Cuidado con la democracia sin opini¨®n p¨²blica
Los profesionales de la comunicaci¨®n est¨¢n obligados a preguntarse qu¨¦ han hecho mal para perder la autoridad moral en la transmisi¨®n de la verdad, avisa el senador Manuel Cruz
Probablemente muchos de ustedes recuerden la escena final de Los tres d¨ªas del c¨®ndor, la magn¨ªfica pel¨ªcu?la dirigida por Sydney Pollack en 1975. Cuando el personaje representado por Robert Redford, un agente de poca monta de la CIA, amenaza al subdirector de la divisi¨®n de Nueva York de la agencia con llevar a los diarios la informaci¨®n comprometedora de la que dispone, este replica con unas palabras que en aquel momento ten¨ªan mucho de premonitorias: ¡°?C¨®mo sabes que lo publicar¨¢n?¡±.
Con tales palabras se estaba dando el carpetazo a una de las dimensiones vertebrales del sue?o...
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Probablemente muchos de ustedes recuerden la escena final de Los tres d¨ªas del c¨®ndor, la magn¨ªfica pel¨ªcu?la dirigida por Sydney Pollack en 1975. Cuando el personaje representado por Robert Redford, un agente de poca monta de la CIA, amenaza al subdirector de la divisi¨®n de Nueva York de la agencia con llevar a los diarios la informaci¨®n comprometedora de la que dispone, este replica con unas palabras que en aquel momento ten¨ªan mucho de premonitorias: ¡°?C¨®mo sabes que lo publicar¨¢n?¡±.
Con tales palabras se estaba dando el carpetazo a una de las dimensiones vertebrales del sue?o americano, el de que la libertad de prensa constituye uno de los m¨¢s eficaces ant¨ªdotos contra los abusos del poder. No deja de ser llamativo que fuera el producto de una de las industrias norteamericanas por excelencia, el cine, el que diera el carpetazo a una de las fantas¨ªas m¨¢s reiteradas en sus pel¨ªculas, y a las que rend¨ªa un postrer homenaje Spielberg en su reciente Los archivos del Pent¨¢gono. En efecto, y planteando el asunto en el plano de la iconograf¨ªa, ?en cu¨¢ntos filmes no habremos visto repetida la escena del director del diario paralizando las rotativas a la espera de que el audaz periodista que tantos quebraderos de cabeza le provocaba le confirmara por fin la exclusiva en la que llevaba semanas trabajando?, ?y la de las m¨¢quinas funcionando febrilmente durante la noche con el nuevo titular en portada a cuatro columnas?
El profundo escepticismo de Pollack sintonizaba bien con el aire de aquella ¨¦poca. La sociedad norteamericana pos-Vietnam estaba iniciando un largo proceso de readaptaci¨®n a un nuevo escenario, pol¨ªtico, material y mental. No muy diferente era la situaci¨®n en Europa, todav¨ªa convaleciente de un sesentayochismo tan fallido como frustrante: De Gaulle hab¨ªa arrasado en las elecciones del 30 de junio de ese a?o. Tal vez la izquierda, muy proclive a lamerse las heridas, andaba tan ocupada en lamentar la oportunidad perdida que no repar¨® en lo que en aquel momento era lo m¨¢s importante, a saber, que la derecha estaba aprendiendo la lecci¨®n.
As¨ª, no desapareci¨® el viejo discurso ¨¦pico de unos medios de comunicaci¨®n convertidos en la ¨²ltima trinchera de la sociedad civil frente a los poderosos de diverso signo. Era un discurso ¡ªahora estamos en condiciones de sospecharlo¡ª enga?osamente legitimador. Entre nosotros, quienes participaban en las m¨¢s turbias operaciones de derribo de presidentes a los que no hab¨ªa manera de derrotar en las urnas dec¨ªan encarnar la versi¨®n hispana del mito (falso, por cierto) de Woodward y Bernstein haciendo caer a Nixon. Pero el escenario hab¨ªa cambiado radicalmente y los grandes medios de comunicaci¨®n se hab¨ªan convertido en el secreto objeto del deseo justamente de aquellos a los que se supon¨ªa que deb¨ªan criticar o, por lo menos, controlar. O, si prefieren decirlo as¨ª, hab¨ªan devenido el nuevo campo de batalla de la confrontaci¨®n pol¨ªtica.
Pues bien, era esta nueva etapa la que parec¨ªa anunciar, descarnadamente, el c¨ªnico subdirector de la CIA de la pel¨ªcula de Pollack. Se trataba de esto, de que el poder recuperara ¡ªmedios de comunicaci¨®n mediante¡ª el tim¨®n de la opini¨®n p¨²blica. Podemos discutir si la pretensi¨®n se cumpli¨® o no, pero que exist¨ªa y se procuraba materializar parece fuera de duda. No hace falta que vayamos en busca de ejemplos lejanos. En este pa¨ªs tuvo lugar un acuerdo, del que la ciudadan¨ªa ha ido teniendo noticia con el paso del tiempo, en el que participaron las m¨¢s importantes empresas de medios de comunicaci¨®n, por el que se cubr¨ªan con un espeso manto de silencio las actividades privadas del actual rey em¨¦rito. Las consecuencias de dicho acuerdo son de sobra conocidas y las estamos pagando, con el actual Jefe del Estado, en tanto que representante de la Corona, como principal damnificado.
Pero ya no estamos ah¨ª. Lo que no significa que hayamos regresado a unos imaginarios presuntos buenos tiempos perdidos como los homenajeados por Spielberg (o por la memorable serie televisiva Lou Grant). Hoy el alto responsable de la CIA no se preguntar¨ªa lo mismo. En nuestros d¨ªas una informaci¨®n comprometedora aparecer¨ªa sin duda publicada en alg¨²n sitio: las redes sociales y los diarios digitales han vuelto a reconfigurar por completo el panorama. Cualquier cosa ¡ªincluso documentos clasificados¡ª encuentra d¨®nde ver la luz.
Se equivocar¨ªa quien interpretara que ello significa que los poderosos hayan fracasado en su intento de intervenir en la opini¨®n p¨²blica. Baste con pensar en el expresidente Donald Trump y su incontinente pulsi¨®n por estar presente en las redes sociales. Pero tal vez no se trate de que el poder haya renunciado a controlar y dirigir la opini¨®n p¨²blica, sino de que ha llegado al convencimiento de que lo que de verdad le va bien es que no haya opini¨®n p¨²blica en cuanto tal, y que todo ese universo mental, anta?o dotado de alg¨²n tipo de cohesi¨®n interna, estalle en pedazos y los diversos sectores de la ciudadan¨ªa busquen refugio en el ¨¢mbito de sus iguales, sin pretensi¨®n alguna de alcanzar ninguna forma de hegemon¨ªa sobre el conjunto. Es en esa l¨ªnea ¡ªy no en la de un debate epistemol¨®gico, absolutamente fuera de lugar a prop¨®sito de esto¡ª en la que deber¨ªan interpretarse las simpat¨ªas de los sectores conservadores hacia los discursos impl¨ªcita o expl¨ªcitamente relativistas, as¨ª como hacia sus categor¨ªas centrales (posverdad, relato y similares).
Estamos hablando de tendencias, claro est¨¢. Los medios de comunicaci¨®n cl¨¢sicos conservan una enorme capacidad para influir en una opini¨®n p¨²blica que, aunque en franca retirada, todav¨ªa sobrevive, cosa que explica la actitud de tantos poderes f¨¢cticos respecto a tales medios. Igual que conservan una poderosa capacidad de intimidaci¨®n, que algunos de ellos utilizan con tanta desenvoltura como falta de escr¨²pulos. Pero estas persistencias, acaso residuales, no deber¨ªan distraernos de lo que realmente importa, porque es donde se juega la posibilidad de que no salgamos derrotados por en¨¦sima vez como sociedad. Los profesionales de la comunicaci¨®n vienen obligados a preguntarse qu¨¦ han hecho mal para perder la auctoritas sobre la transmisi¨®n de la verdad que antes detentaban sin mayores problemas.
La respuesta solo puede venir de dentro de la profesi¨®n. Habr¨ªa que equilibrar las innumerables y justas loas que se le han hecho al periodismo libre e independiente como garant¨ªa de una sociedad democr¨¢tica con un libro negro en el que los propios profesionales llevaran a cabo la autocr¨ªtica p¨²blica pendiente. Mi sugerencia ¡ªpara que se entienda la diferencia entre lo que planteo y lo que algunos ya han llevado a cabo¡ª es que lo escriba un periodista que haya desempe?ado tareas de responsabilidad en un gabinete de comunicaci¨®n del m¨¢s alto nivel, gestionando la relaci¨®n de alguien extremadamente poderoso (en lo pol¨ªtico o en lo econ¨®mico) con los medios. Seguro que podr¨ªa contar y rendir cuenta de elementos del mayor inter¨¦s informativo para todos.
Manuel Cruz (Barcelona, 1951) es fil¨®sofo y expresidente del Senado. Su ¨²ltimo libro es ¡®Transe¨²nte de la pol¨ªtica¡¯ (Taurus, 2020).