Paolo di Paolo, el hombre que fotografi¨® Italia y decidi¨® desaparecer: ¡°La ¡®dolce vita¡¯ nunca existi¨®¡±
El hoy nonagenario retrat¨® a Pasolini, Mastroianni o Kim Novak, para luego esfumarse del mapa sin explicaci¨®n. Nos recibe en su casa (y desmonta los mitos de su ¨¦poca) ahora que se estrena un documental sobre ¨¦l
En un destino marcado por esa suerte de nombre duplicado, podr¨ªa decirse que Paolo di Paolo (Larino, 97 a?os) renaci¨® dos veces. La primera, a los pocos meses de vida, cuando le fue diagnosticada una enfermedad mortal. El m¨¦dico familiar aconsej¨® como ¨²nico remedio ba?ar regularmente al beb¨¦ en una palangana de Negroamaro, un vino del sur de Italia cuyas propiedades deb¨ªan espabilar al cr¨ªo. Nadie sabe c¨®mo, pero se cur¨® y hoy est¨¢ cerca de los cien a?os.
La segunda lleg¨® despu¨¦s de sentir qu...
En un destino marcado por esa suerte de nombre duplicado, podr¨ªa decirse que Paolo di Paolo (Larino, 97 a?os) renaci¨® dos veces. La primera, a los pocos meses de vida, cuando le fue diagnosticada una enfermedad mortal. El m¨¦dico familiar aconsej¨® como ¨²nico remedio ba?ar regularmente al beb¨¦ en una palangana de Negroamaro, un vino del sur de Italia cuyas propiedades deb¨ªan espabilar al cr¨ªo. Nadie sabe c¨®mo, pero se cur¨® y hoy est¨¢ cerca de los cien a?os.
La segunda lleg¨® despu¨¦s de sentir que ya hab¨ªa vivido muchas cosas y, convertido en un mito de la fotograf¨ªa, decidi¨® desaparecer. Ese segundo advenimiento se produjo el d¨ªa que su hija Silvia, sin conocer nada de su vida anterior, buscaba unos viejos esqu¨ªes en el desv¨¢n de casa y por error encontr¨® un tesoro oculto de centenares de miles de negativos que conformaban la formidable obra de su padre. Un genio de la fotograf¨ªa que hab¨ªa decidido retirarse tras solo 16 a?os de trabajo, cuando mejor le iba, sin dejar ning¨²n rastro.
Paolo di Paolo ya no se ba?a en vino, bromea mientras se acomoda en su butaca. Pero con 97 a?os contin¨²a bebiendo alrededor de un litro de tinto al d¨ªa y vistiendo impecablemente. El legendario fot¨®grafo, venerado por ilustres como el dise?ador Alessandro Michele o el fot¨®grafo Bruce Weber (que estren¨® recientemente en el festival Play-Doc de Tui su documental El tesoro de su juventud: las fotograf¨ªas de Paolo Di Paolo) vive ahora en el popular barrio de San Lorenzo, en Roma, con su esposa. Su hija Silvia, la persona que exhum¨® accidentalmente toda su obra, un yacimiento de grandes retratos ya publicados y otros 254.000 negativos in¨¦ditos de entre 1954 y 1968, le acompa?a durante la entrevista.
Un hombre que abandon¨® abruptamente su carrera y encerr¨® parte de su identidad dentro de un mont¨®n de viejas cajas. Aquel d¨ªa de 1968 decidi¨® no volver a hablar nunca m¨¢s de ese mundo de estrellas, cineastas, fabulosos escritores y periodistas que le adoraban y a los que, desde entonces, coloc¨® en la vaporosa categor¨ªa de mundo perdido. Fue justo el d¨ªa en que cerr¨® Il Mondo, el singular semanario para el que hab¨ªa trabajado durante todo ese tiempo con una libertad y un respeto desbordante por el oficio. Una clausura que coincidi¨® con el advenimiento del mundo de los paparazzi, il pettegolezzo y la fotograf¨ªa concebida como una intrusa en la vida de las celebridades. Tambi¨¦n con un cierto hast¨ªo personal hacia todo.
¡°?Qui¨¦n iba a volver a publicar mis fotos? La televisi¨®n hab¨ªa quemado la posibilidad de hacer reportajes largos y elaborados¡±, cuenta. ¡°El golpe final fue cuando un d¨ªa me vino a ver un director de peri¨®dico y me dijo: ¡®Cualquier cosa que tenga algo de picante, tr¨¢emela: tienes las puertas abiertas¡¯. Sal¨ª de su despacho triste y sent¨ª c¨®mo esas puertas, en realidad, se cerraban a mi espalda. El mundo de los esc¨¢ndalos no formaban parte de mi trabajo. Y si me hubiera empe?ado en seguir, habr¨ªa empezado tambi¨¦n mi declive y hoy seguramente no estar¨ªamos aqu¨ª¡±.
La obra de Di Paolo orbit¨® siempre entre la delicadeza de su mirada y la terrible fuerza de la gravedad de personajes fundamentales de la ¨¦poca como Oriana Fallaci, Ren¨¦ Clair, Giorgio De Chirico, Ezra Pound, Marcello Mastroianni o Anna Magnani, a quien retrat¨® en una ins¨®lita intimidad en su casa del Circeo con su hijo discapacitado. Tambi¨¦n document¨® los rituales casi ocultos de la vieja nobleza negra romana, como el gran baile de puesta de largo de la princesa Pallavicini, donde fue el ¨²nico fot¨®grafo con permiso para entrar; o instantes cuyo crujido en medio del silencio pol¨ªtico de dos ¨¦pocas marcaron la ruptura definitivamente con el pasado, como el funeral del secretario general del Partido Comunista, Palmiro Togliatti.
El pa¨ªs temblaba ya con las primeras detonaciones sociales del bum econ¨®mico que lo moderniz¨® en los sesenta y las crecientes tensiones sociales. El milagro tambi¨¦n lo estaba partiendo en dos. Una fractura escenificada de norte a sur y que el pa¨ªs intent¨® coser con infraestructuras clave como la Autopista del Sol, que atravesaba Italia y cuya inauguraci¨®n el joven Di Paolo se fue a fotografiar. Ese d¨ªa, en lugar de retratar al obispo y el alcalde cortando la cinta, Di Paolo subi¨® a lo alto de una colina y captur¨® de espaldas a una familia pobre en una chabola, observando c¨®mo el primer autom¨®vil aceleraba entre olivos y campos que el pa¨ªs se dispon¨ªa a dejar atr¨¢s.
Di Paolo, un tipo con una voluntad de hierro que solo quer¨ªa ser profesor de Filosof¨ªa hasta que la v¨ªspera de su graduaci¨®n se top¨® con una Leica III C en un escaparate, fue siempre un intelectual. Un artista en ocasiones m¨¢s preocupado por la ¨¦tica que por la est¨¦tica de su obra. Una isla en la hist¨®rica primavera de los paparazzi, justo cuando el oficio se llenar¨ªa de francotiradores en la puerta de los restaurantes y los hoteles caros. ?l siempre lo odi¨®. ¡°Nos hac¨ªan avergonzarnos de ir por la calle con la m¨¢quina fotogr¨¢fica colgada al cuello¡±, recuerda mientras le da un sorbo a un refresco que le ha tra¨ªdo su hija. ?l funcionaba de otro modo. Cuando llegaba una actriz a Roma le mandaba un ramo de flores y una tarjeta de visita rog¨¢ndole fotografiarla.
As¨ª, entre otras, retrat¨® a Kim Novak salt¨¢ndose el tumulto que esperaba en la puerta de su hotel. ¡°Lo de los paparazzi fue un fen¨®meno alimentado por Fellini. No hab¨ªa ni uno cuando yo empec¨¦, pero ¨¦l cre¨® un modelo que luego copiaron. ?La Dolce Vita? No existi¨® nunca. Tambi¨¦n es una invenci¨®n suya y de su guionista. Invent¨® todo un mundo en sus pel¨ªculas, lejos de ah¨ª hab¨ªa una Roma que no conoc¨ªa. Pero mire, la gente ven¨ªa de todas partes para vivir ese fen¨®meno en la Via Veneto y, al final, terminaban ellos convertidos en el paisaje¡±.
Una estampa de Di Paolo, tres jeques sentados en la avenida romana, recuerda esa visi¨®n. El grupo original de Di Paolo estaba formado por cuatro o cinco amigos que deseaban expresarse art¨ªsticamente de alg¨²n modo, recuerda. ¡°Ven¨ªamos de experiencias distintas. Ten¨ªamos una fuerza de voluntad enorme, porque proced¨ªamos del final de la guerra. No ¨¦ramos infelices porque no sab¨ªamos lo que era la felicidad. Pero descubrimos de golpe la facultad de so?ar y realizar los sue?os¡±, explica. Quer¨ªan la verdad, tambi¨¦n en las fotograf¨ªas. Y en parte por esa humildad y ¨¦tica del trabajo tuvo acceso a espacios que jam¨¢s podr¨ªan haber so?ado otros fot¨®grafos. Por eso pudo tambi¨¦n acompa?ar durante todo un verano a un personaje complicado como Pier Paolo Pasolini (entonces un joven escritor y poeta) para realizar un reportaje que se llamar¨ªa La larga carretera de arena. Pasaron la mitad del viaje en silencio, en el MG descapotable de Di Paolo. Pero la amistad y respeto creados sirvieron para que el cineasta e intelectual le abriese las puertas de su casa y de rodajes como el de El Evangelio seg¨²n san Mateo (1964). ¡°Era muy serio, cre¨ªa en todo lo que hac¨ªa. Cuando estuve en ese rodaje me sorprendi¨® el respeto profundo que le ten¨ªa todo el equipo, siempre en silencio¡±. Algunas de las fotograf¨ªas m¨¢s bonitas que existen hoy del cineasta asesinado las firm¨® Di Paolo.
Pero Di Paolo se cans¨® de retratarlo. O ya no cuadraba con su vida familiar, como tambi¨¦n apunta su hija. Comenz¨® a trabajar como director de arte de los carabinieri. Se adapt¨® a su mon¨®tona est¨¦tica, a la met¨®dica edici¨®n de su anuario cada final de curso y a una vida tranquila y familiar. ¡°Los fines de semana invitaba a comer al mec¨¢nico y al pintor. En casa nunca vimos ninguna estrella¡±, recuerda su hija, a su lado. Ni siquiera ella supo exactamente a lo que se hab¨ªa dedicado su padre hasta que dejaron algunas de sus fotograf¨ªas en una especie de anticuario romano llamada Maldoror (como aquel personaje del Conde de Lautr¨¦amont) que frecuentaba Di Paolo. El propietario, alucinado por haber dado con aquella estrella fugada de la que nadie m¨¢s supo un d¨ªa, la expuso y sucedi¨® el milagro.
Bruce Weber pas¨® por delante de aquella tienda y se las llev¨® todas sin saber qui¨¦n era el autor. En los retratos aparec¨ªan Mastroianni, Visconti, Pasolini¡ Un mundo fascinante y conocido, pero captado en un modo ¨²nico. Al llegar a EE UU, el hoy controvertido fot¨®grafo descubri¨® la firma de Di Paolo tras cada ampliaci¨®n. Fascinado, comenz¨® a investigar, se obsesion¨® con aquel tipo que hab¨ªa dado una espantada al estilo de Greta Garbo y arranc¨® una relaci¨®n con el italiano que deriv¨® en la puesta en marcha del documental sobre una obra crucial para entender la Italia de los sesenta. Pero los milagros a veces tambi¨¦n llegan acompa?ados. Mientras se comenzaba a rodar, el director creativo de Gucci, Alessandro Michele, pas¨® por delante del mismo anticuario y tuvo una sensaci¨®n parecida. ?l promovi¨® entonces una gran exposici¨®n sobre aquel universo: se celebr¨® en el MAXXI de Roma hace tres a?os y se certific¨® para siempre la descomunal influencia de la obra de aquel ni?o que sobrevivi¨® gracias al vino.
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