Isabel Pantoja: auge, ca¨ªda y fango de la ¨²ltima folcl¨®rica
Una generaci¨®n de espectadores televisivos cree saber qui¨¦n es pero no tiene ni idea de su dimensi¨®n cultural
?Qu¨¦ le pasar¨ªa por la cabeza a Isabel Pantoja antes de saltar del helic¨®ptero de Supervivientes? Quiz¨¢ la iron¨ªa que supone ser la quinta de su estirpe, tras sus hijos Kiko y Chabelita y sus primas Anabel y Sylvia, en dejarse caer al vac¨ªo del oc¨¦ano y de la telerrealidad. ?Pero tiene la Pantoja sentido de la iron¨ªa? Hay toda una generaci¨®n de espectadores que cree saber qui¨¦n es (la madre de Kiko y Chabelita, la archienemiga de Chelo Garc¨ªa Cort¨¦s, la exnovia del exalcalde corrupto de ex-Marbella), pero que en realidad no tiene la menor idea de su dimensi¨®n cultural.
Quiz¨¢ lo que pensaba ella en aquel helic¨®ptero de 'Supervivientes', adem¨¢s de ¡°hay que ver lo alto que est¨¢ esto¡±, es lo mismo que se pregunta cualquiera que recuerde aquellos a?os de adoraci¨®n popular y un¨¢nime: ?c¨®mo demonios he acabado aqu¨ª?
Otra generaci¨®n, la de sus padres, a¨²n recuerda qui¨¦n es Mar¨ªa Isabel Pantoja Mart¨ªn (Sevilla, 1956) o, al menos, qui¨¦n fue: la ¨²ltima folcl¨®rica, la viuda de Espa?a, la mujer m¨¢s famosa del pa¨ªs durante 40 a?os. La int¨¦rprete de un disco, Marinero de luces (1985), que estuvo en uno de cada 10 hogares espa?oles en los ochenta. Y lo m¨¢s parecido que ha tenido Espa?a a su propia ¡°princesa del pueblo¡±. As¨ª que quiz¨¢ lo que pensaba ella en aquel helic¨®ptero, adem¨¢s de ¡°hay que ver lo alto que est¨¢ esto¡±, es lo mismo que se pregunta cualquiera que recuerde aquellos a?os de adoraci¨®n popular y un¨¢nime: ?c¨®mo demonios he acabado aqu¨ª?
En plena euforia ante la reci¨¦n estrenada democracia, la Espa?a de finales de los setenta se empe?¨® en huir de su folclore al asociarlo indisolublemente al r¨¦gimen de Franco. El rock, el destape y la movida reemplazaron a las batas de cola y los caracolillos, pero los exuberantes bailes de Pantoja (cuya vocaci¨®n nunca fue el cante, sino la danza), sacudieron la caspa del g¨¦nero a ojos del gran p¨²blico. Si la diva Roc¨ªo Jurado aport¨® erotismo al folclore y lo volvi¨® pop comercial, Isabel Pantoja lo ti?¨® de realismo: ella no solo cantaba coplas, ella viv¨ªa en una copla.
Manuel Rom¨¢n, autor de Los grandes de la copla (Alianza Editorial), recuerda que Pantoja estaba obsesionada con casarse con un torero. Su matrimonio con Francisco Rivera Paquirri en 1983 actualiz¨® el t¨®pico ca?¨ª de la folcl¨®rica y el torero gracias al glamur que (en aquel momento todav¨ªa) proporcionaban las revistas del coraz¨®n. Miles de personas hicieron noche en los aleda?os de la iglesia para no perderse el espect¨¢culo. Pero la cogida mortal de Paquirri en Pozoblanco 15 meses despu¨¦s de la boda la dej¨® sola con un hijo de menos de un a?o. Y de nuevo la multitud zarande¨® a la viuda oficial de Espa?a, en estado catat¨®nico tras unas enormes gafas de sol, porque el espect¨¢culo (ahora macabro) deb¨ªa continuar con o sin su consentimiento.
Si la diva Roc¨ªo Jurado aport¨® erotismo al folclore y lo volvi¨® pop comercial, Isabel Pantoja lo ti?¨® de realismo: ella no solo cantaba coplas, ella viv¨ªa en una copla
A partir de entonces, Isabel Pantoja se convirti¨® en la mujer sobre la que se han escrito m¨¢s palabras en este pa¨ªs: ?ngel Fern¨¢ndez-Santos dijo que encarnaba ¡°un fetiche del erotismo popular espa?ol, el de la viuda sagrada¡±; Rosa Montero defini¨® su estado civil como ¡°viudedad superlativa¡±; Ricardo Cantalapiedra describi¨® sus 12 meses de duelo como ¡°la letra de un cupl¨¦: vestida de riguroso luto, solo se deja ver en algunas ocasiones, ojerosa, triste, dolorida, Dolorosa, llorando por los rincones igual que La Zarzamora y partiendo el coraz¨®n de las mujeres en todas las peluquer¨ªas del Estado¡±. Jos¨¦ Luis Perales le escribi¨® un disco entero, Marinero de luces.
La reaparici¨®n de Pantoja con Marinero de luces, algo tan at¨ªpico en el folclore como un disco conceptual, se convirti¨® en un asunto de Estado cuando la reina Sof¨ªa presidi¨® su concierto emitido adem¨¢s por (el ¨²nico canal que hab¨ªa de) televisi¨®n en horario de m¨¢xima audiencia en diciembre de 1985. Vestida como una diva de ¨®pera y con un tocado que la coronaba como la otra reina de Espa?a, Pantoja arranc¨® con Hoy quiero confesar: ¡°Por si hay una pregunta en el aire,/ por si hay alguna duda sobre m¨ª¡±.
Ella sab¨ªa lo que el p¨²blico quer¨ªa y estaba dispuesta a d¨¢rselo, con intereses: aquel fue un concierto llorado en el que la cantante entraba y sal¨ªa de personaje difuminando la barrera entre luto real y luto teatral. Cantalapiedra compar¨® el nuevo repertorio de Pantoja con los relicarios de Quintero, Le¨®n y Quiroga que ¡°rezumaban sangre, tragedia y llanto, el peligro que puede tener esta nueva etapa es que se la llegue a confundir con la imagen pat¨¦tica de Juana la Loca gritando por los caminos sus amores con un muerto¡±.
Lo que quer¨ªa confesar la cantante era que estaba ¡°algo cansada de llevar esta estrella que pesa tanto¡±. Pues c¨®mo de cansada debe de estar ahora. Marinero de luces fusionaba el melodrama barroco de la copla con los arreglos ochenteros de la canci¨®n ligera y funcionaba como una terapia psicol¨®gica, una confesi¨®n cat¨®lica y una exclusiva al Hola.
En 10 canciones, Pantoja recorr¨ªa las fases del duelo: del delirio alucin¨®geno de Pensando en ti, en la que el difunto se le aparec¨ªa (¡°te miro, me sonr¨ªes y despu¨¦s te vas¡±), a la abnegaci¨®n de ser viuda eterna en Era mi vida ¨¦l (¡°que nadie me repita la palabra amor/ volver a ser feliz es imposible/ murieron tantas cosas esa tarde que no me queda nada por vivir¡±, adem¨¢s de referencias a su vigor sexual: ¡°un d¨ªa fui volc¨¢n entre sus brazos¡±) y finalmente al final feliz con Mi peque?o del alma. Esta canci¨®n present¨® en sociedad a Paquirr¨ªn que, con menos de dos a?os, acompa?aba a su madre mientras ella le promet¨ªa un voto de castidad: ¡°Ser¨¢n tus besos los ¨²nicos besos del mundo¡±. Marinero de luces vendi¨® un mill¨®n de ejemplares, una cifra que en aquella ¨¦poca solo alcanzaba Julio Iglesias, porque todos los espa?oles quisieron llevarse a casa un souvenir de la tragedia.
La cogida mortal de Paquirri 15 meses despu¨¦s de la boda la dej¨® sola con un hijo de menos de un a?o. Y de nuevo la multitud zarande¨® a la viuda de Espa?a, en estado catat¨®nico tras unas enormes gafas de sol, porque el espect¨¢culo deb¨ªa continuar con o sin su consentimiento
Cantalapiedra aseguraba que Pantoja parec¨ªa ¡°el sue?o de alg¨²n poeta sentimental¡±, pero tambi¨¦n era una fantas¨ªa para las masas: aquella Espa?a fascinada con las telenovelas venezolanas encontr¨® su propio culebr¨®n patrio. La cantante despu¨¦s repetir¨ªa el ¨¦xito virando hacia el pop con composiciones de Perales (Se me enamora el alma) o Juan Gabriel (As¨ª fue). Y cuando debut¨® como actriz en Yo soy esa, en 1990, la reina Sof¨ªa envi¨® a su hija Cristina al estreno para perpetuar la imagen campechana de la familia real e investir a Pantoja como la tonadillera favorita de la corte.
¡°La pel¨ªcula es todo un monumento kitsch a la canci¨®n espa?ola, concebida adem¨¢s para el goce y disfrute morboso de ver a la viuda de Espa?a vestida de nuevo de novia y en brazos de un gal¨¢n [Jos¨¦ Coronado]¡±, escribi¨® Elsa Fern¨¢ndez-Santos. ¡°La noche del estreno parec¨ªa una de esas antiguas que hoy vemos con nostalgia del NO-DO de los a?os cuarenta y cincuenta¡±. Yo soy esa recaud¨® 650 millones de pesetas que, al cambio y ajustando la inflaci¨®n, es una recaudaci¨®n similar a la de Spiderman: Homecoming.
A cientos de kil¨®metros de aquel cine de la Gran V¨ªa en el que Isabel Pantoja recreaba la Espa?a de posguerra estaba la nueva Espa?a, la que miraba al futuro de la Expo, de los Juegos Ol¨ªmpicos y del ladrillazo en las costas mediterr¨¢neas. La Espa?a que le iba a quitar el acento a Yo soy esa. En 1991, un a?o despu¨¦s del estreno de aquella pel¨ªcula y mientras Martes y 13 (que hab¨ªan hecho giras en espect¨¢culos de variedades con Pantoja en los setenta) ridiculizaban la amistad de Pantoja con Encarna S¨¢nchez, Jes¨²s Gil consegu¨ªa la mayor¨ªa absoluta en el Ayuntamiento de Marbella. Isabel Pantoja no lo sab¨ªa, pero en ese momento su legado art¨ªstico qued¨® condenado.
Isabel Pantoja lo ten¨ªa todo para ser un icono pop como han acabado siendo sus coet¨¢neos (Jurado, Raphael, Iglesias), pero hoy existe lejos de la idolatr¨ªa (ir¨®nica quiz¨¢, pero apasionada) que despiertan ellos entre los modernos, los progres y el pueblo llano. El icono pop requiere trascendencia cultural, algo de lo que Pantoja va sobrada, pero tambi¨¦n simpat¨ªa colectiva. Y eso es algo que ella nunca despert¨®, al apostar todas las fichas de su relaci¨®n con el p¨²blico a la l¨¢stima y la compasi¨®n, pero jam¨¢s al carisma que desbordaba Roc¨ªo Jurado, por ejemplo.
La cultura pop exige adem¨¢s un peaje de misterio: el artista siempre debe estar por encima de la persona. Y no hay nada m¨¢s mundano, m¨¢s ordinario y m¨¢s vulgar, por muchos motivos que tuviera para reaccionar as¨ª, que ver a la Pantoja forcejear con un paparazi gritando: ¡°No me vas a grabar m¨¢s, esta es mi casa¡± (refiri¨¦ndose a Cantora, la finca que hered¨® de Paquirri y que hace las veces de Graceland para nosotros y Manderlay para ella). O pasearse con su novio corrupto con una sonrisa furiosa exclamando: ¡°Dientes, Juli¨¢n, dientes, que es lo que les jode¡±. O asediada por miles de personas que una vez m¨¢s le gritaban ¡°?guapa!¡± pero tambi¨¦n ¡°ladrona¡±, ¡°sinverg¨¹enza¡± y ¡°choriza¡± al salir del juzgado condenada a dos a?os por blanqueo de capitales.
La cultura pop exige un peaje de misterio: el artista debe estar por encima de la persona. Y no hay nada m¨¢s mundano y vulgar, por muchos motivos que tuviera para reaccionar as¨ª, que ver a la Pantoja forcejear con un paparazi gritando: ¡°No me vas a grabar m¨¢s, esta es mi casa¡±
De nuevo, Pantoja estaba en el centro de las pasiones del pueblo, pero ahora como chivo expiatorio: la masa demand¨® un sacrificio humano ante la corrupci¨®n y el sistema le entreg¨® a uno de sus ¨ªdolos. Que Pantoja o I?aki Urdangarin, esposo de la espectadora de honor en aquel fastuoso estreno en la Gran V¨ªa, entrasen en la c¨¢rcel represent¨® la moraleja que la sociedad espa?ola necesitaba.
Isabel Pantoja le hab¨ªa jurado a Espa?a que no volver¨ªa a enamorarse. Y all¨ª estaba, subida a una calesa con otro hombre. Un hombre casado. Ella se obstin¨® en proteger su derecho a la intimidad, quiz¨¢ con una soberbia desproporcionada (?acaso todo en ella no ha sido siempre desproporcionado?), sin ser consciente de que su intimidad nunca le perteneci¨®: ella misma se la hab¨ªa entregado al pueblo en aquel concierto televisado.
Cuando llam¨® a Chabelita mientras esta concursaba en GH Vip el septiembre pasado, le record¨® que ¡°soy tu madre, la que se muere por ti¡±. Cuando no le dejaba ver a su nieto, Pantoja le cont¨® a Ana Rosa Quintana que su madre Ana (la madre de la artista definitiva) ten¨ªa ¡°las pesta?as blancas de tanto llorar¡±.
Isabel Pantoja no puede tener sentido de la iron¨ªa porque vive su vida como una copla. Y hubo una ¨¦poca en la que eso garantizaba los aplausos del p¨²blico, pero hoy solo sirve para hacer televisi¨®n. El 46,7 % de la audiencia sintoniz¨® Telecinco para verla saltar al mar la semana pasada. ?Ser¨¢ una mala idea participar en Supervivientes, teniendo en cuenta que mostrar su personalidad es lo que ha hundido su leyenda? Solo hay una forma de averiguarlo. Y nadie va a querer perd¨¦rselo.
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