Dijeron que esto nos har¨ªa mejores
Vamos a zambullirnos en una recesi¨®n colosal con un Gobierno resquebrajado y una ciudadan¨ªa furiosa
Vivimos momentos hist¨®ricos. El vendaval sanitario y econ¨®mico es de los que marcan una ¨¦poca. En eso, supongo, estamos todos m¨¢s o menos de acuerdo.
Y las ideas dominantes podr¨ªan estar cambiando.
A partir de los a?os treinta del siglo XX, como consecuencia de la gran crisis de 1929 y como reacci¨®n a la revoluci¨®n sovi¨¦tica, el liberalismo entr¨® en declive. El Estado asumi¨® el m¨¢ximo protagonismo. Esto vale tanto para las pol¨ªticas intervencionistas de Franklin Delano Roosevelt como para las de Adolf Hitler o Benito Mussolini. El gasto b¨¦lico de la Segunda Guerra Mundial y los mecanismos de reconstrucci¨®n a partir de 1945, basados en la teor¨ªa econ¨®mica de John Maynard Keynes, consolidaron una especie de consenso socialdem¨®crata (impuestos elevad¨ªsimos en todas partes, planificaci¨®n industrial, servicios sociales) en el conjunto de los pa¨ªses desarrollados que funcion¨® hasta que dej¨® de funcionar. La ruptura de los acuerdos de Bretton Woods por parte de Richard Nixon y un terrible c¨®ctel de estancamiento e inflaci¨®n en los a?os setenta condujo a la resurrecci¨®n del liberalismo. El difunto reapareci¨® muy fogoso. Tanto, que fue considerado casi nuevo: fue rebautizado como neoliberalismo, reflejado en las teor¨ªas monetarias de Milton Friedman (Escuela de Chicago) y en los modelos sociales de Friedrich Hayek (Escuela Austriaca).
Entre Roosevelt y la aplicaci¨®n pr¨¢ctica de las ideas neoliberales (Ronald Reagan y Margaret Thatcher) transcurrieron cuatro d¨¦cadas.
Han pasado 40 a?os desde aquel vuelco de 1980. La fe casi absoluta en los mercados y en el libre comercio desat¨® una formidable creaci¨®n de riqueza. En poco tiempo, los impuestos muy altos (hacia 1960, las rentas m¨¢s altas pagaban en torno al 90% tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido) se convirtieron en una aberraci¨®n. Se estableci¨® con relativa naturalidad eso que llaman ¡°un nuevo paradigma¡±.
Cuatro d¨¦cadas despu¨¦s, las circunstancias apuntan a otro vuelco. La fenomenal recesi¨®n que afronta el mundo, el incremento de las deudas soberanas, la necesidad de combatir colectivamente la pandemia y la evidencia de que otra gran batalla, la del cambio clim¨¢tico, se librar¨¢ tambi¨¦n en el campo de lo p¨²blico, permiten aventurar otra resurrecci¨®n. El que vuelve ahora es el Estado.
En principio, y si pudi¨¦ramos ponernos de acuerdo (cosa improbable) en torno a qu¨¦ significa la izquierda, cabr¨ªa suponer que las ideas dominantes en el futuro previsible ser¨ªan esas con las que la izquierda se siente c¨®moda. Pero la cosa no es tan simple. Si sumamos una dosis de reindustrializaci¨®n, otra dosis de desconfianza hacia el libre comercio (o de proteccionismo puro y duro), el calor de una devoci¨®n renovada por el Estado y por su complicada hermana gemela, la naci¨®n, y un fervoroso inter¨¦s por los problemas del ¡°hombre corriente¡±, v¨ªctima de las ¨¦lites liberales, nos sale casi clavado el programa con el que el ultraderechista Frente Nacional (hoy Reagrupaci¨®n Nacional) de Marine Le Pen concurri¨® a las elecciones francesas de 2017. Como hace un siglo, con unos mismos ingredientes b¨¢sicos se puede guisar una democracia (Roosevelt) o una tiran¨ªa (Hitler).
La diferencia entre una y otra cosa suele atribuirse a la calidad de las instituciones. En realidad, la calidad de las instituciones depende de los ciudadanos.
Puestos en la cosa espa?ola, nos adentramos en la tormenta bajo augurios no del todo rutilantes. Una causa de inquietud es el fanatismo. Hay quien (en la propia dirigencia de grandes partidos) considera dictatorial el estado de alarma y bolivarianas las mascarillas. Tambi¨¦n hay gente incapaz de aceptar que una medida anunciada y leg¨ªtima (a m¨ª me parece, adem¨¢s, en general positiva) como la contrarreforma laboral no debe tomarse de la peor manera. Vamos a zambullirnos en una recesi¨®n colosal con un presidente incre¨ªble (v¨¦ase definici¨®n de la RAE), un Gobierno resquebrajado, unas Cortes hist¨¦ricas y una ciudadan¨ªa furiosa. ?Qui¨¦n dijo que del confinamiento ¨ªbamos a salir mejores?
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