia los lados, procurando que no le viera nadie, sin saber que yo, desde las alturas, le miraba como el ojo de Dios. Me¨® poco, le diagnostiqu¨¦ alg¨²n tipo de problema renal poco frecuente para su edad. Sent¨ª compasi¨®n, que no se estila.
Siempre me ha costado dormirme y me ha costado a¨²n m¨¢s d...
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Hay cosas de Madrid que no tienen precio. Por ejemplo, asomarte al balc¨®n y ver un pene. Me pas¨® el otro d¨ªa, cuando a medianoche me asom¨¦ a tomar el fresco y hab¨ªa all¨ª abajo un joven adulto sac¨¢ndose el miembro para miccionar en el alcorque del olmo siberiano. La situaci¨®n fue curiosa: ¨¦l miraba hacia los lados, procurando que no le viera nadie, sin saber que yo, desde las alturas, le miraba como el ojo de Dios. Me¨® poco, le diagnostiqu¨¦ alg¨²n tipo de problema renal poco frecuente para su edad. Sent¨ª compasi¨®n, que no se estila.
Siempre me ha costado dormirme y me ha costado a¨²n m¨¢s despertarme, como si mi cuerpo no se hubiera ajustado nunca a la rotaci¨®n de la Tierra. Hay quien dice que el insomnio es, como el despido, una oportunidad para probar cosas nuevas: es porque no lo ha sufrido. El insomnio no permite dormir, pero esa turbaci¨®n mezclada con cansancio tampoco permite hacer demasiado. Yo me asomo al balc¨®n y percibo la ciudad de otra manera.
Antes de la pandemia no percib¨ªa el rumor del barrio, ahora que hemos conocido la quietud, ese rumor se ha hecho evidente y hace de banda sonora de nuestro insomnio.
Brillan los gemelos C¨¢stor y P¨®lux sobre el Centro Dram¨¢tico Nacional y en las calles extra?o el silencio del toque de queda. Antes de la pandemia no percib¨ªa el rumor del barrio, igual que los que viven al lado del mar no perciben el de las olas, ahora que hemos conocido la quietud, ese rumor se ha hecho evidente y hace de banda sonora de nuestro insomnio. La electrocumbia no deseada.
?D¨®nde ir¨¢ toda esa gente que cruza la calle muy entrada la noche de los d¨ªas laborables? Probablemente vienen o van a trabajar: forman parte de esos engranajes ocultos y mal remunerados que hacen girar el mundo. La frecuencia con la que pasa un borracho vociferante es casi cient¨ªfica, aunque todav¨ªa no he encontrado su expresi¨®n matem¨¢tica. Hay mucha gente de noche gritando por las calles y, por mucho que griten, no acabamos de enterarnos. No son solo gritos festivos de turistas borrachos, la mayor¨ªa son gritos de verdadera desesperaci¨®n. Estos d¨ªas tengo una polilla en casa que por las noches me ronda con sus zumbidos y por el d¨ªa tiene la man¨ªa de ducharse conmigo.
A cierta hora pasa el cami¨®n de la basura que hace temblar la realidad, a otra pasa ese que recoge el vidrio con gran estruendo, como si estallara una galaxia (ojo, en el espacio interestelar el sonido es imposible). A veces aparece un trabajador de la limpieza y riega el asfalto cogiendo la manguera como si fuera un fusil. La ciudad de noche desde el balc¨®n: el escenario vac¨ªo, el negativo del d¨ªa, el espacio de los locos. Ah¨ª enfrente, imperturbable por el tiempo, eterno como las monta?as, gu¨ªa nuestras vidas el Carrefour de Lavapi¨¦s, abierto 24 horas, mascar¨®n de proa de nuestra civilizaci¨®n. Su luz seguir¨¢ encendida el d¨ªa despu¨¦s de nuestra muerte.
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