Carabanchel y tus silencios
Madrid te reengancha entre galer¨ªas de arte, himnos urbanos y Blanca Portillo
Vamos hacia el n¨²mero 39 de la calle de Anto?ita Jim¨¦nez. Uno se va perdiendo entre las esquinas y recovecos de Carabanchel. Ladrillo visto, garajes, talleres, barber¨ªas, cuestas. El barrio. Una nave, pintada de blanco inmaculado, nos espera al acecho. Uno toca el timbre, parece que nadie le escucha. Se oye, de repente, deslizarse el cerrojo y abrirse el portal¨®n met¨¢lico. Bienvenidos.
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Vamos hacia el n¨²mero 39 de la calle de Anto?ita Jim¨¦nez. Uno se va perdiendo entre las esquinas y recovecos de Carabanchel. Ladrillo visto, garajes, talleres, barber¨ªas, cuestas. El barrio. Una nave, pintada de blanco inmaculado, nos espera al acecho. Uno toca el timbre, parece que nadie le escucha. Se oye, de repente, deslizarse el cerrojo y abrirse el portal¨®n met¨¢lico. Bienvenidos.
Carabanchel lleva ya tiempo pujando por ser el centro del arte contempor¨¢neo en la ciudad, luchando frente a frente con Lavapi¨¦s, Chueca, Malasa?a y el distrito de Salamanca. Y guarda ahora, tras esa puerta, una joya emocionante. Pura sorpresa. ?Ay, Madrid! Siempre tienes un secreto y un est¨ªmulo para engancharnos, atraparnos y recordarnos por qu¨¦ estamos aqu¨ª. Para adentro, es la galer¨ªa VETA. En esta antigua nave industrial, de la mano de Fer Franc¨¦s, aguardan Abraham Lacalle, Mat¨ªas S¨¢nchez y Santiago Yd¨¢?ez.
Dejamos atr¨¢s el ruido de la ciudad para sumergirnos en un oc¨¦ano de pulsiones. Escuchamos nuestras propias pisadas pasando de sala a sala, y se deslizan cuadros entre el propio alicatado que sigue intacto. Poes¨ªa de pared. Es de esos edificios que han dejado las tripas al aire para que nos enfrentemos a lo que somos, mientras vemos aquelarres, barcos, perros, serpientes, cuchillos y rituales a las orillas de la plaza El¨ªptica. Porque la vida se explica en cada rinc¨®n.
Enero no para. En este Madrid sobreexcitado dos nombres se repiten a todas horas: Blanca Portillo y Juan Mayorga. Los dos forran las marquesinas al grito de Silencio. Ella, que va camino de su primer Goya por Maixabel, levanta al segundo al p¨²blico de sus butacas cuando cae el tel¨®n. Una clase de interpretaci¨®n en directo, de esmoquin y desfilando sus palabras entre Lorca, S¨®focles y Calder¨®n. Esta ciudad es de atiborradas palabras, pero tambi¨¦n est¨¢ hecha de muchos sigilos y pausas. Lo que nunca se dijo y lo que nunca se quiso decir.
Cada madrile?o tiene sus propios silencios. El de los que corren al despertarse por el r¨ªo, el de los que miran la avenida de Am¨¦rica por las ventanas del autob¨²s mientras van al trabajo, el que reina en un and¨¦n antes de que pase el ¨²ltimo metro por la noche, el que sobrecoge a los amantes cuando dejan el hotel sin despedirse en la puerta, el que atormenta a los insomnes perdidos en su noche eterna, el que se imponen los opositores en las esquinas de cada biblioteca, el que exigen los pol¨ªticos cuando algo no les interesa. Y ese dur¨ªsimo en muchas residencias. La ciudad y sus silencios.
Los rompo ahora poni¨¦ndome a Caliza, que hace aut¨¦nticos himnos sobre Madrid. Sin parar de repetir ese ¡°te vi vagando por la Castellana, en la noche m¨¢s oscura¡±. Y no dejo de pensar en el abajo firmante en esta p¨¢gina, en Eduardo Barba, cuando canta Elisa eso de ¡°soy un jardinero, soy un jardinero, veo crecer lo m¨¢s bello¡±. P¨®nganse esa canci¨®n en este domingo entre Carabanchel y tus silencios.
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