?Se nos han ido de las manos la maternidad y la paternidad?
Los objetivos educativos han crecido de forma exponencial: educaci¨®n en valores, inteligencia emocional, formaci¨®n acad¨¦mica y as¨ª hasta un largo etc¨¦tera
Hace unos d¨ªas le¨ªa el pr¨®logo de ?Cu¨¢ntas veces te lo tengo que decir? (Arpa Ediciones) mientras preparaba una entrevista a su autora, la psic¨®loga Maribel Mart¨ªnez. En ese pr¨®logo, Mart¨ªnez hace una reflexi¨®n sobre la evoluci¨®n que han experimentado los objetivos educativos de los padres en apenas dos generaciones. As¨ª, los padres que lo fueron durante la posguerra y la dictadura ten¨ªan una ¨²nica prioridad: que sus hijos sobrevivieran sin pasar hambre. Superado el hambre, los padres de quienes nacimos a finales de los setenta y los ochenta a?adieron una nueva prioridad: ¡°formar acad¨¦micamente a los hijos y ofrecerles la oportunidad de tener un trabajo que les permitiera prosperar¡±. Hoy, garantizada la comida, la educaci¨®n y hasta la suscripci¨®n a Netflix, los objetivos educativos han crecido de forma exponencial: educaci¨®n en valores, inteligencia emocional, formaci¨®n acad¨¦mica, actividades extraescolares, aprendizaje de idiomas, pr¨¢ctica de deporte, alimentaci¨®n sana, etc.
?Se nos ha ido de las manos?, le pregunt¨¦ a Maribel cuando tuve la ocasi¨®n de hablar con ella. ¡°En algunos aspectos creo que s¨ª¡±, me respondi¨® antes de citar un concepto: profesionalizaci¨®n de la paternidad. ¡°Estamos ante la generaci¨®n de padres m¨¢s formada de todos los tiempos. Una generaci¨®n con una gran autoexigencia personal, acad¨¦mica, laboral y c¨®mo no, en el rol de padres. Antes de que nazcan los hijos, ya se est¨¢n formando e informando. Queremos ser unos padres excelentes, que nuestros hijos sean felices, que no les falte nada, que no sufran, que no lloren ni se frustren y que sean perfectos. Esto hace que vivamos la crianza con ansiedad. Todo tiene que estar controlado e ir bien y no nos damos cuenta de que nuestra ansiedad contamina el ambiente familiar¡±, me argument¨® cuando le ped¨ª que profundizara en ese concepto al que, sin poner nombre, yo llevaba tiempo dando vueltas. Concretamente desde que cambi¨¦ los libros de autoayuda por la literatura, desde que El nudo materno de Jane Lazarre empez¨® a tener m¨¢s peso en mi conciencia que la ¨²ltima novedad de los gur¨²s de la crianza. Y, entonces, tom¨¦ un poco de distancia de esa profesionalizaci¨®n, en la que yo tambi¨¦n estaba sumergido hasta las cejas y, vista con perspectiva, me pareci¨® impostada, un tanto excesiva, casi rid¨ªcula.
Mientras escribo esto me vienen a la mente algunas escenas de la primera temporada de Mira lo que has hecho, la serie de Berto Romero para Movistar, o de la serie australiana The Letdown (disponible en Netflix), que recogen con humor y un punto de sarcasmo esta profesionalizaci¨®n de la maternidad y la paternidad llev¨¢ndola a la parodia, al absurdo. Tengo que reconocer que cuando vi algunas de esas escenas me sent¨ª muy interpelado, como si fuese yo el padre o la madre estereotipados y ¡°profesionales¡± que protagonizaban las mismas. Me re¨ª, claro. Es bueno re¨ªrse de uno mismo. Pero luego me dio que pensar. Quiz¨¢s porque para entonces ya estaba m¨¢s cerca de Jane Lazarre que del divulgador experto en crianza de turno.
?ltimamente cada vez pienso m¨¢s en esa profesionalizaci¨®n. Tengo la sensaci¨®n de que, en consonancia con los tiempos, se ha radicalizado. Y no s¨¦ si esa radicalizaci¨®n, que parte de la mejor de las intenciones, es realmente buena para nuestros hijos. Ni para quienes les rodean. Pienso en los abuelos. En muchos de ellos, que est¨¢n teniendo que sufrir en sus carnes esta profesionalizaci¨®n cuando se relacionan con sus nietos (¡°No le digas eso¡±, ¡°No le des de comer esto¡±). No entienden nada, no comprenden que todo se haya vuelto tan complejo, se les ve encorsetados, tensos, con miedo a meter la pata.
Cada generaci¨®n llega m¨¢s formada a la paternidad. Yo lo veo en los padres de los compa?eros de clase de mis hijos. Los que han accedido este a?o al colegio tienen unas inquietudes y unas preocupaciones que no exist¨ªan cuando mi hija empez¨® su etapa escolar hace tres a?os. Y probablemente, entonces, nosotros tendr¨ªamos unas inquietudes que quienes hab¨ªan arrancado unos a?os antes ni siquiera se planteaban. L¨®gico. No ser¨¦ yo el que ponga en tela de juicio esa necesidad de prepararse y de formarse para intentar ser las mejores personas posibles para nuestros hijos. Es normal y est¨¢ bien pretenderlo. El problema que veo (que he visto en mi propia experiencia) es que esa profesionalizaci¨®n tambi¨¦n nos hace llegar a la experiencia materna y paterna con m¨¢s conceptos claros e inamovibles, lo que nos convierte en padres y madres menos flexibles. Me pregunto si esto puede tener un impacto directo en la crianza de nuestros hijos, en su desarrollo. Si este seguir a pies juntillas, sin margen para la flexibilidad, los consejos, muchas veces adem¨¢s contradictorios, con los que expertos (y pseudoexpertos) de todo tipo nos bombardean en libros, blogs, redes sociales y canales de YouTube, acaba encerrando a nuestros hijos en una burbuja cargada de moral que les aleja del mundo real.
Alimentaci¨®n, literatura infantil, educaci¨®n para la excelencia¡
Podemos hablar de la burbuja de la alimentaci¨®n. Afortunadamente los padres cada vez tenemos m¨¢s conciencia de la importancia que una buena nutrici¨®n, con m¨¢s frutas y verduras y menos procesados y ultraprocesados, tiene para nuestros hijos. Hay grandes divulgadores que han conseguido hacer calar un mensaje necesario e importante que nosotros, los padres y madres, estamos llevando al extremo. He llegado a escuchar c¨®mo se pon¨ªa en tela de juicio el bizcocho casero que unos padres hab¨ªan llevado al colegio para celebrar el cumplea?os de su hijo porque ten¨ªa az¨²car. He visto a padres y madres sufrir porque hasta ahora hab¨ªan logrado mantener a sus hijos alejados del az¨²car y en su idealismo cre¨ªan que lo iban a conseguir permanentemente, como si sus hijos no viviesen en un mundo en el que por fuerza iban a tener que acabar relacion¨¢ndose con otros ni?os, compartiendo aula, desayunos, comidas y meriendas.
¡°Yo no recomiendo aislar a los ni?os de la comida insana¡±, suele decir el dietista-nutricionista Aitor S¨¢nchez, que en una entrevista reciente explicaba que la primera piedra de la educaci¨®n alimentar¨ªa se pone en casa. Aunque tambi¨¦n reconoc¨ªa que luego aparecen otros entornos que van a compartir esa responsabilidad: la escuela infantil, el comedor del colegio, otros familiares. ¡°Es en ese punto en el que la alimentaci¨®n se convierte en algo estresante para muchas familias porque sienten que han perdido ese control ¨Cque ten¨ªan al principio¨C de lo que comen sus hijos. Descubren que su hijo no es un robot sino una nueva vida con voluntades y que est¨¢ creciendo en torno ¨Ctambi¨¦n¨C a los est¨ªmulos que le rodean. Tenemos la responsabilidad, s¨ª, pero no vamos a poder controlarlo todo¡±, a?ad¨ªa.
Podemos hablar tambi¨¦n de la burbuja de las emociones y del moralismo, que tiene un gran reflejo en la literatura infantil. Est¨¢ bien querer que nuestros hijos aprendan a identificar y gestionar las emociones para que el d¨ªa de ma?ana tengan una buena inteligencia emocional. Est¨¢ bien que tengan unas nociones b¨¢sicas del bien y del mal. Mi duda es si con esa sobredosis de educaci¨®n emocional (cada emoci¨®n con su color) y de los libros con mensaje marcado que explican constantemente a nuestros hijos c¨®mo deben comportarse y c¨®mo deben ser, no les estamos arrebatando a ellos otras experiencias, otros sentimientos, otras emociones igual de v¨¢lidas, otras formas de pensar. Si no les estamos construyendo otra burbuja que les aleja del mundo real. En la ¨²ltima Feria del Libro de Madrid vi c¨®mo volaban los ¨¢lbumes ilustrados m¨¢s moralistas y emocionalmente exitosos mientras grandes obras del sector, ¨¢lbumes maravillosos en los que prima la diversi¨®n, la belleza, la est¨¦tica o la calidad literaria quedaban relegados a un segundo plano.
Podemos hablar de la educaci¨®n, otro aspecto en el que se nota la profesionalizaci¨®n de la crianza, el hecho de que hoy tengamos mucha m¨¢s informaci¨®n sobre pedagog¨ªas alternativas, sobre otras formas de hacer en el aula, sobre el funcionamiento del cerebro de los ni?os. La elecci¨®n de la escuela (la m¨¢s cercana a casa, por supuesto) era algo natural para nuestros padres. Hoy sufrimos por ver si nuestros hijos consiguen plaza en el colegio con el que so?amos para ellos. Hace unas semanas estuve visitando por trabajo una escuela infantil. La directora me cont¨® que los padres llevan all¨ª a sus hijos por la garant¨ªa de que van a salir hablando ingl¨¦s y casi un tercer idioma. ¡°Los primeros seis a?os de la vida de nuestros hijos son una inversi¨®n para el resto de la vida¡±, me dijo. Una inversi¨®n. Los padres invertimos en la educaci¨®n temprana de nuestros hijos como si ellos fuesen un fondo de pensiones con la esperanza de que el d¨ªa de ma?ana eso les d¨¦ r¨¦ditos. En vez de preocuparnos porque jueguen, se diviertan y sean ni?os, estamos invirtiendo desde su tierna infancia en su supuesta futura carrera laboral.
Y podemos hablar de g¨¦nero. Como el escritor peruano Renato Cisneros, me considero un feminista en construcci¨®n. Todos los somos. Todos hemos crecido en entornos machistas y ahora luchamos por erradicar de nosotros las taras machistas que nos quedan. En mi caso comulgo con casi todas las reivindicaciones feministas. Me cuesta aceptar lo del lenguaje inclusivo, esas ¡°x¡±, esas ¡°@¡± y esas ¡°e¡± que han colonizado las clases de nuestros hijos, donde ahora hay ni?xs, ni?@s y ni?es, pero no ni?os y ni?as. Tengo familias amigas que hablan de ¡°nosotras¡± porque son tres mujeres y un hombre. No me chirr¨ªa. Incluso me parece l¨®gico. Me chirr¨ªan las equis, las arrobas y las ees. Entiendo lo que reivindican, entiendo que la forma en que hablamos afecta a la forma en que vivimos y nos relacionamos, pero no tengo claro que unas equis, unas arrobas o unas ees sean la soluci¨®n a una sociedad machista. La prueba est¨¢ en todos los idiomas sin concepto de g¨¦nero que existen y cuyas sociedades no son precisamente el paradigma del feminismo.
Todas estas reflexiones, todos estos ejemplos de profesionalizaci¨®n con los que creo que construimos burbujas para nuestra tranquilidad y el ¡°aislamiento¡± de nuestros hijos, no me alejan del objetivo que, intuyo, compartimos todos: ser los mejores padres posibles para las personas a las que m¨¢s queremos en el mundo. La cuesti¨®n es c¨®mo alcanzar ese objetivo sin que la culpa, la ansiedad, las expectativas o la voz de los expertos tomen la batuta de nuestras paternidades y maternidades. C¨®mo lograrlo desde la coherencia y la capacidad de relativizar, a las que apenas separa una invisible frontera de lo extremo, lo inflexible y lo casi rid¨ªculo.
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