Contra el anonimato difamador en las redes
Urge una regulaci¨®n democr¨¢tica de la identidad en Internet, sin cercenar ning¨²n derecho individual pero protegiendo el honor y la intimidad de quienes s¨ª dan la cara
La supresi¨®n de las ma?tr¨ªcu?las en los autom¨®viles no mejorar¨ªa el tr¨¢fico. A muchos les fascinar¨ªa saltarse los sem¨¢foros y aparcar en las esquinas, pero la civilizaci¨®n ha venido consistiendo precisamente en controlar los instintos primarios en aras de una libertad m¨¢s reducida pero de mejor calidad, porque eso nos permite defendernos de la libertad de los otros.
Con las normas de circulaci¨®n comprendemos que los derechos irrenunciables necesitan precisamente ciertas renuncias. Si no existieran ¨¦stas, muchos preferir¨ªan ahorrarse el riesgo de conducir un coche. Y, por tanto, no servi...
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La supresi¨®n de las ma?tr¨ªcu?las en los autom¨®viles no mejorar¨ªa el tr¨¢fico. A muchos les fascinar¨ªa saltarse los sem¨¢foros y aparcar en las esquinas, pero la civilizaci¨®n ha venido consistiendo precisamente en controlar los instintos primarios en aras de una libertad m¨¢s reducida pero de mejor calidad, porque eso nos permite defendernos de la libertad de los otros.
Con las normas de circulaci¨®n comprendemos que los derechos irrenunciables necesitan precisamente ciertas renuncias. Si no existieran ¨¦stas, muchos preferir¨ªan ahorrarse el riesgo de conducir un coche. Y, por tanto, no servir¨ªa de nada el derecho ilimitado de conducir si al final no conduj¨¦ramos.
Ese requisito que nos parece saludable en la circulaci¨®n de veh¨ªculos se ha obviado en la circulaci¨®n de mensajes por las redes sociales, a pesar de que tanto un coche como una frase pueden causar da?os irreparables, sobre todo en estos tiempos de pandemia y de bulos interesados.
En las nuevas formas de comunicaci¨®n, una parte de los artefactos peligrosos circula sin matr¨ªcula, otra porci¨®n lleva placas falsas y, por si fuera poco, no faltan los coches robotizados, sin conductor responsable. Y casi todos ellos se dedican a chocar contra los que van identificados y con gente pac¨ªfica dentro.
Las suplantaciones de personalidad constituir¨ªan en cualquier otro ¨¢mbito de la civilizaci¨®n un delito en s¨ª mismas. Pero el mundo virtual, que no por virtual deja de producir efectos, se ha convertido en imitaci¨®n de aquellas ciudades sin ley en cuyas calles abundaban los pistoleros y se escond¨ªan los comerciantes.
Y ahora no es t¨¦cnicamente imposible localizar a los forajidos.
Sin embargo, para que los an¨®nimos con injurias y bulos avancen con cr¨¦dito en las redes se ha necesitado el previo descr¨¦dito de los medios tradicionales. Razones ciertas no faltan. El sensacionalismo de peri¨®dicos y televisiones ha aumentado, especialmente en algunas versiones digitales repletas de titulares cebo o enga?osos. Y la prisa por llegar primero est¨¢ haciendo que se olvide el cuidado por llegar mejor. Acaparar lectores vali¨® m¨¢s que escogerlos, y la p¨¦rdida de calidad en el idioma y en la edici¨®n de los textos ha a?adido motivos para la desconfianza.
A esas razones reales se han unido otras falsas. Por ejemplo, la utilizaci¨®n de la normal discrepancia editorial entre unos y otros para demostrar que alguno de ellos estar¨¢ mintiendo; o el argumento de que los periodistas trabajan a sueldo de la manipulaci¨®n por el hecho de que los medios tengan como accionistas a empresarios o banqueros.
Por eso la prensa debe reforzarse en sus fortalezas. Entre ellas, la independencia informativa, la verificaci¨®n de los hechos, los datos sin omisiones, la oportunidad de que el acusado se defienda, la honradez de reconocer los errores y la convicci¨®n de que los nombres y los apellidos son la marca de cada periodista.
Hace falta defender estas herramientas hasta la extenuaci¨®n para cuestionar luego con autoridad moral la selva del anonimato, la mentira, la difamaci¨®n y la calumnia; en la que tambi¨¦n corretean algunas falsedades que se publican en medios formalmente constituidos. Estas mentiras deber¨ªan ser evaluadas, conforme a c¨®digos ¨¦ticos preestablecidos, por ¨®rganos deontol¨®gicos de las asociaciones profesionales, independientes y prestigiosos, tras un proceso garantista y mediante resoluciones razonadas que todos se comprometan a difundir.
Y, en caso de que el periodismo prefiera renunciar a esa autorregulaci¨®n, los bulos habr¨¢n de juzgarse en los tribunales a partir de las leyes vigentes. (Ni una m¨¢s).
Pero al margen de lo que concierne a medios y autores conocidos, f¨¢cilmente localizables y perseguibles, urge una revisi¨®n democr¨¢tica del anonimato que no cercene ning¨²n derecho individual; que persiga a los difamadores y a quienes los amparan, y que a la vez proteja el honor, la intimidad y los datos privados de los que s¨ª dan la cara ante el p¨²blico. Todo ello con un gran acuerdo parlamentario.
Se nos pide el DNI en el banco, al entrar en un edificio p¨²blico, al matricular una moto, al publicar una carta en un diario, al contratar un servicio, al alquilar una vivienda. Y est¨¢ bien, porque as¨ª se nos hace responsables de nuestros actos en cualquier terreno. Pero eso debe incluir a quien miente interesadamente en p¨²blico y a quien alimenta con falsedades el descr¨¦dito de alguien.
Los defensores taimados de la ¡°libertad de expresi¨®n¡± (el derecho de cada cual a comunicar su pensamiento) suelen confundirla con la ¡°libertad de informaci¨®n¡±, que s¨®lo ampara los datos que sean veraces seg¨²n los criterios establecidos en la jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional (aunque a ¨¦ste le falte todav¨ªa completar una doctrina sobre el silencio doloso: esas omisiones que logran construir una mentira contando hechos verdaderos).
Los partidarios de la supresi¨®n de los sem¨¢foros informativos suelen delatarse por su violencia verbal. Est¨¢n en su derecho cuando emiten opiniones, siempre que no lleguen al insulto. Lo que no pueden hacer es atribuir a alguien acciones o intenciones que no son suyas, ni transmitir informaciones mendaces.
Pero desde el marqu¨¦s de Esquilache (Carlos III al mando) sabemos que proponer reformas contra la ocultaci¨®n de la personalidad acarrea costes para su impulsor.
El rostro escondido bajo el embozo y las armas disimuladas entre aquellas capas facilitaban el anonimato violento en la Espa?a del siglo XVIII; y el anonimato viral en la Espa?a del siglo XXI facilita la difamaci¨®n, la calumnia y las injurias, cuando no las extorsiones.
Esquilache fracas¨®. Seg¨²n algunos historiadores, quienes estaban detr¨¢s del mot¨ªn contra el gobernante italiano, por unas medidas que supuestamente chocaban con las costumbres hispanas, escond¨ªan otras razones: econ¨®micas, xen¨®fobas, retr¨®gradas. Hoy puede suceder algo parecido contra quien lo intente de nuevo. Pero, ahora igual que entonces, nosotros y los que defienden el embozo del anonimato sabemos muy bien que no es eso exactamente lo que defienden.