Quedada de chicas para jugar con sus beb¨¦s ¡®reborn¡¯
Grupos de mujeres amantes de los mu?ecos hiperrealistas organizan encuentros en el centro de Madrid para reivindicar el deseo de jugar y divertirse en la edad adulta
Montse Vela acaricia con la ternura del primer d¨ªa a su beb¨¦ de 38 a?os. Con el dedo ¨ªndice roza la frente, las mejillas, trazando l¨ªneas aleatorias por toda la cara hasta bajar por la barriga y terminar en las manos diminutas que abraza con el me?ique. La ni?a, de nombre Alondra, esboza una media sonrisa, y sin parpadear ni inmutarse mira fijamente a Montse mientras esta peina su pelo rubio al tiempo que le espeta:
¡ª?Eres una cre¨ªda!
La mujer, de 60 a?os, aguarda junto a Alondra a la sombra de un ¨¢rbol frente a la Puerta de Alcal¨¢, donde ha quedado con algunas amigas m¨¢s para ju...
Montse Vela acaricia con la ternura del primer d¨ªa a su beb¨¦ de 38 a?os. Con el dedo ¨ªndice roza la frente, las mejillas, trazando l¨ªneas aleatorias por toda la cara hasta bajar por la barriga y terminar en las manos diminutas que abraza con el me?ique. La ni?a, de nombre Alondra, esboza una media sonrisa, y sin parpadear ni inmutarse mira fijamente a Montse mientras esta peina su pelo rubio al tiempo que le espeta:
¡ª?Eres una cre¨ªda!
La mujer, de 60 a?os, aguarda junto a Alondra a la sombra de un ¨¢rbol frente a la Puerta de Alcal¨¢, donde ha quedado con algunas amigas m¨¢s para jugar el s¨¢bado por la tarde con sus beb¨¦s reborn, unos mu?ecos hiperrealistas de silicona o vinilo que imitan la apariencia de un beb¨¦ real. A su alrededor, decenas de padres y madres con hijos entran y salen del parque del Retiro tratando de lidiar con los lloros que emanan de las maxicosi. Sin embargo, tanto Montse como el resto de mujeres que se van uniendo a la quedada, no escuchan ning¨²n gemido por parte de sus criaturas y se limitan a saludarse entre ellas con alegr¨ªa.
Dos turistas estadounidenses procedentes de Seattle (Washington) se acercan con sigilo y quedan petrificadas frente los carritos de beb¨¦. Marga L¨®pez, de 62 a?os, organizadora del evento, las descubre y pregunta: ¡°Do you want a photo?¡± (?Quer¨¦is una foto?). Ellas, algo nerviosas, asienten con la cabeza y sacan sus iPhone para empezar a fotografiar a todos y cada uno de los mu?ecos con el modo r¨¢faga de la c¨¢mara. ¡°Mucha gente no ha visto esto en su vida. Nos paran como si fu¨¦ramos famosas cada vez que salimos¡±, apunta Marga mientras cuida en sus brazos a Margarita, una beb¨¦ con forma de alien¨ªgena ataviada con vestido blanco de lunares y una diadema que ayuda a resaltar sus ojos negros y saltones. La peque?a no es suya, sino de su hermana Mari Carmen L¨®pez, de 57 a?os, con quien inici¨® en octubre de 2018 la idea de reunir peri¨®dicamente en Madrid a amantes y coleccionistas de los reborn.
El grupo monta una fila y atraviesa el Retiro ante la estupefacci¨®n de los all¨ª presentes. ¡°El 90% de los mensajes que recibimos son positivos. Siempre hay alguno que nos llama locas, o nos dice que arrastramos muertos. Cada uno ve lo que lleva dentro, quien tiene sensibilidad sabe valorarlo como lo que es: un objeto art¨ªstico¡±, explica Marga, funcionaria del Ayuntamiento de Madrid. L¨®pez encontr¨® en los reborn la forma de materializar un deseo que le acompa?a desde que dejara atr¨¢s la infancia, cuando ¡°por madurez¡± abandon¨® sus juguetes.
¡°No somos personas con carencias, muchas tenemos hijos, nietos, y somos felices con ellos. Esto no es un sustitutivo de nada, sabemos que no son beb¨¦s de verdad, no les damos la teta ni les ba?amos, es un objeto l¨²dico¡±, apunta. ¡°Reivindicamos el derecho femenino a jugar en todas las etapas de la vida. A las mujeres no se nos educa para el juego, parece que debemos mantener la compostura siempre cuando somos adultas. El hombre puede tirarse la tarde entera jugando a videojuegos y nadie se sorprende. Nosotras nos hemos liberado del `qu¨¦ dir¨¢n? gracias a los beb¨¦s¡±, sentencia.
En la retaguardia, Luisa Moll¨®, de 58 a?os, y Nani Abarca, de 54, reducen el paso y se separan unos metros del grupo. ¡°?Me coges el carro?¡±, pregunta Luisa. ¡°Me quiero echar un cigarrillo y como me vea la gente con el pitillo y el ni?o luego me acusan de mala madre¡±, afirma con iron¨ªa. A su lado, Nani fuma sin complejos y le ofrece fuego. Sus ojos verdes son los m¨¢s cansados de la fiesta. Residente en A Coru?a, ayer cogi¨® un autob¨²s a las diez y media de la noche que la dej¨® en M¨¦ndez ?lvaro a las seis y media de la ma?ana. ¡°Hoy me vuelvo a marchar, vengo expresamente para esto. Los beb¨¦s dan compa?¨ªa, pero la raz¨®n de ser de esta afici¨®n son las amistades que nacen. Da igual la distancia, a una le gusta estar con sus afines¡±, cuenta. En sus manos sostiene a Estella, uno de los 35 beb¨¦s de su colecci¨®n. ¡°El m¨¢s especial¡±, seg¨²n ella.
Con la nariz aplanada, las orejas peque?as y unos ojos algo rasgados con forma de almendra, la ni?a muestra las caracter¨ªsticas f¨ªsicas de un s¨ªndrome de Down. ¡°Estos ni?os son mi debilidad, he convivido gran parte de mi vida con ellos. Te transmiten una dulzura y un amor superior. No todos los mu?ecos tienen que ser ni?os y ni?as mon¨ªsimos con la sonrisa perfecta. Hay que atender tambi¨¦n a la diversidad¡±, asegura. Nani no le quita ojo a su ¡°ni?a mimada¡±, y en el camino al hotel donde pasar¨¢n el resto de la tarde, pega y despega de su boca un chupete imantado con el logo de Mickey Mouse al tiempo que pulsa un peque?o altavoz en su barriga que imita risas y llantos.
En el Hotel Vincci Soma, en la calle Goya est¨¢n de boda, pero nadie mira a los novios. La hilera de carritos de beb¨¦ hace cola en los ascensores para subir a la primera planta. ¡°?Son de mentira!¡±, exclama una mujer acompa?ada de su hijo adolescente que observa los mu?ecos con desgana. ¡°No est¨¢n mal¡±, reconoce el joven. En un peque?o sal¨®n biblioteca del edificio se celebrar¨¢ la primera quedada de reborns en Madrid desde que acabara el verano. Los empleados del hotel llegan con bandejas de sandwiches mixtos, refrescos y algunos dulces.
Como si entraran a una guarder¨ªa, esquivan con sumo cuidado los carros y beb¨¦s que hay sentados en el suelo o los sillones. All¨ª, como en las quedadas de cualquier grupo de amigos, se habla de todo y de nada. Las mujeres intercambian opiniones sobre los beb¨¦s y se ponen al d¨ªa de sus vidas. ¡°La ropa siempre del Primark, buena, bonita y barata¡±, dice una. Muchas se dedican a la venta de los mu?ecos, pintan y decoran a mano cada detalle de sus cuerpos seg¨²n la demanda del cliente. Utilizan cabello natural de mohair que injertan pelo a pelo en la sien para luego darles pegamento por dentro del cr¨¢neo con pintura termosellable. ¡°Esta es la parte fundamental para que haya sensaci¨®n de realismo¡±, asegura Marga. Los precios van desde los 250 euros en adelante, seg¨²n la calidad y exclusividad de la pieza, normalmente de silicona o vinilo.
Durante la merienda los mu?ecos pasan a un segundo plano. ¡°Lo mejor de los reborn es que ni crecen, ni se quejan. A m¨ª no me gustan los ni?os, he trabajado toda mi vida de maquilladora en peluquer¨ªas y cuando llegaba un ni?o me iba para otro lado¡±, reconoce Montse, que lleva su oficio en la sangre y no puede evitar peinar con un cepillo de dientes a aquellos beb¨¦s m¨¢s descuidados. ¡°Cuando veo que los traen con pelos de loca yo me condeno. Hay manos que merecen palos¡±, declara en petit comit¨¦.
Surgen juegos espont¨¢neos como el juego de la patata. La tarde va sobre ruedas y, sin embargo, hay algo muy importante que perturba a Marga. ¡°?Se escuchar¨¢ bien?¡±, pregunta a una compa?era refiri¨¦ndose a su tel¨¦fono m¨®vil. Quiere dar una sorpresa al grupo y poner a todo volumen el himno de las reborn, aunque el ruido de la boda que se celebra en la sala contigua dificulta el objetivo. ¡°Da igual, t¨² s¨²belo al m¨¢ximo y, si no se oye, lo cantamos a cappella¡±, le pide a su hermana.
¡ª?Silencio! Esto va para todas vosotras. Que no se nos olvide nunca¡
Un redoble instrumental apenas perceptible paraliza la sala hasta que la primera estrofa desata el j¨²bilo:
La gente me se?ala
Me apuntan con el dedo
Susurra a mis espaldas
Y a m¨ª me importa un bledo...
El grupo forma una conga en la habitaci¨®n con los beb¨¦s en brazos, que zarandean sus cabezas de lado a lado hasta despeinarse por completo. El af¨¢n de seguir jugando ha unido sus caminos y a los cuatro vientos lazan su grito de guerra para que a ninguna se le olvide:
?A qui¨¦n le importa lo que yo haga?
?A qui¨¦n le importa lo que yo diga?
Yo soy as¨ª, y as¨ª seguir¨¦, nunca cambiar¨¦.
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