El odio, instrucciones de uso
En las ¨²ltimas d¨¦cadas, y de forma desigual, el odio pol¨ªtico se ha extendido por el planeta. Las dificultades econ¨®micas ayudan y las perspectivas de cat¨¢strofe (pandemias, clima) exacerban
El miedo es, entre muchas otras cosas, una malformaci¨®n de la pol¨ªtica. Siempre est¨¢ ah¨ª, en el ¨¢nimo personal y en el debate p¨²blico. Se trata de una emoci¨®n primaria. El diccionario lo define como una ¡°perturbaci¨®n angustiosa del ¨¢nimo por un riesgo o da?o real o imaginario¡±.
Hay pol¨ªticos, pocos en general, que ante una crisis muy severa intentan combatirlo. Es lo que hizo el presidente Franklin Delano Roosevelt en su discurso inaugural, el 4 de marzo de 1933, cuando la econom¨ªa de Estados Unidos y del mundo atravesaba un momento muy oscuro: ¡°La ¨²nica cosa que debemos temer es el mie...
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El miedo es, entre muchas otras cosas, una malformaci¨®n de la pol¨ªtica. Siempre est¨¢ ah¨ª, en el ¨¢nimo personal y en el debate p¨²blico. Se trata de una emoci¨®n primaria. El diccionario lo define como una ¡°perturbaci¨®n angustiosa del ¨¢nimo por un riesgo o da?o real o imaginario¡±.
Hay pol¨ªticos, pocos en general, que ante una crisis muy severa intentan combatirlo. Es lo que hizo el presidente Franklin Delano Roosevelt en su discurso inaugural, el 4 de marzo de 1933, cuando la econom¨ªa de Estados Unidos y del mundo atravesaba un momento muy oscuro: ¡°La ¨²nica cosa que debemos temer es el miedo, el terror sin nombre, irracional, injustificado, que paraliza los necesarios esfuerzos para convertir la retirada en avance¡±.
Otros pol¨ªticos lo utilizan eficazmente. Herman Goering, vicecanciller del Reich nazi, explic¨® su modo de uso en una entrevista realizada despu¨¦s de la guerra, mientras se le somet¨ªa a juicio en Nuremberg: ¡°La gente no quiere la guerra, pero siempre puede ser sometida a la voluntad de sus l¨ªderes. Es f¨¢cil. Todo lo que hay que hacer es decirles que sufren un ataque y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y por exponer el pa¨ªs al peligro. Funciona as¨ª en todas partes¡±.
En los reg¨ªmenes tir¨¢nicos, el miedo constituye un elemento esencial. Da lo mismo que sean tiran¨ªas de corte fascista o de corte comunista. Yo fui comunista y s¨¦ que no son iguales: el fascismo conduce a la ruina por la v¨ªa de la matanza, el comunismo conduce a la matanza por la v¨ªa de la ruina. En cualquier caso, comparten el culto a la paranoia colectiva. Y les funciona. Incluso en los extremos m¨¢s risibles. Alg¨²n lector recordar¨¢ el coraje con que la dictadura franquista luch¨® durante d¨¦cadas contra ¡°el contubernio judeomas¨®nico¡±.
Tambi¨¦n funciona en los sistemas liberales. Despu¨¦s de los atentados del 11 de septiembre de 2001, dirigentes como George W. Bush, Tony Blair o Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar utilizaron el miedo de mucha gente para lanzar una guerra absurda y sanguinaria en Irak (con los resultados de todos conocidos) y para afianzar su posici¨®n electoral: estaban, dec¨ªan, protegi¨¦ndonos de una amenaza apocal¨ªptica. Que no exist¨ªa. Y qu¨¦.
Antes de que el terrorismo isl¨¢mico asumiera el protagonismo, se foment¨® el miedo al crimen y a la inseguridad ciudadana, y el miedo a otros terrorismos, y el miedo a la inmigraci¨®n, y el miedo a casi cualquier cosa. Con resultados apreciables.
Por l¨®gica, el miedo conduce al odio. Si te dicen que tal cosa o tal otra, o que Fulano o Mengano, acabar¨¢n haci¨¦ndote mucho da?o, acumulas inquina. En las ¨²ltimas d¨¦cadas, y de forma desigual, el odio pol¨ªtico se ha extendido por el planeta. Las dificultades econ¨®micas ayudan. Las perspectivas de cat¨¢strofe (pandemias, clima) exacerban. El uso intensivo del miedo y el odio en el discurso pol¨ªtico tiene un efecto secundario: los gobiernos tienden a comportarse como si estuvieran en la oposici¨®n. Un buen ejemplo es el pobre Donald Trump, empe?ado en una lucha sin cuartel contra las fuerzas odiosas (los dem¨®cratas, los chinos, los periodistas, Twitter) que quieren acabar con ¨¦l y con la patria.
Habr¨¢n notado que en Espa?a, seg¨²n parece, estamos al borde del cataclismo. No el de verdad, el que percibimos en el cierre de Nissan y en las colas para comer algo, sino el importante: resulta que tenemos que elegir entre la dictadura bolivariana que propone el gobierno y el golpe de Estado que fomenta la derecha. Vaya delirio.
Las ideas son a¨²n distinguibles. Yo me identifico con la izquierda y creo que el ingreso m¨ªnimo vital es bueno, aunque lo impulsen tipos que no me gustan. Las estrategias son cada vez m¨¢s parecidas. Y, dentro del perjuicio general, conducen a la verg¨¹enza ajena. La pelea de aristocracias entre Cayetana ?lvarez de Toledo y Pablo Iglesias, el otro d¨ªa, invoc¨® el esp¨ªritu de Estanislao Figueras. Ya saben, aquel presidente de la Primera Rep¨²blica que pronunci¨® la frase inmortal (¡°se?ores, estoy hasta los cojones de todos nosotros¡±) y se larg¨® al exilio en Francia sin molestarse en dimitir.