Hanan es la madre de Leith, que fue, el a?o pasado, cuando lo detuvieron, el preso pol¨ªtico m¨¢s joven del pa¨ªs. Las autoridades israel¨ªes dijeron que Leith particip¨® en manifestaciones, que tir¨® piedras a unos soldados en la entrada del campo, que era peligroso para Israel y deb¨ªa estar encerrado: le pidieron dos a?os de c¨¢rcel. Lo condenaron a nueve meses m¨¢s tres a?os de condicional.
¨C?Cree que Leith atac¨® a los soldados?
¨C?Honestamente? S¨ª, yo creo que lo hizo. Pero es un chico de 14 a?os y los soldados insultaban a su madre.
¨C?Qu¨¦ dec¨ªan?
Hanan no quiere repetirlo; palabrotas, dice, palabras muy malas. Le dec¨ªan esas cosas y ¨¦l ten¨ªa que reaccionar, ?qu¨¦ pod¨ªa hacer? Suenan gallos, varios gallos ¨Co un gallo persistente.
¨C?O sea que se pele¨® por defender a su madre, no a su patria?
¨CNo, no solo. Tambi¨¦n vio c¨®mo los soldados golpeaban a varios de sus amigos, y eso tampoco pudo soportarlo.
Hanan tiene una t¨²nica negra con bordados plateados y un hiyab turquesa, los ojos muy oscuros. Viene de una familia acomodada; en 1996 se fue a Miami y estudi¨® Negocios, se cas¨®, tuvo sus dos primeros hijos. En 2004 decidieron volverse: South Beach les parec¨ªa un lugar peligroso para criar chicos. Ahora, su marido tiene un restor¨¢n y los dos tienen dos hijos m¨¢s y todos viven en el campo de refugiados de Shuafat, en Cisjordania. Un campo de refugiados no es un campo; es una ciudad bien tercermundo, las calles angostas llenas de gentes y de coches viejos y de cables colgando, los frentes de las casas sin revoque ¨Ccomo si todo fuera provisorio: 50, 60 a?os provisorio. Por fuera, la casa de Hanan parece a medio hacer; por dentro tiene su equipo de m¨²sica, su plasma, una cocina grande y bien provista, los sillones: esos sillones gordos, orondos, que son la marca del ¨¦xito en tantos pa¨ªses donde el calor los hace tan inc¨®modos.
¨CLeith no se va a olvidar nunca de lo que le hicieron. Le pegaron mucho, lo ten¨ªan d¨ªas y d¨ªas sin dormir, lo pateaban para despertarlo; todav¨ªa se despierta sobresaltado cada noche. Nunca se va a olvidar. Y yo tampoco.
Hay una guerra. Como en toda guerra hay intrigas, h¨¦roes, ratas, fan¨¢ticos, intereses, corazones que ignoran la raz¨®n
Hay una guerra. A veces la pelean con armas, otras veces con piedras, con palabras, con acuerdos de paz, con bombas varias, con miradas, golpes, esperanzas, con rezos, con abrazos. Hay una guerra porque hay dos pueblos que quieren la misma tierra. Uno tiene un Estado que lo estructura, un ej¨¦rcito que lo defiende; el otro no. Ambos enarbolan sus derechos: la historia, tradiciones, mitos.
¨CO sea que hay tres posibilidades: o esa tierra se reparte en dos, o los dos viven juntos en ella, o uno de los dos echa o extermina al otro. En general la que prima es la tercera opci¨®n, pero digamos que no la queremos. Dice Marius Schattner, 71, periodista franco-israel¨ª, ex mao¨ªsta, ex sionista de izquierda, varios libros sobre la cuesti¨®n.
¨CLa coexistencia es muy dif¨ªcil y supondr¨ªa un Estado con ciudadanos de primera, los israel¨ªes, y ciudadanos de segunda, los palestinos, una segregaci¨®n, si no un apartheid. El reparto en dos Estados es la opci¨®n m¨¢s l¨®gica; la fuerza principal que se le opone es el Estado de Israel, el Gobierno israel¨ª, que produce hechos ¨Clas ocupaciones, las nuevas colonias¨C que lo hagan imposible.
Hace d¨¦cadas que colonos jud¨ªos empezaron a construir casas y ocupar espacios en los territorios ocupados, supuestamente palestinos, pero el movimiento se aceler¨® en los diez ¨²ltimos a?os. Ahora hay por lo menos 300.000 en Cisjordania, 200.000 en Jerusal¨¦n Este: medio mill¨®n de personas, una masa cr¨ªtica dif¨ªcil de expulsar.
¨CHace unos a?os los colonos eran una franja extrema de la poblaci¨®n jud¨ªa. Hoy es una corriente central, que ocupa cada vez m¨¢s lugar en las conciencias y en el Gobierno del Estado. Dice Micha Kurz, 32, en¨¦rgico, sonriente, israel¨ª, jud¨ªo askenaz¨ª, activista de organizaciones palestinas.
Hay una guerra. Como en toda guerra hay intrigas, h¨¦roes, ratas, fan¨¢ticos, intereses, desinteresados, razones que la raz¨®n ignora, corazones que ignoran la raz¨®n. Como en toda guerra, todos tienen raz¨®n y ninguno la tiene.
(Marius me cont¨® un cuento: la mujer del rabino le dice Shlomo, no te entiendo. Primero vino el zapatero y te dijo que hab¨ªa peleado con el panadero y le dijiste que ten¨ªa raz¨®n; despu¨¦s vino el panadero y te dijo que hab¨ªa peleado con el zapatero y le dijiste que ten¨ªa raz¨®n. A m¨ª no me parece que les puedas decir a los dos que tienen raz¨®n.
¨CMujer, tienes raz¨®n.)
Hay una guerra y a veces los que intentan disimularlo lo consiguen. Salvo en Hebr¨®n: aqu¨ª, est¨¢ claro, hay una guerra. Hay una guerra y no hay otro lugar donde esta guerra est¨¦ tan marcada en el espacio. Hebr¨®n es la ciudad m¨¢s grande de Cisjordania: un cuarto de mill¨®n de palestinos a 30 kil¨®metros de Jerusal¨¦n. Hace diez a?os la calle Shohada ¨Cla calle de los M¨¢rtires¨C era el coraz¨®n de Hebr¨®n: el mercado en medio de la ciudad vieja, miles y miles de personas comprando, vendiendo, encontr¨¢ndose.
Micha la recuerda su primer d¨ªa de soldado, 2001, cuando ten¨ªa 18: un sargento les mostr¨® desde su puesto de control el mercado, todav¨ªa vivo, todav¨ªa bullendo, y les se?al¨® la multitud de palestinos all¨¢ abajo y les dijo que eran todos posibles terroristas y que todos, absolutamente todos ellos los odiaban. Que no se descuidaran. Que no se contuvieran. Que su tarea era mantener ¡°est¨¦ril¡± el ¨¢rea que les hab¨ªan asignado ¨Cest¨¦ril significaba limpia de ¨¢rabes¨C para proteger a Israel y a los colonos israel¨ªes.
Poco a poco, Micha fue descubriendo que su papel no consist¨ªa en proteger a los colonos que avanzaban sobre las tierras palestinas sino en ayudarlos en su avance, y que para eso ten¨ªa que hacer cosas como patear puertas de casas palestinas al filo de la madrugada, patear cuerpos de j¨®venes palestinos a la hora que tocara.
Ashraf es palestino. Ashraf es un tipo musculoso, 30 a?os, mand¨ªbula potente, la mirada severa, pero los ojos se le empa?an cuando recuerda aquella noche de septiembre de 2006 en que soldados entraron a los tiros en su casa, lo ataron, se lo llevaron vendado y esposado. Y m¨¢s cuando recuerda los 64 d¨ªas de interrogatorios, los golpes, la confusi¨®n, la celda de aislamiento y, sobre todo, esa m¨¢quina que le inmovilizaba la cabeza para que gotas de agua helada le cayeran sin pausa en el mismo lugar entre sus ojos y lo cortaran como un cuchillo de hielo y le infligieran un dolor que no pod¨ªa soportar y soportaba. (Alguien, alguna vez, tendr¨¢ que reflexionar sobre el lugar del agua en las torturas cool contempor¨¢neas, ¨¦sas que Estados Unidos dio por buenas).
Ashraf estudiaba entonces en una Facultad isl¨¢mica y no me quiere decir por qu¨¦ se lo llevaron: me dice que alguna vez podr¨¢, pero no todav¨ªa. Mientras, dice que lo m¨¢s duro fue cuando lo pusieron en una celda con palestinos colaboradores ¨Cque all¨ª llaman ¡°los p¨¢jaros¡±¨C y que ¨¦l les dijo cosas que hab¨ªa callado bajo el agua porque crey¨® que eran amigos, que eran compa?eros, y cuando entendi¨® que esos traidores lo hab¨ªan llevado a traicionarse no consegu¨ªa entender que hubiera palestinos que hicieran esas cosas y que eso le doli¨® m¨¢s que el dolor y m¨¢s los ojos, m¨¢s se le humedecen, m¨¢s la voz se le rompe: que nada, en los cinco a?os que despu¨¦s pas¨® preso, acusado de militar en Ham¨¢s, fue tan tremendo como eso. Y que por eso ¨Cquiz¨¢ por eso¨C sali¨® de la prisi¨®n tan paranoico, desconfiando de todos y de todo, y que no soportaba y por eso ¨Csupongo que por eso¨C cuando le pregunto qu¨¦ va a hacer ahora, si va a seguir peleando, me dice que aquello fue un momento de su vida y que ahora es distinto pero el brillo de los ojos lo desmiente y no s¨¦ si creerle: tambi¨¦n eso es un efecto de la guerra.
Hace diez a?os la calle Shohada era el coraz¨®n de Hebr¨®n: ahora es un desierto. Todo alrededor, calles desiertas. Desiertas: casas vac¨ªas, los negocios cerrados, el silencio, alg¨²n p¨¢jaro, un motor a lo lejos; no hay coches, no hay personas.
En el coraz¨®n de Hebr¨®n hay 1.000 colonos que ocupan unas 200 casas. Para protegerlos, la zona fue vaciada, llenada de bloques de cemento, soldados que patrullan. En otras casas todav¨ªa quedan palestinos pero casi no salen: solo lo indispensable. Sus calles est¨¢n cubiertas con una red met¨¢lica porque desde sus casas los colonos sol¨ªan tirarles piedras, botellas, lo que fuese; ahora, por la red, tiran agua servida.
Y todo est¨¢ callado, abandonado: muerto. Es un paisaje como no he visto igual: el espacio vac¨ªo, la rudeza del sol, muchos soldados. Entre las calles inaccesibles se fue armando una tierra de nadie, casas de cinco o seis siglos donde intentan vivir algunos palestinos, donde no hay polic¨ªa, donde pululan traficantes y unos perros salvajes que atacan a los chicos.