El tr¨¦bol blanco y el c¨¦sped, la pareja de la fortuna en cualquier jard¨ªn
Una asociaci¨®n ancestral y especial entre dos especies bot¨¢nicas distintas, que se produce gracias a la presencia de bacterias, y que aporta fertilidad a cualquier pradera
Una figura se recorta tumbada sobre el c¨¦sped. Puede ser de una mujer, puede ser de un hombre. A la abeja que baja volando rauda sobre la pradera poco le importa, pues solo tiene un objetivo. Ha localizado una bonita colonia de inflorescencias de tr¨¦bol blanco (Trifolium repens) en aquel tapiz verde en medio del parque de la gran ciudad. Sabe que all¨ª le espera abundante polen y un dulce n¨¦ctar.
El tr¨¦bol blanco es al c¨¦sped lo que...
Una figura se recorta tumbada sobre el c¨¦sped. Puede ser de una mujer, puede ser de un hombre. A la abeja que baja volando rauda sobre la pradera poco le importa, pues solo tiene un objetivo. Ha localizado una bonita colonia de inflorescencias de tr¨¦bol blanco (Trifolium repens) en aquel tapiz verde en medio del parque de la gran ciudad. Sabe que all¨ª le espera abundante polen y un dulce n¨¦ctar.
El tr¨¦bol blanco es al c¨¦sped lo que las nubes al cielo. Se trata de una asociaci¨®n ancestral. Un pacto inmemorial que surgi¨® entre dos grandes familias bot¨¢nicas, orladas con miles de especies cada una: las nobles y ¨²tiles gram¨ªneas (po¨¢ceas) y las aristocr¨¢ticas y nutricias leguminosas (fab¨¢ceas). En un t¨¢ndem admirable, cada una aporta al suelo lo mejor de s¨ª mismas. Por un lado, las gram¨ªneas abren el suelo, lo perforan, lo disgregan con su cabellera de ra¨ªces exploradoras, andariegas incansables en las tierras. Por el otro lado, las leguminosas aportan su riqueza al suelo ¡ªuna vez que mueren¡ª, ya que sus ra¨ªces est¨¢n asociadas simbi¨®ticamente con unas bacterias. Esto significa que, en sus propias ra¨ªces, crecen unos n¨®dulos de bacterias: dos reinos distintos que conviven en armon¨ªa, igual que ocurre en el aparato digestivo de muchos animales y su peculiar flora intestinal.
En el caso del tr¨¦bol blanco, la asociaci¨®n se produce con las bacterias rizobio (Rhizobium leguminosarum symbiovar. trifolii). ?Qu¨¦ beneficio traen estas bacterias al tr¨¦bol? Pues ni m¨¢s ni menos que el milagro del nitr¨®geno. Es bien sabido que las plantas necesitan cantidades ingentes de este elemento para formar hojas y tallos, para crecer en todas sus partes, para desarrollarse. Las plantas encuentran este macroelemento en la tierra, pero hay un lugar extremadamente rico en nitr¨®geno que est¨¢ fuera del alcance de sus ra¨ªces. Se trata del mismo aire. En ese aire que respiramos, casi hasta un 80% del mismo es nitr¨®geno en forma gaseosa. ¡°Ay, si pudiera tomarlo directamente de all¨ª, ?cu¨¢nto podr¨ªa crecer!¡±, se dice a s¨ª misma una planta cualquiera. Pues bien, para las leguminosas esto es un asunto resuelto, gracias a esa asociaci¨®n simbi¨®tica ya mencionada con las bacterias. Estas ¨²ltimas son capaces de absorber ese nitr¨®geno atmosf¨¦rico y de cederlo amablemente a las plantas, a trav¨¦s de sus ra¨ªces, donde las bacterias forman sus colonias. Las plantas, a cambio, procuran a las bacterias una rica nutrici¨®n y las cobijan. Todas las partes salen ganando. Tambi¨¦n el ser humano, ya que, gracias a ello, podemos cultivar leguminosas en lugares poco f¨¦rtiles. En esos yermos, las bacterias ya se encargan de que las plantas crezcan de lo lindo. Por cierto, estas colonias de bacterias son apreciables a simple vista si se observan las ra¨ªces de estas leguminosas. En el caso del tr¨¦bol blanco, diminutos n¨®dulos se articulan en sus finas raicillas.
Regresemos a la abeja. Est¨¢ a punto de aterrizar sobre una de las cabezas blancas del tr¨¦bol. Se trata de una planta tan flor¨ªfera que puede estar en flor casi en cualquier mes, lo que es un alivio para mucha de esta peque?a fauna urbana, que tiene en el tr¨¦bol blanco a su supermercado de confianza. De origen europeo y asi¨¢tico, esta planta se ha extendido por todo el mundo, y all¨¢ donde hay una pradera o un c¨¦sped es f¨¢cil de encontrar, desde Canad¨¢ hasta Australia. Una de las razones de este ¨¦xito colonizador ha sido la de ser ¨²til como planta forrajera, aparte de servir como fertilizante natural de las tierras. Para conseguir esto ¨²ltimo, se rotura el terreno cuando el tr¨¦bol alcanza su tama?o ¨®ptimo. Al morir triturado, se libera al suelo todo el nitr¨®geno que permanec¨ªa en los cuerpos de las plantas y de las bacterias.
Para los amantes de los c¨¦spedes impolutos, en los que solo crecen las hojas lineares de las gram¨ªneas, la simple aparici¨®n de una mata de tr¨¦bol es s¨ªntoma de un mal cultivo. Pero hay otro bando, el de las personas que disfrutan con las praderas, y que disfrutan de ver esas mismas gram¨ªneas mezcladas junto a dientes de le¨®n (Taraxacum officinale), chirivitas (Bellis perennis), ver¨®nicas (Veronica persica) o llant¨¦n (Plantago major). La belleza de las hojas del tr¨¦bol nos cautiva desde que somos ni?os, cuando vemos aparecer sus peque?as hojas trifoliadas ¡ªformadas por tres foliolos¡ª con sus caracter¨ªsticas manchas blancas. Ese color blanco no es debido a ning¨²n pigmento en especial, sino a un espacio relleno de aire que se encuentra entre los tejidos de la hoja. Ni que decir tiene que, cuando se encuentra una de esas hojas con cuatro foliolos, la alegr¨ªa es m¨¢xima, y se suele ligar a la buena fortuna, por lo inesperadas y escasas que son. Solo una de cada 5.000 hojas presenta esos cuatro foliolos venturosos, por lo que hay que afinar bien la vista. Son c¨¦spedes afortunados los que cuentan con esta preciosa y ¨²til especie, que dinamiza y enriquece el jard¨ªn con sus peque?os animales polinizadores. ?Por qu¨¦ no tener un tr¨¦bol en la maceta del balc¨®n, al pie de alguna otra planta que se cultive?