Placeres de verano | ¡®Calippos¡¯ al sol
El de fresa es mi placer m¨¢s divertido y oscuro. Como el churrasco de cerdo, lo tomo haciendo tremendos ruidos y sin que me afecte el exterior; siempre es algo entre ¨¦l y yo
Recuerdo perfectamente el primer calippo de mi vida como recuerdo la primera vez que me confes¨¦, y los pecados que me qued¨¦ conmigo enga?ando a Dios por primera vez. Yo era un ni?o que ayudaba a mi abuelo en el bar familiar y esperaba, cada mes de junio, el cartel de los helados de Frigo con la misma expectaci¨®n que la portada de Semana que le compraba a mi abuela en el kiosco (...
Recuerdo perfectamente el primer calippo de mi vida como recuerdo la primera vez que me confes¨¦, y los pecados que me qued¨¦ conmigo enga?ando a Dios por primera vez. Yo era un ni?o que ayudaba a mi abuelo en el bar familiar y esperaba, cada mes de junio, el cartel de los helados de Frigo con la misma expectaci¨®n que la portada de Semana que le compraba a mi abuela en el kiosco (c¨®mo llevaba Pantoja el luto, eso me atormentaba en aquella ¨¦poca). 1984 fue impresionante, pero no por las razones que supon¨ªa Orwell; ese a?o muri¨® Paquirri, naci¨® mi hermana y se invent¨® el calippo. Apareci¨® de repente en la carta de helados que mi abuelo colgaba en el bar delante de una nevera en la que se guardaban todos los objetos de deseo de los ni?os, nuestra propia jugueter¨ªa congelada.
Yo echaba una mano en el bar sirviendo de puntillas refrescos y vinos (caf¨¦ no sab¨ªa hacer), y los cascos de las botellas los met¨ªa despu¨¦s en sus cajas orden¨¢ndolos meticulosamente en un s¨®tano de apenas metro y medio de altura. Mi recompensa era un helado. Para entonces estaba entregado al mini milk, me parec¨ªa lo apropiado para un ni?o, una transici¨®n sencilla de la leche materna al falocentrismo por el atajo que propon¨ªa graciosamente Frigo. Y mi respeto por el calippo, la incomprensi¨®n del mundo que suscitaba su presencia en la carta y el extra?o envase (no hab¨ªa palo, pero era de hielo y ven¨ªa sin instrucciones) retras¨® nuestro encuentro. Fue mejor as¨ª. Tuve la oportunidad de poder ver desde la barrera (desde la barra) c¨®mo el mundo se enfrentaba a un hielo envuelto en cart¨®n, y de qu¨¦ manera le doblaba el pulso. Recuerdo a mi t¨ªo chupando y diciendo muy serio, como si fuese una ense?anza que me fuese a cambiar la vida: ¡°Juntas as¨ª los dedos, los aprietas y el helado sube, y hay que chuparlo, ojo¡±, como si me plantease pegarlo un tiro al helado.
La cambi¨®, mi vida. Pero no por el funcionamiento del calippo, proceso complejo que aprend¨ª con el tiempo, sino con el sabor y el simbolismo del helado y lo que pas¨® a significar en mi vida: el verano m¨¢s puro, el invencible del que hablaba Camus y el refrescante y vicioso que daba por hecho sus anuncios. El primer calippo de mi vida fue delante de la playa de Silgar, y si lo recuerdo no es tanto por el helado, sino porque era un d¨ªa de entre semana, por la ma?ana, en los tiempos en los que yo cre¨ªa que los vecinos de Sanxenxo no pod¨ªamos bajar a la playa a esas horas porque se reservaba solo para los turistas. De ni?os cre¨ªamos muchas cosas idiotas que luego se revelaron como verdades, verdades idiotas si se quiere, pero verdades: los del pueblo no iban a la playa por la ma?ana b¨¢sicamente porque trabajaban. Y aquel gesto de desobediencia civil (ponerme a los pies de la playa con la mirada airada) lo acompa?¨¦ con el primer calippo de mi vida, un calippo de fresa que me supo ¡ªpor fin su sabor, por fin saber qu¨¦ era¡ª a verano.
Desde entonces tom¨¦ millones. Todos los veranos y, ya en la madurez, todos los inviernos. El de fresa. El calippo de fresa es mi placer m¨¢s divertido y oscuro. Como el churrasco de cerdo, lo tomo haciendo tremendos ruidos y sin que me afecte el exterior; siempre es algo entre ¨¦l y yo. Es mi helado y siempre lo ser¨¢; me gusta cuando tengo hambre, cuando tengo sed y cuando estoy de mal humor: sirve para cualquier cosa. ¡°Era la sed y el hambre, y t¨² fuiste la fruta. Era el duelo y la ruina, y t¨² fuiste el milagro¡±, dijo Neruda. ¡°Aquel a?o [1984], las latas de cerveza y de refrescos hab¨ªan empezado a comernos algo de terreno. Si te llenas el est¨®mago con bebidas carb¨®nicas, ya no queda hueco para un helado. As¨ª que, ?por qu¨¦ no dise?ar un envase que se pareciese a una lata? Aunque hoy sea un producto de lo m¨¢s com¨²n, la gente entonces tuvo algunos problemas para entender el concepto ¡ªera un polo sin palo!¡ª, y muchos consumidores romp¨ªan el envase para llegar al helado¡±, dijo Joan Vi?allonga, creador del helado, en Verne hace a?os.
Me gusta mucho saborear ese momento en el que el calippo se separa un poco del envase y empieza a subir y a bajar, a descongelarse despacio como alg¨²n d¨ªa nos terminaremos de descongelar todos. Pienso entonces en que lo interesante de la vida es el momento en que no somos ni l¨ªquidos ni s¨®lidos, como calippos al sol: criaturas que tenemos nuestro mejor sabor, y se aprovecha lo mejor de nosotros cuando nos aprietan despacio y subimos r¨¢pido; cuando, en definitiva, pensamos que no queda nada de nadie y queda lo mejor.